Las Crónicas de El Gráfico

Disparador: marchen cuatro cafés

La vida es una caja de sorpresas, dicen los sobrecitos de azúcar. Y es la pura verdad. A veces, un acto sencillo e insignificante que ocurrió en un determinado momento, puede cobrar un sentido revelador con el correr de los años. Aquí les contamos una de esas pequeñas historias.

Por Elías Perugino ·

14 de abril de 2013
 Nota publicada en la edición de abril de 2013 de El Gráfico

Imagen Palermo y Abondanzzieri corredores de autos
Palermo y Abondanzzieri corredores de autos
Narita es el aeropuerto de Tokio. Es inmenso, muy moderno, muy seguro, pero tiene dos defectos: 1) para llegar hasta ahí hay que volar un día y medio si uno parte desde la Argentina, y 2) aunque es el aeropuerto de Tokio, queda a 64 kilómetros del centro de Tokio, así que cuando uno cree que llegó, que ya está, que agarra la valija y listo, resulta que debe subirse a un micro o a una van y fumarse, como mínimo, otras dos horitas, porque los japoneses son muchos[1], y los autos son relativamente baratos para ellos, y el tránsito es un nudo que no puede desatar ninguna virgen. Al caramelito ácido del día y medio de vuelo, más la amansadora de 64 kilómetros y dos horas, hay que sumarle el jet-lag[2], que es esa sensación de piltrafa que uno experimenta cuando llega a un país con doce horas de diferencia, lo que equivale a decir que uno se muere de sueño cuando debe estar despierto y tiene los ojos como el búho del Banco Hipotecario cuando debe dormir como un angelito. La consigna, dicen quienes conocen la receta para combatir al jet-lag, es hacer de cuenta que uno ya está en el país de destino no bien se sube al avión. Es decir: dormir o mantenerse despierto en vuelo de acuerdo al huso horario de Tokio. Y una vez desembarcado, hacer un esfuerzo supremo por sostenerse en pie hasta que sea la hora lógica de dormir.

Como si no fuera suficiente complicación enfrentar al Real Madrid en una final Intercontinental, todas esas peripecias les tocó padecer a los jugadores de Boca que viajaron a Japón en noviembre de 2000. Llegaron a Narita pasaditas las 14, pero pisaron el hotel Keio Plaza Inter-Continental a eso de las 17. Por orden del cuerpo técnico, dejaron los bolsos y salieron a caminar por el barrio de Shinjuku[3], tremendo centro financiero en el que también florecen cientos de bares y gigantescas tiendas de fotografía. Sentarse o recostarse hubiera sido letal. “Hay que llegar despiertos sí o sí hasta las once, aunque sea con escarbadientes en los ojos”, bromeaba Guillermo Barros Schelotto, mientras recorría las calles junto a su mellizo Gustavo, Martín Palermo y el Pato Abbondanzieri. Ya de regreso, con el cosquilleo del cansancio en los músculos y la cena demasiado lejos, Guillermo los invitó a tomar un café en uno de los 21 bares del hotel, más precisamente en el principal de la planta baja. Cuatro jugadores y cuatro tazas de un aromático y convencional café. “¿Cuánto es?”, inquirió Guillermo veinte minutos después. “Cien”, le respondió el mozo, que entendía palabras elementales en castellano. Entonces el mellizo le extendió una moneda de 100 yenes, que por entonces representaban algo así como 0,90 centavos de dólar. Ante la duda de si lo estaban cargando o se trataba de la compresible ingenuidad de un extranjero, el mozo optó por poner su sonrisa oriental más amable y luego fue tan claro y específico que la frase se incrustó en el pecho de Guillermo como el virote de una ballesta: “Son cien dólares”. Mientras Gustavo, Martín y el Pato huían por el lobby a las carcajadas, Guillermo tragó saliva, se despidió de un billete con la cara de Benjamín Franklin[4] e hizo el último pedido: “Dame una factura”. Ese gesto decorativo, ese manotazo final y supuestamente inútil, ya lo pintaba como un gran estratega. Al año siguiente, Boca volvió a Japón para jugar otra final. Ya no estaban Gustavo ni Martín, pero seguían el Pato y Guillermo. Y parece que un día se escuchó decir, pícaramente, “ a ver quién se invita un café, que yo ya invité el año pasado”, mientras abría el portadocumentos y extraía, prolijamente doblada en cuatro, la factura que había abonado un año antes…

