¡Habla memoria!

Dime cómo jugaban... y te diré qué piden

En el 2000, El Gráfico puso la lupa en cómo eran Bianchi, Ramón Díaz, Trossero, Ruggeri y Bielsa como futbolistas y qué cosas plasmaron en sus carreras como directores técnicos.

Por Redacción EG ·

16 de enero de 2020

En el fútbol hay algunos lugares comunes, como “San Lorenzo va a salir campeón porque tiene un técnico ganador” o “el mérito de Ramón Díaz es saber elegir los jugadores” o “los equipos de Bianchi se agrandan ante la adversidad...”

Así, a cada técnico se le podría asignar una característica propia. Porque cada entrenador tiene un estilo que lo identifica. Pero, ¿dónde nace ese estilo?

Juan Carlos Carone, aquel delantero de Vélez de los años sesenta, una vez trató de definir al Vélez de Carlos Bianchi: “Esto tomalo para todos los casos. Los equipos reflejan lo que eran sus técnicos como jugadores. Es así, hermano, es así...”, decía Pichino, antes de explayarse en las características de Bianchi. ¿Es realmente así? 

 

La rebelión del Virrey

Carlos Bianchi, en la Argentina, jugó solamente para Vélez Sarsfield. En 324 partidos convirtió 206 goles. También dejó su huella en Francia, donde tuvo picos altísimos en las temporadas 75/76 y 77/78, con casi un gol por partido de promedio. Allí, en el Viejo Continente, metió nada menos que 187 tantos. Si uno tuviera que definir fríamente a Bianchi las palabras centrodelantero y goleador serían las obvias. Pero si hay que analizar la carrera del último Virrey asoman características que, en realidad, acompañaron al goleador durante sus más de quince años de futbolista. Allí se destacó su amor propio y su poder de rebelión ante la adversidad.

Bianchi sufrió, cuando era jugador, 73 puntos de sutura. Padeció dos operaciones de meniscos, una de pubialgia, luxación de codo, fractura de peroné y tibia, una de costilla y otra de nariz. “Cada lesión me despertó fuerzas, ganas y sacrificio. Y yo no entiendo el fútbol de otra manera: brindarse siempre. Entonces sigo yendo al área. Hasta ahora, en el área no se murió nadie”. La frase pertenece al técnico de Boca y tiene más de veinte años de antigüedad. En su caso, el orgullo era un atributo propio. Sobre todo  cuando después no medía los riesgos al volver de alguna lesión. Ya por aquel entonces se podían adivinar las exigencias que tendría en su futuro como entrenador: valentía, entrega y profesionalismo. Como jugador, él tenía esos atributos. Su gran desafío era transmitírselo a sus equipos.

 

Imagen Bianchi fue un jugador de orgullo.
Bianchi fue un jugador de orgullo.
 

A lo largo de sus ocho años como director técnico, Bianchi supo hacerlo. Sin ir más lejos, el Boca bicampeón reflejaba el espíritu de su conductor: seriedad profesional, equilibrio táctico y, también, valentía. A eso había que sumarle la sangre fría que distingue a todo goleador. Y aquel Boca, que muchas veces fue criticado por mezquino, sobresalió por su gran contundencia. En realidad, la contundencia que define a los goleadores. Como jugador, Bianchi no era sutil; iba a los bifes. Típico de goleador. Su Boca 98-99 (al igual que el Vélez del ’93 al ’96), también. La simetría cabe perfectamente.

¿Y el orgullo? Boca lo demostró cuando, a pesar de haberse visto superado ampliamente por River en el último clásico, no bajó los brazos y peleó el torneo hasta la última fecha. Inclusive con heridas muy difíciles de sanar, como la ausencia de Palermo por una grave lesión. Así y todo, Boca apretó el cuchillo entre los dientes y siguió levantando la bandera de la ilusión hasta el final. Al estilo Bianchi. Con el espíritu Bianchi.

Imagen Sus equipos saben sobreponerse a la adversidad y nunca bajan los brazos.
Sus equipos saben sobreponerse a la adversidad y nunca bajan los brazos.

