¡Habla memoria!

1972. ¨Glaria... sin acento¨

Ruben Oscar Glaria se entrevista con Osvaldo Ardizzone, habla de los inicios de su carrera en San Lorenzo, de la llegada de la fama y de la pronunciación de su apellido, que tanta controversia generó.

Por Redacción EG ·

10 de marzo de 2020

Y muchas veces, ante la prisa, la duda o simplemente la ignorancia, pensamos, con un encogimiento de hombros, qué importancia puede revestir ese simple Y minúsculo guión recostado sobre una letra... Porque si, por ejemplo, a teléfono le ubicamos la rayita en la primera e, en lugar de la segunda, o en todo caso la omitimos en las dos..., ¿quién puede abrigar dudas sobre la identificación del artefacto...? Cuando Carlos Gardel, por razones de la medida musical, se ve impulsado a cantar en Cuesta Abajo... "sueño, con el pasado que añoro...", ¿quién no descuenta que está evocando lánguidamente el tiempo que se fue...? Sólo que en el caso de los apellidos la buena o mala administración del palito puede desembocar en consecuencias muy graves... Y eso es más fácil de comprobar en la historia de la jurisprudencia. Conocí a alguien que por un simple acento mal ubicado en su acta de nacimiento desde hace más de veinte años sigue pleiteando en un juicio testamentario por una legítima herencia de muchos millones, de la que está desposeído... Un caso más trágico todavía es el de aquel otro que, por la misma incidencia ortográfica, debió purgar una larga condena a prisión en lugar del verdadero culpable... ¿Un acento, un simple guión? —se pregunta uno—, Y no advierte hasta qué punto puede cambiar la misma vida de un mortal, modificar su reputación, influir en su fama, decidir en su fortuna... Yo pregunto, por ejemplo, ¿usted conoce a Rubén Oscar Glena? Y estoy convencido de que son muy pocos los que pueden identificarlo... Porque, además de ser una cara casi anónima, Glaria, así, sin acento, no existe... El que existe es un tal Glaria o tal vez otro que se llama Glariá... Sí, ya se... un pibe de San Lorenzo, un marcador de punta izquierda que esta como u suplente de Villar... se llama Glaria. Y otro Glena... a... Y hasta los hay quienes lo confunden con Glariá, aquel que jugaba en Atlanta hace ya unos cuantos años... Y ocurre que a partir de estos veintidós años Rubén Oscar Glaria —sin acento— seguirá madurando. Ocurre que desde esta tibia notoriedad tal vez alcanzará un día la fama y nunca será el verdadero… Estará obligado, en cada oportunidad, a repetir la misma aclaración de siempre, una sonrisa que le escuché decir con un sonrisa "No, yo soy Glaria… sin acento..." Que, al menos partir de ahora, la cara, la personalidad y el futuro de Rubén Oscar adquiera la verdadera y legítima identidad que le corresponde... Porque, ¡caray!, que si es verdad que uno no es famoso, al menos que lo conozcan por el apellido a que tiene derecho...

Imagen Este señor Glaria —así, sin acento— es casado y padre de un hijo. Además se construyó la casa —y no es una metáfora— con sus propias manos. Y además es el marcador de punta Izquierda de San Lorenzo, que entró muchas veces en lugar de Villar... "¡Y sabe qué orgullo es para mí decir que soy suplente de Sergio!... Eso es una distinción, ¿no es cierto? ..."
Este señor Glaria —así, sin acento— es casado y padre de un hijo. Además se construyó la casa —y no es una metáfora— con sus propias manos. Y además es el marcador de punta Izquierda de San Lorenzo, que entró muchas veces en lugar de Villar... "¡Y sabe qué orgullo es para mí decir que soy suplente de Sergio!... Eso es una distinción, ¿no es cierto? ..."
 

 

CUANDO EMPIEZA LA HISTORIA...

En la breve historia de Rubén Oscar —Glena, por las dudas— hay una marca singular. Es como esas plantas obligadas a crecer a la sombra del árbol corpulento y majestuoso que le impide disfrutar generosamente de la luz y del oxígeno... Recién cumplía los catorce años cuando un día llegó a San Lorenzo. Desde la reserva de aquel Juventud Unida de San Miguel, de la división Aficionados, se aventuró a "la prueba" habitual con algunos otros compañeros... Y quedó. Y empezó en ese primer e indeciso peldaño de la séptima división, cuando todavía todo está lejos, cuando todavía nada está definido... Creía que era volante de marca. Y le aconsejaron que se moviera más adelante, con el número seis en la espalda pero al estilo de aquel José Varacka de los años de Independiente, De todos modos, para aquel tiempo, para aquella edad, lo que importaba era jugar, salir a la cancha, mezclarse y soñar con la ambición de todos... Con la de Heredia, Espósito, Ayala... Año sesenta y cuatro... Tiempo de Los Caras Sucias... La primera carcajada y el primer túnel descarado del Bambino en primera. La broma eterna de Casita. La silenciosa austeridad de Telch... Porque La Oveja fue el primer gran amigo, como también lo fue Tojo. Los tres viajaban juntos desde José C. Paz, todas las mañanas, cuando ya Rubén Oscar era marcador de punta izquierda en la tercera, después de recorrer todo el duro proceso de casi siete años... ¿Por qué fue marcador de punta? Ni lo sabía. El consejo de don Diego García, tal vez. Pero no conocía el oficio, no tenía marca, le faltaba la medida para el cierre... Pero la fortaleza de su temperamento, la necesidad de pelearle a la vida desde muy purrete, fe impedían negarse... Hasta lo impulsaban a desafiar la contrariedad y a jugarse ante los obstáculos... Allí delante de él estaba Sergio Villar... Allí estaba la presencia de ese árbol corpulento y majestuoso que era la calidad del uruguayo. También estaba el Pato Gramari esperando turno... "Pero mire que yo soy el primero en admirar a Sergio... ¿Sabe qué amigos somos? ¿Que yo quiero jugar? ¡Claro! Él también lo sabe, pero nos estimamos mucho y más que nada soy el primero en respetarlo como jugador y quererlo como amigo..." —me dice con nobleza—. Y esa nobleza está en la expresión de Glaria, a despecho de la constante sonrisa y las ocurrencias risueñas con que salpica el lenguaje...

