Las Entrevistas de El Gráfico

1988. Memorias de un dirigente que hizo historia: Valentín Suárez

A los 72 años, los recuerdos del hombre que se sacó las camisetas de Independiente y Banfield para ponerse la de la AFA. Creador del Metropolitano y Nacional. Un dirigente con alma de técnico.

Por Redacción EG ·

22 de enero de 2020

“Hay dos clases de dirigentes: los que actúan con la camiseta puesta y los que son capaces de sacársela para trabajar en beneficio de todo el fútbol. Esto no significa una división entre buenos y malos. Pepe Amalfitani cumplió una tarea notable, pero sus límites eran los de Vélez Sarsfield. En el fútbol argentino hubo una escuela de dirigentes: el Consejo Directivo de la AFA. Los que llegaban a ese verdadero Parlamento tenían la posibilidad de ampliar su capacidad: representaban a su club, pero accedían a una visión universal de todos los temas futbolísticos. En ese Consejo Directivo conocí a hombres brillantes: Antonio Rotili (Lanús), Tomás Adolfo Ducó (Huracán), Enrique Pinto (San Lorenzo), Jorge Covatto (River), Lito González (Newell's)... La desaparición del Consejo Directivo, que sesionaba en forma pública, como el Congreso de la Nación, convirtió a la AFA en un ente cerrado, nadie sabe hoy cómo se maneja el fútbol argentino. El Comité Ejecutivo actual no abre sus puertas. En este sentido me parece que hay intenciones de mejorar. Julio Grondona es un buen dirigente, conoce las intimidades del fútbol desde el vestuario y creo que desea un cambio. Si tuviera que elegir al mejor dirigente que conocí en los últimos 30 años, no vacilaría un segundo: es Alberto J. Armando. El buen dirigente no es el que manda, sino el que sabe mandar, el que no le tiene miedo al fracaso, el que hace cosas, el que conduce con autoridad. Ese era Armando."

 

Imagen Copa de las Naciones, en 1964. Veinte años después juntos para recordar. Arriba: Vidal, Vázquez, Vieitez, Magdalena, Mesiano, Righi, Rattín, Telch, Valentín Suárez. Abajo: Amadeo Carrizo, Chaldú, Rendo, Alfredo Rojas, Simeone.
Copa de las Naciones, en 1964. Veinte años después juntos para recordar. Arriba: Vidal, Vázquez, Vieitez, Magdalena, Mesiano, Righi, Rattín, Telch, Valentín Suárez. Abajo: Amadeo Carrizo, Chaldú, Rendo, Alfredo Rojas, Simeone.
 

“Nunca pensé ser dirigente de fútbol. En 1948 era subdirector nacional de Trabajo y me tocó actuar en el primer convenio que firmaron la AFA y Futbolistas Argentinos Agremiados. Mi relación con el fútbol era la de un simple hincha (y socio) de Independiente que tenía como ídolo a Antonio Sastre, para mí el mejor jugador argentino de todos los tiempos, por encima de José Manuel Moreno y Diego Armando Maradona. Por esa actuación Independiente me designó representante del club ante la AFA. Al año siguiente la asamblea de todos los clubes me eligió presidente de la AFA. Para algunos fue una carrera meteórica; yo tengo otra respuesta. Durante toda su historia el fútbol estuvo muy cerca del poder político, y en este caso la dirigencia de la AFA vio en mí a alguien muy allegado a Eva Perón, nada menos. En efecto, yo era un colaborador muy estrecho, de esa extraordinaria mujer que fue Evita. Siempre fui peronista, cosa que dije cuando gobiernos militares (en 1969 y 1982) me designaron dos veces delegado normalizador en la Confederación General del Trabajo (CGT). Cuando el general Onganía me ofreció el cargo, yo le contesté: 'Acepto, pero sepa usted que yo la camiseta peronista no me la saco'. A la AFA volví como interventor en 1966 y fui presidente de Banfield durante seis períodos. Creo que algo hice por el fútbol argentino. Además, cuando dejé el Ministerio de Trabajo, continué mi especialidad en la actividad privada: la jubilación me encontró siendo director del Departamento de Relaciones Laborales de SNIAFA. Hoy, a los 72 años, trato de sobrevivir con mi jubilación, aunque cada vez es más difícil.”

