Las Entrevistas de El Gráfico

1999. Rivaldo: el duende de la favela

Se crió en medio de una pobreza desgarradora y, como buen brasileño, aprendió a jugar al fútbol en las playas. Mano a mano con El Gráfico, quien para muchos fue el mejor jugador del planeta.

Por Redacción EG ·

07 de febrero de 2020

Sobre la costa atlántica, donde se camina descalzo, en malla y musculosa porque no hay más, y no hace falta más. Donde no hay ilusiones, en el centro de una favela monstruosa, angustiosa, conmovedora. En las afueras de Recife, ciudad de turistas y hoteles, de playa y placer, pero lejos, lejos del regodeo. Más cerca de donde sobran las lluvias y la comida no sobra. Falta. En Paulista, así el nombre, tierra donde no se espera nada.

En el estado de Pernambuco, estado marítimo, de 98.281 kilómetros cuadrados y 7 millones de habitantes. De café y tabaco, de algodón y ananá, de agricultura que deja vivir o sobrevivir. En el noreste brasileño. Nordeste, como ellos dicen. Allí nació.

Pero no sólo Rivaldo Vitor Borba Ferreira, el elegido. Más. También, el hombre que hace hablar al mundo, el personaje, el que le demostró a todos los soñadores de su tierra que se puede delirar, y que los delirios, algún bendito día podrán salir de utopías.

Rivaldo, el futbolista. Alguien. Para algunos, un gran jugador; para muchos, el mejor del planeta.

Imagen Entrenando, siempre está en contacto con la pelota, es lo que más le gusta.
Entrenando, siempre está en contacto con la pelota, es lo que más le gusta.

Hay que ver, hay que escuchar para entender los orígenes de este brasileño que hoy, figura del Barcelona, sigue manteniendo el mismo perfil bajo que cuando niño. “En Paulista es difícil soñar”, confiesa, tanta la pobreza. “Hay que vivirlo para saber lo que es, trabajar todo el día para tener muy poco, pasar hambre, sufrir...”

Es que el hombre la sufrió en serio. En su casa no siempre había comida y era imprescindible recorrer la playa de punta a punta para vender lo que se pudiera y juntar unas monedas. Y el hambre, y la desnutrición. Los dientes se le fueron pudriendo tanto que se los tuvieron que sacar todos. El estudio era cosa de otros mundos, lejanos.

Durísimo para papá Romildo, un empleado de la prefectura de Recife, llenarles el plato a los cinco hijos, y más duro para mamá Marlucia, ama de casa, dar las explicaciones. Sólo había que aguantar, aguantar. Rivaldo, sus dos hermanos mayores, sus dos hermanas menores.

Ya jugaba al fútbol el hombre, “en la playa, cuando me cansaba y dejaba todo lo que estaba vendiendo, o sea todos los días”, y en clubes de barrio, aunque ahí se sentía más atado... “Sí, llegar a mi casa, descalzarme y salir a jugar en la arena era una sensación hermosa que todavía recuerdo muy bien”. Llegó la citación del Santa Cruz de Recife, club que jugaba el torneo de Pernambuco, y la locura. De alegría, de tristeza...

Cuando faltaban 15 días para la prueba, un autobús, la calamidad y Dios acabaron con la vida de Romildo, su padre, el hombre que lo acompañaba a donde sea. Justo a él, como si el destino insistiera en no mimarlo. Dejaba el fútbol, lo dejaba, ya lo tenía decidido. Hasta que apareció mamá... “Me sentó –comenta Rivaldo–, y me dijo a los ojos: ‘Nada hubiera querido más tu padre que seas un jugador profesional, ve por eso’. Y seguí adelante”.

Adelante. Santa Cruz de Recife, entonces...

La pobreza pegaba: para ir a entrenar debía recorrer los 15 kilómetros que separaban su barrio del club. A diario. Y como no había dinero se hacían a pie, pequeño esfuerzo. (A pie.) Por eso, comentan, hoy tiene sus piernas tan arqueadas.

