100 años de El Gráfico

1962 ¡Chau, Frascarita!

"No hay palabras, no las inventaron" para recordar a Félix Daniel Frascara. Borocotó y Panzeri compañeros y amigos, despiden al que durante más de 20 años fue el alma de El Gráfico.

Por Redacción EG ·

28 de mayo de 2019

TE APURASTE, FELIX. Por Ricardo Lorenzo

Nació a destiempo. Se demoró en llegar. Cosa muy suya, porque siempre fue calmo. En el andar, en el decir. Sin embargo, se apresuró a irse. Acaso haya sido la única vez que dejó de ser Frascarita. Y la más lamentable.

 

Imagen Siempre juntos, Félix Frascara y Ricardo Lorenzo en la redacción. Al lado de Frascara, el diagramador de la revista Garcia Pinto.
Siempre juntos, Félix Frascara y Ricardo Lorenzo en la redacción. Al lado de Frascara, el diagramador de la revista Garcia Pinto.
 

Vivió resistiéndose contra la creciente aceleración que lo circundaba. Pequeño y fuerte, se afirmó en su lentitud sin dejarse arrastrar. Cierto que llegaba tarde. Para nosotros. Para él: a tiempo. O a su hora. Medida con un reloj del siglo pasado, en el que debió haber vivido. Pero se demoró y llegó o nuestros días con uno de horas más largas, de minutos lentos, de segundos calmos, sin el nerviosismo de los actuales. Fue la vez que llegó más tarde. Realmente, se pasó. De lo contrario, habría vivido en un siglo sereno, menos técnico; un siglo con siesta. Y hallado la Buenos Aires que él buscaba: un poco aldeana, con calles que se recogen a la oración. La buscaba al filo de la medianoche por San Telmo, donde quedaban balcones de antes, con recuerdos de payadas y candombes. Por esas calles, vecinas a su casa, vagabundeamos, cuando el silencio se puebla de versos y de las estrellas baja la llovizna musical que atenúa el rumor de los propios pasos. Yo debía ajustarme a su ritmo lento. En cuanto apresuraba el paso, me decía: "Vos siempre te querés ir...". El deseaba quedarse.

A mitad de una jornada febril, salía yo cierta vez de la Editorial Atlántida a almorzar. Mi compañero no había llegado, ni iniciado su trabajo. Nos encontramos en la puerta, y antes que yo le recordara su tardanza me dijo con su fino humor:

—¿Estas son horas de salir?

Era así. "Te vas a venir viejo. Ricardo...", repetía cuando yo pretendía acelerarlo un poco. En otra oportunidad me dijo: "El mundo está plagado de cosas útiles... y le van faltando muchas inútiles, como poetas...". Se plantaba firme contra la aceleración y contra la técnica. "¿Así que quieren ir a la Luna? ¿Te parece que hicieron poco lío aquí abajo?"

 

Imagen  Frascara con el tenista Alejo Russell.-8-11-46
Frascara con el tenista Alejo Russell.-8-11-46
 

Nos conocimos hace añares, cuando Félix escribía en "La República". El grupo era bullanguero, simpático, inteligente sin intelectuales. Después de la jornada íbamos a buscar el alba en una lenta orejeada de naipes en el bar de "la cortada" de Carabelas, y algunas noches tibias jugábamos fútbol en la cancha que nos brindaba la Diagonal Norte en construcción. Un buen día quiso el destino que en "El Gráfico" se produjera una vacante y que el amigo Aníbal Vigil me preguntara si conocía algún jovencito que escribiera bien de deportes. Corrí a buscar a Frascarita y lo encontré recostado contra una columna.

— ¡Frascarita! ¿Querés escribir en "El Gráfico"?

— ¿Cuándo?

Y pasamos un cuarto de siglo juntos, en la misma redacción, con los escritorios pegados, tecleando y tecleando.

También éramos vecinos en el barrio, en la misma manzana, una recostada al puerto y que forma parte del límite de San Telmo. En mi apartamento, en el que también vivía con su tía nuestra común amiga Silvia Guerrico, circulaba el mate querendón en su rezongo, solía haber un trago de caña de la buena, rubiecita ella: y una de las cosas inútiles: versos.

