Las Entrevistas de El Gráfico

Reportaje al grandioso Monumental

A propósito del cambio de nombre de la cancha de River, repasamos una entrevista de Juvenal de 1988 a la mole de cemento de Alcorta y Quinteros. Repasan los grandes jugadores que jugaron en él, su primer título y hasta el mote de ¨gallinero¨.

Por Redacción EG ·

06 de abril de 2022

La mole de cemento me rodea totalmente con su redondez. Ha cumplido medio siglo de vida. Vacía, parece más grande, más imponente. Está en silencio pero de cada rincón de las tribunas, del campo, de la boca de los túneles, de las rayas de cal y de las matas de pasto, brotan ecos de tardes triunfales, de noches inolvidables, de cantos y de gritos de gol. Estoy en el centro de la cancha, sentado sobre la pelota. Estamos solos. El estadio y yo. ¿Estamos realmente solos? No. Imposible. Porque nos rodean y nos atrapan con su magia cincuenta años de recuerdos.

Imagen Mediados de los años 30. Construcción del estadio Monumental, en esa época uno de los mejores del mundo.
Mediados de los años 30. Construcción del estadio Monumental, en esa época uno de los mejores del mundo.

— ¿Vio, mi viejo y querido Monumental? Estoy mirándolo desde el punto donde dieron tantas veces el puntapié inicial Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano, Wélter Gómez, Enzo Francescoli... Y estoy sentado sobre la pelota, como Pepe Minella cuando dirigía a River...

—Es cierto. ¡Cuántos recuerdos me trae lo que usted me dice! En aquellos tiempos no había banco para el técnico y los suplentes. Si no había suplentes... Entraban a jugar once y terminaban esos once. O los que quedaran, si alguno se lastimaba... Minella se sentaba sobre la pelota cerca del túnel de los locales, porque yo fui el primer estadio que tuvo túneles de ingreso para locales, visitantes y autoridades del partido... ¡Si habré vivido vueltas olímpicas cuando el técnico era don Pepe! ¡Qué tiempos aquellos!

—Muchos decían que Minella no era un gran entrenador. Que era, simplemente, un tipo de suerte...

—Sí. Lo escuché muchas veces. Minella arrancó en 1947 y ese año River salió Campeón. Fue el año de Alfredo Di Stéfano. La primera vez que en mis tribunas se le cantó a un jugador. Hasta entonces, se le cantaba al equipo. La gente coreaba "La Maquinita". Aquella que decía: "Si usted nunca la vio/ venga a ver La Maquinita/ si usted nunca gritó/ ese día salta y grita..." Cuando venían los de Boca, le cantaban a Mario Boyé aquella canción que terminaba "una cosa que empieza con B/ ¡BOYE!" Pero el público de River recién entró en esa onda cuando apareció Alfredo en 1947. Estaba haciendo el servicio militar, tenía el pelo cortado al ras y lo llamaban "El Alemán". La hinchada le inventó el cantito: 'Aserrín/ aserrán/ cómo baila el Alemán..." Cuando River empezó a ganar y el Alemán a meter goles espectaculares, lo llamaron La Saeta Rubía y le hicieron otro estribillo: "Socorro/ socorro/ ya viene La Saeta/ con su propulsión a chorro... Lo escuché tantas veces...

— Pero no se me escape, don Monumental. Me estaba hablando de Minella...

—Tiene razón. Pero uno empieza a enganchar recuerdos y, si me dejan, me voy hasta la Bombonera... Minella ganó otros cinco campeonatos en los doce años que dirigió a River: 1952, 53, 55, 56 y 57. ¿Le parece que eso puede ser únicamente suerte? Después del último título que ganamos con don Pepe, pasaron 18 años sin que pudiéramos ver una miserable vuelta olímpica. ¿Por qué no tuvieron la misma suerte los que vinieron detrás de Minella? No, Juvenal. Es como dice el tango. "Al saber le llaman suerte..."

—Pero es que don Pepe tenía unos jugadores bárbaros. Salir campeón con esos monstruos era casi una obligación...

—Es verdad. River siempre tuvo auténticos cracks. Y ¡ojo! que la palabra "crack" no es para cualquiera. Es para los elegidos. José Manuel Moreno, Pipo Rossi, Labruna, Loustau, esos eran cracks en el equipo del '47...

