San Lorenzo – Estudiantes: el reencuentro
A 40 años de la conquista invicta del Metropolitano 68 El Gráfico revivió la final entre San Lorenzo y Estudiantes. Telch, Fischer y Veglio, entre otros, conmemorando el título junto a Poletti, Malbernat y Verón, hidalgos vencidos.
Van llegando de a poco. Casi en puntas de pie, como si fueran caminantes comunes sin historia. Y vaya si la tienen. Primero, como dos buenos amigos que hace rato no se ven, La Bruja Verón y el Gallego Rosl. La cita es en la puerta del estadio Monumental, allí donde hace 40 años –exactamente el 4 de agosto de 1968– San Lorenzo y Estudiantes de La Plata protagonizaron el partido final del torneo Metropolitano. Al rato cae Cacho Malbernat y de inmediato le tira un dardo al Gallego, nacido en Gimnasia: “Vos tenés que agradecernos que, por lo menos, te hicimos ganar un título”.
Enseguida, se escucha un “Che, ¿adónde puedo poner el auto, ¿lo subo a la vereda?”. Vidrios polarizados, hay que esperar que quien maneja el impactante vehículo los baje, para reconocerlo. “Uy, el Flaco Poletti”, dicen casi a coro los tres. Saludo efusivo, bien al estilo del tipo que la rompía bajo los tres palos y que hoy –muchos años después– sigue ligado al fútbol, pero sin quebrar los códigos de la vida: “Yo no meto la púa ni engaño a nadie, ahora hay muchos improvisados que no tienen la menor idea de lo que es el negocio”. Estilo Poletti, campeón de América, campeón del Mundo. Campeón.
“Mama mía, ya se cumplen 40 años, con razón cada día que pasa los huesos me duelen un poco más”. El Toti Veglio ya se sumó al grupo, sin problemas para estacionar por más que su “fierro” merezca ser bien guardado. Tras el abrazo con sus ex compañeros y los ex rivales, el colaborador de Bianchi manda casi como en un ruego: “Menos mal que Carlos parece que tiene ganas de volver a dirigir. Ojalá, porque a mí ya se me está acabando la nafta. Igual, él me dice ‘¿Sabés qué pasa? Hay que sumar otra mudanza y cuesta’. Y bueno, seguimos esperando“.
Mientras Verón cuenta lo bien que se trabaja en Estudiantes y el acierto de aquellos dirigentes visionarios –como Mariano Magnano– que adquirieron City Bell; y Malbernat explica su función como asesor para que de las divisiones Pinchas salgan los mejores jugadores, casi a media cuadra pega el grito una figura emblemática: Alberto Rendo. Minga de automóvil, colectivo 42, desde Nueva Pompeya hasta Núñez. Lo llaman Toscano y ya no se enoja. Va y viene con su humor único.
Ya están juntos algunos de los protagonistas de aquella final inolvidable a cancha llena, cuando todavía al Liberti le faltaba la tercera bandeja sobre el río de la Plata, el último vestigio de la mítica Herradura Monumental. Pero no es todo, por eso, Rendo alerta: “Faltan Villar, Telch y Cocco” y al toque, pregunta: “¿Le avisaron al Lobo?”.
Como respondiendo al llamado del Toscano, se arrima al cordón un Fiat 128 blanco. Cuando el viejo vehículo estaciona, se corre el telón de la nostalgia y aparecen la Oveja Telch, un genuino talento surgido de las inferiores azulgrana, y el Sapo Villar, el uruguayo que dejó una huella indeleble en el club por la jerarquía futbolera y su modestia sin igual, un rasgo de su personalidad que acaso haya hecho pasar por alto un dato no menor: es el jugador que más veces vistió la camiseta de San Lorenzo en primera.
Frente al 128, el cochazo que maneja Victorio Cocco, el capo de la Asociación de Técnicos, es como una Ferrari Testa Rossa. Y al igual que hace 40 años en el centro de la cancha, el hombre que se acerca con paso cansino y cabeza levantada, de a poco copará la escena, hablando de canas y tinturas, de pelos al viento, de aquel equipo que hizo historia en Boedo y alrededores. También él pregunta por el Fischer, y cuando comprueba que no está y no se sabe si cumplirá con lo prometido, arranca carcajadas con su comentario: “Como ganó el campo, el Lobo seguro que está contando algunas vacas más”.