En su primera incursión por el fútbol francés, en el París Saint Germain, Carlos Bianchi debió afrontar una de las pocas polémicas con sus técnicos. Velibor Vasovic había dado a conocer la lista de los once que iban a enfrentar al Saint Etienne y había varios borrados que, según el técnico, “no habían mojado sus camisetas”. Entre ellos estaba el argentino que, indignado, se quejó por la exclusión: “Es el patrón y no soy quién para discutir las determinaciones que toma. Lo que me parece extraño es que los que me siguen en la tabla anoten menos goles que yo empapando sus camisetas de sudor. Hace 10 años que nada semejante me ocurrió, pero tengo que aceptarlo”. Bajó la cabeza, masticó la bronca y, al final, recuperó su lugar a fuerza de goles. Esa fue una de las pocas discusiones de un jugador que, tiempo más tarde, trasladaría el perfil bajo a sus equipos. Hasta en eso supo transmitir su forma de ser.

 

El goleador que llegó de La Rioja

El 13 de agosto de 1979 River le ganó a Colón 1 a 0 con gol de Héctor Sosa. Con la camiseta número 10 debutó un muchacho recién llegado de La Rioja que, veinte años más tarde, se convertiría en uno de los hombres más exitosos y discutidos del fútbol argentino.

Hoy, Ramón Angel Díaz es el técnico de River que ganó casi todo. Así y todo, no se destaca por las grandes respuestas tácticas que implementa en los momentos claves. No es un tacticista a ultranza ni un estudioso. Lo suyo pasa por la intuición y la improvisación. Su gran mérito: la elección de los jugadores y el manejo de planteles repletos de figuras. ¿Tiene algo que ver esto con su forma de jugar o manejarse dentro de la cancha?

Omar Labruna, su ayudante de campo y compañero también como jugador, lo definió como “un delantero completo. Era goleador pero no se limitaba solamente a eso, sino que tenía un compromiso táctico con el resto de sus compañeros”. El “Díaz-jugador” se fue viendo con el correr de los años. Hubo mucha diferencia entre aquel suplente del River del ’80, que entraba en los últimos minutos y convertía  goles con piques largos impresionantes, y el Ramón que se retiró con la banda roja en la década del ’90.

Imagen Ramón, en el final de su carrera, daba muchas indicaciones en ataque.
Ramón, en el final de su carrera, daba muchas indicaciones en ataque.

Por aquellos años, cuando Díaz era el goleador del equipo y Angel Labruna lo ponía sólo quince minutos por partido, el riojano decía: “No me molesta. Entro casi todos los partidos y Angel y mis compañeros me tienen en cuenta. Angel, para darme oportunidades; los muchachos para hacerme compartir sus cosas. En un momento me sentí un poco molesto, pero después fui comprendiendo”. Aquel Ramón Díaz basaba todo su juego en la velocidad y la definición. Como él mismo lo dijo en 1991, su juego cambió mucho con el correr de los años. “Europa me dio capacidad para saber explotar cada metro de la cancha. Ya no dependo solamente de mi velocidad. Si bien la ubicación en el campo y el número en la camiseta son los mismos, ahora estoy en condiciones de hacer correr mejor la pelota en la distribución”.

Díaz también tuvo detractores en su época de jugador. En aquellos años se lo acusaba de ser un jugador “liviano”, de no poner todo dentro de un campo. Y a todos les respondía lo mismo: “Soy un hombre de toque y no de choque. Es mi característica y la de muchos que jugaron en River a través de los años. Pero nunca tuve miedo del contrario y menos ahora. El público no me conoce. Yo siempre estoy ahí, donde se ganan los goles y las patadas”.

En definitiva, el Pelado era un jugador que se preocupaba casi exclusivamente por lo que ocurría en ofensiva. Del resto... poco y nada de compromiso. Intuición pura para desequilibrar arriba.

Y, como técnico, sus características son similares. Todos los equipos de River que condujo Díaz sobresalieron por su poder ofensivo, por ser generosos en cuanto a la propuesta agresiva. Atrás, agarrate Catalina. Mentalidad de goleador. “Me meten tres, yo meto cuatro”. Esa es su filosofía.