“A Banfield llegué casi de casualidad, por una invitación de Lencho Sola, un notable dirigente que tuvo el club. En 1954 Banfield se fue al descenso y yo, que ya vivía en la zona (Lomas de Zamora llegando a Temperley), en medio de un asado donde algunos dirigentes caracterizados trataban la situación, me vi firmando una solicitud de socio. Ya lo dije: me eligieron seis veces como presidente. Volvimos a Primera División y durante mi mandato se construyó la sede social. Está demás decirlo: Banfield pasó a formar parte de mis afectos. Sigo yendo todos los días, pero no como dirigente, sino para encontrarme con mis amigos en la confitería; pasamos la tarde jugando al tute. Al fútbol voy únicamente cuando juega de local."

 

Imagen Valentín festeja y saluda a los jugadores argentinos dentro del vestuario.
Valentín festeja y saluda a los jugadores argentinos dentro del vestuario.
 

“Voy a contar una anécdota de Perón. Cuando faltaban uno o dos meses para jugar en Buenos Aires (1953) los partidos con los ingleses, el general me llamó para preguntarme cómo estaban las cosas en el fútbol. Y por ahí metió una pregunta: « Valentín, ¿hicimos bien en invitar a los ingleses? Alguien me dijo el otro día que nos van a meter cinco goles, y a mí no me gusta la idea de perder con ellos y por goleada». Yo lo tranquilicé: «Mi general, aquí ganamos nosotros, porque ellos no están acostumbrados a jugar en canchas duras, los va a sorprender el pique de la pelota». Y le hice otras consideraciones que avalaban mi confianza, todas futbolísticas. Perón no sabía mucho de fútbol, creo que no era su deporte preferido. Al poco tiempo llegó la delegación inglesa y Perón la recibió en audiencia protocolar en la Casa de Gobierno. Todo lo que yo le había dicho, lo usó él, pero mejorado. Los ingleses se quedaron con la boca abierta, Perón hablaba como si fuera el mejor DT del mundo. Cuando nos despedimos, le susurré por lo bajo: «Mi general, me descubrió el secreto». Me miró y con una sonrisa me contestó: «Usted me dijo hace poco que ese problema de las canchas duras no lo iban a corregir en dos semanas. Quedamos bien con ellos y encima les vamos a ganar, si usted me dijo lo correcto». Ese era Perón: un genio en muchos temas, y cuando algo no sabía lo disimulaba muy bien; al contrario, ahí se ponía a dar clase."

 

Imagen Debut triunfal en Inglaterra 1966. El abrazo inmortalizado entre Suárez y Artime.
Debut triunfal en Inglaterra 1966. El abrazo inmortalizado entre Suárez y Artime.
 

“Hay que saber actuar en la AFA y en los clubes, porque hasta los problemas son diferentes, tienen otro nivel. En mis primeros tiempos en Banfield me volvía loco cuando se acercaba el día del partido. Sonaba el teléfono y un conocido me decía: «Ojo, que el arquero tuyo va para atrás». Al rato otro llamado: «Cuidado, Valentín, vimos al dos tomando un café con un dirigente de los rivales». Hasta que me di cuenta de que todo eso era parte de esta pasión que tienen muchos argentinos: hablar macanas. Nosotros ascendimos con Banfield dos veces, y nunca dimos diez guitas para incentivar a nadie. Una vez vino un jugador del club a decirme que habían recibido una oferta para ganarle a otro, yo le recordé que Banfield le pagaba para que hiciera lo mismo. Ganaron ese partido, nosotros liquidamos el premio estipulado y el que había prometido la plata extra no apareció. Con esto quiero decir que en fútbol se habla más de la cuenta. No es fácil incentivar a otro, y es mucho, mucho más difícil, un intento de soborno. Además, mi orgullo estaba por encima de todas las cosas: siempre quise que mi equipo ganara sin que se metiera nadie."