Matadores y Pincharratas. Convención de cracks. Uno los mira y enseguida reflexiona ¿cuánto valdrían hoy Poletti, Malbernat, Verón, Rosl, Villar, Rendo, Telch, Cocco, Fische? Fortunas, sin ninguna duda. Casi como leyéndonos el pensamiento, Toscano arroja una frase que es una mezcla de humor y desencanto: “Todo lo que debo lo gané gracias al fútbol”. Pausa. “¿Escucharon bien, muchachos, no?”. Hay risas que al cabo se borran porque todos saben que hay mucho de verdad en lo que dice un jugador excelso que, como tantos otros, llegó tarde al gran reparto.
Presintiendo que el Lobo –el ilustre misionero que patentó “la bicicleta” para dejar pagando a más de un marcador de punta– no vendrá, tácitamente todos se encolumnan hacia el campo de juego. “Está cambiado esto” asevera Malbenat. “Para mí, la cancha está más chica”, apunta Rosl. “Che, guarda cuando cuentan los goles que yo participé en los dos; no los hice, pero armé las jugadas”, se ataja Cocco. La pelota, moderna, lustrosa, rueda y se va. Veglio dice: “Uy, cómo sale, pensar que a la de cuero que usábamos nosotros había que darle con un fierro”.
Cámara en mano, Domi va armando la escenografía. El nuevo apretón de manos de añejos rivales, el intercambio de recuerdos y un “loco” para entrar en clima con la pelota al pie y una reflexión de Veglio que es toda una muestra de cómo han cambiado las cosas en el fútbol y en la sociedad argentina: “Los jugadores de Estudiantes menos uno, que no hace falta nombrar porque todos se imaginan quién es, se quedaron en el campo de juego para aplaudirnos mientras dábamos la vuelta olímpica”. Y de nuevo en este montaje celebratorio hay más frases cordiales y manos estrechadas con los ganadores que, casi a coro, coinciden: “Fue un gran gesto. En general tenemos una buena relación con ellos”.
De pronto, el panorama cambia. Por el medio de la cancha, con campera de gamuza beige, pantalón al tono y zapatos impecables aparece el hombre que faltaba. El Lobo Fischer atrapa el interés de todos, mientras Rendo asegura: “Nunca llegó temprano. Siempre había que esperarlo. Para lo único que se apuraba era para llegar al área”.
Cordialidad renovada y también la sesión de fotos. A esa altura, Dominelli transpiraba más que los jugadores en aquella final que se estaba rememorando.
Volver al pasado. Mientras en uno de los arcos, el Lobo se presta a la versión moderna del filme “El gol del campeonato” –que lo tuvo como protagonista principal, junto al Flaco Poletti– cerca del medio de la cancha, Malbernat chichonea otra vez al Gallego Rosl: “Contá cómo te levantaste la camisa de San Lorenzo mostrándoles a los hinchas de Estudiantes la camiseta de Gimnasia que tenías debajo”. Rosl se defiende: “Siempre se contó esa historia y a mí me costó desmentirla. Lo cierto es que debajo de la azulgrana tenía una camiseta blanca con vivos azules y rojos, que era una alternativa a la que usábamos en casi todos los partidos”.
Para dejarle el lugar a la celebración de los Matadores, el trío pincharrata va ensayando la despedida; no sin antes dejar conceptos muy claros sobre esa final memorable. Poletti afirma: “Para nosotros fue como un regalo inesperado, no estábamos tan bien preparados para jugarla, y hasta pensábamos que era injusto que pudiéramos ser campeones; pero cómo se dio el partido, más allá del dominio de ellos, tuvimos cierta esperanza”. Sobre el gol del Lobo, el que definió todo, el Flaco fue certero: “sin ninguna duda; la vi venir, me tiré cuan largo era, pero la pelota bajó bien atrás para pegar en el travesaño y entrar”.
La Bruja Verón completa: “Estábamos muy cansados, teníamos la final de la Copa Libertadores todavía clavada en el cuerpo. Esa conquista, dura y difícil, nos marcó. Además teníamos varios lesionados y sentimos el trajín ante Vélez en la semifinal. La verdad es que ni soñábamos con estar en la final, pero Banfield le ganó a Boca con tres goles de Taverna y eso nos abrió el camino. Igual, San Lorenzo estaba mejor preparado, pero que los asustamos, los asustamos”.
Hay un saludo final. Como hace 40 años se evidencia el respeto, pero el Toti Veglio no puede con el genio y apenas se marchan Poletti, Malbernat y Verón, mete cizaña: “Ahora que se fueron, te digo: les ganamos bárbaro, tuvieron suerte de ponerse 1-0”. Después de las risas, la sinceridad: “Ellos tenían un equipo fenómeno, no por nada ganaron la Libertadores, y la Intercontinental contra el Manchester United nada menos.”