Imagen El Monumental es el escenario ideal para que dos ídolos de la institución como Walter Gómez y Ramón Díaz lo recorran abrazados.
El Monumental es el escenario ideal para que dos ídolos de la institución como Walter Gómez y Ramón Díaz lo recorran abrazados.

— ¿Y Di Stéfano?, no lo olvide...

—No lo olvido. Alfredo era un goleador electrizante, un velocista, un delantero que enfrentaba al arquero, la tocaba a un rincón y se iba gritando el gol por la pista de atletismo cuando la pelota todavía no había entrado. Pero no era todavía crack. Era un pichón de crack. Le faltaba crecer, hacerse un jugador completo. Aquí, con todo lo que Alfredo mostró, vimos el cincuenta por ciento del monstruo que fue luego en el fútbol europeo.

—Cuénteme, don Monu. Para usted, ¿Moreno era tan grande como decían?

—Ese fue el más grande de todos. Alguno pudo haberlo igualado, pero no lo superó nadie. Era el jugador-espectáculo. En el suelo, con la pelota a ras del piso, un virtuoso. En el aire, el cabeceador más fantástico que tuvo River. Diez puntos en todo: técnica, vitalidad, fuerza, viveza, inspiración, coraje, personalidad. El "Fanfa" fue un fenómeno. Nunca lo vi jugar regular. Siempre de bien para arriba.

—Usted lo llama el "Fanfa". Pero a Moreno le decían el ¨Charro¨...

—Eso fue cuando volvió de México. Se había ido allá en 1944 y estuvo de vuelta en 1946. Cuando volvió a River, en cancha de Ferro, la gente volteó los alambrados para verlo de nuevo... Pero en la intimidad del club, lo conocíamos por el Fanfa. Es claro que con un fanfarrón así en el equipo, River podía ir a jugar al fin del mundo. Dicen que la confianza mata al hombre. Pero en el fútbol, los ganadores tienen que ser confianzudos. Como Moreno. Iba a debutar en la primera, cuando tenía 18 años, y un compañero más veterano se le acercó para darle ánimo. Moreno lo tranquilizó: ¨Mírá al half que me marca. ¿Cómo me va a parar? Es muy feo para mí...¨

—¿Pipo Rossi también era confianzudo, ¿no?

—¡Huuy! Ese era terrible de confianzudo. Y muy divertido... ¡Las cosas que gritaba dentro de la cancha! Cuando volvió de Colombia, tenía como back centro a Tacho Venini. No se preocupaba mucho del destino de la pelota. Para él, lo prime-ro era alejar el peligro. Y la mandaba a cualquier parte. Una vez rechazó en el área y la tiró a la platea del centro de la cancha. Fue una verdadera hazaña. Nunca, nadie, había mandado una pelota a la tribuna en el Monumental... Ni el Cholo Simeone lo consiguió cuando venía a jugar con Boca... Bueno. En uno de los primeros partidos de 1955, cuando volvió a jugar Néstor Rossi, le llegó una pelota a Venini y en vez de entregársela, Tacho la mandó a la estratósfera. Pipo se dio vuelta y le gritó: Wieeeen, Tacho! Ya me tiraste la pelota. Ahora, tírame la escalera...". Y gritaba cosas peores. Muy graciosas, pero algunos no las toleraban. Por ejemplo, al Ñato Sola, aquel half izquierdo que tenía nariz de boxeador y gesto de estar siempre cabrero, no le decía nada. Una vez le había gritado y el Nato se volvió loco. Pipo se mordía por gritarle, pero no se animaba. Entonces, se acercaba a Federico Vairo y le decía: "Decile algo al Nato, ¿no ves que está haciendo macanas?' Vairo era muy pícaro y le contestaba: ¿Por qué no se lo decís vos"? Vos, decile vos, que lo tenés más cerca...".

Imagen La fiesta de inauguración se cerró con un match entre River y Peñarol de Montevideo.
La fiesta de inauguración se cerró con un match entre River y Peñarol de Montevideo.

—Pero usted, Monumental, nació por culpa de otro gran jugador, Bernabé Ferreyra. Era tanta la pasión que despertaba Bernabé, que la cancha de avenida Alvear y Tagle quedaba chica para contener a la gente que quería ver a La Fiera...