“Yo creo en los roles. Renato Cesarini veía venir caminando a un jugador que no conocía y por lo bajo aclaraba antes de las presentaciones: «Este es wing». El fútbol no puede ir contra la conformación humana. El marcador de punta sabe que tiene un socio para jugar: la raya. El defensor está para defender, los goles los meten los delanteros. Miremos las estadísticas, vamos a ver quiénes definen los partidos. No le busquemos vueltas raras al fútbol. El puntero izquierdo va por ese lado porque lleva la pelota con esa pierna, mientras la defiende con la derecha. Si lo ponemos del otro, está al revés, exhibe la pelota, se la sacan muy fácil. Me pasé la vida hablando de estas cosas, pero primero escuché las voces de todos los maestros, en todos los idiomas. Hace más de treinta años, en Londres, me dio una clase magistral Tom Whittaker, quien durante veinte años fue el técnico de Arsenal. Me mostró una cancha de fútbol con tres divisiones en colores. «Vea, esta zona roja es nuestra defensa. Siempre le digo a mis jugadores que aquí no hay pases al medio, toquen sobre los laterales, y a la menor duda, tírenla a la calle. Esta zona celeste es el medio juego. Aquí hace falta el jet (recién se empezaba a usar ese término en el mundo), hay que pasar a toda velocidad. Y en esta zona verde van a ganar los más inteligentes, los goles se hacen pensando la jugada». Esas palabras de Whittaker fueron mi A-B-C del fútbol. Muchos años después tuve una charla con Helmut Sillón, que fue técnico de Alemania Federal cuando salieron campeones del mundo en 1974, y me dijo que en fútbol había que escuchar a los ingleses. Lo grande es que lo diga un alemán. . ."

“Siempre admiré el fútbol europeo, hablo de organización y no del juego. En la cancha nosotros, bien preparados, somos mejores. Pero en algunas cosas todavía nos llevan mucha ventaja. ¿Se puede pensar que en el campeonato italiano, o en el inglés, o en el español, alguien va a presentar un equipo con suplentes porque a los tres días tiene que jugar un partido de la Copa de Europa? Es imposible. Bueno, aquí se hace, con un agravante, también se burla la buena fe de la gente que puso diez millones de australes en una jugada del PRODE. A mí me dicen que va menos público a las canchas por falta de seguridad, y porque los tiempos económicos son difíciles. Es cierto, algo de eso hay, pero yo digo que el problema pasa también por otros carriles. Yo no sé si el hincha es inteligente, pero sí estoy seguro de que es astuto, olfatea bien. El fútbol de España, Italia o Inglaterra está fundamentado en el torneo local, le asignan prioridad. En Italia, cuando la Selección juega un amistoso, paran el campeonato. Es impensable que un equipo de club salga disminuido a la cancha porque tiene que ceder a sus jugadores. Aquí, en la Argentina, es muy común."

 

Imagen Valentín Suárez habla con El Grafico y comparte sus imperdibles anécdotas.
Valentín Suárez habla con El Grafico y comparte sus imperdibles anécdotas.
 

“Una vez EL GRAFICO me preguntó para una encuesta quiénes eran los cinco mejores jugadores argentinos de todos los tiempos. Yo contesté: Antonio Sastre, José Manuel Moreno, Adolfo Pedernera, Enrique García y Amadeo Carrizo. Algunos amigos me dijeron: «Che, ¿pusiste un arquero?». Les contesté: « ¿Por qué no? ¿O no juega?». Después del Mundial de México '86 esa lista tiene un nuevo integrante: Diego Armando Maradona. No sé en qué ubicación, sería injusto bajar a uno o subir a otro. Pero siempre Sastre está al tope de mis preferencias, porque fue un jugador extraordinario: jugaba él y hacía jugar a los demás. En una discusión puedo aceptar que alguien prefiera a Moreno, porque estaban ahí los dos; los demás quedan un poco más lejos. Entre los técnicos, el mejor que conocí es Menotti, es importante para el fútbol argentino, leyó mucho, viajó, recorrió el mundo. En otro plano lo veo a Pastoriza, que es un muchacho que maneja la psicología por instinto. Otro gran técnico es Lorenzo, porque hace bien una cosa que es muy difícil: ver un partido de fútbol y acertar un diagnóstico inmediato. Lástima que después no se maneja con la misma eficacia. Y no me quiero olvidar de Oscarcito López y Oscar Cavallero, dos trabajadores fenomenales."

