Literatura deportiva

Rumbo a Qatar 2022: Historias insólitas del los Mundiales de fútbol

En vísperas de la Copa del Mundo de Qatar 2022, nada mejor que repasar los sucesos más desopilantes desde el nacimiento del certamen en Uruguay 1930, con la obra de Luciano Wernicke.

Por Redacción EG ·

09 de noviembre de 2022

LA COPA DEL MUNDO está la vuelta de la esquina y todo contenido relacionado cobra mayor importancia. En particular el periodista Luciano Wernicke reunió en una obra las curiosidades más divertidas e increíbles ocurridas en los Mundiales de fútbol desde la edición inaugural, Uruguay 1930, hasta Rusia 2018. Récords, grandes duelos, cábalas enigmáticas y estrellas inolvidables componen esta obra deliciosa que echa luz sobre el costado humano del más popular de los deportes.

El apasionante recorrido relata, entre otras, la historia de los jugadores que se negaron a abandonar la cancha a pesar de tener un hueso fracturado o haber sufrido un infarto. También la del talentoso mosquetero que antepuso la belleza por sobre el resultado al picar un penal en una final y el honor sobre la trampa al cabecear a un desleal rival lenguaraz.

Y la de la pareja que se separó tras una fuerte discusión sobre si Lionel Messi era mejor que Cristiano Ronaldo y la que se arrojó a un río repleto de cocodrilos en una extravagante misión: ganarse entradas para un partido. Un libro imperdible para los fanáticos del evento futbolero número uno: la Copa del Mundo.

"Historias insólitas de los Mundiales de fútbol surgió en 2010, con la primera edición, para contar la Copa del Mundo de una manera distinta, sin dejar de lado los campeones, los subcampeones, los récords, las figuras. La idea era hilvanar una serie de acontecimientos para poner de manifiesto que la Copa del Mundo es mucho más que un acontecimiento deportivo",le contó Wernicke a El Gráfico.


TÉCNICO DORMIDO (URUGUAY 1930)

Durante la semifinal que protagonizaron Argentina y Estados Unidos el 26 de julio, el delantero norteamericano James Brown cayó lesionado. El técnico Bob Millar —quien también se ocupaba del entrenamiento físico y de la atención médica de sus hombres— ingresó a la cancha con una valija llena de aceites, ungüentos y remedios para asistir al jugador. Al arrodillarse para observar qué le ocurría a Brown, Millar volcó su valija, y sus frascos y cajas rodaron por el piso.

Una de las botellitas caídas, que contenía cloroformo, perdió el corcho y comenzó a derramar su contenido sobre el césped. Cuando el técnico intentó recuperar su cloroformo, se acercó demasiado al líquido volcado, respiró sobre él… y se desmayó. Millar debió ser retirado y acostado del otro lado de la línea de cal por sus propios futbolistas. Brown se recuperó solito, sin ningún tratamiento, y siguió jugando.
 

ZOOLÓGICO (ITALIA 1990)

Se dice que el excepcional rendimiento de la Selección de Camerún estuvo directamente ligado a un zoológico. La historia comenzó cuando los responsables de la delegación eligieron un hotel de la ciudad sureña de Brindisi para concentrar al equipo durante la Copa.

Al arribar al lugar los jugadores plantearon a los directivos mudarse a otro alojamiento, que se encontraba junto a un zoológico de tipo «safari», con animales sueltos. Los futbolistas justificaron su demanda al señalar que, cerca de los leones, jirafas y otros ejemplares de la sabana africana, se sentirían un poco más cerca de casa y de sus familias.

Los dirigentes accedieron y los muchachos, en cada momento libre, se pegaban una vuelta por el parque para levantar el ánimo. «El ambiente no es africano pero ayuda para no extrañar a la familia ni a nuestro paisaje», dijo el defensor Emmanuel Kunde. El notable desempeño de los cameruneses justificó plenamente el cambio y demostró que el alma se alimenta con algo más que ejercicios y videos.


EL MUERTO QUE HACE GOLES (SUIZA 1954)

Durante la semifinal de Lausanne se produjo un caso extraordinario. Un futbolista de Uruguay sufrió un paro cardíaco y, tras recibir una dosis de coramina —un medicamento que estimula las funciones vasomotoras y respiratorias—, siguió jugando.