—Es cierto. A partir de Bernabé Ferreyra, según me contaron, creció de un modo espectacular la popularidad de River, y para responder a esa atracción hubo dirigentes que pensaron en un gran estadio. Así nací yo. Y eran hombres visionarios aquellos que acompañaban a don Antonio Vespucio Liberti. Cuando yo todavía no había nacido, me dijeron que Liberti invitó a sus compañeros de la directiva para que conocieran los terrenos donde se iba a levantar el futuro estadio, es decir donde iba a estar yo. Cuentan que eran unos pajonales bajos y sucios. Los llamaban la Siberia. Uno de aquellos dirigentes le dijo: "Miró, Antonio: los terrenos que conseguiste sirven solamente para esto... Y se puso a orinar... ¿Sabe una cosa, Juvenal? Yo le cambié la geografía a la ciudad. Cuando era muy chico, recién nacido, los alrededores seguían siendo unos bañados tristes y sucios. Pero gracias a mí, fue creciendo un barrio que hoy es uno de los más hermosos de Buenos Aires. Más allá de los éxitos deportivos que viví, ése es uno de mis grandes motivos de orgullo...

—¿Cuáles son los otros?

—Uno en especial. Haber sido el estadio más importante del Mundial de 1978, cuarenta años después de mi inauguración. No estaba viejo. No había pasado de moda. Seguía siendo útil. Me eligieron para que aquí se jugara la final de la Copa del Mundo. ¿Qué le parece? Además, aquella final contra Holanda... Fue algo emocionante. Aquellos goles de Kempes, sobre todo aquel segundo gol de guapo. Aquella nube de banderas argentinas cubriendo mis tribunas. La pinta del Flaco Menotti enfundado en su abrigo negro con las solapas levantadas. Aquellas atajadas del Pato Filial. La angustia de aquel tiro de Rensenbrink sobre la hora que pegó en el palo. Y le digo una cosa: si esa pelota entraba, era una crueldad. Como para clausurar mis puertas y no abrirlas nunca más. Aquella vuelta con Passarella mostrando la Copa. ¡Cómo brillaba el oro de aquella Copa a la luz de mis focos!..

—Pero no era el mismo estadio inaugurado el 25 de mayo de 1938, don Monumental. Lo habían remodelado...

—Es claro. Habían pasado cuarenta años... Pero la estructura ya estaba. Me agregaron algunos detalles, otra iluminación, me pintaron con colores modernos, completaron mi cuarta tribuna. Pero seguía siendo el viejo Monumental. Cuando nací, no me pudieron cerrar en círculo y quedé como una herradura abierta al río. Ese año, 1938, River contrató al arquero internacional uruguayo Juan Bautista Besuzzo. Entonces dijeron que no cerraban el estadio para que sus compatriotas lo vieran atajar desde Montevideo... Recién se comenzó a levantar la cuarta tribuna en 1957 con los diez millones de pesos que la Juventus pagó por el pase de Enrique Omar Sívori, otro crack extraordinario que comenzó a brillar en mi gramilla.

—¿Qué recuerda de su inauguración?

—Hubo una ceremonia simbólica un día jueves 25 de mayo, contra Peñarol de Montevideo, el viejo club amigo de la otra orilla. El primer gol de ese partido lo convirtió Carlos Peucelle, un grande de la guardia vieja. Fue uno de los primeros que jugaba en toda la cancha, sin aferrar-se a su posición de wing derecho. Un precursor del fútbol moderno. En la década del cuarenta, cuando Peucelle era entrenador de River, solía decir: "Cuando yo jugaba, me llamaban Barullo. Hoy me dirían polifuncional...".

Imagen Los hinchas y vecinos colmaron las instalaciones del cómodo y moderno estadio. Su inauguración fue en 1938.
Los hinchas y vecinos colmaron las instalaciones del cómodo y moderno estadio. Su inauguración fue en 1938.

—¿Y el primer domingo oficial?

—No me lo recuerde... ¡Qué baile nos dio Independiente! Nos ganaron 4-2, con uno de aquellos goles de Erico que parecía que se caía, pero se equilibraba y la seguía llevando, se volvía a caer y se la llevaba igual. Aquel equipo de Independiente era terrible. Moreno le metió dos goles bárbaros de cabeza a Bello, un arquero que tapaba todo el arco, pero esos rojos eran verdaderos diablos y nos hicieron cuatro... Usted me dijo que yo había nacido a causa de Bernabé Ferreyra, ¿no? Bueno. Esa tarde faltó La Fiera. Estaba lesionado. Lo habían castigado tanto al pobre Bernabé por el pecado de hacer goles, que ese año jugó muy pocas veces, finalmente dio las hurras finales y se fue camino del recuerdo... La tarde de 1938 que él pisó por última vez mi gramilla, contra Newell's, debutaba en la primera de River un petiso con cara de calabrés que se llamaba Norberto Yácono. Se consagró marcando al Chueco García. Se le pegó tanto que lo llamaban "Estampilla". Jugó casi 15 años y llegó a ser capitán de un River que salía campeón seguido.

