1996. EL NUCAZO DE GUERRA
Histórico Superclásico en La Bombonera que quedó en el recuerdo por el famoso “nucazo” de Hugo Romeo Guerra. Fue 3 a 2 agónico para el Xeneize. CRÓNICA Y VIDEO.

La respiración y los latidos del sentimiento popular se detuvieron a las 20:09 de una noche de primavera. Ideal para irse contentos para casa con un empate en dos goles, un partidazo como hacía bastante que el superclásico no regalaba y el honor a salvo. Sin grandes euforias y sin grandes desazones.
Pero el eterno boquense siempre quiere más. A pesar de que el punto era un negocio redondo, porque River había mostrado largos lapsos de superioridad.
A pesar de que el Mono Navarro Montoya había vuelto súbitamente al mejor de sus niveles como lo hacen los grandes: en las grandes ocasiones. Y que había parado a River volando a los ángulos, agrandando a los suyos, achicando a los contrarios.
A pesar de que el Pipa Fabbri se había bancado todo en la defensa, cuando parecía que los millonarios venían degollando y terminaron degollados.

A pesar de que había estado dos veces arriba en el resultado y no lo pudo sostener, porque le sigue costando horrores progresar ordenadamente en la cancha y conservar la pelota.
A pesar de ser un mecano todavía en trabajoso proceso de armado, jugando frente a un equipo que se conoce de memoria, que fue campeón de América y que se reforzó aún más.
A pesar de todo eso, Boca—Equipo y Boca—Pueblo creyeron al unísono y rompieron la noche con un grito infernal, nacido de las tripas y desde el fondo de la historia. El arreglo del empate aceptable —y que servía para seguir ti-rando— estaba a la firma, en un papel con membrete, que River ya había autografiado gustoso. Pero Boca revoleó la lapicera que le acercaron en dirección al Riachuelo, le apuntó al arco de la Vuelta de Rocha y se jugó con el alma por la última bola de la noche. Justo en el arco de la hinchada de River, donde 13.221 fanáticos de la banda roja ya habían empezado a festejar con mesura una igualdad meritoria, después de haber estado dos veces abajo en el tanteador.
Sin embargo, no contaban con la astucia del Gaby Cedrés (justo él, nada menos que él). El uruguayo de Maldonado se fabricó una infracción contra el cansancio y la falta de distancia de Hernán Edgardo Díaz. Puso la pelota en el piso, oteó en el área la presencia de otro hijo de la Banda Oriental, Hugo Romeo Guerra. Llegó el centro de Pineda, la cabeza—nuca—parietal o lo que fuere de Guerra. La pelota colándose mansita en el rincón derecho; sin que el Mono Burgos pudiera desviarla. Entró despacito, burlona, con una risa gigantesca que explotó en lo que siguió.

Porque a ningún hincha de Boca de La Quiaca a Ushuaia y del Atlántico a los Andes le importará en absoluto con qué la empujó el natural de Canelones, sino la tremenda alegría que les brindó. Entregándoles en bandeja, muerto de muerte violenta, la cabeza del archirrival de todos los tiempos y las horas.
Porque Boca volvió a ganarle a River a lo Boca. Como más le gusta a la gente de Boca y como más lo sufre el hincha de River. ¿Quién lo hubiera soñado a los 72 minutos, cuando un cabe-zazo de Juan Pablo Sorín puso el 2-2 transitorio con tendencia riverplatense? Porque era más claro, porque tocaba más profundo, porque era mejor. O quizás sólo lo parecía.
A Boca lo sostuvo el amor propio y la confianza en sí mismo. Como siempre desde el 3 de abril de 1904. Vaya novedad... La misma fuerza interior a la que hizo referencia Carlos Salvador Bilardo cuando le pidieron un mensaje para la hinchada de Boca, en la víspera del partido más deseado y más difícil: "¿Qué le pido a la gente? Que tenga fe, que no la vamos a defraudar..."
El triunfazo también tuvo su pequeña historia... No todo fue el estruendo, el gran escenario, la pasión azul y oro recorriendo transversal la vasta geografía de la Argentina futbolera.
"Si nos gana River, no quiero ni pensar, todo lo que siga será una pesadilla..." La frase realista, y para nada apocalíptica de Diego Fernando Latorre marcaba el estado de ánimo que gobernaba a Boca Juniors, de cara al superclásico. Al que su conductor pensó al derecho y al revés.
Así lo hizo Carlos Salvador Bilardo, en un momento clave para marcar si su contrato de dos años no iba a tambalear más de lo debido. Toda la semana lo torturó la espina de la duda. Por pensamiento, formación y convicción, el Narigón tiene a Néstor Gabriel Cedrés un escalón más arriba que a Gambetita Latorre.
No hay que hacer mucha memoria. Al amigo—hermano de Enzo Francescoli lo quiso siempre. Cuando trabajaba en Torneos y Competencias y la empresa se hizo cargo del fútbol de Argentinos Juniors, lo recomendó vivamente y el pase se concretó (al punto que, aún hoy, Boca comparte su propiedad en mitades con TyC). A Latorre, más que nada, lo aceptó por el gran entusiasmo que puso en su regreso Mauricio Macri, guiado por las compulsas que es muy afecto a realizar el presidente entre la grey boquense. A mitad de semana, todo parecía ir en el camino de la más estricta lógica.
El Gaby reemplazó a Gambetita en el entretiempo del partido por la Supercopa ante Argentinos —un 3-0 para prolongar el remanso iniciado en el Litoral—y Diego Fernando tuvo la cara tan larga que se la pateó durante un par de días, cuando cambió por una sonrisa de oreja a oreja.
Fue el viernes 27, -día en que Bilardo insinuó su decisión de jugársela por Latorre. Y eso que Cedrés ya había firmado la ficha de afiliación al bosterismo más clásico: "Si el Enzo se va al gol, lo revoleo aunque sea mi mejor amigo..." Viejo amante de las cábalas, al doctor lo convencieron los seis goles en ocho partidos contra River del muchacho de La Paternal.