Solíamos recibir la visita de futbolistas, siendo los más asiduos Roberto Cherro y Mario Fortunato, a los que se agregaba un pichón de pintor: Norberto Berdía, quien una vez se marchó por el mundo con sus pinceles dejándonos de recuerdos unos cartones en los que pintara naturalezas muertas. No sabíamos que Berdía sería famoso y utilizamos aquellos cartones para avivar el fuego en los frecuentes picnics. Largos años después informé a Frascarita:

—Vi a Berdía. Anuncia una exposición en un salón de la calle Florida.

— ¿Le dijiste lo de los cartones? —fue su pregunta.

Imagen Frascara en el almuerzo del Círculo de cronistas deportivos en Chile (1941).
Frascara en el almuerzo del Círculo de cronistas deportivos en Chile (1941).

En noches tibias cruzábamos la avenida Ingeniero Huergo y practicábamos fútbol en los baldíos portuarios, que se nos ofrecían iluminados. Pibes lugareños se metían como cuña, nos bailaban, y como cuña también llegaban al arco penetrando en él. A uno, nunca supimos por qué, le llamaban Padre; era quien a veces venía a solicitar la pelota, que devolvía. Frascarita expresó:

—Tenía derechos. Era el Padre...

En mi apartamento aguardaban el mate y un trago de la buena; en el de Frascara, el regalo de las sopas inigualables elaboradas por doña Carolina, su madre. Cuando ella se marchó a charlar con las estrellas, en un guión cinematográfico la recordé poniendo su nombre a una madre buena. No tenía otra moneda para pagar su amor y sus sopas. Más de un cuarto de siglo tecleando yuntos nos llevó a un entendimiento profundo, pese a ser opuestos temperamentalmente. Félix, reflexivo, sereno; yo, dinámico, impulsivo. Distintos.

Bohemio, despreocupado en el vestir, vistió maravillosamente sus frases. En eso fue un genial modisto. ¡A esos vestidos les puso hasta lentejuelas musicales!

Tenía un despeinado estupendamente peinado, con un mechón de pelos que bajaba por su frente inclinado hacia la derecha y con el cual jugaba cuando la escritura se atranca en la búsqueda, o a la espera del adjetivo exacto. Esperaba sin inquietudes el suyo, sin apresuramientos. El mechón iba y venía, por lo que solía decirle: "Si un día te rapan, no escribís más...".

 

Imagen Félix Daniel Frascara.
Félix Daniel Frascara.
 

En los altos de la tarea, en los remansos en que las máquinas silenciaban su teclear, eran los recuerdos, las charlas. También las noches con humo de cigarrillos y la estimable colaboración de alguna copa. ¿Por qué no? Un día le traje una leyenda que decía: "El vino propicia la amistad y enciende una chispa en el amor: es la segunda sangre de la raza humana". La leyó y me dijo:

— ¿La segunda, che?

Llega un recuerdo. Habíamos concurrido a una cena en Villa Urquiza y nos sorprendió, ya tarde, una lluvia tropical. Hubo que aguardar en el bar. Cuando cesó, Frascarita, Capellini Borges y el "viejo" Fasciolo, que por entonces era gerente de la Federación Ciclista Argentina, salieron a caminar. Iban cantando por el medio de la calzada. Frascarita llevaba una rama a manera de paraguas. Un policía, muy cordial, les llamó la atención:

—Señores: hay gente que duerme...

Aceptaron y prosiguieron en silencio, pero a las dos cuadras convinieron en que no habían respondido plenamente u la cordialidad del agente y decidieron retornar para solicitarle disculpas. El policía los escuchó afectuosamente y luego les explicó:

—Yo me di cuenta que ustedes están un poco tomados...

—Perdón, agente —intervino Frascara—; alegrones. no más. Porque yo sé que esto que llevo en la mano no es un paraguas: es una ramita... Aquella noche Capellini Borges llegó a su casa al alba y tuvo la precaución de todo buen marido: quitarse los zapatos al entrar. Pero tropezó con una lámpara de pie, que despertó a su señora. Al día siguiente explicaba:

— ¡También! ¿Quién entiende a las mujeres? En lugar de colgar las lámparas del techo, las cuelgan del piso...

 

Imagen Frascarita incursionó en el medio radiofónico. La foto es de 1952.
Frascarita incursionó en el medio radiofónico. La foto es de 1952.
 

