Las Entrevistas de El Gráfico

Jorge Valdano: La pelota, la pluma y la palabra

El entrenador dice que gracias a su voluntad llegó a lugares para los que no estaba naturalmente dotado. Fue campeón con Newell’s, Real Madrid y la Selección. Conquistó al mundo con sus goles y con sus palabras.

Por Redacción EG ·

04 de octubre de 2022

Jorge Alberto Francisco Valdano. Sostienen algunos (¿envidiosos tal vez?) que habla desde la altura que le otorga su carácter de tipo reflexivo. Están erradísimos. Pocos hombres se entregan al diálogo y a los recuerdos desde el llano más absoluto con la sencillez de este goleador que fue campeón con Newell’s Old Boys, el Real Madrid (jugador y técnico), la Selección Nacional (juvenil y mayores). Pocos vibran como él cuando recuerda a Bochini, a Zanabria o el gol que marcó su vida para siempre (contra Alemania, por la final del Mundial ’86); pocos se matan de risa con una frecuencia que da, incluso, para pensar que se ha tragado un payaso, cuando llega la hora de evocar alguna anécdota perdida. Pocos personajes del fútbol, sinceramente, son capaces de responder pero también de preguntar como hijo de vecino, de fabricar un hueco en su apretada agenda pero también de pedir perdón cuando el celular interrumpe por segunda vez la entrevista, de dar charlas ante 300 empleados del Banco de Boston y coescribir un libro que acaba de salir en España llamado Liderazgo (“El libro que da las claves para formar equipos en la empresa y en el deporte”, anuncia en la tapa), y a la vez rendirse con pasión a su pasión primaria y eterna, que es el fútbol. Dos horas de diálogo con Jorge Valdano en su oficina de Madrid. Vale escucharlo y no describirlo más.

 

El liderazgo, River, la pasión devaluada, el técnico:

“Para volver, necesito un ataque de entusiasmo”

–¿Qué estoy haciendo? Trabajo en distintos medios de comunicación y en una iniciativa que intenta hacer cursos de formación de equipos de alta dirección. Lo que hacemos es valernos de herramientas que enseñan a sacar rendimientos en los equipos: cómo ejercer el liderazgo, cómo gestionar los conflictos, cómo apuntalar la motivación, elementos que pueden servir al mundo de la empresa. Lo que noté es que cuando uno habla evocando anécdotas de fútbol, todo es más sencillo de entender. Hoy es muy difícil armar buenos equipos, porque los plazos son ridículos desde el mismo discurso. Yo estoy convencido de que si arribara hoy a España e intentara repetir mi carrera de futbolista, no llegaría al Real Madrid. No sé si por desconocimiento o por miedo, ahora a los jugadores se los redefine cada cinco minutos: hoy son buenos, mañana son malos, no es que son buenos y por ahí hoy juegan mal. Eso produce una gran confusión: los proyectos y los jugadores se fulminan muy pronto.

–¿No trabajás demasiado? Libros, charlas, tareas periodísticas...

–Yo he sido siempre una persona bastante activa y es mi manera de sentirme bien. A mí me han analizado desde muchos sitios menos desde el único que es legítimo analizarme: desde la voluntad. Yo soy una persona con una gran voluntad y eso me ha permitido llegar a determinados lugares para los que naturalmente no estaba dotado. Pero sé desconectarme. Por ahí agarro la agenda, tacho una semana entera y se puede venir el mundo abajo que conmigo no se puede contar. De hecho, si tuviera una idea febril de la vida, estaría entrenando, y no lo hago, porque sé distinguir ente el éxito y la felicidad. Y entre las dos posibilidades, hace mucho elegí.

–¿No se va apagando el entrenador con el paso del tiempo?

