¡Habla memoria!

1972. Spassky-Fischer, la final que paralizó al mundo

En plena Guerra Fría en la final mundial de ajedrez se enfrentan Bobby Fischer (USA) y Boris Spassky (URSS). El socialismo y el capitalismo dirimiendo una de sus tantas batallas simbólicas.

Por Redacción EG ·

03 de mayo de 2018
Imagen LA SERIE se extendió desde el 11 de julio hasta el 1 de septiembre de 1972. Spassky camina alrededor de la mesa. Fischer piensa para ejecutar.
LA SERIE se extendió desde el 11 de julio hasta el 1 de septiembre de 1972. Spassky camina alrededor de la mesa. Fischer piensa para ejecutar.
En julio de 1972, la Unión Soviética y los Estados Unidos encontraron un motivo suficiente para descargar tanta tensión contenida. La Guerra Fría enfrentaba a las dos superpotencias, en pugna por instaurar un modelo planetario, bajo la constante amenaza de misiles intercontinentales. En ese contexto de inminente estallido se disputó un juego de ajedrez que enfrentó a dos figuras del deporte identificadas con signos contrarios. Boris Spassky vs Robert James Bobby Fischer. El primero, soviético y campeón mundial; el segundo, americano y retador del título. Dirimieron en un tablero algo mucho más que una corona o sus egos de mentes prodigiosas. El denominado Match del siglo fue una de las batallas más simbólicas de la disputa obsesiva y persecutoria que marcó la segunda mitad del Siglo XX. La crónica de esa contienda en la que el capitalismo preanunció su triunfo sobre el socialismo.

Los ajedrecistas soviéticos reinaban sin interrupciones desde 1948. Veinticinco años habían pasado de la última vez que se había coronado un campeón nacido fuera de las tierras de Lenin. Boris Spassky heredó la posta en 1969, tras vencer en la final del mundo a su compatriota Tigran Petrosian. La Unión Soviética apoyaba abiertamente la práctica del ajedrez, concediendo becas y subvenciones, financiando la carrera de los principales proyectos del régimen. Fischer, un americano oriundo de Illinois que dio con el juego por casualidad, se había perfeccionando mediante un plan autodidacta y excluyente. Dedicó toda su adolescencia a aprender el secreto y la eficiencia de las jugadas. Cuando tenía 15 años abandonó el colegio por considerarlo inútil para cumplir su único propósito: ser campeón mundial. En el 57 dio el primer paso: se coronó campeón de los Estados Unidos y obtuvo el título de Gran Maestro. Fue acumulando fama y prestigio mediante algunos triunfos frente a oponentes de renombre. Desde 1962 hasta la final con Spaasky solamente en dos torneos no se había proclamado campeón. Su juego veloz lo convirtió en el máximo exponente del ajedrez relámpago. Dos años antes de la cita con el ruso le saco más brillo a su nombre coronándose en el Torneo Interzonal de Palma de Mallorca.

Reikiavik, la capital de Islandia, fue el escenario elegido para la final, que se jugó al mejor del 24 partidas. Los jugadores podían sumar puntos mediante el triunfo (1 punto) y el empate (0.5 puntos). El primero en llegar a los 12 y medio sería coronado ganador. El campeón defensor tenía ventaja deportiva, el empate en 12 le permitía retener el título. Cuando todo estaba acordado, Fischer exigió una mejora en la bolsa ofrecida. Al aspirante no lo conformaban los 125.000 dólares que habían puesto los organizadores. El conflicto se solucionó mediante la intervención de un financiero británico que redobló la apuesta.

EL JUEGO DE FISCHER


El norteamericano inició la partida mucho antes de mover la primera pieza. Mediante una colección de reclamos caprichosos arrinconó psicológicamente a su oponente, quien cayó en la trampa como la marioneta de un juego sarcástico. ¿Cómo iba a saber Spassky que a cada consentimiento del pedido de su rival alimentaba su confianza? Bobby exigió un cambio en la iluminación, protestó por la calidad de las piezas, les recriminó a los organizadores la disposición del público y de las cámaras de televisión, se disgustó por lo poco espaciosa que era la sala. El 11 de julio a las cinco de la tarde, día y horario estipulado para el inicio del primer juego, el campeón estaba sentado a la mesa pero el retador no había comparecido en la sala. Spassky movió la primera ficha ante la silla vacía de Fischer, que irrumpió en la sala siete minutos más tarde que lo pautado. La demora lo perjudicó, un error impropio de su talento derivó en la ventaja inicial del soviético. Al siguiente día, en reclamo por la ubicación de las cámaras de televisión que según él estorbaban sus pensamientos, Fischer no se presentó; le dieron por perdido el segundo partido. El periodismo y el público especularon con el final del match. Sin embargo, aquel episodio marcaría el inicio de la leyenda.