El talento asomaba... Fue en el ’92, tras lucirse en un torneo junior, que lo fue a buscar el Mogi-Mirim, un pequeño equipo que juega en el Campeonato Paulista. Ya se empezaba a codear con los grandes, comenzaba, de verdad, la era Rivaldo...

Imagen En Buenos Aires, tarde desilusionante, dominando la pelota ante Redondo y Ayala. 
En Buenos Aires, tarde desilusionante, dominando la pelota ante Redondo y Ayala. 

Es porque el dolor lo tocó de cerca que no se olvida de sus primeros tiempos, Rivaldo, por más que ahora viva en el barrio residencial Sant Just, en las afueras de Barcelona. El año pasado comandó una campaña para recolectar todos los anteojos usados de España (anteojos, sí), los que la gente ya no usaba más, para llevarlos a Brasil y dárselos a quienes los necesitaban. Linda forma; llegaron miles. Además, por estos días está por abrir una fundación que llevará su nombre para ayudar a los chicos pobres del Brasil y de España.

–¿Qué te acordás de la pobreza?

–A mi papá trabajando mucho y a mis hermanos sufriendo. Pasar hambre es peor de lo que todos se imaginan. Hoy estoy acá, muy bien, pero eso no me lo voy a olvidar más en mi vida.

–¿Volvés a Paulista de vez en cuando?

–Sí, muchas veces, y me duele. Porque quiero ayudar a la gente y no sé cómo. Quiero hacer magia. Cuando veo la violencia, la falta de trabajo y el hambre me dan ganas de llorar. Porque yo era parte de todo eso.

–¿Llegaste a robar para comer?

–No, jamás. Por suerte mis padres me educaron muy bien.

–¿Muy bien?

–Sí, siempre me dijeron que había que trabajar, que era muy importante. Y por eso yo me iba a la playa.

–¿Y eras buen vendedor?

–Era mejor jugador, je...

–¿Soñabas, en ese entonces?

–Sí, soñaba con jugar en un club grande de Brasil.

–De ser el mejor jugador del mundo, ni hablar...

–Nooo. Ooooo... sí, tal vez sí. De chico uno siempre piensa en ser el mejor, sólo que hasta que uno no está cerca, le parece imposible. Y en Recife era muy difícil hacerse ilusiones. Empecé a pensar en eso cuando pasé al Palmeiras. Ahí sí.

Imagen En Brasil, tarde de revancha, festejando uno de sus tres goles. La camiseta contra el rostro, los brazos buscando aliados.
En Brasil, tarde de revancha, festejando uno de sus tres goles. La camiseta contra el rostro, los brazos buscando aliados.

–¿Y tus ídolos? ¿A quiénes mirabas?

–En ese momento a Zico, sólo a Zico. Quería ser como él. Después, también, a Maradona. ¡Cómo pateaba los tiros libres! Aparte, siempre había que marcarlo de a dos o de a tres. El gol a Inglaterra fue el mejor de todos los tiempos.

 

Mogi-Mirim, el desafío, el futuro, la avidez. La rompía, Rivaldo, ante cualquier rival. Cierta tarde, el hombre convirtió un tanto desde atrás de la mitad de la cancha que la televisión repitió cientos de veces porque se trató de “el gol que no pudo hacer Pelé”, como lo presentaron. Y fueron tan buenas sus actuaciones que en el ’93 el Corinthians lo contrató a préstamo por un año. Pero claro, había que seguir penando: su nivel decayó, el club dijo que su precio era muy elevado y, al cabo, no hizo uso de la opción. ¿Error? Nooo... Prefirieron hacer uso de las opciones de Leto (hoy en el poderosísimo San Caetano, de la segunda división), y de Valber (hoy en la más que difícil liga japonesa). Visionario entrenador...

Otros seis meses en el Mogi-Mirim, Parmalat que aparece y Palmeiras, el nuevo club. Corría el año ’94, la historia se enderezaba.