–No me siento retirado, aunque puedo vivir sin fútbol perfectamente, o por lo menos sin banquillo. Me siento más liberado así, a mí me da la impresión de que el banco me convierte en un obsesivo, es como si el universo se redujera a un equipo de fútbol. En cambio, cuando no estoy en esa actividad, recupero otra perspectiva. Igual hay algo mío que sigue estando en el oficio: el deseo de analizar, de darle vuelta a las cosas. Me parece que se está viviendo una de las revoluciones más fuertes del siglo con respecto al fútbol: mundial cada dos años, cifras astronómicas, el fútbol que a nivel organizativo sigue siendo un mundo sin ley que hace fácil la corrupción, la mentalidad del jugador cada vez menos apegada a un equipo y también menos apasionada con el fútbol.

–Pero esto no parece que vaya a cambiar, sino a acentuarse. ¿Qué hay que esperar para que Valdano vuelva al banco?

–Yo tengo una clara pasión humanista y me tiene que dar un ataque de entusiasmo. Eso sólo me lo produce la gente, alguien que me seduzca con un proyecto que se parezca a mí. Hasta ahora me he sentido fuerte y elegí compañeros de viaje que estaban exactamente en el otro extremo mío, en la seguridad de que no iban a interferir, pero no fue así..

 

Imagen Valdano nunca dirigió en el fútbol argentino.
Valdano nunca dirigió en el fútbol argentino.
 

–Siempre decís que dirigir en la Argentina es una posibilidad, pero da la sensación de que se trata de una frase hecha...

–Tengo mucho respeto por las palabras y me da miedo ser tajante; entonces bueno, todavía me siento entrenador y todavía siento que algún día puedo volver a la Argentina, pero la posibilidad en estos momentos la veo como remota.

–¿Alguna vez hablaste con algún dirigente de River?

–No. Es más: en alguna ocasión mandé un fax desautorizando a un candidato presidencial a que usara mi nombre porque no me gusta que se mienta a mi alrededor.

–Te pregunto porque más de uno te ha nombrado como candidato...

–Pero a Ramón conviene no subestimarlo: es uno de los mejores equilibristas del mundo (risas).

 

Bilardo, Racing, los sueños, el gol en la final del ’86:

“Es mentira, ahora viene mi vieja y me despierta”

–¿De chico eras hinchas de Racing, no?

–Sí. Y de grande también. Es curioso, pero nunca jugué en la cancha de Racing y nunca había visto un partido allí hasta hace poco. Si algo recuerdo de un modo particular de mi infancia es el gol de Cárdenas, lo vi en mi pueblo (Las Parejas, provincia de Santa Fe), en la casa de un vecino: había que tener mucha buena voluntad para ver entrar esa pelota, vamos, en realidad sonaba la radio y nosotros gritábamos delante de la televisión porque sabíamos que ahí adentro estaba pasando. Tenia 12 años.

 

Imagen Con su esposa e hijos en Las Parejas, su pueblo.
Con su esposa e hijos en Las Parejas, su pueblo.
 

–¿Vos sos de los que aprendieron a leer con EL GRAFICO?

–Sí, fue siempre una revista que me resultó atractiva; de hecho tengo la colección en mi oficina porque cualquier artículo que leo lo encuentro muy relacionado con mi infancia. La imagen que tengo de mi infancia es la de Ermindo Onega, el ídolo de Las Parejas: la única vez que lo vi en el pueblo me pasé toda la tarde mirándole las piernas. Con Daniel, su hermano, tuve más relación, incluso nos encontramos en España, jugando ambos como rivales en la segunda división, una época en la que no prestigiábamos demasiado al pueblo (risas).

–¿Seguís teniendo sueños de fútbol?

–(Piensa) Sí, pero impunes. Yo lo he convertido en algo esencial, creo que el sueño es peligroso si uno es un iluso pero el sueño es muy positivo si uno es un inconformista. Me parece que no existe el jugador que no sueña; visionar, imaginarse lo que va a ocurrir es algo natural. De hecho, cuando yo metí el gol en la final de la Copa del Mundo ‘86 lo primero que se me cruzó por la cabeza como un meteorito era que se trataba de una mentira. Cuando tuve conciencia de que era gol, que era la final, que era yo, entonces enseguida me dije “es mentira, ahora viene mi vieja, me despierta para ir al colegio y yo la asesino” (risas).