“Durante mi segunda época al frente de la AFA, en 1967, creamos los Campeonatos Metropolitano y Nacional. Este último era una manera de integrar por fin a todo el fútbol argentino, en un país donde se habla mucho de federalismo pero son pocos los que verdaderamente lo conocen y lo aplican. Fue una tarea difícil, porque un año tiene apenas 52 semanas y hay que descontar un mes para que todo el mundo descanse, otro mes para que la Selección pueda atender un calendario internacional y otro mes para que los equipos se preparen. El actual Campeonato de la AFA es un sucedáneo de aquel que imaginamos hace más de veinte años, pero por el momento la participación de los clubes del Interior tiene real presencia geográfica sólo en el Nacional «B». Parece mentira, en un país que quiere llevar su capital a Viedma, el fútbol todavía no encontró los caminos de su integración. Hay atenuantes: los dirigentes chocan con las mismas dificultades de los políticos y economistas, que aún no han solucionado el problema de la concentración en el Gran Buenos Aires. Digamos también que desde el Interior llegan otros problemas: cuando un club pierde la categoría en la cancha, siempre aparece un gobernador, un ministro o un militar para pedir por el equipo de una provincia. Sería más justo con la historia decir que no piden, directamente presionan.”

“Hace pocos días leí un reportaje que le hicieron a Roberto Rogel. Él dice, como tantos técnicos, que no acepta la menor injerencia de los dirigentes en sus decisiones. Este es un tema apasionante, fundamental para el fútbol. Primero quiero decir que yo soy muy respetuoso del DT. Puedo dar ejemplos: Benicio Acosta estuvo seis años al frente de los equipos de Banfield y nunca habla de manoseos. El DT debe ser un asesor de fútbol para la empresa-club. Con el mismo alcance del preparador físico, del médico, del kinesiólogo. ¿Por qué a nadie le interesa cuando el dirigente se mete con el médico? En este país existe sólo la suspicacia con respecto al DT. Están equivocados. El dirigente debe saber, conocer como su DT dirige al equipo, y ese dirigente tiene la obligación de entender de fútbol si actúa en un club, de la misma manera que tiene que entender de periodismo o de artes gráficas quien edita un diario o una revista. No quiero decir que sea una enciclopedia, pero que conozca el juego más o menos a fondo. El DT es un empleado del club. Yo admito que es una profesión ingrata, porque cuando se pierde un partido siempre se busca al culpable, y generalmente recae sobre él la responsabilidad del fracaso. Pero también el dirigente se hace partícipe de esa responsabilidad porque fue quien lo buscó y lo contrató. Mientras fui presidente de Banfield, mantuve una línea y si el DT no estaba de acuerdo no lo contrataba. Primero me importaba el objetivo: a cuántos puntos aspirábamos en una temporada. Para eso, en segundo lugar, hace falta una estrategia de juego. Eso es misión del técnico, pero necesitaba saberla para sentarme en la platea y comprobar su ejecución. Y en tercer lugar, la selección de hombres para cumplir los puntos anteriores. Yo tengo un plantel y el técnico, si es honesto, me dirá si puede o no alcanzar el objetivo con esos hombres. Todo esto Europa lo resolvió muy bien con una figura: el secretario técnico. Aquí lo hace el dirigente, al menos yo lo entendí así."