El campeón del mundo, con ventaja 2 a 0 a su favor, aceptó cambiar de sala para que su oponente no abandonara la contienda. El cambio ofició en Fischer como un estímulo arrollador que le dio impulso para revertir la situación. Ganó el tercer partido y se convirtió en el dueño absoluto de la batalla psicológica. Cuando debía reanudarse el último juego, Spassky, resignado e impotente por haber dejado crecer a la bestia, abandonó la serie por teléfono. La final terminó 12/5 a 8/5 en favor del americano.

Imagen RECORTE DE LA VANGUARDIA, de Barcelona. El soviético le quitó mérito a su rival pero reconoció haberse equivocado al consentir tantos pedidos de Fischer. El americano impuso una serie de condiciones antes del inicio de la serie.
RECORTE DE LA VANGUARDIA, de Barcelona. El soviético le quitó mérito a su rival pero reconoció haberse equivocado al consentir tantos pedidos de Fischer. El americano impuso una serie de condiciones antes del inicio de la serie.
El match del siglo consolidó una nueva forma de concebir la estrategia ajedrecística. Fischer le había dado una lección al mundo de este deporte mediante su juego dinámico-posicional, de movimientos rápidos sin apelar a los cálculos dilatados propios de los grandes maestros soviéticos. A diferencia de sus predecesores, el norteamericano profundizó mucho más en el sistema de aperturas, elaboró un cuadro de juego en base a los primeros movimientos pero tratando de estirar al máximo la utilidad de esas fichas iniciales en busca de un poder expansivo considerable. Fischer era obsesivamente combativo, identificaba al empate como un error de cálculo y no como una salida inevitable cuando el juego se equilibraba. Trabajaba los partidos en pos de prohibir ese equilibrio.

DOS CAMINOS DIFERENTES


Spassky fue recibido con recelo por el público y las autoridades de su país. Al excampeón del mundo ya le habían soltado la mano. Seis años después de perder la corona con Fischer se nacionalizó francés, aunque siguió compitiendo bajo la bandera soviética. En 1974 cayó en semifinales ante el futuro campeón Anatoli Karpov, y en el 78 perdió la final frente Víctor Korchnoir.

Fischer no volvió a jugar durante su reinado. En 1975 le exigió a su retador Karpov un sistema de puntos que la Federación Internacional de Ajedrez, dirigida por los soviéticos, consideró un abuso. Le quitaron la corona y proclamaron campeón al aspirante.

Veinte años después volvieron a verse las caras. La partida se disputó en Yugoslavia, entonces país prohibido por los Estados Unidos, que libró una orden de captura contra Fischer por haber violado la sanción de la ONU. El norteamericano, al igual que en el 72, volvió a vencer a su par ruso y ganó el pozo de 4 millones de dólares. En 2004 estuvo detenido nueve meses en una cárcel japonesa por llevar pasaportes falsos, su situación legal se agudizó hasta el límite que el propio Fischer llegó a denunciar un complot de la CIA para trasladarlo y juzgarlo en tierras estadounidenses. Un año más tarde regresó a Islandia, país que le dio asilo político y lo devolvió a un anonimato irrompible. Durante su estadía en Reikiavik se volvió una presa imposible para los periodistas que intentaron entrevistarlo. No concedió reportajes, no tuvo vida social. Se recluyó en una cabaña de la que solo salió lo mínimo e indispensable. Su vida de ermitaño es un misterio. Se estima, por el testimonio de una vendedora de tienda, que pasaba varias horas al día leyendo manuales de historia. En 2007 lo internaron por un cuadro de debilitamiento físico y paranoia mental. Murió un año después, solo, abandonado, inmerso en un aura de fascinación e intriga que ataña a los genios. Su personalidad intrincada, acaso, agiganta el mito de quien fuera uno de los deportistas más importantes del siglo XX.

Alfredo Merlo.