Las Entrevistas de El Gráfico

El Piojo López tiene la palabra

En 2005 le contó sus sensaciones a El Gráfico. Sereno y reflexivo, hizo foco en su buena temporada en el América y en las heridas que le dejó su paso por esa Selección que le despierta “un amor eterno, inigualable”.

Por Redacción EG ·

16 de marzo de 2020

–¨¿Que se­ra de la vi­da del Pio­jo Ló­pez?¨, pre­gun­tó uno en la re­dac­ción. Otro, rá­pi­do de re­fle­jos –y bien in­for­ma­do–, le con­tes­tó: “¿Có­mo? ¿No sa­bés? Es­tá en el Amé­ri­ca, me­tió un par de go­les y ju­gó la fi­nal del tor­neo me­xi­ca­no”.

–Sí, eso lo sé, pe­ro qué se­rá de su vi­da, ¿có­mo es­ta­rá? ¿Por qué ha­ce tan­to que no da no­tas? ¿Qué le pa­sa­rá cuan­do ve ju­gar a la Se­lec­ción? ¿Ten­drá al­gu­na ex­pec­ta­ti­va de vol­ver a ser con­vo­ca­do?

La no­ta ya ha­bía em­pe­za­do con ese diá­lo­go. Des­pués ven­dría la bús­que­da en el ar­chi­vo de las úl­ti­mas en­tre­vis­tas que le ha­bían he­cho al Pio­jo, la co­mu­ni­ca­ción con una co­le­ga me­xi­ca­na y pos­te­rior­men­te con el je­fe de pren­sa del Amé­ri­ca pa­ra ha­cer con­tac­to con el ju­ga­dor, las de­ce­nas de lla­ma­das con­tes­ta­das por Ser­gio, un gen­til re­cep­cio­nis­ta del ho­tel Ra­dis­son Pa­raí­so, que ama­ble­men­te ha­cía el en­la­ce con la ha­bi­ta­ción del Pio­jo en la que nun­ca aten­día na­die. O sí, un con­tes­ta­dor que re­pe­tía: “La per­so­na con la que us­ted quie­re ha­blar no es­tá dis­po­ni­ble en es­te mo­men­to. Por fa­vor, pre­sio­ne 1 pa­ra de­jar un men­sa­je o es­pe­re en la lí­nea y se­rá aten­di­do por la ope­ra­do­ra”.

Los días de cie­rre aso­ma­ban y tam­bién las car­ga­das en la re­dac­ción, siem­pre a la or­den del día cuan­do de en­tre­vis­tas frus­tra­das se tra­ta. So­bre to­do des­pués de que Aa­rón Pa­di­lla, el com­pa­ñe­ro de ha­bi­ta­ción del Pio­jo, aten­dió y col­gó abrup­ta­men­te al es­cu­char que del otro la­do ha­bla­ba un pe­rio­dis­ta. Sin em­bar­go, y pe­se a su des­cor­te­sía ini­cial, el de­lan­te­ro me­xi­ca­no pi­dió dis­cul­pas –“Tu­ve que cor­tar por­que me es­ta­ban ha­cien­do una en­tre­vis­ta”– y fue quien le avi­só al Pio­jo que El Grá­fi­co lo bus­ca­ba. Así fue co­mo, fi­nal­men­te, el Pio­jo aten­dió.

 

Con un to­no de voz tan ba­jo que ha­bía que ha­cer un gran es­fuer­zo pa­ra es­cu­char­lo (y no era pro­ble­ma del te­lé­fo­no, ya que al ha­blar tan­to con Ser­gio co­mo con Aa­rón ha­bía que ale­jar un po­co la ore­ja del tu­bo pa­ra evi­tar la sor­de­ra), el Pio­jo arran­có dán­do­le res­pues­ta a la pri­me­ra lí­nea de es­ta no­ta.

