Las Entrevistas de El Gráfico

Código Klimowicz

El Granadero rompió redes en Argentina, España y Alemania. Idolo de Instituto, ahora es asesor deportivo del club, mientras que su hijo Mateo, de 17 años, ya debutó en la Primera e integra la Selección Sub 20. Una relación marcada por el fútbol.

Por Redacción EG ·

21 de diciembre de 2017
Imagen La sonrisa de padre e hijo en La Agustina, el complejo de Instituto donde ambos comenzaron a soñar con triunfar en el fútbol.
La sonrisa de padre e hijo en La Agustina, el complejo de Instituto donde ambos comenzaron a soñar con triunfar en el fútbol.
Tac, tac... Se miran con complicidad. Tac, tac... Sonríen, mientras la pelota viaja. Son compinches, y la pelota es fiel compañera de este viaje. Tac, tac... Hacen jueguitos en la producción de El Gráfico y bromean con un código que solo ellos entienden. Un código de padre-hijo, un código Klimowicz.
Un apellido con una rica y querida historia en Instituto, que arrancó cuando Diego Klimowicz, con tan solo diez años, comenzó a entrenar en las instalaciones de La Agustina. Infantiles, inferiores y la gloria en el primer equipo de La Gloria. Sus goles provocaron que el fanático le pusiera el cartel de ídolo. Esos goles que lo hicieron emigrar a Europa. Pasó el tiempo y la dinastía Klimowicz comienza a generar una nueva expectativa en Alta Córdoba con la aparición de Mateo, el hijo del Granadero. Pero no por ser “el hijo de”, sino por su juego atrevido y exquisito, que ha provocado que debutara en la B Nacional con tan solo 16 años y que ya se haya calzado la vestimenta de los seleccionados juveniles en el predio de la AFA. Las particularidades de la vida, de este camino, es que Mateo comenzó a entrenar en las inferiores del club también con una decena de años.
Son compinches. Siempre lo fueron. El fútbol los une como pocas cosas. E Instituto también. Todos las mañanas, temprano, se suben al auto y desde su hogar van al trabajo, las instalaciones de la Gloria. Diego, el ídolo, ahora es el asesor deportivo del club; Mateo, la joven promesa, está en el plantel principal. Menos de 24 horas después de la charla y de la producción con la revista, el pibe de 17 años marcó su primer gol como profesional, siendo el segundo jugador más joven en convertir en la historia de la institución albirroja.

 

EL IDOLO, DIRECTOR DEPORTIVO
Tras su extensa carrera, en la que brilló en Instituto, Rayo Vallecano, Valladolid, Lanús, Wolfsburgo, Borussia Dortmund y Bochum, el Grandero se despidió en La Gloria en el 2011. Pasó un tiempo, y la actual dirigencia lo fue a buscar para que sea el director deportivo, cargo que ejerce desde hace un par de meses. Un “volver a casa” para Diego.
“Me gusta, soy el nexo entre las tres áreas: el fútbol profesional, las inferiores y la dirigencia. Trabajo en el armado del plantel junto al técnico (Gabriel Gómez) y al presidente (Gastón Defagot). Cuando llegué al club, pregunté, ‘¿quién se encarga de esto?’ y me dijeron ‘nosotros’. Es decir, que hacemos de todo. Siempre quise trabajar acá, en mi casa. Ojalá que se nos den los resultados que todos queremos y que lleguemos a Primera”, explica.

Se lo nota entusiasmado en su función. Pero hubo alguien en su hogar que, al comienzo, mucho no le gustó. Justamente, Mateo. ¿Por qué? Él lo explica así: “Yo le decía, varias veces le dije, que no agarrara ese cargo. Quería que estuviera ahí, pero no tenía ganas de que se hablaran cosas que no son verdad. Y cuando llegó, sentí que a los compañeros nuevos les tenía que demostrar que yo estaba ahí por mí y no por mi viejo. Pero fue una presión al pedo (sic) que me había puesto yo solo. Con el pasar de las semanas, me acostumbré. Y ahora es normal. Trabajamos los dos juntos en La Agustina, charlamos en el vestuario...”.
¿Y papá Klimo qué dice al respecto? “Para mí ya es natural. La primera semana fue rara, porque veníamos juntos al trabajo. Hasta la semana anterior, lo traía para entrenar y nada más. Ahora me quedo en el predio y lo veo entrenar. Es muy lindo, una experiencia nueva, rara y linda a la vez”, explica el Flaco, que convirtió casi 200 goles a lo largo de su carrera.
Su campaña en el fútbol alemán fue muy importante para poder asumir este cargo de asesor deportivo. Aunque aclara: “En Alemania todos los clubes lo tienen, pero es distinto. Por eso diferencio manager de secretario deportivo. El manager compra jugadores, trae y saca al técnico, tiene esa responsabilidad. Yo acá no hago eso, lo mío es un trabajo en conjunto con el técnico y la dirigencia. Por eso hay una diferencia. Es un puesto que me gusta”.