Son muchos los recuerdos de un cuarto de siglo trabajando juntos, con el agregado de los años anteriores y los posteriores. Es una vida, lo mejor de nuestras vidas, el período inmenso de sueños, de realizaciones, que dejamos desparramado en las páginas de El Gráfico. Cuando Fraseara dejó de escribir los lectores habrán experimentado la sensación de caer en un pozo; ahora, la amargura de haber perdido a un buen amigo, el que tanto los deleitó con sus escritos, el que llegó hasta a hacer poesía de una cosa tan ruda como el boxeo. Cuando vio sobre el ring a un artista como Cirilo Gil, escribió: "¿El señor es boxeador?".

Nació a destiempo porque era lento en el andar. Gracias a ello tuvimos la suerte de conocerlo. Pero un día, como si el creciente ritmo ante el que tanto se defendiera quebrara sus fuerzas, dejó de ser Frascarita y picó hacia el cielo. Por primera vez en su vida se apuró. ¿Cómo fue que te equivocaste, Félix? Tan luego tú.

No lo comprendo, no lo comprendo...

 RICARDO LORENZO

 

¡CHAU FRASCARITA! Por Dante Panzeri

Félix Daniel Frascara, comentarista olímpico, 75 horas de vuelo efectivo, Buenos Aires, París, Londres".

 

Imagen En el ring side del Luna Park.
En el ring side del Luna Park.
 

Así rezaba una tarjeta con la que una mañana, de aquellas que inauguraba con un sonoro y risueño grito de... "¡café, urgente!", Félix Daniel Frascara presentó a sus compañeros de redacción (entonces Ricardo Lorenzo, Sergio Pinto y Dante Panzeri), sus matutinos y respetuosos saludos de todo nuevo día.

— ¿El señor Lorenzo?...

—Sí; ¿qué decís?...

—Mucho gusto, Frascara...

Y extendió aquella tarjeta.

Había regresado de su viaje a los Juegos Olímpicos de 1948.

Miramos aquello tan extraño, lo leímos con despreocupación primero, con asombro después.

— ¿Y esto?...

—Como los vendedores de medias... Buenos Aires-París-Londres...

Que bohemio, que literato, que poeta. ¡Cuántas condiciones propias de su refinada sensibilidad y cultura mostró Félix Frascara a través de sus 35 años en el periodismo, desde sus lejanos comienzos allá en "La República"! La gente olvida con frecuencia la mejor de las facetas de Frascarita: la del humorista. La del humorista con galera y bastón. La del humorista con elegancia. La del humorista espontáneo. Con la espontaneidad de una vida consagrada al buen humor para con todo, aun con lo más dramático. Lo que frecuentemente lo llevaba a girar su cabeza hacia mí, para decirme:

— ¡Este tipo vive en serio! todo lo que dijo lo dijo en serio!... ¡Pero pobre tipo; qué poco va a vivir!...

Imagen Año 1937. Concentración paraguaya al Sudamericano de fútbol. Frascara toma mate con ellos. Las infusiones eran su pretexto para la amistad.
Año 1937. Concentración paraguaya al Sudamericano de fútbol. Frascara toma mate con ellos. Las infusiones eran su pretexto para la amistad.

Así se expresaba comúnmente cuando alguien dramatizaba algo de lo mucho que para Frascarita no admitía drama. Félix Frascara admitía un solo drama en la vida del hombre: quedarse sin amigos en algún momento del tránsito que aquélla nos reserva "sobre una esfera grandota llamada Tierra". Para Frascarita la copa era un símbolo. La copa tenía para él el sentido de una comunicación con el amigo que estuviera del otro lado de la copa. Las copas de Frascara eran "una copa y por lo menos un amigo del otro lado". Por eso hace pocos días, "retirado" como él decía "del estaño", dijo estar feliz, muy feliz, con una nueva vida que estaba conociendo merced a unos amigos nuevos que había incorporado ella.

— ¿Y quiénes son? —le preguntaron

—Esos muchachos, coca cola, naranjada, agua mineral... Son macanudos...

Para Frascara existía el ritual de la copa, no de su contenido. Junto con ella estaba lo sagrado de su vida, aquello por lo que tantas veces se le oyó decir: "Brindo por nosotros y la amistad". Eso estaba en cada copa de Félix: ¡la amistad! Por eso no bebía a solas. Siempre que hubiera una copa debía estar UN AMIGO.

Ningún matiz dramático en su vida. El único drama, decía, es no tener amigos. La única herencia que deja un hombre en la tierra son los amigos. Pobre muere quien no los cosecha.

