Las Entrevistas de El Gráfico

Salir a la luz: el futbolista que estuvo preso por robar y se reinsertó

Sumergido en una profunda crisis y ahogado en términos económicos, Marcelo Couceiro salió a robar con un arma sin balas. Tras cumplir su condena, recuperó su libertad y se confiesa con El Gráfico. El drama de seguir la vida cuando la pelota ya no rueda, en primera persona.

Por Panqui Molina ·

27 de mayo de 2022

 

EL ENCUENTRO con El Gráfico estaba pautado para el 10 de mayo, pero un llamado de último momento cambió los planes. A un mes de recuperar la libertad, después de pasar casi cinco años preso, Marcelo Couceiro consiguió un trabajo y ya casi no tiene tanto tiempo libre para dar notas. 

Se despierta a las 4.30 de la mañana, a las 5 enfila hacia la estación Ituzaingó para tomarse el tren hasta Once y de ahí se traslada en colectivo hasta Parque Patricios para llegar a las 7 a ESA, una empresa de logística.

Trabaja hasta las 21, hace horas extras y duerme poco. “Entré sin saber nada y cada día que pasa aprendo algo nuevo”, confiesa entusiasmado con la nueva experiencia laboral. Los sábados hace media jornada y los domingos descansa.

El mundo del fútbol no le dio la espalda. Héctor Enrique, campeón del mundo en 1986 y DT que tuvo en su paso por Almagro, lo puso en contacto con el dueño de ESA, la logística en la que trabaja, cuyo dueño es un hincha fanático de Chicago, el club de sus amores. Se conocieron en el mismísimo estadio del Torito. Fueron a ver el triunfo 4-0 contra Santamarina y allí acordaron las bases y condiciones del trabajo. 

La mencionada cita pudo concretarse recién 15 días después. El feriado del Día de la Patria es también la posibilidad de Marcelo Couceiro de dar a conocer su propia historia. 

Pide un café, recibe con gusto el ejemplar de El Gráfico que lo tiene como protagonista secundario. Al igual que el Negro Enrique, con aquella “asistencia” a Maradona, fue quien tiró el centro para que Chiquito Bossio se hiciera gigante en las alturas y le marcara a Racing de cabeza un gol histórico en el Clausura 1996. 

Vi que venía corriendo y se paró en el punto del penal. Me hizo una seña al primer palo y se la tiré llovida. Un par de veces había ido a cabecear, le gustaba, pero no estaba entrenado. Le sacaba dos cabezas a todos. Chiquito se hacía traer una cama especial en las concentraciones porque no entraba en la normal”, dice en el comienzo de la charla mientras hojea la revista. 

Vive en Ituzaingó con uno de los hijos, la nuera y la nieta, quien nació en sus años en prisión. Fue futbolista, se retiró a los 37 años, cayó en una profunda depresión, robó, cumplió su condena y ahora está decidido a recuperar el tiempo perdido. “Sé la persona que soy. Fue un momento de mi vida que me costó casi cinco años. Quiero pedirle perdón a todos los que les hice un daño psicológico”, se sincera. 

 

Imagen Marcelo Couceiro revive un momento histórico del fútbol argentino a través de El Gráfico: Centro y cabezazo goleador de Chiquito Bossio en 1996
Marcelo Couceiro revive un momento histórico del fútbol argentino a través de El Gráfico: Centro y cabezazo goleador de Chiquito Bossio en 1996
 

EL PUNTO DE PARTIDA

Vos corré”, le sugirió Pipa Higuaín, el entrenador que lo hizo debutar en 1994 en Nueva Chicago. Su historia con el club de Mataderos comenzó a los 6 años, con edad de infantiles, se mantiene hasta hoy y lo marcó en diferentes momentos de su vida, directa e indirectamente.

“Siempre fui de Chicago. Me crié ahí”, dice. La temporada 1994/95 lo tuvo jugando en la Primera B Nacional. Un día le hizo tres goles a Colón en un 5-3 y en la platea estaba Miguel Ángel Russo, DT de Estudiantes, rival directo del Sabalero en la lucha por el ascenso. 

El nivel descollante de Couceiro hizo que el Pincha ponga sus ojos en él. A menos de un año de su debut, y todavía sin firmar contrato profesional, pasó a un Estudiantes que estaba de regreso en la máxima categoría. “Imaginate lo que fue ir a jugar con esos monstruos: Verón, Chiquito Bossio, Cascini, Prátola, Calderón, Palermo”, enumera. 