 

Imagen Gol contra Hungría en la final de Toulon ‘75, 1-0
Gol contra Hungría en la final de Toulon ‘75, 1-0
 

–Pero cuando te abrazaste con todos...

–El meteorito ya había pasado, eso era fortalecer mi ego y nada más (risas).

–¿Ves cada tanto aquel gol?

–Lo veo porque en algunos de los cursos de formación me sirve como recurso. La gente, cuando ve a un personaje popular, se identifica, y a mí me gusta que se identifique con la gloria y con el fracaso de ese personaje, y así como existe esa imagen en donde yo me convierto en “Mister Éxito”, hay otra en donde yo soy una perfecta basura: aquel fallo contra Bélgica, en semifinal, donde Diego me dejó con todo el arco vacío tras una jugada maravillosa, y yo desde el punto del penal la tiré al segundo anfiteatro.

–Después de esa jugada, ¿le pediste perdón a Diego?

–No, pasa es que en ese momento se decía que Argentina era Maradona y otros diez y ésa fue la prueba científica de que era cierto (risas).

–¿Cuando metiste el gol en la final, te sentiste campeón, no?

–Sí, dentro de la cancha siempre hay tiempo para que por la imaginación pasen cosas, y yo pensaba en eso. Por eso cuando nos empataron pensé que se trataba de un castigo divino por festejar antes de tiempo. Cuando íbamos a sacar del medio dije en voz alta: “¡Mirá vos, ya éramos campeones y ahora tenemos que empezar otra vez!”. Burruchaga estaba al lado y me habló: “No pasa nada, ganamos”. Lo dijo con una tranquilidad infinita, esa tranquilidad de los abuelos. Diego asintió con la cabeza. Fue realmente insólito.

 

Imagen Su gol en la final de México ‘86 para el 2-0 transitorio.
Su gol en la final de México ‘86 para el 2-0 transitorio.
 

–En aquel Mundial de 1986 tu influencia adentro del campo se vio, ¿afuera también fuiste importante?

–En la cancha fui tácticamente importante porque me asumí como jugador complementario y creo que fui un gran jugador complementario.

–Bueno, no es para subestimarse así...

–Es verdad, hombre, si jugás en un equipo donde está Maradona, no hay otra forma que verse como complementario. Yo venía de hacer ese papel en el Madrid. Un año después de mi arribo, en 1985, llegó al Madrid Hugo Sánchez, apareció Butragueño, estaban Juanito y Santillana, y me di cuenta de que tenía que cambiar de oficio para jugar en ese equipo. Entonces empecé a tirarme más atrás, a ser un delantero de toda la cancha. En la Selección, Bilardo me pedía algo parecido, lo que pasa que con puntos de partida un poco más estables. Contra Inglatera, que volviera al medio; contra Alemania, por la derecha para seguir a Briegel. Pero bueno, yo consideraba esa orden como un lugar de regreso: una vez que terminaba la jugada tenía que volver a mi casa, y mi casa estaba a la derecha, a la izquierda, o al medio. En Madrid, en cambio, era libre para elegir los lugares de regreso, porque el partido lo pensaba yo.

–Podías ir a tu casa, a un bar, al cine...

–Exacto, pero con Bilardo había que volver a casa, no podía  ir al cine ni a un bar (risas).

–A casa y a dormir...

–A casa y a dormir (risas).

–¿Y con Diego hablabas?

–Sí, además Diego decía que yo le sacaba ganas de hablar, en realidad tengo fama de hablar mucho (risas). Al principio estuvimos distanciados, medio que nos peleamos contra Corea por una boludez del partido, pero nos amigamos diez días después.

 

Imagen Gol a Corea en México ‘86 (el primero de Argentina en la Copa).
Gol a Corea en México ‘86 (el primero de Argentina en la Copa).

–Muchos dicen que fuiste importante para cohesionar al grupo, ¿es cierto?