¿Y su capacidad para seleccionar? Evidentemente la tomó del entrenador que más lo marcó: Angel Labruna. Como técnicos se puede trazar un paralelo bastante similar. Poca capacidad táctica, mucha improvisación, estilo ofensivo, ojo para elegir a los mejores en el momento justo. ¡Ah...! Y un gran sentido del fútbol-show: declaraciones provocadoras, poca diplomacia, manejo de los retos dialécticos. En eso, Ramón es una versión remixada de Angelito.

 

Imagen Dandole indicaciones al Negro Astrada.
Dandole indicaciones al Negro Astrada.
 

Ya pasaron cuatro años y muchas tormentas. Y Ramón sigue en River. ¿Dónde aprendió a sortear tantas batallas? En Europa. En la época del Avellino, cuando era capitán, dijo que “la gente de aquí te obliga a cambiar, a abrirte, a tratar con los periodistas. También es importante la capitanía. Eso te obliga a tratar con los dirigentes, a discutir los premios con el presidente, a hablar por cualquier problema. Y todo eso me soltó”.

Esa verborragia que aprendió a manejar en Europa la importó a nuestro país en su última versión como delantero de River. Evidentemente, era otro jugador. Hablaba más, daba indicaciones, hasta bajaba unos metros a dar una mano. Ya se veía que por su cabeza se vislumbraba un futuro como entrenador. Ese jugador del final era bastante parecido al técnico que es hoy. Desde la línea, grita hasta quedar ronco. Y sus equipos, en definitiva, llevan el mismo sello de sus tiempos de pantalones cortos: agresividad en el área, improvisación atrás. Así era el Pelado. Así es River.

 

De cafetero a campeón

En 1974 Boca fue a jugar a Corral de Bustos y las localidades se agotaron rápidamente. Entre los que se quedaron sin entradas había un tal Oscar Alfredo Ruggeri. El no se iba a quedar afuera. Para ver a su equipo se disfrazó de cafetero.  No vendió ningún café y se sentó en la tribuna para disfrutar de noventa minutos junto a las estrellas xeneizes.

Al final del partido esperó a su gran ídolo, Roberto Mouzo, y le lanzó una frase que sorprendió a todos: “Yo voy a jugar en Boca”. El seis le regaló una foto suya y su número de teléfono, “llamame cuando estés allá”. Siete años más tarde ambos compartían la zaga central en el Boca campeón de Brindisi y Maradona.

La anécdota sirve para reflejar el carácter y el temperamento de Oscar Ruggeri, que terminó debutando en Primera el 8 de junio de 1980 ante Newell’s Old Boys. Por aquellos días, el Cabezón decía: “Yo me siento un proyecto de caudillo. Mi confianza es la confianza que me dan, porque en esto tiene mucho que ver el técnico. Entro a la cancha con fe y usando una camiseta que tiene historia grande”.

Si bien no era un dotado técnicamente, Oscar Ruggeri sobresalió en todos los equipos que jugó, y siempre fue una de las columnas defensivas y anímicas. Controvertido y polémico para los adversarios, tal vez Paulo Silas fue el que pronunció la mejor definición sobre el Cabezón: “Siempre tuve mala impresión de Ruggeri porque estaba metido en todas las peleas. Después, cuando lo conocí, cambié totalmente mi opinión. Es honesto y directo como pocos y, ante todo, un ganador que nunca se quedó. Me sorprende su liderazgo y la manera en que pelea por los derechos del jugador. Es un motivador por naturaleza”.

 

Imagen Oscar Ruggeri jugando para Boca, club donde debutó.
Oscar Ruggeri jugando para Boca, club donde debutó.
 

Casi siempre titular, ganó una pila de títulos. Era un defensor que se adaptaba a cualquier esquema táctico: zona, líbero y stopper, funciones mixtas... Su mejor momento lo vivió cuando Carlos Bilardo le puso el sello de perro de presa: lo convirtió en stopper de la Seleción Argentina. Y, la verdad, en esa función la rompió. Era práctico, ordenaba desde el fondo, gritaba, mandaba y priorizaba el resultado por sobre todas las cosas. Carecía de técnica pero desbordaba de temperamento. Estas características las paseó por toda su carrera.