— ¿Cuándo disfrutó de su primera vuelta olímpica?

—Recién en 1941, tres años y medio después de mi nacimiento. Decían que era un estadio mufoso porque River venía de ser campeón en 1936 y 37, perdimos dos títulos seguidos con Independiente —es cierto que ellos tenían un cuadrazo— y en 1940, año de la inauguración de La Bombonera, ganó el campeonato Boca. Pero en 1941 nació La Máquina y comenzó la gran racha ganadora. Esa vuelta olímpica la dimos en otro estadio, porque nos tocó jugar el último partido contra Estudiantes en La Plata. Volvimos a salir campeones en 1942. Tampoco festejamos aquí ese título, pero igual viví la alegría a distancia porque nos consagramos en La Bombonera, ¿qué le parece? ¿Puede haber satisfacción mejor? Recién en 1945 ganamos el campeonato aquí, en casa. Desde que existo, conseguimos dar 17 vueltas olímpicas. Súmele la del Mundial '78. ¿Existe algún estadio más ganador que yo?

—Por su cancha desfilaron los grandes centrodelanteros de la historia, ¿no? Usted ya me contó de Alfredo Di Stéfano, el paso fugaz de Bernabé...

—Después de Bernabé vino otro cañonero de su estilo: Luis María Rongo. Decían que pateaba más fuerte que La Fiera. Tuvo una seguidilla de tres goles por partido durante cinco fechas. Después vino el divino Adolfo. Era wing izquierdo, en pareja con Moreno, y jugaban tanto los dos, que los separaron para que no siguieran gastando la pelota. Un día, cuando ya Moreno jugaba a la derecha para hacerle sitio a Labruna, un goleador de la tercera que venía pidiendo cancha, Adolfo Pedernera, pasó a dirigir la línea y era como si se hubiera inventado de nuevo el puesto de centreforward. Así nació La Máquina, dirigida por esa Biblia del fútbol que era Renato Cesarini. Pasó Di Stéfano y en 1950 llegó otro crack, esta vez de la orilla de enfrente. Ese año nació un nuevo cantito en la tribuna: "La gente ya no come/ por ver a Walter Gómez...''. Era fiaca el uruguayo. Jugaba veinte, veinticinco minutos por partido, pero en ese rato nos llenábamos de fútbol. Cuando terminaban los partidos, yo estaba tan gordo que me parecía que iba a dar a luz un monumentalito... El último partido que jugó en River, antes de irse a Italia, Walter me dejó un gol de regalo como para no olvidarlo nunca. Inició el juego contra Vélez, se la devolvieron, hizo unos pasos hacia la derecha, giró y desde casi cuarenta metros la puso en un ángulo. Dejó la pelota colgada entre la red y el caño de sostén, como un trofeo. . . Después pasaron los goles de Luis Artime, los del Puma Morete, los de Leopoldo Jacinto Luque. Una noche, contra San Lorenzo, Luque metió los cinco goles de River. Nunca, antes ni después, pasó algo igual entre dos cuadros grandes... Y aquel otro de Leopoldo a Francia en el Mundial '78, con la camiseta argentina, fue sensacional. El último grande de la casaca número nueve fue Enzo Francescoli, un auténtico príncipe del fútbol...

Imagen El Monumental en el instante de la salida de Argentina previo a la final del Mundial 1978.
El Monumental en el instante de la salida de Argentina previo a la final del Mundial 1978.

—¿No le molesta que las hinchadas contrarias lo llamen el Gallinero?

—¡Por favor! Ese es un apodo pasado de moda. Los de River fuimos los gallinas durante esos 18 años que no salimos campeones, pero desde que volvimos a ganar de la mano de Labruna, ¿de qué gallinas me hablan? De aquí salieron más equipos ganadores que de cualquier otro estadio. Hasta Argentina consiguió aquí su primera Copa del Mundo...

—Entre tanta linda evocación, necesito insertar una nota triste. Hábleme de la tragedia de la puerta doce...