 

Imagen El plantel de Estudiantes en el Clausura 1996. Abajo a la derecha está Couceiro
El plantel de Estudiantes en el Clausura 1996. Abajo a la derecha está Couceiro
 

¿QUIÉN PREPARA A LOS FUTBOLISTAS?

Estudiantes también significó el paso de tener poco a mucho en cuestión de días. Couceiro todavía no había firmado contrato profesional y en Chicago jugaba por el viático. De un momento a otro su vida cambió abruptamente. 

Me dieron una plata de entrada y después un sueldo fijo todos los meses. Con eso me compré de todo. Era la primera vez que tenía una plata importante, venía de una familia muy humilde y me vi sorprendido”, detalla. 

-Eras chico y te encontraste ante una situación única, ¿estabas preparado?

-Hay algunos que saben invertir y la hacen bien y otros que no. Yo no tenía un mango, me encontré con mucha plata y dije ‘¿y ahora qué hago?’. Me fui al shopping, empecé a malgastar, a no saber cuidarla y a tomar malas decisiones. Me habían dado el equivalente a tres autos 0 kilómetros y cuando terminó ese año me encontré con que la había gastado toda. Vivía bien, vivía tranquilo…

PROMESAS SIN CUMPLIR

En 1997 viajó a República Checa para jugar en Slavia Praga. Hizo la pretemporada en Islas Canarias, estaba entusiasmado con el proyecto pero al momento de la firma encontró que las condiciones no eran las pautadas. El club europeo le ofrecía un contrato por partido jugado y un sueldo mínimo, similar al que ganaba en Chicago. 

-Fui con una mentalidad y después cuando fui a firmar un traductor me dijo cuánto iba a ganar y no me convenció. Prefería estar en mi país, allá estaba solo, no era fácil.

-¿Fue duro tener que volver?

-Extrañaba mucho a mi familia. Recién había nacido mi primer hijo. Europa por ahí era más vidriera, pero decidí volverme.

-¿Nunca tuviste representante?

-Empecé a tener en 1998. Volví de Estudiantes a Chicago y me compró un grupo de empresarios. Me habían dicho que me iban a llevar a Sevilla y terminé jugando en Almagro. Mi representante, que también era el dueño de una reconocida cadena de gimnasios, resultó ser el presidente.

-Te mintieron… 

-Almagro es un club que me dio muchas cosas y que quiero mucho, pero el arreglo era ir a España. Jugué un año. Ese año se inventó la Promoción. Nos íbamos todos de vacaciones y nos fueron llamando de a uno para que volviéramos. Jugamos contra Instituto y ahí ascendimos. Estuvimos un año y descendimos, pero hice un campeonato bárbaro. Se hablaba mucho de ir a jugar a San Lorenzo. Tenía el mismo representante que Panchito Maciel, que pasó a Racing, y Pusineri, que fue a San Lorenzo. Estaba esperanzado de seguir jugando en Primera, pero pasé a Quilmes.

 

Imagen Integró el plantel de Almagro que logró el ascenso a Primera en 2000
Integró el plantel de Almagro que logró el ascenso a Primera en 2000
 

EL FINAL

En Quilmes estuve un año. Por un punto no salimos campeones. Arrancamos bien, pero la gente no se bancaba nada. En esa época estaba el Chulo Rivoira. Había buenos jugadores, Giampetri y Chori Domínguez estaban lesionados”, repasa. 

El Beto Pascutti, que lo conocía de Almagro, lo llevó a El Porvenir. Luego recaló en Los Andes y su último paso fue en Colegiales, en donde consiguió el ascenso de la C a la B. “Después no conseguí ningún club y así dejé”. 

-¿Cuándo te diste cuenta que se te acababa?

-Físicamente ya no era lo mismo. Yo estaba acostumbrado a hacer ida y vuelta por la izquierda. Dejé de jugar a los 38, en los últimos años jugaba con el ligamento parcialmente roto, pero como fortalecía cuadriceps, gemelo e isquiotibial seguía. No era lo mismo. Limitaba los esfuerzos. Sabía que era una bomba de tiempo. 

-¿Fue un momento duro tomar la decisión?

-Uno no toma dimensión cuando deja. Ahí vi como una vida más relajada. Después a medida que pasa el tiempo te das cuenta que tanto el fútbol como el deporte es lo mejor que te puede pasar. Si no hiciste la diferencia tenés que trabajar, te tenés que matar un montón de horas y ni así ganás lo mismo que entrenando tres horas por día. Cuando sos futbolista a las 12 volvés a tu casa a estar con tu familia. Yo me di cuenta después de que dejé la carrera que la vida del futbolista es inigualable. Es sana, se trabaja poco y ganas mucho.