 

Imagen Jugó en San Lorenzo entre 1968 y 1975.
Jugó en San Lorenzo entre 1968 y 1975.
 

En las aristas de los rasgos pronunciados se adivina al hombre que ya se familiarizó con algo más que la vocación por el fútbol... Allá atrás, apenas postergados los cuadernos y los libros de la escuela primaria, aparece el lecherito de San Miguel... al pescante del carro, colaborando en el reparto Paterno de todos los amaneceres... Después el pequeño pulidor de metales en un taller mecánico... Y así el temperamento se fue modelando. Y la responsabilidad creciendo. Después, esa muchacha de todos los días, que se la fue metiendo en los sueños todavía adolescentes... El noviazgo, el primer contrato en San Lorenzo... Treinta mil pesos por mes, más esos setenta mil que le tributaba la habilidad de las manos para pulir vaguetas de automóviles... Y no esperó. Lo decidió en el primer impulso, en el menos calculado... Se casarla. Y para eso fabricaría su propia casa. Estirando cada peso, postergando toda la natural seducción de las distracciones fáciles, y ligeras... Un ladrillo sobre otro. La pared que crece. El vigor y la integridad paró llegar hasta el final. Y la satisfacción de envanecerse con ese orgullo por la obra que salió de las propias manos. Allí estaba la casa concluida. Allí estaba ya su mujer ocupada en el decorado... Allí está ya la sonrisa del primer pibe, que va a prolongar la fonética del GLARIA, dicho así, sin acento... Veintidós años, casa propia, mujer, un hijo y hasta el confort de ese Fiat como para que a la familia no le falte nada... Y me sorprendo cada vez más, porque toda esta gran historia, escrita en tan breve tiempo, Rubén Glaria me la cuenta sin ninguna solemnidad y sin instalarse en el papel del abnegado y sacrificado protagonista... Siempre la sonrisa cargada de esa "picardía" que conoce, con la que está familiarizado desde muy purrete, pero que no llegó nunca a influir en su carácter ni a deteriorada la solidez del temperamento. Este "hombre" de apenas veintidós años, sin mucho espejo en el peinado, sin mucha sumisión por la moda, no experimenta el pudor de sentirse pueril en la rueda de todos los días. Sólo que tiene plena conciencia de esa abstracta frontera que separa "lo fácil" de "lo difícil". De lo que está el alcance de la mano y de lo que exige luchar para poder conquistarlo... "Pero ahora creo que me conocen un poco más, ¿no es así? Aunque me sigan llamando Glaría y Glariá... ¿No le dije antes? Una vez uno me preguntó si yo era Glariá, el de Atlanta... Ya me hacía veterano..."

 

Y LA FAMA YA APUNTA...

Imagen En San Lorenzo ganó los Metropolitanos de 1968 y 1972 y también los Nacionales de 1972 y 1974.
En San Lorenzo ganó los Metropolitanos de 1968 y 1972 y también los Nacionales de 1972 y 1974.

La noche de la semifinal frente a Independiente. Ese Olería o ese Glariá que arrancaba por la raya derecha de San Lorenzo y pasaba al ataque. Ese que picaba sin pelota para provocar el cambio de la zurda para llegar al fondo. "Ahora me la dan todos porque me tienen más confianza" —me dice mientras recuerda—. "Antes no podía irme nunca y cuando no tenía a quién marcar era un desastre..." Esa noche de esa semifinal, allá en River, ese Glaría, o, en una de ésas, Glariá, nos obligó a tributarle mucho de nuestra atención... El temperamento para marcar, a veces demasiado "generoso", la puntualidad para concurrir al cierre y el vigor y la calidad para aventurarse en la subida sin repetirse en la tenue garúa del centrito que consagra arqueros y defensores... Tal vez lo habíamos "visto" mucho antes, a lo largo de ese año setenta y uno que la caprichosa administración del acento ortográfico le cambió varias veces la fonética del apellido. Aunque allí sigue la presencia del maestro Sergio Villar, aunque haya que seguir a la sombra del árbol corpulento y majestuoso, ya llega un poco más de luz y un poco más de oxígeno. Todavía la fama no tiene la estridencia de la trompeta, pero suena... Por eso, por si la música crece, aunque sea para evitar el equívoco, a partir de ahora le vamos a legalizar el apellido... Rubén Oscar Glaria... Eso es, G-l-a-r-i-a, dicho así, sin ninguna preocupación ortográfica Por ubicar el caprichoso palito. Porque, ¡caray!, que al menos a uno lo conozcan por el apellido que realmente tiene.

 

 

Por Osvaldo Ardizzone (1972).

Fotos: Alfieri.