–Fue un grupo difícil porque tenía a muchachos de una gran personalidad: estaban Ruggeri, Maradona, Passarella, Bochini... Lo que da una idea de la madurez de ese grupo es el hermetismo que existió después del Mundial en relación con lo que pasó adentro. Ese es otro de los signos del fútbol actual, parece de cristal: se ve todo desde afuera. Una discusión entre los jugadores o con el entrenador a los cinco minutos se cuenta. Da la sensación de que las cosas se hacen para contarlas, no para vivirlas.

–¿Con quién mantenías una relación más cercana en ese grupo?

–Con Trobbiani, Giusti, Burruchaga porque era amigo de Giusti, con Bochini también, porque me pareció siempre un filósofo griego (risas). Decía pocas cosas pero daba siempre en el clavo. ¿Un ejemplo? En octavos de final: “Somos campeones, el equipo se encontró”. Así de rotundo. El siempre daba un paso al costado y miraba desde ahí... y yo siempre me iba donde estaba él  porque era divertido y porque veía las cosas muy bien. Siempre me gustó la contundencia de sus opiniones.

–¿Qué sentís por Bilardo? ¿Qué significó para vos?

–Si todo hubiera terminado en el Mundial de México, yo tendría de Bilardo una imagen positiva, pero desde entonces, bueno, ocurrieron cosas...

Imagen Con Bilardo fue campeón del mundo, pero la relación se rompió cuando eran técnicos del Sevilla y Tenerife.
Con Bilardo fue campeón del mundo, pero la relación se rompió cuando eran técnicos del Sevilla y Tenerife.

–¿Lo del Mundial del ’90: te convocó cuando ya te habías retirado y después te dejó afuera sobre el inicio?

–No, eso yo no lo interpreto de un modo agresivo. Cuando hay un acuerdo verbal entre dos personas, eso para mí tiene la misma importancia que un contrato, y él hizo algo que estaba dentro del contrato. Además fue una cláusula que puse yo: cualquiera de los dos podía romper unilateralmente el acuerdo. El hecho de que la cláusula la haya usado él a cinco días del Mundial, hizo un poco más dolorosa la decisión. Pero el problema comenzó más adelante, cuando él fue entrenador de Sevilla y yo del Tenerife y dijo cosas que no tienen nada que ver conmigo, que marcan un desconocimiento muy fuerte de mí, que parten de un prejuicio. Eso existió y las cosas que existen yo no hago nada por olvidarlas.

–¿Cuando te marginaron del Mundial de Italia se te derrumbó el mundo?

–No. Por un lado hubo dolor y por otro me sentí liberado, significaba un desafío muy difícil desde el punto de vista físico, porque el cuerpo se resistía y me dolía todo. Y también desde el punto de vista futbolístico, porque yo ya tenía un poco el punto de vista del hincha, del periodista y del técnico, entonces era menos dócil y discutía bastante las cosas.

 

El sacrificio, su hermano, el Alavés y un recuerdo de Selección:

“Menotti fue al fútbol argentino desde las ideas lo que Maradona desde los pies”

–Antes hablabas de tu voluntad, ¿te costó mucho llegar de las inferiores a la Primera de Newell’s?

–Sufría muchos altibajos y me sentía solo, era un jugador sin padre, porque él me faltó desde que era muy pequeño, y entonces no tenía referencia, no sabía interpretar los mensajes. Hubo un momento, cuando tenía 17 años, estaba en Tercera y me veía a un paso de la Primera, en que llegó Griffa y me bajó cuatro divisiones de un golpe, porque decía que había que respetar la edad. Eso me pareció un descalabro.

Imagen El gol frente a River en el Monumental, la tarde que Newell’s rompió el invicto al River de Labruna ‘75 (vuela Fillol, mira Passarella, grita Gallego).
El gol frente a River en el Monumental, la tarde que Newell’s rompió el invicto al River de Labruna ‘75 (vuela Fillol, mira Passarella, grita Gallego).

–¿Y quién era tu referencia? ¿A quién escuchabas?