-¿Cómo llevás que dentro de tu órbita esté involucrada la participación de tu hijo?
-Las cosas se fueron dando, yo no tuve nada que ver con su presente. Mateo jugó en las selecciones Sub 15 y Sub 20, empezó a entrenar con el plantel profesional con 16 años, hizo la pretemporada, debutó… Yo entré al club después de que él arrancara en Primera. Eso me dejó tranquilo.

-Conviviste con el elogio y todo lo que significa, ¿qué hablás con Mateo sobre ese tema, porque él ya recibe elogios?
-Con Mateo hablamos muchísimo desde siempre. Es un chico que piensa mucho en el fútbol, es muy centrado, tiene los pies sobre la tierra. Los elogios son bienvenidos, pero él sabe cuándo lo hace bien o lo hace mal y qué tiene que seguir mejorando… Lo hablamos siempre.

-Y vos, que fuiste ídolo en varios clubes, ¿cómo convivías con el elogio?
-Bien, a todos nos gusta que nos digan que hacemos las cosas bien. Es gratificante y te da ganas para seguir. Lo importante, siempre lo dije, es no creérsela nunca. Trabajar para más, porque siempre se puede más.

En esta parte de la charla, en las afueras de la ciudad de Córdoba y con cientos de niños correteando por el predio, Mateo está entrenando a unos metros con el plantel profesional en una cancha denominada Mario Alberto Kempes. ¡Pavada de nombre! Diego está sentado sobre un banco rústico y se emociona al hablar de su hijo, aunque intente disimularlo. Ya está acostumbrado a que no le pregunten tanto de sus conquistas en Alemania, sino por lo que provocan las primeras jugadas de su primogénito. Entonces, aprovechamos y le consultamos sobre sus épocas de goleador en este predio, siendo todavía adolescente. El Granadero, bautizado con ese apodo por los relatos del Bambino Pons, rememora: “Tenía 10 años cuando empecé a venir a La Agustina. Antes había dos canchas y ahora tenemos diez. Evolucionó en todo sentido. Y me acuerdo de un gol que hice en inferiores ante Talleres en la cancha que ahora se llama Osvaldo Ardiles. La pelota estaba entre el área chica y el área grande. Le pegué y pasó por arriba, entró en el segundo palo, lindo gol. Solemos juntarnos con amigos, ex compañeros de esas épocas, y siempre surge una anécdota que te hace acordar de algún gol de antes de llegar a Primera”.