“Admito que también llevé esa política a la AFA. Cuando la Argentina ganó la Copa de las Naciones en 1964, el trofeo más importante que hasta entonces había obtenido el fútbol argentino en toda su historia, se dijo que yo había formado y dirigido el equipo, y que el técnico José María Minella pasó como una figura decorativa. Confieso que no di órdenes, pero sí admito que siempre conversé con Minella (una bellísima persona y un técnico muy capaz) antes de cada partido, tal como procedía en Banfield. Me enteraba cómo iba a planificar al equipo y cómo estaría integrado. Y le decía sencillamente: me gusta o no me gusta. E hice sugerencias ejerciendo un derecho: el presidente de la delegación que sale a competir en el exterior no es un administrador ni un jefe de relaciones públicas. Antes del partido con Brasil le sugerí un cambio a Minella y no lo aceptó. Por suerte, la razón estaba de su parte. Nunca avasallé la autonomía de los técnicos ni los presioné en su trabajo, pero sí cumplí mi parte para alcanzar el objetivo común: el éxito"

“Voy a contar una anécdota absolutamente inédita, porque así lo pidió entonces su protagonista. Ahora todo es historia. Argentina ganó la Copa de las Naciones venciendo sucesivamente a Portugal, Brasil e Inglaterra. La gran sorpresa para todo el mundo fue la victoria de Argentina sobre Brasil, porque nosotros habíamos ido casi de relleno, como el gran rival de todos los tiempos, pero venido a menos. Brasil, en cambio, era el campeón del mundo, jugaba en su casa. Y el gran impacto: le ganamos 3-0. En ese partido yo imaginé la marca de Mesiano sobre Pelé, que fue compartida por Minella. Se trataba de que lo persiguiera por toda la cancha como una sombra. A Pelé le molestó mucho, reaccionó y le quebró el tabique nasal. Pero él también quedó al margen del partido, por propia decisión anímica, porque no lo habían expulsado. Minella dispuso que entrara Telch por Mesiano, Rattín fue a marcar a Pelé y terminamos goleando y tirando algunos lujos. Al día siguiente —ésta es la parte desconocida—, Pelé vino al hotel donde estaba la delegación argentina, se reunió con Minella y conmigo y nos pidió disculpas por su agresión. Había estado mal y lo reconocía. Antes de irse, nos pidió que le explicáramos el sentido de la marca de Mesiano, y le dije: «Si usted tiene la pelota, y piensa, seguro que su equipo gana. Esa fue la misión de Mesiano, usted no tenía que pensar». Los ojos de Pelé brillaron, dijo «moito bom». Yo le aclaré que esa estrategia era irrepetible, ante un crack como él servía una sola vez."

“Mi participación en el Campeonato del Mundo de 1966 comenzó cuando una comisión designada por el Consejo Directivo de la AFA me entrevistó aquí en mi casa. Querían que viajara inmediatamente a Europa para sumarme a la delegación, que estaba en gira previa al Mundial. En realidad, a Buenos Aires habían llegado una serie de versiones sobre distintas irregularidades y el Consejo Directivo pretendía conocer la real dimensión de esos problemas. A cargo de la presidencia de la AFA, en esos momentos, estaba el señor Fernando Menéndez Behety por renuncia del doctor Francisco Perette. Siempre pensé que el error había sido aceptar la realización de esa gira. Habían viajado 24 jugadores. Eso significaba el descarte de dos antes de la llegada a Inglaterra. Era el primer problema a solucionar, pero tampoco había decisión respecto del equipo y sobre la estrategia a emplear. Nadie tenía la seguridad de que iba a jugar. Cuando yo llegué a Europa, fui recibido con expectación. Seguramente todos pensaban lo mismo: «¿A qué viene este señor?». Organicé las entrevistas por separado y elegí hacerlo primero con los jugadores. Así fue como comprobé, efectivamente, que la división existía. Por un lado estaban los jugadores de Boca (Roma, Rattín, Marzolini, Alfredo Rojas, Gonzalito), y por el otro los de River e Independiente (Artime, Más, Solari, Pastoriza, Ferreiro, Ermindo Onega). Les pedí sinceridad y la obtuve. Querían saber quiénes iban a jugar y quiénes (dos) debían retornar a Buenos Aires. Era un grupo de difícil manejo porque había muchas estrellas. Por ejemplo: Rattín y Pastoriza. Dos volantes de gran calidad y personalidad muy definida. Sólo podía jugar uno, y estaba seguro, como después ocurrió, que el otro lo aceptaría. Pero Lorenzo, en un amistoso, había probado a Solari en esa posición, y eso ya no se lo podían bancar ni Pastoriza ni Rattín."