–A mí hermano, Juan Carlos, que tenía cuatro años más que yo. El problema es que era muy calentón y sus recomendaciones pasaban siempre por lo mismo: “Andá y cagalo a trompadas al entrenador” (risas). Yo era mucho más sereno. El estudiaba en Rosario, tenía un departamento, y cuando yo fui a Rosario tenía la posibilidad de vivir con él, pero preferí la pensión porque creía que eso iba a obligar al club a apresurar los plazos. ¡Vamos, que eso es alta política para un chico de 16 años!

–¿Y el arribo a la Primera?

–Debuté a fines de 1973, con Ignomiriello, en el último partido: 4–1 a All Boys, 20 minutos de juego y un gol. Al año siguiente estaba Montes, Newell’s fue campeón y yo alterné, pero siempre con cruces de caminos bien aprovechados: cancha de River, partido televisado, gran gol; juvenil de Toulon, actuación personal mediocre, pero 1–0 con gol en la final; debut en la Selección mayor contra Uruguay en el Centenario y 3–2 con dos goles míos después de entrar en los últimos 15 minutos. Fueron impactos publicitarios. Pero eso me produjo un malentendido: yo vine a España pensando que llegar al Real Madrid me iba a costar lo mismo que me había costado llegar a la Selección mayor, y me equivoqué. Lo que en la Argentina me había costado un año, aquí me costó diez. Cuando estaba en el Alavés, casi me vuelvo, pero el orgullo, que es una especie de tortura, muchas veces sirve para soportar bastante más de lo admisible.

–¿Y por qué no te fue bien al principio?

–En primer lugar, porque se trataba de una ciudad muy dura, donde llueve 300 días al año. Yo apenas tenía 19 años, era el único extranjero de todo el país vasco, se jugaba en barro, al pelotazo y tuve que aprender otro juego en la segunda división. Aparte sufrí dos fracturas de peroné: una fue por mala suerte y la otra, atroz: con la pelota a ocho metros, la clásica jugada un poco chacarera de tirar la pelota por un lado y buscarla por el otro, bueno, el defensor me fue a buscar a mí y me rompió.

 

Imagen El look hippie en Rosario (lindo modelo de abrigo).
El look hippie en Rosario (lindo modelo de abrigo).
 

–En ese momento, tu apuesta de ir a un equipo de segunda fue fuerte...

–Pero hay que entender cuál era el momento del fútbol argentino, de gran desorganización y poco rigor. Recuerdo que era normal, cuando íbamos en colectivo de Rosario a Buenos Aires para jugar con la Primera, ir con la radio encendida para saber si el partido se iba a jugar o no, y muchas veces a mitad de viaje se anunciaba la suspensión del partido y pegábamos la vuelta. Yo ya estaba en la Selección, y cuando hablé con Menotti, él me dijo: “Si yo duro hasta el ‘78 serás uno de los 22 del Mundial, pero lo que no te puedo asegurar es que la semana próxima yo siga en la Selección”. Esas cosas me empujaron a irme, porque yo era muy riguroso conmigo mismo y con mi profesión, y todo eso me producía una cierta inestabilidad. Y me fui en 1975.

–¿No te tentaba la Selección?

–Lo único que me podía mantener en la Argentina era un guiño de Menotti, pero en ese momento la Selección no tenía el prestigio de ahora. De hecho yo debuté en la Selección porque esa semana habían renunciado los jugadores de Boca y River. Quiero decir que la Selección no era un lugar que prestigiara, era un lugar donde uno arriesgaba el prestigio. Por eso creo que Menotti fue al fútbol argentino desde las ideas lo que Maradona fue al fútbol argentino desde los pies.

 

Imagen Gol contra Uruguay, en su debut con la Mayor (3-2 y dos gritos).
Gol contra Uruguay, en su debut con la Mayor (3-2 y dos gritos).
 

–¿Qué significó para vos el Mundial ‘82?