Imagen Diego celebra un gol a Talleres en la B Nacional en 1996.
Diego celebra un gol a Talleres en la B Nacional en 1996.
Se ríe al recordar “esos buenos momentos”. La práctica todavía no finalizó, Mateo está haciendo un ejercicio táctico con sus compañeros. Continuamos con Diego. Y le hacemos recordar sobre esos días de marzo de 1994, cuando debutó como profesional. “Fue ante Morón, en la cancha de Instituto. Empatamos 4 a 4, y me fundí a los diez minutos del segundo tiempo –se vuelve a reír–, me corrí la vida, y no, ese día no metí ningún gol... Cuando salí reemplazado, no habíamos hecho ninguno todavía”.
Su debut en la red llegaría días después. El 18 de junio de 1994, a 18 días de cumplir los 20 años, frente a Quilmes. Cosas de la vida: aunque desde niño vivió en Córdoba, él nació en Quilmes. El hijo de Julián y Mirtha a partir de allí hizo una carrera fenomenal. “Jorge Ginarte me hizo debutar y me volvió a dar la oportunidad ante Quilmes. Entré de suplente, hice el gol, y a partir de ahí me consolidé”, narra.
Se inició en Instituto, en la B Nacional, y se marchó a España para jugar en Rayo Vallecano y Valladolid. “El primer año y medio en España fue excelente, porque hice 20 goles. Después pasé a Valladolid. Al principio me pusieron de enganche, pero terminé jugando de extremo por izquierda. Fue una mala época mía. Cuando uno es 9 y te cambian la posición, es raro. Miraba el arco tan lejos, me parecía imposible hacer un gol. Hasta anímicamente estaba mal, me quería ir, y ahí salió la posibilidad de Lanús, que me gustó mucho”, relata. El Granate lo adquirió en agosto de 1999, por 1.500.000 dólares. “En Lanús me fue muy bien. Yo quiero a ese club y sé que la gente de Lanús me quiere. Hay un cariño. Entré a un Lanús que justo se había desarmado. Se habían ido las figuras, y yo era el capitán con 26 años. Eramos un equipo muy joven, jugaba Zubeldía con 18 años”.
Durante esa ápoca en Lanús, su esposa Paula tuvo a Mateo. En diciembre de 2001 emigró a la Bundesliga. Jugó en Wolfsburgo desde el 2001 al 2007, pasó al Borussia Dortmund y luego al Bochum. “Jugué nueve temporadas en Alemania, y me fue muy bien. Siempre digo que mi segundo equipo es Wolfsburgo, la relación que hay con la gente y los dirigentes es muy buena. Sigo yendo, tengo familiares allá, viajo cada tanto y sigue siendo como antes. Wolfsburgo cumplió hace poco 20 años en Primera y me invitaron junto a otros futbolistas que jugaron durante esos años, como Edin Dzeko y Naldo. Hubo una fiesta y un partido con el equipo que había ascendido. Fue muy lindo. Me sentí jugador de fútbol después de siete años. Una hora y media estuve firmando autógrafos, y el cariño de la gente está intacto”.

-¿Extrañás jugar al fútbol?
-No. Tengo un problema en la cadera, si juego,  me duele un montón. Es como el dicho: “el que se quema con leche, ve una vaca y llora”.

-Y en esa época en Alemania, ¿Mateo ya jugaba al fútbol?
-Sí, Mateo era enfermo por el fútbol desde chiquito, jugaba en donde vivíamos: Wolfsburgo, Dortmund... El hizo las inferiores allá, andaba bien. Es más, hizo una prueba en Borussia Dortmund y quedó. Pero como a mí me quedaba muy a contramano, no lo dejé. Yo entrenaba por la mañana y él debía hacerlo por la tarde. Entonces, dije no. El tenía unos ocho años. Siguió jugando, y apenas llegamos a la Argentina, empezó a entrenar en Instituto.
A propósito de entrenamiento, finaliza la práctica del plantel profesional. Hacemos la producción fotográfica. En minutos, Mateo tiene que salir hacia la concentración. Menos de 24 horas más tarde, Instituto afrontará en el Monumental de Alta Córdoba un juego ante Aldosivi por el torneo de la B Nacional, y el pibe de 17 años ingresará en el segundo tiempo, hará su primer gol como profesional y será la figura del equipo que terminará igualando 1-1. Pero antes, le preguntamos por esa prueba en el Dortmund. Y su respuesta marca cómo vive el fútbol. “Era muy feliz en Alemania, me gustaba mucho, igual que Córdoba. En su momento no quería saber nada con venir para acá. Me largué a llorar y todo. Tenía 10 años y estaban todos mis amiguitos allá. Pero una vez que me acostumbré acá, me encantó”, confiesa.

-¿Qué recordás del Dortmund?
-Me hicieron una prueba con la categoría 99 o 2000, no recuerdo bien, y jugué de 9. Después faltaba un arquero, me animé y atajé bien. Quedé en los dos puestos. Me hinchaban para que quedara como arquero.

-¿Y qué pasó?
-Fue un año antes de venirnos. Luego estuve como seis meses sin saber nada del Dortmund. Y después me volvieron a llamar faltando unos meses para regresar y no tenía sentido ir, iba a estar poco tiempo.

-¿Te hubiese gustado jugar allá?
-No, está bien. No me arrepiento.

Imagen Mateo es la nueva joya de La Gloria y ya fue convocado por las selecciones juveniles.
Mateo es la nueva joya de La Gloria y ya fue convocado por las selecciones juveniles.
LA PROMESA
“Es difícil saber hasta dónde puede llegar. Está haciendo una carrerea muy linda, en inferiores demostró que sabe con la pelota. Ahora se tiene que adaptar a lo que es jugar en Primera. Es un jugador interesante”, dice Diego Klimowicz sobre su hijo Mateo. En Córdoba, desde hace un par de años, se habla de este juvenil, que se destacó en cada división que jugó. El año pasado, antes de ser promovido, ya era elegido como la gran promesa albirroja, y un gol de chilena en Séptima se hizo viral. Convive constantemente con el elogio, y más desde que anotó su primer tanto como profesional, superando la marca de jugadores como Paulo Dybala, Oscar Derycia y Mario Kempes sobre la juventud a la hora de convertir por primera vez. Incluso, a su propio padre.

