¡Habla memoria!

El Maracanazo de la vergüenza

En septiembre de 1989 la Selección de Chile intentó darle forma a uno de los engaños más sonados y ridículos de la historia del fútbol. La farsa se descubrió y una generación entera pagó el bochorno.

Por Redacción EG ·

28 de abril de 2015
Imagen Cae la bengala y Rojas empieza la actuación: es el mejor momento para fingir el ataque.
Cae la bengala y Rojas empieza la actuación: es el mejor momento para fingir el ataque.
La historia se repite primero como tragedia y luego como farsa, decía Karl Marx. Si bien los razonamientos filosóficos del utópico cerebro del comunismo eran mucho más profundos y su enfoque era distinto, bien sirve su frase para explicar como el Maracanazo, sustantivo propio creado en 1950 para ponerle un nombre al desastre brasileño, se transformó, casi cuarenta años después y por algunos días, en el sinónimo de un reprobable engaño que confinó a la Selección chilena al ostracismo. La noche del 3 de septiembre de 1989 fue, entonces, la noche del Maracanazo… de la vergüenza.

El marco fáctico comienza rumbo al Mundial de Italia 1990, en las Eliminatorias sudamericanas en las que Chile y Brasil se disputaban el liderazgo definitivo del Grupo 3. El último partido de la zona enfrentaba en el Maracaná a ambas selecciones, que a la postre llegaban igualadas en cinco puntos. La ventaja del Scratch residía en la diferencia de goles, por lo que un empate lo clasificaba directamente a la Copa del Mundo. A Chile, por su parte, le urgía un triunfo para quedarse con el lugar.

El partido, cuya previa transcurrió en estricta normalidad, empezó igualado y llegó al entretiempo con un empate 0-0. Sin embargo, en el complemento rompió la paridad Careca, el delantero brasileño que por aquellos días compartía con Diego Maradona el plantel del Nápoli. El 0-1 sepultaba las ilusiones de Chile, que intentaba, sin éxito, desbaratar la resistencia local. Así fue que, en medio de la impotencia, el equipo visitante se jugó su última ficha: mientras las cámaras de televisión seguían un pelotazo que tenía como destino el área local, el arquero trasandino Roberto Rojas cayó desplomado en el minuto 67. Reinaba el desconcierto.

Con abrumadores gestos de dolor, Rojas, bañado en sangre, se tomaba la cabeza y a escasos metros de él resplandecía con fuerza una bengala multicolor. Ante la –aparentemente- obvia situación, el árbitro argentino Juan Carlos Loustau entendió que el chileno había sido alcanzado por el proyectil, arrojado desde la tribuna, y se tragó el acting de los jugadores visitantes, que abandonaron la cancha fingiendo indignación. El partido quedó suspendido inmediatamente y la Conmebol, solidarizándose con el equipo chileno, juró tomar cartas en el asunto.

Al día siguiente, mientras los comisarios deportivos observaban las imágenes de la televisión y las fotos de los medios gráficos, notaron que una bengala proveniente de la tribuna brasileña caía en el área ocupada por el arquero chileno, pero que impactó en el cesped a cuatro o cinco metros de distancia de él, y que además la herida en la cabeza de Rojas no tenía los rasgos de una quemadura ni rezagos de pólvora, sino muestras de ser fruto del contacto con un objeto cortante. Con estos datos, la Conmebol desestimó la primera versión e instó al arquero a contar la verdad, que salió a la luz rápidamente.

Imagen La Fogueteira do Maracaná llegó a ser la tapa de Playboy Brasil.
La Fogueteira do Maracaná llegó a ser la tapa de Playboy Brasil.
El 6 de septiembre de 1989 Rojas convocó a una conferencia de prensa y confesó lo que ya, entonces, era un secreto a voces: que se había cortado la frente adrede, con una Gillete que guardaba en uno de sus guantes al efecto y que lo hizo para fingir un ataque de los hinchas locales, que forzaría a la Conmebol a darle por perdido el encuentro a Brasil, o en el peor de los casos a obligar un nuevo partido entre ambas selecciones, reprogramado en una cancha neutral, y por lo tanto más amena para los intereses de Chile. A confesión de parte relevo de pruebas.

Sin embargo, el escándalo no quedó ahí, porque la investigación prosiguió y días más tarde se conoció que el hecho, además de haber estado prestidigitado, contaba con la complicidad del cuerpo técnico, de algunos jugadores y de los dirigentes, que se habían desligado de las responsabilidades. Así salió a la luz que el entrenador Orlando Aravena era el autor intelectual del frustrado engaño, y que incluso había sido el encargado de convencer al médico de la delegación chilena para que dilatase su trabajo en el terreno de juego con el fin de dar trascendencia al suceso. Rojas estaba esperando la ocasión y la bengala resultó la mejor excusa posible. Rosenery Mello do Nascimento, una seguidora carioca de 24 años, fue identificada por las incipientes cámaras de seguridad como la lanzadora de la bengala, e incluso fue apodada La Fogueteira do Maracaná. La notoriedad que tomó el hecho fue tal que ella terminó posando desnuda para la revista Playboy.

Lejos de lograr la simpatía que cosechó Rosenery, el equipo chileno sufrió el duro castigo de la FIFA. En un proceso sumario, decidió suspender perpetuamente a Roberto Rojas (atajaba en el San Pablo) y el arquero no pudo volver a jugar al fútbol profesionalmente. La sanción recién fue levantada en 2001. Además, Chile fue excluido de las Eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos 1994. El partido del Maracaná se le dio por ganado a Brasil y así los trasandinos también quedaron afuera de Italia 1990. Las sanciones salpicaron a Sergio Stoppel, presidente de la Federación Chilena, al entrenador Aravena, al capitán Fernando Astengo y al médico de la delegación.

Ese lamentable hecho enterró las posibilidades de una generosa camada de futbolistas chilenos que contaba, entre otros, con Patricio Yáñez, Jaime Pizarro y Juan Carlos Letelier. El escándalo nunca se olvidó y quedó instalado en el inconsciente colectivo como el Maracanazo de la vergüenza.

Por Matías Rodríguez