“Acá en Mé­xi­co me sien­to real­men­te bien. La gen­te es muy ama­ble, muy edu­ca­da y los com­pa­ñe­ros son unos fe­nó­me­nos. Por suer­te hi­ci­mos un gran cam­peo­na­to. Al prin­ci­pio me cos­tó un po­qui­to la adap­ta­ción, pe­ro aho­ra es­toy mu­cho me­jor. La fa­mi­lia es­tá bien ins­ta­la­da, más tran­qui­la. Cuan­do cam­biás de ciu­dad es me­dio un qui­lom­bo, siem­pre. Los pri­me­ros  seis  me­ses no la pa­sé bien, pe­ro des­pués la co­sa dio un gi­ro. Y aho­ra es­toy muy bien.”

 

Imagen El Piojo jugó en el América entre 2004 y 2007.
El Piojo jugó en el América entre 2004 y 2007.
 

–¿Te gus­ta el fút­bol me­xi­ca­no?

–Sí, es di­fe­ren­te a los otros cam­peo­na­tos que he ju­ga­do. Hay una li­gui­lla fi­nal y te ju­gás to­do en dos par­ti­dos. Es una for­ma de ha­cer­lo más com­pe­ti­ti­vo y de ju­gar me­jor has­ta el fi­nal del tor­neo. Eso me gus­ta. Ade­más, me sien­to bár­ba­ro en el equi­po en el que es­toy.

–¿Qué fue lo que más te cos­tó?

–Adap­tar­me a las nue­vas cos­tum­bres. En el ca­so del Dis­tri­to Fe­de­ral, la al­tu­ra, los ca­lo­res y el fút­bol, que se jue­ga a otro rit­mo. También, lle­gué con mi mu­jer em­ba­ra­za­da. Ha­ce sie­te me­ses que na­ció Joa­quín y eso me cam­bió mu­chas co­sas. La vi­da es com­ple­ta­men­te dis­tin­ta, pe­ro tam­bién tie­ne la me­jor par­te: lle­gás a tu ca­sa y te en­con­trás con la son­ri­sa de tu hi­jo y la de tu se­ño­ra.

–¿Tu idea es se­guir ju­gan­do en Mé­xi­co?

–La ver­dad, pre­fe­rí no pen­sar en eso por­que es­tá­ba­mos en me­dio de una eta­pa de­ci­si­va y te­nía las pi­las pues­tas en es­to. Por otra par­te, no tu­ve nin­gu­na ofer­ta, no es­cu­ché na­da ni tam­po­co me di­je­ron na­da los re­pre­sen­tan­tes.

–¿Te ima­gi­nás re­gre­san­do a Ar­gen­ti­na o a Eu­ro­pa?

–To­da­vía no me lo he plan­tea­do, por­que son de­ci­sio­nes pa­ra más ade­lan­te. Ade­más, co­mo es­tá el fút­bol ac­tual, nun­ca sa­bés. Hoy es una co­sa, ma­ña­na otra. Pre­fie­ro vi­vir el día a día. Mi si­tua­ción en Amé­ri­ca es que es­toy a prés­ta­mo por dos años, con op­ción a un ter­ce­ro. Hoy pien­so en eso.

–Ha­cía mu­cho que no da­bas no­tas. ¿Por qué?

–Aho­ra ten­go una tran­qui­li­dad bár­ba­ra. Y por eso to­mé esa de­ci­sión, pa­ra te­ner un po­co de se­re­ni­dad, pa­ra que de­jen de ha­blar de uno. Hay pa­la­bras de­sa­gra­da­bles que cons­tan­te­men­te se es­cri­ben y se di­cen, que due­len mu­cho. Yo fui muy cas­ti­ga­do por la pren­sa, so­bre to­do por la ar­gen­ti­na. Al fi­nal, lo úni­co que quie­ren es bus­car un pun­to don­de pue­dan ha­cer una crí­ti­ca. No ten­go ga­nas de pres­tar­me a eso y tam­po­co creo que me lo me­rez­ca.

En es­tas ul­ti­mas pa­la­bras es­tá la sín­te­sis de la ver­sión 2005 del Pio­jo. En su for­ma de ha­blar, des­de el ba­jo to­no has­ta el rit­mo len­to, se no­ta que se cui­da en ca­da fra­se, que an­tes de de­cir lo que sea lo pro­ce­sa y, co­mo en una par­ti­da de aje­drez, ima­gi­na cuál se­rá la re­per­cu­sión de esa mo­vi­da.