Ya solos, el ping–pong mirando hacía atrás, con la dicha de aquel título que coronó una campaña extraordinaria.
Rendo: “Un equipo completo, tenía todo, jugaba e iba al frente, por eso llegó hasta la instancia final. Lo cierto es que tuvimos que enfrentar el mismo equipo al que en la zona le habíamos sacado 12 puntos; y no fue fácil la definición. Pero se demostró la capacidad de los jugadores y también del entrenador”.
Villar: “Para mí, Tim fue extraordinario; yo venía de un club modesto de Uruguay, no tenía mucho nombre, pero él me dio toda la confianza y eso que me integré a un plantel de grandes jugadores. Nunca lo voy a olvidar: fue decisivo en mi carrrera”.
Telch: “Los Matadores fueron la conjunción perfecta entre habilidad y entereza, para afrontar cualquier tipo de partidos. Nos mantuvimos invictos porque desde el primer partido fue como un desafío que nos impusimos todos”.
Cocco: “Fuimos muy ofensivos, y también muy veloces en el ataque. Cuando se lesionó el Bambino, ingresó Pedro González, con características disímiles, lo que obligó a un cambio de posiciones. Tim fue muy vivo para eso, y con Pedrito por la derecha y el Lobo por la izquierda ganamos velocidad y también precisión tanto para atacar como para contraatacar”.
Veglio: “Yo venía del ascenso en el Deportivo Español y me encontré con un mundo diferente. De salida me dieron la 11 y ni pregunté; me la puse y chau ¿sabés lo que era jugar en un equipo grande? ¿Un gol que recuerde más? El que le hice a Huracán en el Gasómetro. Perdíamos 2-0 faltando poco y yo marqué el descuento. Después empató el Lobo casi sobre la hora. Así mantuvimos el invicto. Así eran los Matadores”.
Mientras Cocco habla de una celebración en la sede del club en la Avenida de Mayo, Veglio tira algún chiste más, Rendo traza paralelos entre el ayer y el hoy, y Villar y Telch rememoran paredes, taquitos y cambios de frente; las imaginarias luces de neón se van apagando sobre los actores de una conquista que quedó incorporada a la historia de San Lorenzo y del fútbol argentino todo. Matadores. Que 40 años no es nada cuando se transitan con el orgullo de haber sido y la satisfacción de todavía ser.
La síntesis
SAN LORENZO 2
ESTUDIANTES 1
SAN LORENZO: Buttice; Villar, Calics, Albrecht, Rosl, Rendo, Cocco, Telch; Pedro González, Fischer y Veglio. DT: Elba de Padua Lima (“Tim”).
ESTUDIANTES: Poletti; Malbernat, Togneri, Madero, Medina; Bilardo, Pachamé, Echecopar; Conigliaro, Eduardo Flores y Juan Ramón Verón. DT: Osvaldo Zubeldía.
Goles: 47' Juan Ramón Verón (E); 67' Veglio (SL); 100' Fischer (SL).
Detalle: los 90 minutos finalizaron 1-1 por lo que debió jugarse un alargue de 30 minutos, y en esa instancia San Lorenzo se clasificó campeón. Cancha: Monumental (River). Juez: Miguel Comesaña.
Recaudación: $ 35.739.800.
Jugado el 4/8/1968.
A papá, Papito
Para graficar de qué manera Elba de Padua Lima (Tim) manejaba el grupo, Carlos Veglio contó una anécdota singular y muy graciosa, hasta con tonada portuguesa: “Papito Sconfianza se moría por jugar, pero el brasileño no lo ponía. Un día lo encaró y Tim lo tuvo diez minutos a pura explicación. <Villar amaga y se va al ataque, Albrecht hace una finta y toca enseguida, Rosl hace un giro y se manda por la izquierda, Calics (el zaguero central que tapaba al inquieto suplente) la para con el pecho y la patea fuerte para armar un contrataque. En cambio usted, Sconfianza, gira, hace un taquito y nos quedamos a vivir en nuestra área>. Recuerdo que Sconfianza, un tipo bárbaro al que queremos mucho, se quedó mudo y un rato después nos dijo: “Me cagó”. “Pasaba -agrega el Toti-, que en un partido Papito metió un taco sin mirar y la pelota fue a parar a los pies de Chirola Yazalde, nada menos, y fue gol de Independiente. Chau taquitos.
Por Carlos Poggi (2008).
Fotos: Jorge Dominelli y Archivo El Gráfico.