-¿Qué te genera recordar tu carrera?

-Empecé a los 6 años y dejé en 2008 en Colegiales. Estaba un poco saturado del fútbol. Después fue pasando el tiempo y empecé a extrañar. La carrera es muy corta y cuando te querés acordar ya se te termina. Te quedás en la lona, sin obra social, sin nada. Económicamente siempre estuve bien mientras fui jugador, pero no supe invertir o no tuve un consejero. 

-¿Coleccionaste muchas camisetas?

-En Almagro me pasé cambiando camisetas. Tengo varias, las tiene mi hijo. Son recuerdos inolvidables. De Chicago me quedaron dos. Cuando jugamos contra River cambié con Astrada y con Juan Pablo Ángel. Contra Boca cambié con Palermo, que lo conocía de Estudiantes. Se la pedí apenas empezó el partido. Muchos me las quisieron comprar

-¿Y cuando estabas complicado económicamente nunca pensaste en venderlas?

-Lo pensé, pero no, no se venden.  

 

Imagen Marcelo Couceiro se retiró en 2008 y en 2017 fue detenido con una condena de cinco años
Marcelo Couceiro se retiró en 2008 y en 2017 fue detenido con una condena de cinco años
 

LA VIDA DESPUÉS DEL FÚTBOL

Al año de dejar, Couceiro comenzó una relación con Carolina, la hija de Lita de Lazzari, a quien conoció cuando se vio ante la necesidad de trabajar y un amigo le hizo un lugar en su remisería de Mataderos. En uno de los traslados que hizo la llevó a ver una obra en Pilar, con ocho horas de espera. 

Después pasó al frigorífico de Gustavo, su entonces cuñado, fanático de Chicago. Con su auto hacía los repartos hasta que un día tuvo un accidente y entró en la desesperación por no tener suficiente plata para arreglar lo que era su herramienta de laburo. Para ese momento ya estaba separado de Carolina y vivía solo en Lugano. 

Me pasaron un montón de cosas feas y horribles. Se me estaba acabando el contrato de alquiler y no sabía cómo iba a seguir. Al poco tiempo viene el fallecimiento de mi papá y eso terminó de hacer que me agarrara una depresión bastante fuerte. El que no la vivió no conoce lo que es estar mal, no querer salir de tu departamento, con ataques de pánico. Me costaba todo, no me quería levantar de la cama. Yo me separé de todos, mi hermano vivía a tres cuadras. Me quisieron ayudar, pero yo no dejé , me aislé de la gente querida que siempre estuvo, en las buenas y en las malas.

-¿Y con tus hijos cómo hacías?

-Siempre estuve mucho con Thiago, el más chico, que es con el que ahora vivo. En ese momento quería verlos, pero no quería que ellos me vieran mal. Tenía que hacer un esfuerzo tremendo para hacer cualquier cosa. Los iba a buscar, pasaba tiempo con ellos, pero cuando los dejaba con la madre me quedaba solo y sufría. 

-¿Qué recuerdos tenés de tu papá?

-Era muy importante. Vivía en La Plata. Íbamos a comer asado todos los domingos. Gracias a él hice la carrera que hice. Desde el principio siempre nos inculcó que había que ir a entrenar, el sacrificio y un montón de cosas. Una noche me llamó para avisarme que le dolía el pecho. Al día siguiente de camino al hospital para hacerse ver le agarró un paro y se murió. Estaba bien, le costaba caminar porque estaba jodido de la rodilla. Tenía 74 años…

TOCAR FONDO

En 2017, Marcelo Couceiro protagonizó una serie de asaltos con una pistola calibre 6.25 en Capital Federal y fue detenido con una condena de casi cinco años. Estuvo en los penales de Ezeiza, Marcos Paz, La Pampa y Mendoza. Compartió celda con los presos políticos, trabajó, “hizo conducta”, y la aparición de Marcelo Caremi, un abogado penalista, también identificado con Chicago, lo ayudó en la recta final. 

El relato crudo de Couceiro no tiene desperdició:

No le encontraba sentido a nada de la vida. Hice una serie de robos con un auto solo. Hoy le quiero pedir disculpas a todas las personas que les hice daño. Yo iba con un arma que no tenía balas, sabía que no iba a lastimar a nadie, pero quizás les pegué un susto bárbaro. Fue un momento de desesperación y locura que nadie se lo imaginó, ni yo”, se sincera. 