–La frustración más grande de mi vida, porque nunca había estado tan bien y sufrí una lesión que me pareció definitiva: a los dos minutos del primer partido que salí como titular, contra Hungría, me trabaron desde atrás y terminé con un esguince de rodilla y tobillo que no me dejó caminar durante un mes. Me quedé 20 minutos en la cancha, pero estuve desde los 2 con la pierna totalmente dormida.

–¿Cómo llevabas el tema de la guerra?

–Fue un problema porque en España yo disfrutaba de una información que en Argentina no se tenía y si la expresaba me convertía inmediatamente en un antiargentino. Hablaba con el doctor Oliva, lo que me permitía un cierto desahogo. No podía comentar nada, incluso en algún momento que salió el tema y yo dije cuál era mi postura, poco más que los compañeros me sacan la camiseta. Hace poco escuché a Daniel (por Passarella) decir que de haber sabido la verdad no hubiera jugado. Yo en ese momento no tenía esa sensación, creo que son dos órbitas distintas: que el juego sirve para escapar de la realidad, no para disimularla. En ese momento nosotros defendíamos el prestigio del fútbol argentino y no el prestigio del país en general.

 

Imagen Con Kempes en el Mundial ‘82.
Con Kempes en el Mundial ‘82.
 

–En una nota que le hicimos a Daniel Valencia, él dijo que Santamaría, tu compañero de cuarto, se quejaba porque había libros hasta en el baño...

–Valencia era muy amigo de Cucurucho y venían a la habitación. De esos dos tengo un recuerdo buenísimo, dos personajes sensacionales. Yo estaba muy europeizado y acostumbrado a relaciones muy pautadas con jugadores, donde el subversivo era yo, pero claro... éstos me adelantaban por la banquina (risas).

 

Serrat, los fracasos, Crespo, Maradona y un amigo de la infancia: 

“Bielsa era uno de esos que destacaban del paisaje”

–¿Te caíste muchas veces en tu vida futbolística?

–Mirá, yo jugé una promoción con el Alavés para no bajar a Tercera, me he lesionado de gravedad, me quedé en la puerta de dos Mundiales, me han echado como entrenador a los tres partidos de empezar, pero sin embargo siento que no sólo el fracaso no me da miedo, sino que me parece más útil que el triunfo. El éxito es muy complaciente, al éxito uno no lo revisa; en cambio cuando uno sufre una frustración la desarma para ver qué hubo adentro y ahí es cuando progresa.

–¿Quién fue el hombre que más te impactó en el fútbol?

–Las identificaciones siempre son más fuertes al inicio. Cuando llegué a Newell’s, recuerdo que la figura de Mario Zanabria impactaba: se trataba de un tipo que dentro de un medio muy callejero era capaz de liderar desde los argumentos y con un tono de voz bajísimo, y encima jugaba divinamente al fútbol. Después conocí a Menotti, que le puso un marco conceptual a lo que para mí era un sentimiento, algo tan desordenado como un sentimiento me lo tradujo para toda mi vida, además de ser un generador de ideas inagotables. Por eso me parece que negar a un personaje de esa categoría,  que literalmente dio vuelta al fútbol argentino es algo más que una imprudencia, es una estupidez, incluso para aquellos que tienen mala intención. Es una estupidez antes que una hijaputez.

–¿Por qué Menotti no puede llevar un equipo a la consagración? ¿Por qué abandona tantos proyectos a mitad de camino?

–No sé, creo como todos los artistas tiene picos de entusiasmo que se agotan más rápido que en el resto. Pienso que es un poco el mal del artista. Estoy pensando en voz alta, pero creo que Menotti necesita de identificación, de que alrededor suyo se genere una atmósfera, un clima que no es fácil sostener durante mucho tiempo.

 

Imagen Juega ante la mirada de Menotti, su referente.
Juega ante la mirada de Menotti, su referente.
 

–Recién hablabas de los personajes que te impactaron en el fútbol, ¿y fuera de él? Vos tenés una buena relación con Serrat, con Benedetti...