El protagonista de la notable situación fue el delantero Juan Hohberg, quien, curiosamente, había nacido en Argentina y comenzado su carrera como arquero. Hohberg —quien ese día debutaba en la escuadra oriental- consiguió los dos goles que le permitieron a Uruguay igualar el encuentro, a los 75 y los 86 minutos.

Según cuenta el periodista Alfredo Etchandy en su libro El mundo y los mundiales, cuando el atacante marcó la igualdad, «sus compañeros le cayeron arriba en el festejo y por la emoción sufrió un paro cardíaco. Fue reanimado por el kinesiólogo Carlos Abate, quien le suministró coramina por la boca. Cuando empezó el alargue seguía afuera, pero poco después retornó a la cancha y jugó hasta la finalización de la prórroga».


UNA FIGURA DE OCHO PATAS (SUDÁFRICA 2010)

No hay explicación racional para esclarecer la increíble actuación del pulpo Paul, la gran figura de la Copa del Mundo de Sudáfrica. El molusco cefalópodo —-¿macho o hembra?— adivinó, desde un acuario situado en Alemania, los ocho partidos mundialistas por los que fue consultado, incluida la final.

El sistema del excéntrico oráculo era sencillo. Antes de cada encuentro jugado por la Selección germana, los cuidadores del parque Seelife de la localidad de Oberhausen le ofrecían a Paul —-que había nacido en Weymouth, Inglaterra— dos recipientes de acrílico, uno con la bandera de Alemania y otro con la de su rival, y una suculenta almeja dentro cada
uno.

El pulpo bajaba y envolvía con sus tentáculos uno de los dos cubos, lo que era tomado como su vaticinio. Paul no falló un solo augurio, incluso anticipó las dos derrotas de Alemania, ante Serbia (en la primera ronda) y España (en la semifinal).

Tras la caída germana los custodios de Paul fueron por más y le preguntaron quién sería el campeón. El pulpo, sin hesitar, se abalanzó sobre el recipiente que llevaba la bandera española y deglutió en pocos segundos su almeja. La fama del bichito generó todo tipo de análisis y comentarios e incluso se dijo que había recibido amenazas de muerte. Los dueños de las casas de apuestas deportivas, por ejemplo, querían verlo a toda costa fuera de la pecera y dentro de una olla. Otro que se quedó con las ganas de almorzarlo fue el leopardo Zakumi, la mascota oficial del torneo. El pobre felino desapareció de la escena, humillado por Paul, que de manera contundente se había convertido en la exótica figura de Sudáfrica 2010.

 

Imagen La tapa de Historias insólitas de los Mundiales de fútbol.
La tapa de Historias insólitas de los Mundiales de fútbol.
 

LA BATALLA DEL PLATA (URUGUAY 1930)

El ánimo en el hotel de La Barra de Santa Lucía no era el mejor para enfrentar a los dueños de casa en la final. Roberto Cherro se había autoexcluido; Adolfo Zulemzú dijo que estaba imposibilitado por una dolencia, que fue ratificada por una revisión médica; el «Cañoncito» Francisco Varallo tampoco quería jugar por encontrarse lesionado en la rodilla derecha.

«Terminaron poniéndome a mí —sostuvo Varallo en una entrevista concedida varios años más tarde— porque los jugadores mayores, como Nolo Ferreira, Monti y [Carlos] Spadaro, quienes armaban el equipo, se dieron cuenta de que [Alejandro] Scopelli, que era el insider derecho titular, se había asustado un poco por el clima que se vivía».

La revista El Gráfico aseveró que «en el campamento argentino se hacían correr rumores extravagantes de represalias en caso de ganar». Uno de los blancos fue el propio Monti, quien, horas antes del match culminante, había recibido innumerables amenazas anónimas contra él y su familia. «Me mandaron mensajes, me dieron serenatas que no me dejaron dormir la noche anterior», confesó «Doble Ancho» en un reportaje, tiempo después.

Para Varallo «Monti no tendría que haber entrado en la final, se lo notaba cohibido, como con miedo a jugar». Una versión afirmó que detrás de las intimidaciones contra el mediocampista de San Lorenzo estaba la mafia italiana. Su idea era que, derrotada la Selección Argentina, Monti fuera el chivo expiatorio de los hinchas y, fastidiado con su gente, aceptara ser contratado por Juventus de Turín y, al mismo tiempo, pasar a integrar la escuadra azzurra. Lo cierto fue que, a su regreso a Buenos Aires, Monti se entrevistó con dos enviados de la Vecchia Signora y aceptó mudarse a Italia.