-¿Ves para atrás y te reconocés?

-Ni yo puedo entender lo que hice. No había robado ni un caramelo en mi vida. El ingreso no fue fácil. Estuve un mes y medio en Ezeiza con los presos políticos éramos 12, tuve buena relación y buena convivencia. Estaban Lázaro Báez, Ricardo Jaime, José López, Pérez Gadín. Los pude conocer. Con el que más hablaba era Jaime, cordobés hincha de Talleres. Compartíamos la tele, eran futboleros, esperábamos que venga el fin de semana para ver partidos y que pasara el tiempo. Era lo que te conectaba con el afuera y te daba temas de conversación. Después no los vi más. Fui a Marcos Paz y vi cada cosa… 

-¿Qué fue lo peor que viste?

-Las peleas. En Marcos Paz era moneda corriente. En La Pampa a las 6 de la mañana te daban la apertura. Una vez el encargado pegó un grito y en frente de mi celda se había ahorcado uno. Otra vez vi que salía humo de una celda y era uno se prendió fuego. Eran cosas imposibles, que uno nunca se las puede imaginar

-¿Cómo eran los traslados?

-No tenés otra. Te agarran y te llevan. Una vez que te condenan te mandan a las provincias. Me llevaron a La Pampa esposado en un traslado que ni paramos ni nada. Siempre tuve la suerte… aunque ahí no es suerte: hay gente buena y gente mala, uno trata de buscar a los buenos, pero en los penales que estuve siempre tuve un conocido que me conocía por el tema del fútbol que me llevaba a ranchear, a estar con ellos. Nunca me pasó nada ni tuve una pelea. Ahí las peleas son moneda corriente: por el espacio, por el teléfono, por el lugar. Y había gente que le gustaba, que agarraban una faca y te invitaban a pelear. Cada rancho tenía su teléfono y por ahí otro quería el que mejor andaba. Y uno sacaba a pelear a todos y el que ganaba se quedaba con el mejor. O tenías horarios y peleabas por el horario. Es jodido, es complicado. Adentro tuve contactos, gente conocida. 

-¿Te cuidaban?

-No sé si me cuidaban. Me cuidaba yo. Te daban la apertura a las 8 de la mañana y tenías que estar atento a toda la jugada porque no sabías con qué te ibas a encontrar. Te tenías que levantar a primera hora.

-¿Quién se acordó de vos cuando estabas ahí?

-A Ezeiza fue mi pareja, mi hijo Thiago y mi hermano. En La Pampa ya estaba un poco más alejado. Fue mi hijo Thiago. En Mendoza fue más complicado. No hubo visitas ni nada. Igual estaba comunicado. En los penales federales no se puede tener celular, pero uno se las ingeniaba. Por ahí venía la requisa y te lo encontraban. Nosotros lo guardábamos bien hasta que lo encontraban y te lo sacaban. Yo quería hacer videollamada, conocer a mi nieta. Recién en Mendoza pude tener celular, antes era el teléfono común.

-¿Las visitas sirven para cargar energías?

-Uno espera el momento de las visitas. Es una motivación ver a la familia, aunque a mi no me gustaba mucho porque tenían que ir muy temprano. Abrían a las 9 de la mañana y tenían que estar 4 horas antes haciendo la fila. Era un sacrificio, no es fácil entrar a un penal, pero la familia es la familia. 

-¿Cómo te llevabas con los policías?

-Es como todo... Hay gente buena y gente no tan buena. Gente corrupta y gente que no. El que tiene plata puede comprar al encargado para pasar cosas que no se pueden pasar legalmente. 

-¿Y vos con qué plata vivías ahí?

-Tenía que sobrevivir. Mi hermano había vendido la casa de mi papá cuando falleció. Con esa plata mi pareja me visitaba y me traía cosas. Más allá de que en los penales te dan la comida, vos la podías mejorar porque no era tan buena. Te dan desayuno, almuerzo y cena. En los penales federales trabajas y te dan un sueldo. En La Pampa trabajé en un taller de pintura. En Mendoza, en un viñedo. Me mantenía con ese sueldo y trabajaba de lunes a viernes. 

.¿Te gustaba trabajar ahí o lo hacías para matar el tiempo?

-Aprendí bastante, eh. Sé cómo se hace un vino, desde la primera plantita a cómo crece la uva. Ese era el trabajo que teníamos que hacer nosotros.  Fue una experiencia dentro de todo buena para estar en un penal.