Por eso no tuvo dramas. Porque tenía legiones de amigos. Porque entendía la amistad como una religión. Nunca tuvo palabras "en serio". Todo en él era buen humor. Su espontáneo buen humor que jugaba incluso en los momentos de la discusión más apasionada.

 

Imagen Frascarita junto a Aníbal Vigil, fundador de El Gráfico, y Borocotó.
Frascarita junto a Aníbal Vigil, fundador de El Gráfico, y Borocotó.
 

Por eso era en potencia un enemigo del boxeo. Inexplicable contradicción —explicable para quienes lo conocíamos bien— del probablemente mejor crítico de boxeo que dio el periodismo argentino y de la figura probablemente más querida que entre los allegados a sus rings haya tenido el boxeo nacional. La observación es simple: Frascarita odiaba la violencia, no admitía el litigio por vías de lo rudo, le repugnaba pensar que dos hombres se golpearan. Frascarita odiaba "ese" boxeo. Y por eso sus mejores páginas, sus poesías en forma de comentario periodístico, las hizo con los que él llamaba "los señores". Siempre lo cautivó el señorío humano, mucho más que el talento, del que era devoto admirador. Y "los señores" fueron para Frascarita los Landini, los Raúl Rodríguez, los Cirilo Gil, los Fernandito. ¡Ese era el boxeo que a Frascara lo ponía en vena de Frascarita para comentar boxeo! En la misma forma se condujo en el fútbol. Los taponazos de Bernabé, los "golazos" de Bernabé, fueron objeto de su elogio. ¡Pero la delantera de Estudiantes fue motivo de su eufórico elogio... y de regocijo para su sensibilidad! Vivía con la consigna de lo bello.

—Pero mire, Frascara, que eso será muy lindo pero prácticamente...

—Y bueno, está bien. Pero a mí, por favor, déjeme con lo mío... Es probable que el retrato más acabado de Frascara-periodista, de Frascarita-humano, se haya condensado en aquella nota de El Gráfico del 18 de noviembre de 1938 (página 38).

Se realizó en Buenos Aires el Campeonato Panamericano de Boxeo. Y representando a Brasil actuó un negrito negación del boxeo. Negación porque se daba la extraña paradoja de un boxeador que no quería pegar ni que le pegaran. Un hombre que llegaba al ring ignorando las razones por las que había subido al ring. Era un cobarde. Era el negrito Ireneo Nascimento, que al grito de "nao, nao" se refugiaba contra las cuerdas e imploraba al adversario que no le pegara, que no peleara.

Frascarita hizo una página con "esa nota". E hizo la apología del negro "cobarde". No la apología boxística. Si la apología del hombre que no entendía que la vida pudiera incluir la agresión, ni aun la agresión convenida en términos deportivos.

Frascarita era lo que él vio de bueno en aquel negro "cobarde": antiagresión. Frascarita vio en el negro a un mal boxeador. Vio también la humanidad. Se vio a sí mismo en el "pelearse es de necios". Y lo rehabilitó. Frascarita consideraba que en la vida del hombre faltaba algo de la vida de los pájaros. O más exactamente: que al hombre le faltaba algo de gorrión. El vuelo a través del espacio "no le hace mal a nadie". Frascarita quería una humanidad que volara. Y si la humanidad prefería pisar continuamente sobre la tierra, él reclamaba y usaba del derecho de volar... De volar con un amigo puesto "en la parte de atrás de la copa". Que nunca sería "la última". Religiosamente afirmaba que sólo había "penúltimas".

Imagen Entrenadores y periodistas juegan un partido de fútbol en Chile. Frascara oficia de referee. Anulará un gol de Scopelli... ¡porque lo hizo con el pie!
Entrenadores y periodistas juegan un partido de fútbol en Chile. Frascara oficia de referee. Anulará un gol de Scopelli... ¡porque lo hizo con el pie!

De pronto:

— ¿Y cuál es la parte de atrás de una copa? —se preguntaba...

— ¡Qué problemas que tiene la vida!... ¡Cuántas cosas difíciles de contestar que hay! ... —se respondía.

Frascara era gorrión de alma, de espíritu, de sentimientos. Transigió con la utilidad de la máquina de escribir como elemento de trabajo. Incluso llegó a dominarla como un periodista de nuestra época. Pero todo lo que no fuera "el original" que va al taller era escrito por él "a mano", con lápiz. Ni siquiera estilográfica. Lo que más amaba, la poesía, la prosa, sus "manises"... lo escribía con lápiz. El lápiz podía ser menos cómodo y menos moderno... ¡Pero lo veía tan propio de la época con la que se identificaba su ser! Porque Félix Daniel Frascara no "pertenecía" a la época donde el hombre escribe a máquina como una máquina.