Imagen Fue director técnico de Independiente y San Lorenzo en el fútbol argentino.
Fue director técnico de Independiente y San Lorenzo en el fútbol argentino.

En diciembre del ’98, apenas unos meses después de dejar el fútbol, llegó la oportunidad de ponerse el buzo y, al igual que cuando debió disfrazarse de cafetero, Ruggeri no dudó. “Había pensado esperar un par de años. Pero la vida me dio la oportunidad y, para colmo, en San Lorenzo. No me quiero quedar con la duda y preguntarme en un tiempo hasta dónde podía haber llegado como entrenador... Quiero que los jugadores entren en la historia”. Esa ambición que lo distinguió como jugador ahora se la quiere contagiar a sus dirigidos. Amigo del pragmatismo, sus equipos son ordenados tácticamente –como lo era él–, tienen pocas luces y lucen demasiado estructurados del medio hacia arriba. Un dato para destacar: “casualmente”, este San Lorenzo del Apertura ’99 tuvo una de las tres defensas menos vencidas. Eso sí: jamás bajan los brazos. Como no lo hizo jamás Ruggeri en su época de jugador.

 

Contracara

Enzo Trossero tuvo, como futbolista, una carrera bastante destacada. Triunfó en Independiente, en el fútbol francés, en México y en la Selección Nacional. A fines de la década del setenta entregó una definición que explicaba su forma de jugar al fútbol: “Yo juego igual en todos lados. Le hablo a todo el mundo, le grito... En Independiente o en Francia. A veces, incluso, me hablo a mí mismo. Creo que es imposible jugar al fútbol en silencio”.

Su técnico en el Nantes, Vincent, confirmaba las palabras del ex defensor: “Enzo habla sin parar. Y con su sola aparición en el campo evita caer en los pozos de apatía en que incurríamos antes. Trossero es muy importante por el dinamismo que transmite.”

En 1979, todavía en la era Menotti, fue el elegido para patear el primer penal en la definición de la revancha del Mundial ’78 contra Holanda. Ese partido se jugó en Berna y volvió a ganar Argentina. “Por algo Menotti me eligió a mí para patear el primer penal. Es el más difícil de todos”, dijo al final de los penales.

 

Imagen Como jugador, con espíritu ganador.
Como jugador, con espíritu ganador.
 

A fines del ’87, cuando todavía faltaban cinco años para su paso definitivo al banco de suplentes, definía su gusto por los DT: “A mí me gustan los técnicos que te motivan, que agrandan a los jugadores, que te meten la convicción de que sos mejor que el contrario. Como Nito Veiga o Pastoriza, que además conversan mucho con los jugadores y discuten, pero siempre por querer mejorar.”

 

Imagen Trossero en su rol de director técnico.
Trossero en su rol de director técnico.
 

 Caso extraño el suyo. Hasta ahora, y al contrario de los casos anteriores, es una de las excepciones en cuanto a la transmisión de estilo. Sus equipos (Estudiantes, Huracán, Sion y Lugano de Suiza, San Martín de Tucumán, Colón e Independiente) nunca fueron el reflejo de su temperamento. Ni tampoco se destacaron por su capacidad para correr riesgos. Quizá porque Trossero aún no tuvo la chance de contar con un plantel competitivo. O, tal vez, porque él no supo transmitir todos los atributos que lo destacaban como un defensor de primer nivel. Habla, discute y pelea, pero no logra plasmar su espíritu en los planteles. Esa es su asignatura pendiente.

 

Gustavo Costas ya cumplió un año como técnico de Racing. Pero la atipicidad de la situación –comparte las decisiones con Humberto Maschio, el club sufre una quiebra permanente, los recursos son limitadísimos– le dan un marco especial a su caso. Quizás, en sus años como jugador del club, aprendió a vivir en medio de urgencias. De allí que aparezca como un técnico que se arregla con lo que tiene. Pero sin las herramientas mínimas indispensables, resulta imposible medirlo como entrenador. Lo mismo ocurre con Enrique Nieto en Belgrano. Son técnicos que no pueden elegir su destino. O que lo eligen en condiciones especiales.

