¡Habla memoria!

Estudiantes de Zubledía: El equipo que rompió las reglas

A 41 años de su muerte, un recuerdo de El Gráfico en 2002 con los testimonios de quienes protagonizaron una hazaña. El Pincha quebró la hegemonía de los grandes y dividió la historia del fútbol argentino en dos.

Por Redacción EG ·

17 de enero de 2023

El ri­to se cum­plía in­va­ria­ble­men­te, de lu­nes a vier­nes. Se en­con­tra­ban en el pri­mer va­gón, en el tren de las 8.04, que sa­lía de Cons­ti­tu­ción y rum­bea­ba ha­cia La Pla­ta. Eran cua­tro o cin­co ju­ga­do­res y el téc­ni­co. To­ma­ban el de­sa­yu­no en el sa­lón co­me­dor pa­ra lle­gar bien ar­ma­di­tos al en­tre­na­mien­to ma­tu­ti­no y en­tre tos­ta­das, bue­nos días y chu­cu­chu­cu, se en­re­da­ban en el vi­cio que los en­vol­vía por aque­llos tiem­pos: el fút­bol. Por­que con Os­val­do era  fút­bol, fút­bol y más fút­bol.

Una ma­ña­na, sin em­bar­go, el Je­fe cam­bió las coor­de­na­das: los ci­tó una ho­ra an­tes y de­ba­jo del re­loj cen­tral de la es­ta­ción. El tiem­po trans­cu­rría en­tre co­men­ta­rios de oca­sión, sin que nin­gu­no de los fut­bo­lis­tas con­si­guie­ra com­pren­der por qué es­ta­ban a esa ho­ra en ese lu­gar y no dis­fru­tan­do de los úl­ti­mos mi­nu­tos de sue­ño. Has­ta que un ma­lón de gen­te se des­pren­dió de los tre­nes y pa­só por de­lan­te de sus na­ri­ces. Eran tra­ba­ja­do­res; ca­da uno con una bol­si­ta en la ma­no. “Ven, és­tos son los ver­da­de­ros la­bu­ran­tes; se rom­pen el lo­mo to­do el día y só­lo tie­nen el pa­que­ti­to pa­ra co­mer. Us­te­des, en cam­bio, tra­ba­jan de lo que les gus­ta. Y en­ci­ma les pa­gan. Tie­nen la suer­te de ser ju­ga­do­res de fút­bol. Si no ha­cen las co­sas que hay que ha­cer, van a ter­mi­nar así. Si nos en­chu­fa­mos y me ha­cen ca­so, va­mos a ga­nar y va a ser to­do dis­tin­to”, les ex­pli­có en una es­pe­cie de cla­se teó­ri­co-prác­ti­ca.

Imagen El tren a La Plata: Bilardo y Zubeldía (de frente) con el periodista Osvaldo Ardizzone.
El tren a La Plata: Bilardo y Zubeldía (de frente) con el periodista Osvaldo Ardizzone.

Os­val­do Juan Zu­bel­día trans­mi­tía con con­vic­ción sus idea­les. Fue un au­tén­ti­co re­vo­lu­cio­na­rio del fút­bol. Car­los Bi­lar­do, Al­ber­to Po­let­ti, Mar­cos Co­ni­glia­rio y Fe­li­pe Ri­bau­do, sus ha­bi­tua­les com­pa­ñe­ros de ru­ta, lo es­cu­cha­ban con aten­ción aque­lla ma­ña­na, co­mo lo es­cu­cha­ban tam­bién sus otros com­pa­ñe­ros en el res­to del día. El men­sa­je, aque­lla má­xi­ma que ba­jó de ma­ne­ra grá­fi­ca fren­te a la ma­sa obre­ra que de­ja­ba los tre­nes, re­sul­tó fi­nal­men­te una sín­te­sis per­fec­ta de lo que ex­pre­sa­ron sus equi­pos en los cam­pos de jue­go: con­vic­ción de hie­rro, es­fuer­zo com­par­ti­do has­ta el úl­ti­mo mo­men­to. Con esas pre­mi­sas, su­ma­das a otras in­no­va­cio­nes ex­clu­si­va­men­te fut­bo­le­ras que pro­pi­ció Zu­bel­día, el club chi­co se pu­do co­mer al gran­de, una ecua­ción que pa­ra el fút­bol ar­gen­ti­no re­sul­tó in­via­ble por ca­si 40 años.