-¿Cómo te llevás con el hecho de ser el hijo de un ídolo del club?
-Para mí es normal. Nunca sentí presión. Por ahí, si hay mucha comparación dentro de un tiempo, la puedo llegar a sentir. Pero tampoco vi a muchos haciéndolo, y cuando pasó, no me molestó.

-Además, jugás en otra posición.
-Eso está bueno. Pero ya sé que juegue de enganche o de otra cosa, me van a comparar. Siempre va a ser así.

-Te vuelvo a lo de tu papá ídolo...
-Es que mi viejo para mí siempre fue mi papá, no el ídolo. Era común que saliéramos a comer y le pidieran fotos. Incluso ahora: vamos por la calle y los hinchas de Instituto, o de Belgrano también, le piden fotos. Es una costumbre. Ya forma parte de nuestras vidas.
Mateo se declara “un fanático del fútbol”. Y argumenta: “Me gusta saber todo del fútbol”. Y como tal, su gran referente es Lionel Messi, con quien ya pudo compartir un entrenamiento. Un día inolvidable para él. Fue en el predio de AFA, en Ezeiza, cuando Klimo Junior fue convocado para la Sub 20 y le tocó ser sparring del seleccionado mayor durante las Eliminatorias. “No me pude sacar una foto, pero sí tuve la suerte de entrenar con él. Fue una locura. Yo solo lo miraba a él. La primera semana era entrenamiento de la Sub 20 nada más, pero yo no veía la hora de que llegara Messi para estar cerca. Y valió la pena. Es impresionante”. Y claro, como jugador surgido de las inferiores de Instituto, también admira a Dybala, de quien se llevó una grata sorpresa en esos días. “Paulo es muy buena onda, yo pensaba que ni sabía quién era yo. Y cuando me vio, dos veces, vino y me saludó con mucha onda, muy bien. Yo no le dije nada, estaba adentro de la cancha y apenas me vio fue a saludarme y me sorprendió. Sé que sigue a Instituto y por eso debe ser”, cuenta.

-¿Hablas mucho de fútbol con tu viejo?
-Sí, un montón. Por ahí en la misma práctica hago alguna cosa, y a la vuelta, en el auto, me corrige. Está muy bueno, hablamos mucho de fútbol. Tenemos una muy buena relación.

-¿Qué soñás sobre tu futuro?
-Yo solo pienso en jugar en Instituto… No ando pensando en lo que será mi carrera más adelante. En lo único que pienso es en sumar minutos acá, ahora.

Imagen Mateo y papá Diego Klimowicz, el ADN de Instituto en estado puro.
Mateo y papá Diego Klimowicz, el ADN de Instituto en estado puro.
LA DINASTIA
La Gloria vive un tiempo especial, ya que se avecina el año del Centenario. El objetivo es lograr el ascenso para que encuentre los festejos de sus cien años en Primera. El pibe lo entiende: “Sabemos que el objetivo es el ascenso, trabajamos para eso”. Minutos antes, Diego dijo lo mismo. Una misión que padre e hijo han afrontado, cada uno en su rol.
Diego y sus hermanos, Javier y Nicolás, se formaron y jugaron en Instituto. Aparte de Mateo, en las inferiores está Thiago, el otro hijo del Granadero, que también es delantero. A propósito, el actual enganche de La Gloria dice: “Mi hermanito tiene ocho años, zurdo, robusto. Es divino verlo jugar”. Y en La Agustina también se puede ver a Matías y Lucas, los hijos de Javier, aquel arquero que tuvo un gran paso por Ecuador. La dinastía Klimowicz tiene para varios años más en Instituto...
Alta Córdoba respira fútbol por Instituto. En ese barrio se cansaron de festejar goles del Granadero y ahora se ilusionan con las jugadas de Mateo. Ambos sonríen. Diego, por la gran carrera que hizo. Mateo, por la esperanza de seguir disfrutando del fútbol. Los ecos de los aplausos se extinguen; y ellos se miran, con el código que los une: ¡Gol!

Por Marcos J. Villalobo / Fotos: Nicolás Aguilera.

Nota publicada en la edición de Noviembre de 2017 de El Gráfico