 Primero fueron jugadores, ahora técnicos. Y desde el banco de suplentes tratan de reflejar lo que esgrimieron con los cortos. Algunos lo logran, otros no.

 

Bielsa, un caso aparte

“Lo posible está hecho. Lo imposible lo estamos haciendo. Para los milagros necesitamos tiempo”. La frase preferida de Marcelo Bielsa pinta de cuerpo entero al técnico de la Selección Argentina. El suyo es el caso más singular entre los técnicos que dirigen en el país.

Bielsa debutó en la Primera de Newell’s  el 29 de febrero de 1976. Ese día el conjunto leproso fue dirigido por Juan Carlos Montes, quien tiempo más tarde  recordaba a Bielsa como “un defensor lento y sin cintura”.

Imagen Marcelo Bielsa en uno de los dos partidos que jugó en Primera. Como defensor era lento y estático.
Marcelo Bielsa en uno de los dos partidos que jugó en Primera. Como defensor era lento y estático.

Sin embargo, el par de partidos en Primera no fue la única carrera de Bielsa como jugador. Dos años antes fue convocado para jugar el Sudamericano juvenil de Chile con la Selección Argentina. Si bien no jugó ningún partido, el hecho de estar en Chile significaba que estaba entre los mejores juveniles del país.

Su carrera se apagó tras un paso sin gloria por Instituto de Córdoba y Argentino de Rosario, de Primera C. Allí, aconsejado por sus padres, decidió abandonar el fútbol y dedicarse a la preparación física. Una vez recibido de profesor volvió a la carga en el fútbol para convertirse en director técnico de Newell’s. De allí en más, su historia es conocida.

 

Imagen Como técnico, hiperdinámico, cambiante y obsesivo.
Como técnico, hiperdinámico, cambiante y obsesivo.
 

Su estilo de jugador pesado y lento contrasta con el técnico hiperdinámico y obsesivo que baja tres kilos por partido en el banco de suplentes. Como no podía ser de otra forma en él, es uno de los pocos que no se parece en nada a lo que representaba como jugador. La antítesis es tan grande como la que separa al estatismo de la dinámica.

 

Son todos distintos

Por Carlos Salvador Bilardo

Todos los ex jugadores que ahora son directores técnicos son totalmente distintos a cuando jugaban. Aunque, en este tema, también depende mucho la posición en la se desempeñaban.

Ramón Díaz, por ejemplo, era muy callado. Pero porque era delantero, un sector donde no es muy habitual ordenar a sus compañeros. Sin embargo, Oscar Ruggeri, Enzo Trossero, Sergio Batista, José Luis Brown, Nery Pumpido y Edgardo Bauza, entre otros, ubicaban a sus equipos dentro del campo todo el tiempo. Ellos ya eran técnicos dentro de la cancha.

Yo tuve la oportunidad de tener a varios de los que hoy forman esta camada de técnicos jóvenes y sé que les fue interesando la táctica con el correr del tiempo. De a poco, todos fueron tomando conciencia de que un día dejarían de ser jugadores. Si querían seguir ligados al fútbol, la dirección técnica era la mejor opción.

Por otra parte, creo que todos desplegaron la idea que tenían cuando eran jugadores. Tratan de inculcar lo que aprendieron desde sus comienzos. Además, como varios pasaron por mis manos, aliento mucho por ellos. Yo les aconsejaba, cuando hablábamos de fútbol, que se interesaran por todo lo que rodea a este deporte. Y eso les está sirviendo.

Por ejemplo, cada uno sabe cómo conducir un grupo, cómo manejar sus estados de ánimo. Y todos lo hacen a su manera. Cada uno tiene su carácter, su estilo, sus virtudes y defectos. Son todos distintos.

 

 

Por JUAN CRUZ DÍAZ (2000).

Fotos: ARCHIVO EL GRÁFICO.