¡Habla memoria!

Cuando se mascullan insultos contra el arquero

Borocotó relata tristes historias de grandes arqueros que tuvieron que soportar la ingratitud de dirigentes e hinchas, después de fortuitos infortunios que terminan en gol.

Por Redacción EG ·

23 de febrero de 2020

BOSIO

Juárez se entretuvo con la pelota y Gil se la quitó. El centro del winger fue recogido de cabeza por Rivarola  y la ball penetró en la valla por uno de los ángulos superiores. El público parcial de River Plate buscó un culpable y lo halló en Bosio. El guardavalla ni se había movido. Creyó, sin duda, que la pelota pasaría por arriba del travesaño; pero aunque se hubiera lanzado en un esfuerzo extraordinario, no habría podido evitar el goal. Sin embargo, faltó en él ese esfuerzo, esa intención, esa aparatosidad... y los ojos se dirigieron hacia su persona, y los labios mascullaron insultos. Quizá en alguna mente vibró el recuerdo del penal detenido ocho días antes en la cancha de Racing... Pensé en la tristeza de Angelito, de ese muchacho que anhela jugar bien, que sufre mucho las caídas de su valla hasta en los matches de entrenamiento. Lo vi alejarse con la vista resbalando sobre la gramilla. De tanto en tanto levantaba los ojos como para cerciorarse de que era cierto que se le reprochaba. Entonces, acudió a mi memoria algo muy hermoso que me dijo en cierta oportunidad y en cuya belleza es probable que el mismo Bosio no haya reparado.

Fue el año pasado, en un momento en que actuaba inseguro. Por los tablones, cafés, oficinas, circulaba su nombre. Se manoseaba, se decía la palabra "decadencia", se repetía el "hay que sacarlo". Y en medio de esa afligente situación, comentando con Angelito, me, dijo esto que nunca olvidaré:

—No importa que los hinchas hablen... Llego a mi casa, me encuentro con mi mujer y mi nena, y soy feliz.

Allí, en su hogar, junto a la compañera amable y a la nenita de cabellos rizados, estaba el calor inalterable de un afecto que no sufriría fluctuaciones. Allí llegaba papá, no el arquero de River Plate. Y en esa tibieza del cariño sincero se refugiaba Bosio para olvidar el rumor de comentarios que levantaba a su paso, para no ver esos ojos de hinchas que le hurgaban hasta el alma.

 

Imagen Ángel Bosio
Ángel Bosio
 

 

LUIS P. PARDIÉS

Hace unos días recibí una carta de Pardiés en la cual me agradecía el comentario que, hice del match Ferro Carril Oeste-Boca Juniors, y en el que tuvo actuación por demás infortunada. He aquí unos párrafos de la misma:

 "El relato del partido y su concepto sobre mi actuación me han brindado una alegría inmensa, pues pocos como usted han podido comprender todo mi drama. Lo llamo así porque, como usted dice, no acaba todo con la última pitada del juez...; falta aún un poco más, aparte de eso que usted pintó tan fielmente. A veces, el exceso de celo por defender su club y el deseo ilimitado, de superarse en procura del éxito común,  descentraliza los nervios llegando a hacer producir actuaciones contradictorias como la que, desgraciadamente, me tocó desempeñar a mí. Pocos analizan con frialdad esas circunstancias, por lo que pocas son las palabras de aliento que se reciben. Considero a éstas suficientemente elocuentes y estimulantes como para seguir perseverando y ofrecer a los aficionados el espectáculo de mi habilidad y la satisfacción de sus deseos."

 Hubo en esa tarde algo sentimentalmente hermoso. Mientras los parciales se alejaban del estadio protestando contra la performance del arquero, los demás jugadores y suplentes de Boca Juniors se allegaron hasta la casilla para acompañar en su dolor a Pardiés, para no dejarlo solo en esos momentos en que más necesaria se le hacía la amistad de sus compañeros. Y en silencio, asistiendo a todos sus movimientos mientras se vestía, permanecieron a su lado. De tanto en tanto caía en el espacio alguna palabra circunstancial. "Mala suerte..." La expresión rondaba por el recinto y encontraba un eco en cada uno de los que allí hallaban. Al lado, todo era bullicio. Se festejaba, sin querer, el infortunio de un hombre que no había podido detener spots de los cuales en otra tarde se hubiera reído.

 El estadio estaba semivacío cuando salieron Pardiés y sus amigos. En los tablones habían quedado unos cuantos curiosos, felices espectadores de la tristeza ajena.

 

Imagen  Luis Pardiés
Luis Pardiés
 

HACE DIECIOCHO AÑOS

Van a hacer cuatro lustros y el recuerdo aún late. Será necesario que se acabe toda una generación para que venga el. olvido. Pero ni eso: quedó escrito y se heredará la noticia. Los padres cuidarán de que sus hijos la reciban. Es por lo mismo que en mi comentario acerca de la actuación de Pardiés decía yo que no todo terminaba con la pitada final.

Yo vi aquel match entre Nacional y Peñarol de Montevideo verificado en 1917. Un accidente me situó en el Parque de Los Aliados, en donde también se efectuó el sudamericano de ese año, en el que a Isola le cupo una destacadísima actuación. Peñarol presentó en su valla a Márquez Castro, un goalkeeper nuevo. Según informes un tanto borrosos por los años, había sido jugador de otras líneas y pasado al arco.