-¿Los hacían estudiar?

-Era fundamental. Yo terminé 5° año pero me dejé un par de materias. No tuve la posibilidad de hacerlas  pero iba al colegio igual. Me sirvió para recordar cosas que me había olvidado, cosas de Matemática, de Lengua. 

-¿Consideras que saliste mejor?

-Cuando entras a un penal te llevan a la peor parte, que es “Ingreso”. Después depende de cómo te manejes ahí. Si hacés las cosas bien te llevan a pabellones de “Conducta”, en donde trabajas, estudias y estás con internos que no son conflictivos. Yo gracias a Dios siempre estuve en esos pabellones. En Mendoza trabajé, estudié, hice las cosas bien, me comunicaba con la familia. Me tendrían que haber dado la libertad condicional a los tres años y cinco meses y me dieron la libertad recién a los cuatro años y ocho meses, faltaban cuatro meses para que terminara mi condena. 

-¿No tuviste salidas transitorias?

-Nada de nada. No me otorgaron ni un beneficio. A la mitad de la condena te puede dar 24 horas cada 15 días. Estás con tu familia y te volvés, pero ni eso. 

-¿Qué te hubiese gustado a vos?

-Estar con la familia, conocer a mi nieta. Pero no tenía comunicación con el juzgado, se hizo imposible.

-¿Es dura la cuenta regresiva?

-Se te hace largo. Cuando faltaban seis meses me empezó a correr la ansiedad. Veía que me faltaba poco, iba proyectando mi vida, qué hacer, cómo reinsertarme en la sociedad… Yo ya tenía todo pensado. Lo primero que quería era conseguir trabajo y hacer el curso de técnico.

 

EL FÚTBOL, LA CÁRCEL Y LA VIDA MISMA

 

 

Imagen Couceiro, en Almagro, con el número 15. "El fútbol es otra vida", dice 14 años después del retiro (FOTOBAIRES)
Couceiro, en Almagro, con el número 15. "El fútbol es otra vida", dice 14 años después del retiro (FOTOBAIRES)
 
-¿La cárcel se parece a la vida?

-Tenés que vivirlo no es fácil. El último penal era más tranquilo y ganaba pabellones de buena conducta. Estuve dos años y pico en Mendoza, vi peleas a golpe de puño, pero muy poco. Me mantenía solo económicamente, juntaba una plata y la sacaba por giro a mi hijo. No gastaba mucho, me daban la comida y el sueldo me quedaba casi todo. Me daba algunos gustos, me compraba chocolates. Tenía un fondo de reserva del 70% y el 30% lo gastabas. Asi para cuando salías tenías algo de plata. Cuando empecé a trabajar, mandé un escrito para que liberen el 100% y poder ayudar a mi hijo, que abrió un local de hamburguesas en la peatonal de Ituzaingó que se llama “Hot Burgers” y la pasó mal durante la pandemia, casi se funde con el alquiler. 

-¿Y el fútbol se parece a la vida?

-El fútbol es otra vida directamente. Todo lo que es deporte es muy sano. Y en la vida tenés de todo, buena gente, mala gente. Uno trata siempre de ir para el lado bueno y rodearse con la gente que hace bien las cosas. 

-¿Te gustaría que tus hijos sean futbolistas?

-Al más chico lo llevé a Argentinos, fue una vez a entrenar y cuando me dijo que no quería ir más no lo llevé más. Yo no fui como mi papá fue conmigo que me insistía. 

-Maradona y Falcioni tuvieron un diálogo emotivo que se decían el uno al otro “esto nos da vida”. ¿En tu caso qué es lo que te da vida?

-Tener trabajo. El año que viene quiero hacer el curso de técnico. Este año lo perdí, yo pensé que me iban a dar un beneficio antes. Me gustaría arrancar con los chicos, inculcarles lo que me enseñaron y el sacrificio que hay que hacer para lograr cosas importantes. 

-Hagamos la prueba. Sos el DT y te presentás a un plantel. ¿Qué es lo primero que les decís?

-Mi nombre es Marcelo Couceiro, soy un ex jugador de fútbol y vengo a inculcar todas las enseñanzas futbolísticas y de vida para que ustedes tengan un futuro bueno y sano. Y quiero enseñarles más que nada lo que es el sacrificio, todo lo que a me enseñaron de chico y que tuve que hacer para llegar a Primera.

ARCHIVO: JULIÁN MARCEL

EDICIÓN DE FOTOGRAFÍA: MATÍAS DI JULIO