Co­mo quien se que­mó con le­che y llo­ra al ver una va­ca, Clau­dio Ló­pez les es­ca­pa a los pe­rio­dis­tas. Y cuan­do de­ci­de ha­blar con al­gu­no, lo ha­ce con des­con­fian­za. Le so­bran mo­ti­vos pa­ra no sa­car­se el ca­se­te.

Una de sus úl­ti­mas en­tre­vis­tas, tras el Mun­dial 2002, le pro­vo­có más de un do­lor de ca­be­za. Cre­yen­do que no es­ta­ba sien­do fil­ma­do, el de­lan­te­ro ha­bló co­mo si lo es­tu­vie­ra ha­cien­do an­te un ami­go. El re­sul­ta­do fue que sus ín­ti­mas crí­ti­cas se trans­for­ma­ron en pú­bli­cas y fue­ron re­pro­du­ci­das por to­dos los me­dios ar­gen­ti­nos. 

–¿Ha­blas­te con Ba­tis­tu­ta des­pués de ese epi­so­dio?

–Sí, pu­de ha­blar en Ita­lia, cuan­do es­ta­ba en la Ro­ma, y que­dó to­do bien, to­do tran­qui­lo.

–¿Y con Cres­po?

–Ja­más ha­blé mal de Cres­po. Ya es­tá, no me gus­ta­ría ha­blar más de ese te­ma.

Otro ejem­plo de esa ma­ne­ra de con­tes­tar, gam­be­tean­do siem­pre la po­lé­mi­ca, es su res­pues­ta so­bre su con­flic­ti­va sa­li­da de la La­zio.

–¿Por qué te que­rían ba­jar el suel­do? ¿Có­mo que­dó la re­la­ción con los di­ri­gen­tes?

–Fue una si­tua­ción ra­ra y com­pli­ca­da, el club es­ta­ba mal eco­nó­mi­ca­men­te. El te­ma del con­tra­to era tan im­por­tan­te pa­ra ellos co­mo pa­ra mí. No es­ta­ban de­ci­di­dos a se­guir cum­plien­do con esa par­te, y lle­ga­mos a un arre­glo. Yo les sa­ca­ba un pe­so de en­ci­ma y me bus­ca­ba otro club, y ellos con­se­guían la tran­qui­li­dad de no te­ner que pa­gar un con­tra­to tan al­to que no po­dían afron­tar, por­que en ese mo­men­to la si­tua­ción eco­nó­mi­ca del club es­ta­ba muy mal. Pe­ro me fui bien, sin nin­gún pro­ble­ma.

Sue­na otro te­le­fo­no en la ha­bi­ta­ción del Pio­jo. Atien­de. Ac­to se­gui­do, la co­mu­ni­ca­ción se cor­ta. Otra vez ha­brá que mar­car el te­lé­fo­no del ho­tel, pe­dir por su ha­bi­ta­ción y – Ser­gio me­dian­te– es­pe­rar que le­van­te el tu­bo. “Era el téc­ni­co –in­for­ma el de­lan­te­ro del Amé­ri­ca–  y ya en un ra­to ten­go que ba­jar.” Ama­ble­men­te, ex­pli­ca que la en­tre­vis­ta no se po­drá con­ti­nuar en otro mo­men­to por­que ese día se va del ho­tel y su te­lé­fo­no ce­lu­lar no se lo da a na­die. Des­car­ta­da la op­ción de con­ti­nuar el con­tac­to por mail, ac­ce­de a se­guir ha­blan­do un par de mi­nu­tos más. El te­ma es una fi­ja: la Se­lec­ción.

–¿Es­pe­rás una con­vo­ca­to­ria?