Aquella misma personalidad que volcó en la rueda eterna de sus amigos la derramó en cada una de sus notas en El Gráfico. La regaló generosamente para que mejor vieran la vida todos quienes con él dialogaran. Fue fuente generosa de fraternidad auténtica dentro de toda la Editorial Atlántida. Frente a los más grandes problemas, en El Gráfico, en la casa... Frascarita tenía la virtud de ser bálsamo. Bálsamo para todos. Para los Vigil. Para los menos importantes. Verlo a Frascarita era reaccionar dulcemente, ver más claro lo que parecía inevitablemente negro, tener la esperanza de la solución según su filosofía de...

— ¡No hay problemas... ! ¡Qué va a haber problemas!

¡Cuántas veces tuvo razón! ¡Cuántos problemas, tal como él sentenciara, quedaban diluidos! Acaso porque el buen humor que de él recibíamos nos "obligaba" a ver la vida "a lo Frascarita". ¡No hay problemas! ¡Qué va a haber problemas...!

"El saludo está bien en todas partes", solía reflexionar. Quizá por eso Félix siempre se anunciaba con su "Buenas..." "Buenas... ", nada más. Al margen del reloj. Al margen de los horarios. Nunca el solemne "buenos días... buenas tardes... buenas noches... ". Solamente "buenas... ". Es que Frascarita no veía malas. Allí está la explicación. Volando, como él volaba, no se ven las malas.

Imagen Llega a la Chacarita un ilustre huésped al que acompaña una multitud, la que cosecha en amistades una vida como la de Frascara.
Llega a la Chacarita un ilustre huésped al que acompaña una multitud, la que cosecha en amistades una vida como la de Frascara.

Su partida es nada más que la continuación de su vuelo permanente. Frascara pudo siempre volar porque para mantenerse en las alturas no se necesitan las energías de los que "pisan en la tierra". En ese reinado no tienen cabida los que se nutren de valores ni los que usan su fuerza para llegar primero. Allí siguen soñando los que han soñado siempre. Los que han soñado con ese mundo de sueños, aun en la tierra. Los que quizá ya lo frecuentaban. Sólo se necesitan para llegar fuertes alas de cóndores. Majestad espiritual. Salud interior. Sueños. Tal como era Frascarita: un millonario de sueños. Allá arriba seguirá, sin duda, vaciando sus bolsillos llenos de cordialidad, llenos de afecto. Seguirá pensando que ni con todas las jerigonzas del mundo se logrará expresar, siquiera con mediana emoción, la belleza que vive a nuestro alrededor o la trágica crueldad de todo lo que es amargo en nuestra vida. Decía ante lo hermoso:

—¡No hay palabras, no las puede haber, no las inventaron! Frecuentes solidarios de esa expresión de Frascara, hoy mejor que nunca queremos exhumarlas.

"No hay palabras, no las puede haber, no las inventaron" para recordar a Frascara. Para eso hay que utilizar las suyas. Sus propias palabras. Recordar la fina ironía de su humor. La chispa de su ingenio. La cordialidad de sus "Buenas..." El mensaje confortante de su bonhomía. El tono menor de su voz. El mismo "silencio de su vida". Suave. Sin violencias. Sin gestos agrios. Sin vanidad. Sin solemnidad... Fino, sentimental, poeta, periodista chispeante y talentoso. Todo eso es Frascara. Quizá se sienta ahora más gorrión que nunca. Quizá se sienta ahora más que nunca "aquel vendedor de medias" de la tarjeta de viajes, cuando voló a Londres. Y seguramente más feliz de saber que este viaje no tiene fin. Que no estará signado por el inexorable despotismo del reloj, que muy poco usó Frascarita. Frascarita siempre, con 20, 55 o 5.000 años... ¡Chau, Frascarita!

Dante Panzeri

 

Mirá también

Las Crónicas de El Gráfico

1937. Los peloduros

Las Crónicas de El Gráfico

1948. Lo de Chacarita parece un cuento

Las Crónicas de El Gráfico

1935. Los cancheros

Las Entrevistas de El Gráfico

1935. La canción y el deporte

¡Habla memoria!

Los apáticos