Nacional le marcó cuatro tantos en poco menos de media hora. Desde aquel día desapareció Márquez Castro y para siempre se llamó Márquez Cuatro. Hoy mismo, cuando a través de casi cuatro lustros discuten hinchas de Peñarol y Nacional y uno de ellos alude a un match de 1917, el otro le interrumpe:

 —¿Aquel de Márquez Cuatro?... — y, a lo mejor, son espectadores de fútbol que han heredado el recuerdo.

Cerca de ese escenario se levantó más tarde el Estadio Centenario al cual debí concurrir en ocasión del Campeonato Mundial de 1930. El día de la final estaba yo detrás del arco defendido por Bottaso. A los 12 minutos vino una corrida por el ala izquierda enemiga y se efectuó un medio centro que recogió Dorado con violencia. La pelota se escurrió por entre las piernas de Bottaso. Estalló un clamoreo en tanto que la redonda era sacada de la valla y se enviaba al centro.

¿Qué efecto habrá producido en Bottaso aquel clamor de las tribunas? Ha de haber pensado en muchas cosas. Sucesivas visiones de Buenos Aires, del barrio, de la familia, de todos hablando de ese tanto, han de haber trastornado su mente por unos segundos hasta reducirlo a ese hombre que se sostuvo de la red porque sus nervios lo hacían vacilar. Daba pena el asistir a ese espectáculo contrastado de millares que aplaudían y uno que sentía más que nadie la caída de la valla argentina. El tiro había sido desde cerca, es cierto; pero Bottaso lo podía haber detenido. Y eso mismo, eso que pudo ser y no fue, intensificaba el dolor del guardavalla.

 

Imagen Instante que se produce el primer gol de Uruguay frente a Argentina en la final del mundo de 1930.
Instante que se produce el primer gol de Uruguay frente a Argentina en la final del mundo de 1930.
 

"YA NO ERA LO MISMO..."

 Había visto a Tesorieri en jornadas memorables como aquella en la cual salió en andas después de haber mantenido su valla invicta a lo largo de todo el sudamericano de 1924. Tenía y tengo en mi archivo interior un montón de jugadas felices de Américo. Cada día ellas toman mayor brillantez porque el tiempo las depura y la amistad entre Tesorieri y yo va teniendo más años... Pero no me olvido de un partido entre Sportivo Palermo y Sportivo Barracas cuando el goalkeeper, ya abandonado Boca definitivamente, cambió .de camiseta. Fui con la esperanza de escribirle algo que lo alentara, y regresé sin poder cumplir mis anhelos. Tan mal jugó Américo. Tiempo después charlamos sobre aquel retorno a los campos de fútbol, y me dijo:

—Ya no era lo mismo...

Fuera de Boca, ausente aquel calor de la hinchada que tanto lo quiso, viendo.otros colores que no eran los de siempre, en compañía de otros jugadores que no  tenían los recuerdos comunes, ya no era lo  mismo. Y me lo dijo con el mismo tono resignado con que un dio, al querer penetrar en su santuario, me confió:

 —Por mi vida pasó una mujer...

 Uní las, dos expresiones. Le agregué a esta última aquella que traduje así: "Por mi vida pasó Boca Juniors..."

 

Imagen Américo Tesoriere
Américo Tesoriere
 

 

BUSCANDO CONFIRMACIÓN

No puedo asegurar si el internacional  a que me voy a referir fue por 1928, pero la memoria me aporta esa fecha. Fue un partido en el cual terminó con un empate por dos tantos y se efectuó en el Parque Central de Montevideo. Había ido yo con el fotógrafo Palazzo y, para ayudarlo en su tarea, me aposté junto al arco uruguayo con mi máquina fotográfica. Poco después de comenzado el partido avanzó la delantera argentina y Magno, ya cerca del área, intentó hacerle un pase a su winger. Pifió la pelota, que salió con un efecto raro picando hacia el arco. Era muy fácil  detenerla, tanto, que Batignani ni se preocupó de ello y se dispuso a tomarla, pero ante el asombro de todos, y de mí mismo que no atiné a sacar la foto, la ball se escurrió de sus manos y se produjo el goal.

Batignani no podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Extrañado, medio inconsciente, tiró la pelota hacia adelante y buscó a alguien que lo confortara en esos momentos. El único que estaba cerca de la valla era yo. No había otro fotógrafo porque los demás se habían ubicado en el arco de. luz a favor. Entonces, ¿a quién hablarle sino a mí? Estaba Batignani en la misma situación del purrete a quien toman preso en el momento en que saca una pelota al córner y habiendo oído gritar ¡goal!, al ratito le pregunta al vigilante: "¿Verdad que no fue gol?".

— ¿Viste, qué desgracia? — me dijo el goalkeeper uruguayo buscando en mí una confirmación, en tanto que la mayoría de los espectadores rumoreaba: "¡Qué sonso...!"

 

Imagen Fausto Bategnani
Fausto Bategnani
 

PIBONA

EL forward avanzó. El goal era inminente. Alterio se le arrojó a los pies para impedir el tanto y recibió una patada en la cabeza que le malogró un tímpano para siempre. Sus hinchas lo miraron y lo aplaudieron; los dirigentes comentaron su valentía. Tiempo más tarde prescindía de sus servicios. El club no lo precisaba. Y después de catorce años abandonó Chacarita, triste y sordo.

 

BOROCOTÓ 1935

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