«Todos los argentinos me habían hecho sentir una porquería, un gusano, tildándome de cobarde y echándome exclusivamente la culpa de la derrota en la final mundialista ante los uruguayos. Y de pronto me encontraba ante dos personas que venían del extranjero a ofrecerme una fortuna por jugar al fútbol», admitió el mediocampista.

Otro que no estaba convencido de integrar el equipo finalista era Ferreira, quien había mantenido un conflicto con varios de sus compañeros: estaban rencorosos porque, a pesar de no haber jugado contra México por haber retornado a Buenos Aires para rendir un examen, Nolo fue titular en la semifinal ante Estados Unidos.

Estos futbolistas se quejaron ante los dirigentes argentinos y el entrenador Juan José Tramutola, pero, no obstante el entredicho, Ferreira fue persuadido por los directivos y el técnico para integrar la escuadra. Ya en el césped del Centenario, con las tribunas repletas y realizado el sorteo de las pelotas comentado en una historia anterior, el juego se inició con muchísimos roces y pierna fuerte. Los medios argentinos acusaron a los uruguayos de pegar arteramente a sus rivales, ante la supuesta pasividad del árbitro belga.

El arquero visitante Juan Botasso aseguró a la revista La Cancha que lo golpearon «sin consideraciones de ninguna especie, desde el principio del partido». Botasso comentó que los peores porrazos los recibió del delantero Héctor «Manco» Castro, uno en los riñones y otro en el muslo que le provocó una «paralítica». Castro, quien a los trece años había perdido el antebrazo derecho en un accidente con una sierra eléctrica, había clavado su muñón en la humanidad del guardavalla. «Durante aquel partido tuve mucho miedo porque me amenazaron con matarme a mí y a mi madre. Estaba tan aterrado que ni pensé en el partido que estaba jugando, y perjudiqué así el esfuerzo de mis compañeros», concedió Monti.

De todos modos Argentina se fue al descanso con un marcador favorable por 2-1: Pablo Dorado había abierto la cuenta para los locales, pero los visitantes se pusieron al frente con anotaciones de Carlos Peucelle y Guillermo Stábile (máximo scorer de la Copa con ocho conquistas). Algunas versiones periodísticas dejaron entrever que, dentro del vestuario, los albicelestes fueron amenazados por hinchas armados. Esta situación no fue confirmada oficialmente por ninguno de los protagonistas.

Monti sí recalcó que «al volver para el segundo tiempo, había unos trescientos milicos con sus bayonetas caladas» junto a la línea de cal. «A nosotros —prosiguió— no nos iban a defender. Me di cuenta de que si tocaba a alguien, se prendía la pólvora. Le dije a mis compañeros: “Estoy marcado, pongan ustedes porque yo no puedo”. Después de todo, ¿qué querían que fuera, héroe del fútbol?». En el complemento, Uruguay, impulsado por el aliento de su gente, salió a buscar la gloria. Las crónicas de la época convinieron en que la mayoría de los futbolistas visitantes parecía no reaccionar, presa de una pasividad pasmosa.

«El cuadro oriental —publicó El Gráfico— estaba entero, mientras que en el argentino Monti no marchaba por decisión propia; Juan Evaristo y Botasso, habían sido lesionados en el primer tiempo, y Varallo, resentido de lesiones anteriores». Con ventaja física, el equipo celeste dio vuelta el tanteador con tres conquistas conseguidas por Pedro Cea, Victoriano Santos Iriarte y el propio Castro. El dueño de casa, organizador del primer certamen ecuménico, levantó por primera vez la figura dorada de la diosa de la victoria.

Años más tarde Varallo y Ferreira minimizaron los escritos periodísticos argentinos que acusaban a los orientales de haberse impuesto con malas artes. Varallo alegó que Argentina tenía equipo para salir campeón, pero «ellos nos ganaron por ser más guapos y más vivos. No por ser mejores jugadores». Nolo, en tanto, aseguró que «los uruguayos no dieron tantas patadas, ellos jugaron fuerte como siempre lo hicieron», aunque razonó que tantas presiones y amenazas «causaron impacto entre los argentinos y disminuyeron considerablemente el rendimiento del equipo». Categórico, el capitán oriental Nasazzi sostuvo: «Ganamos la Copa porque pusimos más sangre».

*Fragmentos del nuevo libro de Luciano Wernicke (Planeta)