–Los dos que nombraste son personajes cuyo contacto personal resistió la obra. Compartir cosas con ellos le agregó encanto a la admiración que les tenía, algo que no siempre ocurre, porque por ahí conocés a un personaje y te da bronca que sea el autor de una obra a la que adhieras tanto. Ellos son dos de los que más quiero, hay muchos más...

–¿Pregunto por Valdanito Crespo? ¿Te ves representado por él?

–En su carácter antes que en sus condiciones futbolísticas. Y lo explico. Durante un tiempo yo viví confundido la profesión. En el Alavés y el Zaragoza era la figura estelar del equipo, pero de ninguna manera esa figura se adaptaba a mi personalidad. En cambio, cuando dentro de la cancha apareció un Butragueño o un Maradona me acomodé mejor y descubrí que era importante sosteniéndolos. Crespo -posiblemente porque no jugó en el Alavés sino en River y en el Parma- lo entendió antes que yo, y eso le va a apresurar los plazos. En cuanto al juego, creo que en la voluntad y hasta en el aspecto somos parecidos, pero yo me sentía más cómodo moviéndome por afuera y tenía menos avidez por el gol. Hace poco tuve un contacto con él, a través de la televisión, cuando ganaron la UEFA, y comentamos algo de esto. Fue la primera vez que hablé con Crespo.

–¿Qué sentís cuando dicen Valdanito? ¿Te gusta?

–A mí me producen espanto los personajes faranduleros, ese tipo de jugador que en el fútbol se da bastante; en cambio éste me defiende bien el apodo. O sea, no me importaría que me digan a mí Crespito Valdano (risas).

–¿Con Bielsa hablás seguido?

–Sí, claro, es de los pocos con los que puedo hablar de nuestras diferencias. Cuando uno no tiene confianza con alguien o no está ante una persona lo suficientemente inteligente, pues busca los puntos de contacto. Sin embargo, con Marcelo yo me puedo dar el lujo de marcar las diferencias.

–¿Son discusiones muy violentas?

–Existe una complicidad desde que tenemos quince años, así que nos permitimos incluso la violencia.

–Violencia de arrojarse cosas...

–No, no... todavía no, todavía (risas).

–Ya desde chico se notaba que era un obsesivo, que por ahí se tildaba...

–Era uno de esos que destacan en el paisaje (risas).

–¿Qué te sugiere José Pekerman?

–Para empezar me parece un buen tipo, punto de partida que conviene no olvidar. Después, entre el fútbol que practican sus equipos y aquello a lo que yo aspiro, casi no hay diferencias. Me parece una persona equilibrada que ha hecho una gran trabajo y que está buscando un nuevo lugar. La sensación desde afuera es que todavía no lo encontró.

Imagen Con Juan Barbas, en Zaragoza. Allí saltó a la fama, en 1982, tras un inicio difícil en el Alavés. Fue su trampolín al Real Madrid.
Con Juan Barbas, en Zaragoza. Allí saltó a la fama, en 1982, tras un inicio difícil en el Alavés. Fue su trampolín al Real Madrid.

–Vamos a las sensaciones de Valdano–técnico. Recuerdo que el día que fuiste campeón del Real parecías una momia inmutable, ni festejaste...

–Pues por dentro era un volcán. Yo creo que la enfermedad más importante que produce esta profesión es que el autocontrol te mutila la espontaneidad. Como entrenador  nunca me gustó arrebatarles protagonismo a los jugadores, entonces cualquier gesto de alegría me daba la sensación de que era una manera de meterme dentro del escenario. Creo que ese ejercicio insano andaba un poco por ahí. Hubo un canal de televisión que me clavó un primer plano los 30 segundos anteriores y los 30 posteriores al gol de Zamorano que nos daba el título: yo estaba dando una instrucción y con el gol seguí como si nada. Sin embargo adentro me había estallado una bomba atómica. Cuando vi la imagen me asusté: eso no podía ser bueno para la salud.

Imagen Sentado sobre la pelota, como técnico del Real Madrid (campeón en 1994/95).
Sentado sobre la pelota, como técnico del Real Madrid (campeón en 1994/95).