–La ver­dad que ni lo he pen­sa­do, por­que me ma­ne­jo en el día a día, y el día a día es es­to. Man­te­ner­me con la ca­be­za acá, en el Amé­ri­ca. Lo de­más… es al­go… a es­ta al­tu­ra… ¿có­mo te pue­do de­cir...? Es al­go re­la­ti­vo. Vis­te có­mo son las épo­cas de Se­lec­ción... Hay épo­cas de re­cam­bio, épo­cas de se­guir es­tan­do. En es­te mo­men­to, en la Se­lec­ción es­tán los lu­ga­res ocu­pa­dos por ju­ga­do­res que tie­nen la con­fian­za del en­tre­na­dor y le han res­pon­di­do. Es di­fí­cil pen­sar que Pe­ker­man quie­ra cam­biar. Y yo eso lo en­tien­do. Igual, por más que no es­té, siem­pre de­seo que le va­ya bien.

–Se ha­ce di­fí­cil creer que no pen­sás en la Se­lec­ción.

–No, bue­no… Uno nun­ca de­ja de pen­sar. Pa­sé mu­chos mo­men­tos, me que­dan bue­nos re­cuer­dos y sien­to un amor eter­no por esa ca­mi­se­ta, un amor ini­gua­la­ble. Pe­ro hay que en­ten­der los tiem­pos. Aho­ra es­toy ale­ja­do, pe­ro con el co­ra­zón cer­qui­ta.

 

Imagen En la Selección mayor jugó 55 partidos y convirtió 10 goles.
En la Selección mayor jugó 55 partidos y convirtió 10 goles.
 

–¿Ha­blas­te con Pe­ker­man? ¿Es­pe­ra­bas su lla­ma­do?

–No, pa­ra na­da. Sin­ce­ra­men­te, nun­ca es­pe­ré un lla­ma­do de un en­tre­na­dor de la Se­lec­ción. Ca­da uno tie­ne de­re­cho a lla­mar­te o no sin te­ner que dar­le ex­pli­ca­cio­nes a na­die. Se tie­ne que to­mar así, no creo que de­ba ser de otra ma­ne­ra. Al­gu­no por ahí pien­sa dis­tin­to, pe­ro yo no. Nun­ca pre­gun­ta­ba por qué me ci­ta­ban y tam­po­co por qué no me lla­ma­ban.

–¿Có­mo to­mas­te la re­nun­cia de Biel­sa?

–Me sor­pren­dió por­que el equi­po es­ta­ba en un mo­men­to muy bue­no. A pe­sar de la de­rro­ta en la fi­nal de la Co­pa Amé­ri­ca, la Se­lec­ción es­ta­ba ju­gan­do bár­ba­ro y ha­bía un buen equi­po que co­ro­nó un ex­ce­len­te tra­ba­jo en los Jue­gos Olím­pi­cos. Yo creo que ahí (di­ce con én­fa­sis), des­pués de tan­tas pie­dras, em­pe­za­ba el ca­mi­no… Biel­sa sa­brá por qué to­mó esa de­ci­sión. Es una per­so­na muy in­te­li­gen­te y hay que res­pe­tar­lo.

–¿Por qué eras tan re­sis­ti­do?

–No sé, sin­ce­ra­men­te nun­ca he pre­gun­ta­do, ni na­die me ha con­ta­do. Es­pe­ro que pa­sen los  años y al­guien me di­ga al­go. Aun­que no me in­te­re­sa tan­to. No vi­vo pen­dien­te de eso. Siem­pre tu­ve buen con­tac­to con la gen­te, pe­ro creo que una co­sa lle­va a la otra y el he­cho de que se ha­ble mal de uno in­flu­ye en la gen­te. Ca­da uno tie­ne sus idea­les, y pa­ra los idea­les de al­gu­nos pa­re­ce que mi for­ma de ju­gar y mi per­so­na no en­tra­ba, no en­ca­ja­ba.

–¿Pen­sás que las crí­ti­cas eran al­go per­so­nal?

–Mi­rá, yo nun­ca he te­ni­do pro­ble­mas con na­die den­tro del fút­bol. Mi res­pues­ta es que no sé.

–¿Có­mo re­per­cu­tía en vos esa si­tua­ción?