Trece años después, los galanes de aquella mesa de café son los entrenadores y ayudantes de campo de Lanús y Godoy Cruz. Salvo para Gustavo, que fue asistente de Gregorio Pérez en un par de clubes, para los demás es la primera incursión luego de colgar los botines. Les va fenomenal, pese a que no cuentan con demasiada experiencia, aunque este último argumento es muy discutible: entre los cuatro ganaron 59 títulos como futbolistas. Si eso no es experiencia…[5] 

Guillermo pintaba para entrenador. Siempre fue un certero analista del juego. Miraba mucho fútbol local e internacional en las concentraciones. Si alguien se lo pedía en esas charlas fuera de micrófono que se dan en los viajes, ya sea en las tediosas esperas en los aeropuertos o en las charlas para matar el tiempo en el lobby de un hotel, el mellizo era capaz de describir el funcionamiento defensivo del Atlético de Madrid, los relevos del Inter, las características del volante derecho del Borussia Dortmund, los movimientos de pelota parada de Italia, lo que fuera… Y esa lupa se agigantaba durante la Copa Libertadores, el torneo que más le gustaba jugar. No se perdía un partido de ningún grupo. Miraba todo de todos. Tan agudo era su análisis, que cuando se armaban las llaves de octavos de final, los periodistas que habitualmente cubrían Boca le pedían un pronóstico sobre los candidatos a jugar la final. Y sus presagios se cumplieron[6] más de una vez.

Pocos hubieran apostado a que Palermo sería entrenador en aquella vigilia de Tokio. A Martín y al Pato los enloquecía/enloquece el automovilismo. Compartían habitación en la concentración porque el domingo, bien tempranito, encendían la tele para ver las carreras de TC desde las series de clasificación. Incluso eran amigos de varios pilotos. Declaraban una y otra vez que les gustaría correr cuando largaran el fútbol[7]. Y el Pato iba más allá: “¿Técnico yo? Naaaa… Cuando deje de jugar me voy al campo con las vacas y la cosechadora”.

Martín era un obsesivo individual. Un perfeccionista autoexigente. Se flagelaba en busca de su propio crecimiento. Más de una vez contó que volvía a la casa y los familiares lo veían como en otra cosa, montado en una nube, y en realidad pensaba en lo mal que había definido en un entrenamiento, en el gol que se perdió debajo del arco y no en los dos que había convertido. No podía romper su propia burbuja. La visión más global del juego, el análisis coyuntural, recién le picaron cuando dobló el codo de su carrera, cuando volvió de Europa y archivó el cotillón –los aritos, los peinados, los flashes de las revistas del corazón– para enfocarse en el disfrute de cada entrenamiento, de cada viaje, de cada concentración. Ese ramalazo de desesperado profesionalismo que se apodera de los jugadores cuando advierten que se empieza a extinguir la llama de los días felices.

Quizá no lo supieron ni lo supimos, pero aquel café en Tokio fue el Big Bang[8] (disculpen la exageración) para el nacimiento de dos estrategas. Martín entendió que debía mantener la boca cerrada para no pagar una fortuna por cuatro cafés. Guillermo metió la pata, metabolizó el error, pensó en la revancha y pidió la factura. Hoy todo es más fácil. Apenas tienen que conducir a dos planteles que juegan a la pelota…

Por Elías Perugino.

TEXTOS AL PIE

1- El archipiélago de Japón tiene una superficie de 377.835 km2 y está poblado por 126.840.000 de habitantes. Su densidad de población es de 335,8 habitantes por km2.

2- Fatiga, cansancio general y sensación de somnoliencia son los síntomas más comunes. En algunos casos también conlleva leves trastornos digestivos.

3- La estación de trenes de Shinjuku es la más movida del mundo. Diariamente pasan 3 millones de personas por sus andenes. En el barrio también está emplazada la Municipalidad de Tokio.

4- La estación de trenes de Shinjuku es la más movida del mundo. Diariamente pasan 3 millones de personas por sus andenes. En el barrio también está emplazada la Municipalidad de Tokio.

5- Se llega a los 59 títulos sumando los 21 que ganó Guillermo, más los 16 de Abbondanzieri, los 15 de Palermo y los 7 de Gustavo.

6- Vale una como ejemplo: en 2001 vaticinó que Boca y Cruz Azul llegarían al encuentro decisivo. Boca ganó en el DF, los mexicanos se impusieron en la Bombonera y la Copa fue para Boca por penales.

7- En 2011, ambos cumplieron el sueño: participaron en una competencia de la Top Races Series. Abbondanzieri terminó 16° y Palermo llegó 19°.

8- La teoría del Big Bang refiere a la gran explosión que habría dado origen al Universo y su expansión posterior.