“Mi reunión con Juan Carlos Lorenzo, director técnico de esa Selección, terminó en una charla abierta y clara. Supongo que él tenía, respecto de mí, las mismas prevenciones que todos los demás. Incluso podía pensar que traía de Buenos Aires la orden de su destitución. ¡Ni loco me hubiera prestado a ello! El Mundial ya estaba cerca y lo ideal, en ese caso, era limar asperezas y procurar la unidad del grupo. Se habló mucho de mi intromisión en las charlas técnicas. No siempre con exactitud. Salvo el primer partido contra España, yo no tuve que ver con los planteos tácticos. Antes de España sí tuvimos una reunión que considero importante. Allí se eligió el equipo y el esquema. A la Argentina nadie le otorgaba chance porque toda Europa conocía los problemas vividos en la gira previa. Después del primer partido dejé de intervenir en las charlas donde se convenía el planteo táctico, aunque sí asistía a ellas por una razón elemental: yo era el responsable de la delegación. Hoy, mirando ese Mundial a la distancia, pienso que se falló en la apreciación del objetivo. Argentina concurrió a Inglaterra '66 con la intención de no ser eliminada en la primera vuelta. Conseguido ese propósito, faltó audacia para encarar otra etapa trascendental: la conquista de la Copa. Siempre pensé que ese Mundial se planificó para que Inglaterra y Alemania Federal jugaran la final. Por eso me seducía la idea de un triunfo sobre Alemania Federal (segundo rival en la zona) que evitara el traslado a Wembley para jugar los cuartos de final con Inglaterra. Si Argentina vencía, tendría que ir a Sheffield a enfrentar a Uruguay. A mi juicio un rival más factible de superar que Inglaterra. Y los jugadores coincidían conmigo. Pero se empató y después de ganarle a Suiza en el último encuentro de la primera vuelta fuimos a Wembley. Sostengo que ese partido contra Inglaterra se encaró con una moral deficiente. No digo que se podía vencer con facilidad, pero sí que podíamos intentar convertir primero un gol y después defendernos. A los ingleses nunca les gustó tener por rivales a los argentinos, porque mantenían muy fresco el precedente de la Copa de las Naciones jugada en Brasil en 1964. Con otro espíritu, y con Rattín, ese partido pudo tener otro resultado. Mi teoría con respecto a la famosa expulsión de Rattín es sencilla. No pienso que el árbitro alemán (Kreitlein) fue sobornado. No. Pero sé que estuvo presionado. Kreitlein tenía instinto y éste le recordaba que Stanley Rous —inglés— era el presidente de la FIFA y que de la FIFA depende la designación de los árbitros para los partidos internacionales, y que estaban jugando Inglaterra y Argentina. Confieso que esa tarde en Wembley me llevé una gran amargura. Sigo creyendo que con un poco de audacia, Argentina pudo quebrar ese arreglo para que Inglaterra y Alemania Federal jugaran la final."

Tengo 72 años, vivo con mi esposa Constantina y nuestros dos hijos nos regalaron dos nietos que son unos maravillosos diablos. Me puedo quejar de la jubilación, como todos los viejos, pero más me duele otra cosa: en la Argentina, la gente mayor parece no tener lugar. A veces pienso: ¿algo hice, no? ¿Cómo es posible que la AFA olvide a sus ex presidentes? No digo volver, porque renovarse es vivir, eso vale en todos los órdenes, pero por lo menos, alguna vez, podrían pedir una opinión. Por suerte, la bronca me pasa muy rápido: agarro el coche, me voy hasta Banfield y juego unos partidos de tute con los muchachos."

Producción: NATALIO GORIN

Fotos: RICARDO ALFIERI (hijo) y ARCHIVO "EL GRAFICO"