–¿Cómo te sentiste siendo múltiple campeón en el Real Madrid, el club de Franco, una institución que ideológicamente está tan lejos de lo que vos pensás?

–En el Madrid se da una gran contradicción: por un lado representa eso y por otro lado es el equipo del pueblo, basta que uno llegue a cualquier ciudad de España para entender que la fuerza del Real Madrid está ahí, abajo. Lo que pasa es que el fascismo es muy ruidoso y se hace notar más. En el Bernabéu hubo un momento en que un grupo minoritario y ultraderechista se apoderó de los cantos, y eso proyectaba una imagen siniestra, pero yo conozco tanto madridistas progresistas que esa imagen nunca llegué a formármela.

–¿Sentís alguna identificación con algún jugador en esta era pos Mundial?

–Esta fue una temporada depresiva, como todas las posmundialistas, de hecho las grandes figuras tuvieron dificultades: Del Piero, Zidane, Ronaldo, todos parecen superados por la celebridad. Los únicos jóvenes que este año lograron salir de una situación preocupante fueron Raúl y Beckham, dos futbolistas con un carácter superior.

–¿Qué te pareció la última final de la Champions League ganada por el Manchester?

–Un spot publicitario del fútbol, el mejor que podrían haber armado los organizadores. Estuve en el Nou Camp y grité el gol. A Fabio Capello, que tiene el corazón bastante más duro que el mío, le pasó lo mismo.

–¿Hablás seguido con Maradona, hoy?

–No, la última vez que lo vi fue en el Mundial ’98: nos cruzamos dos o tres veces, siempre rodeados por aproximadamente dos millones de personas, pero siempre con una gran carga afectiva. En realidad, ¡qué fácil es quererse cuando uno se ve poco, no!  (risas).

–¿Por qué no puede encontrar su lugar? Uno ve a Cruyff, a Di Stéfano, a Beckenbauer, a Pelé y todos están ligados al fútbol...

–La mayoría que nombraste le llevan varios años a Diego, y el nivel de acoso que sufren es claramente menor. Digamos que el tiempo les dio la posibilidad de acomodar la carga, excepto el caso de Pelé, que vive de ser Pelé, de dar la mano, de dar abrazos. Y Diego está muy lejos de ser un complaciente. Diego representa exactamente lo contrario: la rebeldía, la lucha contra el poder, el inconformismo.

–Para muchos existe un sentimiento trágico, como que no va a terminar bien. ¿Es imposible ayudarlo?

–Creo que si en algún momento pide ayuda, él va a encontrar mucha gente dispuesta a hacerlo, pero sólo lo pueden ayudar los que están cerca. Al fin de cuentas, es él contra sus problemas. Pienso que uno de los graves problemas que ha sufrido Diego a lo largo de su vida es que todos quisimos pensar por él y lo hemos convertido en el responsable de millones de demandas: él tenía que defender nuestro orgullo, nuestra dignidad, tenía que ser un ejemplo, tenía que demostrar que los argentinos somos así... Diego es un jugador de fútbol y sus ejemplos hay que buscarlos en una cancha, de la misma manera que a Picasso hay que analizarlo por lo que pintó y no por cómo trató a sus esposas.

–Muchas veces se habla de Valdano como “el filósofo”, ¿te molesta?

–En realidad mucha gente en España me catalogaba así despectivamente. Y mucha gente que me llamaba para acentuar mi condición de persona reflexiva, lo hacía con la intención de desmarcarme del fútbol, de considerarme diferente al promedio. Y eso todavía me gustaba menos. Es un vicio muy periodístico el de fabricar prototipos, de manera que una vez que te meten en una jaula es lo mismo que digas “caca” o “pis”, eres filósofo y ya está.

Ya está. “Caca, pis”, dice el filósofo Valdano. Sólo se puede aceptar que habla desde arriba porque el tipo es alto, sólo por eso.

 

 

DIEGO BORINSKY (1999).

Fotos: ARCHIVO “EL GRAFICO”