—No me obligue a ese recuerdo... Fue el peor momento de mi vida. Pasaron veinte años, pero sigo sintiendo la misma sensación de horror y de impotencia que sentí esa tarde. Había sido una fiesta del fútbol, River-Boca lindo, con un Amadeo Carrizo casi poético. No merecíamos ese final. Había gente aplaudiendo en las tribunas, recordando las intervenciones de Amadeo y en un rincón de mis entrañas había espectadores que se aplastaban unos contra otros, angustia, sangre, muerte... Todavía pienso en aquellos que salieron de sus hogares para ir a la fiesta de un River-Boca y no volvieron nunca más...

—Perdón por entristecerlo. Los dos sentimos lo mismo frente a esa tragedia. Lo invito a pensar en algo más reconfortante. ¿Qué otros grandes goles recuerda en este medio siglo?

—Aquel de Grillo a los ingleses. No fue un gol de River pero, ¡qué golazo! Walter Jiménez, jugando para la Selección Argentina, le señaló uno espectacular a los uruguayos. Se la dio Sanfilippo, el santiagueño le pegó desde la media luna y la dejó colgada entre la red y el caño, como aquel que recordé de Walter Gómez, pero en el arco de enfrente, el del río. Vicente De la Mata nos hizo una que quedó en la historia como la apilada inigualable, después de pasarse a más de medio equipo nuestro. Fue en un River-Independiente de 1939 y tuvieron que pasar 48 años para que Maradona hiciera algo parecido en México contra los ingleses...

—Ya que estamos, don Monumental, ¿qué le parece si recuerda algunos que hayan alegrado a los riverplatenses?

—¿Sabe qué pasa, Juve? Cuando uno tiene tanta historia como la que yo he vivido, cuando uno ha disfrutado de tanta riqueza futbolera, su espíritu se hace más amplio, más abierto, menos partidista. Es claro que River me ha regalado goles inolvidables. Cualquiera de los doscientos que hizo Angel Labruna entrando al área con el lomo hinchado para no levantar el tiro. Aquellas pelotas de emboquillada que metía Adolfo Pedernera desde lejos. Varios del Beto Alonso que eran para ponerle música. Una noche a San Martín de Mendoza, colocándola en un ángulo alto del arco de Reggi después de un sombrero hecho en la media luna. Dos que le metió a Independiente por la semifinal del Nacional de 1979, en un partido fantástico que terminó 4-3. Fíjese qué detalle: cuando se da ese escore, señal de que el partido fue hermoso y tuvo goles para recordar. Una noche de 1965, River le ganó a Racing por 4-3 y se produjeron dos golazos: uno de Ermindo Onega, entrando por la izquierda y cruzándola al palo opuesto, lejos de Cejas; otro de César Luis Menotti, con un tiro libre que lo dejó inmóvil a Carrizo. ¿Y cómo me voy a olvidar de los goles acrobáticos del Mono Más? Eran jugadas de circo y al mismo tiempo eran un canto al fútbol. Los de Enzo Francescoli parecían dibujados, de lindos que le salían. Y para no cansarlo, le cito uno que marcó la última gran alegría que vivimos River y yo: el de Juan Gilberto Funes al América de Cali para ganar la primera Copa Libertadores de mi historia.

—¿Seguro que fue su último gran momento, mi viejo y querido estadio?

—Bueno, uno de los últimos. Porque la tarde que nos juntamos todos en casa para despedirlo al Beto Alonso en su adiós al fútbol, fue también un momento histórico. Único. Inolvidable. Es que River siempre genera hechos nuevos. En mi gramilla está naciendo la historia a cada rato. La última corrida de Caniggia con la melena rubia flotando en el adiós ya es un momento inolvidable. La primera rabona que metió Borghi y me hizo temblar el cemento con la alegría de altri tempi, también.

Imagen La última conquista hasta el momento en el Monumental. River Campeón de la Recopa Sudamericana 2019. Foto: Alejandro Del Bosco.
La última conquista hasta el momento en el Monumental. River Campeón de la Recopa Sudamericana 2019. Foto: Alejandro Del Bosco.

La mole de cemento se va poniendo melancólica. La sombra que proyecto yo sentado sobre la pelota se alarga con el crepúsculo. El Monumental está viviendo sus segundos cincuenta años. Cuando cumpla los cien, ya no estaré yo para recoger sus recuerdos y escribir un reportaje como éste. Yo también, como el viejo y querido estadio, me siento algo melancólica.

 

 

Por JUVENAL (1988)

FOTOS: ARCHIVO "EL GRAFICO".