Primera División

Diego Martínez: de la tensión al desahogo por su máxima alegría con Boca

De perfil bajo al declarar, se convierte en un hombre sanguíneo mientras ejerce con pasión el oficio de DT que este domingo le dio el triunfo más trascendental de su carrera.

Por Redacción EG ·

22 de abril de 2024

DIEGO MARTÍNEZ LUCHÓ POR ESTAR EN BOCA y así convertir en realidad el sueño de su vida, como él mismo la definió cuando decidió irse de Huracán en medio de rispideces para llevar adelante un enorme desafío.

Fue el elegido por el presidente Juan Román Riquelme para refundar un equipo golpeado por la decepción en la final de la Copa Libertadores y sin la oportunidad de revancha inmediata en 2024. El camino hasta aquí fue corto: apenas tres meses de un proceso que muestra crecimiento, más allá de algunos tropiezos. Los resultados -esenciales en Boca- pero sobre todo la idea que se plasma dan la pauta de que el trabajo realizado es el correcto, con conceptos claros desde arriba y el convencimiento de un plantel en el que el brillo de las individualidades no afectan el peso específico del conjunto.

Más allá del apoyo explícito de Riquelme en más de una ocasión, él siempre tuvo claro su norte y lo mismo pasó con los intérpretes de su libreto. Y en los últimos partidos de la fase regular de la Copa de la Liga la coincidencia en que se veía a un Boca "que sabe a lo que juega" era general. 

 

El Gigoló, como en algún momento lo habían apodado sus dirigidos en Tigre, es un hombre tranquilo a la hora de declarar, pero sanguíneo durante los 90 minutos. Siempre agazapado como una fiera al costado del campo, con indicaciones efusivas a sus hombres y gestos ampulosos para hacerse entender cuando es imposible hacerlo con palabras. 

 

Los particulares gestos de Diego Martínez para hacerse entender.
 

 

Este domingo en Córdoba contra River, la procesión fue por dentro y también por fuera. Fue un Martínez auténtico: vehemente, apasionado, preocupado y ocupado. Celebró cada gol de los suyos y, con la victoria consumada, hubo un apretón de manos con su colega Martín Demichelis más una palmada en la cintura.

Antes de irse de la cancha encaró hacia la platea repleta y rugiente y levantó los brazos para agitar los puños; una especie de "vamos, carajo", dicho sin hablar, rematado con la expresión de alivio y la sonrisa de satisfacción que no se borraba de su rostro curtido.

Alguna lágrima también rodó por sus mejillas cuando la cámara capturó su emoción mientras pensaba en aquellos tiempos en que era entrenador de las infantiles de Boca y educaba con sus preceptos futboleros a muchos de los chicos que hoy están en la primera. Los mismos que crecieron mientras él desandaba sacrificados senderos que comenzaron en el ascenso y hoy le permiten transitar por la autopista del éxito.

 

IMAGEN DE PORTADA: FOTOBAIRES