Hay un tema, igualmente... A pesar de su nivel, de su zurda, de sus títulos, la gente nunca vio en Rivaldo a un ídolo, a un hombre demasiado querido. Ni en la Selección Brasileña, ni en el Corinthians, ni en el Palmeiras, ni en el Barcelona, donde alcanzó un nivel casi superlativo. Sólo en el Deportivo La Coruña pudo saborear esa sensación, pero fue fugaz. Y es extraño teniendo en cuenta que se trata de un jugador de talento supremo. Motivos, razones, miles...

En principio el poco carisma. Rivaldo es (en público) un hombre serio, seco, con poca gracia y menos marketing. Mucho menos que los compañeros con los que tuvo que compartir club. En el Palmeiras, por ejemplo, nunca pudo contra la simpatía de Edmundo, O Animal, un desequilibrado cefálico de esos que, vaya a saber uno por qué, enamoran perdidamente a la gente. El delantero siempre se llevó todos los elogios de la torcida paulista, por más que, a veces, la clave para ganar los partidos era Rivaldo.

Tal vez su pecado máximo, el que le negó ser ídolo, como aseguran muchos en Recife, fue haber nacido en Pernambuco, o en el noreste del país, no importa el estado. Porque es así la ley en todo Brasil, penosa: los del sur, los de San Pablo, los de Río de Janeiro, los de Río Grande do Sul, los de Minas, son los de ricos, los jefes, los high. Y desprestigian y deshonran a los del norte, pobres, humildes, necesitados, cada vez que pueden. Inverso a la historia de Serrat. Y Rivaldo, a diferencia de Ronaldo, que es de Río, viene del norte. Lo dijo él mismo, antes de partir al Mundial de Francia: “Si yo hubiera nacido en Río, hoy era el número uno por lejos. Porque conmigo hay preconceptos”.

Imagen Rivaldo y Ronaldo, para muchos los dos mejores jugadores del mundo. Se ríen en la pileta. Afuera, más bien, se celan.
Rivaldo y Ronaldo, para muchos los dos mejores jugadores del mundo. Se ríen en la pileta. Afuera, más bien, se celan.

Y así es: en Brasil están los que aman a Ronaldo y los que aman a Romario, pero a Rivaldo, no, casi nada. Y peor: hasta Ronaldinho Gaúcho, con sólo 17 años, ya es más querido y mimado que el diez del Barça. Un caso.

También en el Barcelona, hoy, pierde en ese campo. Rivaldo no vende más que Luis Enrique, Figo o Guardiola, por citar ejemplos. Y lo peor, cuando lo comparan con Ronaldo, hoy lejos, la gente sigue prefiriendo al delantero, a quien consideran más abierto y simpático, más natural. ¿Pero qué ganó Ronaldo? Una Supercopa de España, una Recopa y una Copa del Rey. ¡¿Y Rivaldo?! Más, dos Ligas, una Supercopa de Europa y una Copa del Rey, además de haber convertido 46 goles en 74 partidos sin ser delantero. Extraño. No le dejan de reconocer su nivel, eso no; y es más, la mayoría opina que es el mejor jugador del mundo, pero ídolo, ídolo, de ninguna manera.

 

Pues bien, el hecho es que Rivaldo tenía un durísimo trabajo en su llegada al Palmeiras. El club venía de salir primero en el Campeonato Paulista y en el Nacional y estaba lleno de estrellas: Edmundo, César Sampaio, Roberto Carlos... Pero el diez logró adaptarse y el club volvió a ganar ambos torneos. El Nacional, ante... ¡Corinthians!, justo, club de su primera frustración. ¿La figura? Sí, sí, cómo no. Y un gol. Algunos, muy pocos, dicen que no se trató de una revancha...

También en el ’96 volvió a ganar el Campeonato Paulista, con un Palmeiras al que llamaron el equipo de la década: con Djalminha, Muller, Amaral, Luizao, Flavio Conceição... Convirtió más de 100 goles en tres meses y no hubo partido en que no diera show.