¿Qué boquense de pura cepa se olvidó de la tijera que sirvió para ganar 4-3 tras ir abajo 1-3, en un partido por la Copa Libertadores del '91? ¿O del bombazo que colgó de un ángulo, para ganar 1-0 la tarde en que Miguel le atajó un penal a Batistuta? ¿O de la noche lluviosa en el Monumental, cuando se la guardó en la ratonera al Flaco Comizzo, para poner un 1-1 aliviador y definitivo? ¿O de las dos fallas del Pipa Higuaín que facturó para poner un 2-2 ante un River que ganaba con un golazo del Pelado Díaz? Ninguno.
Bilardo tampoco, y eso que es un boquense converso porque predica desde siempre un credo afín al que se curte desde tiempo inmemorial en los territorios de La Bombonera. El reino de las cábalas siempre precede a ese ancho campo de pasiones llamado Boca y River…
Le duró cuarenta y cinco minutos la parcial traición a sus convicciones tácticas y estratégicas. Gambetita fue la sombra de su sombra. Se quedó en la leyenda de otros tiempos felices y, cuando se fue al descanso, ya no volvió a aparecer con sus vueltas, sus enganches, sus contravueltas y sus contraenganches.
Como cábala y como homenaje, fueron suficientes los tres cuartos de hora de superclásico que le regalaron a su álbum de fotos. Cuando volvieron, Boca se abrazó a un jugador decisivo en la historia del enfrentamiento número 158 del profesionalismo.
River se lo sacó de encima por motivos extrafutbolísticos. Nadie nunca le negó sus condiciones, pero sí algún pecado del que no está libre ningún mortal que camina por la Tierra. El Gaby Cedrés entró a la cancha con la agonística encendida y la motivación en el techo de luna y estrellas que tapizó el firmamento de La Bombonera repleta.

El partido estaba 1-1, con pronóstico reservado y leve tendencia alcista para las acciones millonarias. River absorbió un golazo de Tito Pompei a los tres minutos, lo metió a Boca contra sus palos, empató y quería más. Con la gambeta para adelante del Burrito Ortega, quien le sirvió al chileno José Marcelo Salas la igualdad transitoria y el toque colectivo para vender una mejor imagen.
Intervalo y a seguir. Pero con Cedrés en lugar de Latorre ya no era lo mismo. Había cuatro unidades de diferencia (7 Cedrés y 3 Latorre) en la tabla de puntajes y unos cuantos kilos más de peso en la balanza del partido. Porque con el fiel equilibrado, Cedrés fue al fondo por la izquierda, metió el centro doloroso y la mano derecha extendida de Celso Rafael Ayala detuvo la trayectoria en un penal tan claro como bien ejecutado.

Burgos eligió la punta derecha y Cedrés lo pateó al centro—izquierda. Era de Boca, fue de los dos, amenazó con ser de River, volvió a ser de Boca, con el coro de ángeles de la Casa Amarilla cantando a capella el canto que más les gusta y que mejor cantan: "i0Ié, olé / olé, olé, olá... / que las Gallinas no nos ganan nunca más!"
Pero River se levantó de la tumba que le tenían hecha a medida y empató de nuevo. Centro de Hernán Edgardo Díaz, cabezazo goleador del Juampi Sorín y 2-2. Silencio en la noche, ya todo está en calma. Sólo se escuchaba a los 13.221 hinchas de River, quienes a pesar de que en lo estrictamente futbolístico su equipo había sido más, plegaban los trapos mientras agradecían el punto rescatado entre la lava hirviente de un volcán que quería a un Boca ganador sí o sí.
Como lo manda su historia, esa que gusta de las victorias de última, empujándola con la nuca, las vísceras, el espíritu, el alma, y la foto del Leoncito Pescia que guardaba como un tesoro el abuelo... Y si es contra River, mejor que mejor: boccato di cardenale para cualquier paladar boquense que se precie.
Llegó el centro de Mauricio Pineda, el impacto de la cabeza de Guerra, las avalanchas de la gente loca de toda locura, por tanta felicidad al alcance de las manos y la vista, y el 3-2 definitivo, embriagador, sanador de todas las heridas y origen de todos los sueños, por más locos que estos parezcan.
Sobre la hora, cuando no quedaba tiempo para nada, Boca se quedó con todo. No fue superior a su archienemigo —más bien todo lo contrario, en muchos lapsos—, pero le asestó la puñalada del final con el goce infinito de dejarlo sin un punto, sin un lamento ni una miserable explicación.

Por ALFREDO ALEGRE (1996).
Notas: MATIAS ALDAO y JAVIER GROSHAUS.
Fotos: ALDO ABACA, GERARDO HOROVITZ, FABIAN MAURI, LUIS POZZI, NORBERTO y OSCAR MOSTEIRIN, ALEJANDRO DEL BOSCO, GERARDO PREGO, RODOLFO SOLARI, ALEJANDRO PAGNI, JUAN JOSE BRUZZA, ENRIQUE MARCARIAN, HUGO RAMOS y JUAN MABROMATA.