–Uno es­tá acos­tum­bra­do a las crí­ti­cas, el pro­ble­ma es que te lo ha­ce sen­tir la fa­mi­lia. Uno tie­ne más fuer­za y aguan­ta, pe­ro con ellos es más com­pli­ca­do. Los pe­rio­dis­tas no tie­nen mu­chos pe­los en la len­gua y en mi fa­mi­lia sí re­per­cu­tía. Me de­cían “mi­rá lo que di­je­ron acá, mi­rá lo que di­je­ron allá”. Me do­lía más por la gen­te que me ro­dea­ba que por mí.

–¿Eso in­fluía en tu ren­di­mien­to?

–Sin­ce­ra­men­te, no. Siem­pre he tra­ta­do de ha­cer lo mío, sin im­por­tar lo que pa­sa­ra o se di­je­ra a mi al­re­de­dor. Yo sen­tía que es­ta­ba tra­tan­do de dar­le una ma­no al equi­po, a mis com­pa­ñe­ros. En­tra­ba y me da­ba por com­ple­to. Era lo más no­ble, aun­que mu­chos no lo vie­ron así. A lo úl­ti­mo ya no le da­ba más bo­la a lo que se de­cía. Pe­ro te jo­de que di­gan al­gu­nas co­sas que uno ve di­fe­ren­te. O que te re­sal­ten una so­la co­sa y no las otras que vos tra­tás de ha­cer. Siem­pre re­mar­ca­ban lo mis­mo y no va­lo­ra­ban mi es­fuer­zo.

Imagen Luego de las grandes exigencias de España e Italia, reencontró su nivel en México.
Luego de las grandes exigencias de España e Italia, reencontró su nivel en México.

–¿Te per­ju­di­ca­ba el es­que­ma de Biel­sa?

–Al prin­ci­pio me cos­tó bas­tan­te por­que no es­ta­ba acos­tum­bra­do, pe­ro des­pués me sen­tía bien. ¡Ade­más, con los ju­ga­do­res que te­nía co­mo com­pa­ñe­ros! Den­tro de mis ca­rac­te­rís­ti­cas ha­cía lo que me sa­lía. Y lo que no, me es­for­za­ba por lo­grar­lo. Si me hu­bie­ra per­ju­di­ca­do, el téc­ni­co me lo ha­bría he­cho no­tar. Y eso no pa­só.

–¿Cuán­to te du­ró la amar­gu­ra por el Mun­dial 2002?

–To­da­vía la ten­go. Es lo úni­co que hoy me si­go re­pro­chan­do. Es una cuen­ta pen­dien­te, al­go que no se me va ir tan fá­cil. Los días si­guien­tes fue­ron muy du­ros, ¡más que du­ros! Por la ilu­sión, por lo que ha­bía­mos tra­ba­ja­do, por lo que ha­bía­mos pues­to pa­ra que ese pro­yec­to sa­lie­ra bien. Me que­dé mal.

–¿Por qué no se les dio?

–To­da­vía no le en­cuen­tro una ex­pli­ca­ción.

–Sin­ce­ra­men­te, ¿te ima­gi­nás vol­vien­do a la Se­lec­ción o creés que ya ter­mi­nó tu ci­clo?

–Oja­lá al­gún día me to­que, pe­ro mi pen­sa­mien­to pa­sa por to­do lo que di­je an­tes. Lo ten­go bien cla­ro y asu­mi­do.

 

 

Su huella en la seleccion

-Disputó 52 partidos y anotó 10 goles. Jugó dos mundiales: Francia 98 y Japón-Corea 2002.

-Debutó el 13/05/95 ante Sudáfrica. 

-Integró el equipo nacional por última vez el 9/9/03, ante Venezuela, en la segunda fecha de las eliminatorias. Fue suplente y no ingresó ni un minuto en la victoria por 3-0, en Caracas.

-Fue campeón panamericano en Mar del Plata 95 y obtuvo la medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96.

 

 

 

Por Maxi Goldschmidt (2005).

Fotos: Photogamma.