Más progreso: primero el Deportivo La Coruña, donde estuvo en la temporada 96/97, y después el Barcelona, el edén. En el Depor fue tal vez en donde se sintió más a gusto en toda su carrera, donde más lo quisieron y le reconocieron sus aportes. En el Barça tiene otras ventajas: ahí, como él dice, uno siente que todo el mundo lo está mirando.

–¿Tu mayor alegría?

–No, mi mayor alegría fue jugar un Mundial. Ahora, mi sueño es ganarlo.

–¿Y con quién tenés más pesadillas, con Zidane, que no te lo permitió, o con el Piojo López?

–Uuuuuuhhhhh, je, je... No, creo que con el Piojo López. Siempre nos amarga todo. En España, en Río...

Imagen Cuerpo arqueado, zurda perfecta, estilo puro. Y el diez en la espalda. Rivaldo patea el tiro libre, la barrera argentina tapa.
Cuerpo arqueado, zurda perfecta, estilo puro. Y el diez en la espalda. Rivaldo patea el tiro libre, la barrera argentina tapa.

–¿Y otro sueño, tenés?

–Sí, que la FIFA diga que soy el mejor jugador del mundo. Y tengo una a favor: en mi carrera siempre fui creciendo. ¿Qué me queda ahora, entonces?

 

Tal vez porque nunca lo idolatraron, Rivaldo emprendió una campaña pro carisma y puso de moda en el Barcelona aquello de tener una inscripción debajo de sus camisetas para mostrarlas ante cada gol. “Feliz Día de la Madre”, ya se leyó en una, y “Feliz Día de los Enamorados”, en otra. Cierta vez en su remera decía: “Que nunca más muera nadie como Aitor”. La referencia era para Aitor Zabaleta, el hincha de la Real Sociedad muerto por un fanático del Atlético de Madrid.

En una oportunidad, debajo de su camiseta, se puso la de su compañero Giovanni, en un momento en que este no estaba siendo tenido en cuenta por Van Gaal. “Fue para motivarlo”, dice Rivaldo. El entrenador lo reprochó diciéndole que había varios jugadores en la situación de Giovanni. Pero Rivaldo contestó con naturaleza: “Sí, pero sólo Giovanni es mi amigo”.

Hoy el diez gana 3 millones de dólares por año y va con su discreta Ferrari roja (se la compró días después de conocer a Michael Schumacher, piloto oficial de Ferrari) o su Cherokee azul por todos lados, pero aunque suene contradictorio, no le gusta ostentar. Un poco por timidez, otro poco porque les teme a los secuestros... “Sí, yo, que soy de Recife, tengo que tener cuidado. Allá no andan con vueltas: te toman de punto y te raptan. Es tan simple un secuestro como beber un vaso de agua. Y no lo digo por mí, que soy famoso, lo digo por mi familia, que está allá. Todos los días hablo por teléfono con mi mamá para quedarme tranquilo”.

–¿Pero por qué no te la llevás a España?

–Porque cuando en Brasil es invierno en España es verano y yo me vuelvo para mi ciudad, donde tengo, además, a todos mis amigos. Y cuando en Brasil es verano, allá es invierno y mi mamá dice que en Barcelona se muere de frío, je... Y claro, en Recife andan en remerita todo el año.

En España no vive con su mamá, clave en su vida, pero sí vive con toda su familia, “la encargada de que yo tenga los pies sobre la tierra”, como se confiesa Rivaldo. Con Rosimeri, o Rosy, como la llama él, su esposa, a quien conoció en San Pablo y a los 21 años ya lo tenía preso en el altar; con Rivaldinho, o Rivaldo Junior, su hijo de 4 años, y con Tamyris, su belleza de 2.

No es difícil saber qué siente por Rosy: no fueron pocos los goles que hizo Rivaldo en el Mundial de Francia, no fueron pocos los besos que le dio a su anillo.

Pero en su casa, aunque parezca mentira, Rivaldo no es el único famoso: Rivaldinho, el mocosito, ya le está pisando los talones. ¿Motivos? No, no, no es una promesa del fútbol a los 4 años, nada de eso. Al pequeño, para ganarse a la gente, le alcanzó con mucho menos tiempo, segundos no más: ser protagonista de una publicidad. ¿Ah sí? Sí. De Cola-Cao (el Nesquik español). Y no sólo la gente le pide autógrafos en todas las esquinas, sino que, además, no hay persona es España que no vaya entonando el cantito de la publicidad cada vez que va distraída.

–Dicen que tu hijo ya te está ganando...

–Claro, porque yo sólo tengo los hinchas del Barça, je, los demás me odian. El tiene a todo el país...

Está claro, sus chicos son su debilidad... “Nada me hace tan bien en la vida como ellos –comenta Rivaldo–. A mí, por ejemplo, hay una sola crítica que me voltea, y no es ni la de los diarios, ni la de la tele, ni la de la gente: es la de Rivaldinho. Nada me pone tan triste como llegar de la cancha y que mi hijo me diga que no tuve un buen rendimiento. Y lo dice con autoridad eh, él se ve todos mis partidos”.

Imagen Hotel Sheraton, concentración brasileña. Para que los demás periodistas no se acerquen, Rivaldo le pidió al hombre de El Gráfico que le hiciera la entrevista sentado.
Hotel Sheraton, concentración brasileña. Para que los demás periodistas no se acerquen, Rivaldo le pidió al hombre de El Gráfico que le hiciera la entrevista sentado.

Pero no están solos en casa. Desde septiembre del año pasado hay un nuevo integrante en la familia: Antonio Carlos, de 7 añitos, sobrino de Rosy y proyecto de superdotado. El nene llegó sólo por cuatro meses para que tuviera una mejor formación que en el Brasil y ya anda como un león: maneja el castellano, el inglés (va a un colegio bilingüe) y el catalán, nada menos. Y como aprendió tanto y tan rápido, en la última Navidad, Rivaldo les ofreció a sus cuñados dejarlo un año más. Antonio Carlos quedó.

Para Rivaldo todo parece estar muy tranquilo en Barcelona. Es famoso, gana fortunas, es figura... pero no. Ya tuvo el hombre varios encontronazos con la prensa. Aunque en el último, en el más violento, salió airoso. Fue en una entrevista de 45 minutos que le concedió a la revista Don Balón, apenas el finlandés Jari Litmanen llegó a su club. Entre otras cosas se leía: “No creo que sea acertado su fichaje. Para el puesto estamos Giovanni, Luis Enrique y yo mismo”. El hecho es que, según el propio Rivaldo, nunca dijo ni ésas ni otras palabras que salieron publicadas. Y no sólo le hicieron replanteos sus compañeros, sino también la gente y Van Gaal, el entrenador. Pero tuvo suerte: un amigo suyo, que estaba con él en el momento de la entrevista, había grabado toda la conversación. Entonces Rivaldo, tranquilito, le hizo tantas copias a la cinta como necesitaba y las repartió una por una, a sus compañeros, al presidente del Barcelona y a todos los periodistas que estaban a su alcance. Knock out. “Fue duro –asegura Rivaldo– pero tuve suerte. A partir de ahí, nunca más hablé ni después de los partidos ni desde los aeropuertos cuando parto hacia algún lado. Cambié mi forma de ser”. Además, claro, le devolvió a la revista los dos premios al mejor jugador extranjero que le habían dado.

Ese y dos problemas menores lo estorban hoy en día. Uno es viajar en avión tan seguido. Aunque dice que lo suyo es normal y que “salvo los pilotos todo el mundo le tiene miedo a los aviones”, los odia, los aborrece. El otro es tener que renovar su registro de conducir: después de tres años se dio cuenta de que no era válido el que había hecho en el Brasil, y en menos de un mes, le hicieron tres multas. Gato negro...

Imagen Rivaldo en el aire. En la cancha, en la vida. En el Barcelona es muy querido, pero la gente extraña a Ronaldo.
Rivaldo en el aire. En la cancha, en la vida. En el Barcelona es muy querido, pero la gente extraña a Ronaldo.

–Te pregunto Rivaldo, ¿sos el mejor jugador del mundo?

–Puede ser, no sé, pero eso no lo puedo decir yo, lo tienen que decir los periodistas. De todas maneras, la FIFA dijo que el mejor era Zidane y yo debo respetar a la FIFA.

–Pero la gente cree que sos vos.

–Me pone muy contento, trabajo para que la gente me reconozca, pero la FIFA manda.

–¿Te gusta la fama?

–En general sí. Que se quieran sacar fotos conmigo, que me pidan autógrafos... Cuando era chico soñaba con que la gente quisiera hablarme, saber de mí. Pero no poder ir a un restaurante, o a caminar, eso es muy molesto. Además, hay que empezar a distinguir a los amigos de los interesados.

–¿Y qué sentís cuando mirás tus piernas y ves 93 millones de dólares, la cláusula que puso el Barcelona por vos?

–Trato de no pensar en eso, de pensar en el juego, sino me puede llegar a ir mal. De todas maneras yo no creo que valga el precio que me ponen. Eso no vale ni un jugador de Italia, ni uno de la Argentina, ni uno del Brasil...

 

Brasil dijo. Brasil y la Selección. Está dicho: tampoco con la amarilla pudo Rivaldo ganarse a la gente. Poco carisma, lugar de nacimiento... cualquier cosa. Pero hay más, hay un momento clave: semifinal de los Juegos Olímpicos de Atlanta, Brasil-Nigeria. Brasil estaba ganando 3 a 1 y Zagallo dispuso su ingreso. Y la noche. No sólo Rivaldo jugó muy mal, y que desde su ingreso Nigeria se puso 3 a 3, sino que, en el tiempo suplementario, el hombre hizo mal un pase y Kanú convirtió el gol de oro. El pase fue en la mitad de la cancha, en realidad, pero la culpa de todo se la echaron a él. Con alguien había que agarrarse...

Nunca se confirmó, pero corrió la versión de que Zagallo, tras el partido, dijo que Rivaldo era yeta. Lo dejó afuera de la Copa América de Bolivia y lo volvió a convocar, obligado, recién para el Mundial de Francia. “Atlanta fue el golpe más duro de mi carrera. Atlanta y no haber ido al Mundial de Estados Unidos”.

Lo destruyó la prensa también: puso que el partido contra Nigeria no había sido una casualidad, que Rivaldo nunca jugaba bien en la Selección. “Nuestro sueño es que alguna vez juegue con la amarilla como lo hace en sus clubes –tituló un diario–, como Ronaldo o Romario”.

Y la gente, hasta hoy, lo tilda de amarelao, es decir, pecho frío. “Es curioso: en todo el mundo se habla mejor de mí que en el Brasil”, dice él. Los únicos que lo defienden a muerte son los del norte, sus fieles. Para ellos es el mejor jugador del mundo.

 

Imagen Se divierte con la pelota en la concentración brasileña.
Se divierte con la pelota en la concentración brasileña.

Pero, ¿lo será? ¿O será sólo uno entre tantos? ¿O será un amarelao? Opiniones, qué importan. Lo que sea, a Rivaldo, a los 27 años, ya no lo cambian. El sigue yendo a veranear a Paulista, sigue viendo a sus amigos de la infancia, sigue llorando por la pobreza. Disfruta, pero no olvida sus raíces.

Fue por eso que, en el encuentro en que el Barcelona festejó sus cien años de vida, ante Brasil, volvió a sorprender con una de sus inscripciones. No gritó su gol, no festejó. Sólo se levantó la camiseta amarilla, levantó la mirada, y se quedó frío, inerte: “Para vos, pai, sé que me estás mirando”.

En la foto, Romildo sonreía...

 

 

Por GUIDO GLAIT (1999).

Fotos: ALEJANDRO DEL BOSCO, ALEJANDRO PAGNI, HUGO RAMOS Y AP.