En 2002 se cumplieron 35 años de aquel Me­tro­po­li­ta­no 67 ga­na­do por Es­tu­dian­tes de La Pla­ta que que­bró la his­to­ria del fút­bol ar­gen­ti­no en dos. Fue un equi­po que rom­pió las re­glas ese Es­tu­dian­tes de Zu­bel­día. Las re­glas de aden­tro, por­que lle­vó al cam­po de jue­go usos, cos­tum­bres y ju­ga­das que no se veían en las can­chas ar­gen­ti­nas. Y las de afue­ra, por­que ter­mi­nó con la he­ge­mo­nía de los clu­bes más po­de­ro­sos, pro­mo­vien­do la li­be­ra­ción de otros clu­bes chi­cos, que a par­tir de ese año pa­re­cie­ron ani­mar­se a más y ter­mi­na­ron im­po­nién­do­se con fre­cuen­cia. Co­mo con­se­cuen­cia ló­gi­ca de to­do ello, ade­más de rom­per las re­glas, aquel Es­tu­dian­tes rom­pió la pa­cien­cia de mu­chos.

Na­ci­do en la ad­ver­si­dad

Du­ran­te es­tas úl­ti­mas dé­ca­das, no fue ex­tra­ño ver a con­jun­tos co­mo Fe­rro, Quil­mes o Ar­gen­ti­nos dan­do vuel­tas olím­pi­cas en los es­ta­dios ar­gen­ti­nos. Pe­ro allá le­jos y ha­ce tiem­po la his­to­ria fue dis­tin­ta.

Los da­tos de la in­fo­gra­fía que acom­pa­ñan es­ta no­ta re­sul­tan elo­cuen­tes. Des­de la ins­tau­ra­ción del pro­fe­sio­na­lis­mo (1931) has­ta 1966, in­clu­si­ve, los 36 cam­peo­na­tos dis­pu­ta­dos ter­mi­na­ron en po­der de los cin­co clu­bes tra­di­cio­nal­men­te gran­des: Ri­ver, Bo­ca, San Lo­ren­zo, In­de­pen­dien­te y Ra­cing. No só­lo eso: de­bie­ron pa­sa­ron 20 años des­de la im­plan­ta­ción del fút­bol pro­fe­sio­nal pa­ra que un equi­po chi­co con­si­guie­ra ano­tar­se un po­ro­to co­mo sub­cam­peón. Fue Ban­field, aquel mí­ti­co equi­po-ban­de­ra de Evi­ta y de los hu­mil­des, que ter­mi­nó ca­yen­do por 1-0 an­te Ra­cing en el par­ti­do fi­nal. Ban­field en 1951, Vé­lez en 1953 y La­nús en 1956 fue­ron los úni­cos equi­pos chi­cos que con­si­guie­ron un sub­cam­peo­na­to has­ta 1967. Co­mo con­tra­par­ti­da, en­tre 1967 y el 2001, es de­cir en la era post Es­tu­dian­tes, so­bre 64 cam­peo­na­tos dis­pu­ta­dos, los chi­cos se que­da­ron con 23 tí­tu­los (36%) y 30 sub­cam­peo­na­tos (47%). La ba­lan­za se ha­bía equi­li­bra­do de­fi­ni­ti­va­men­te. Aquel Es­tu­dian­tes, sin du­das, fue es­pe­jo e in­yec­ción es­ti­mu­lan­te pa­ra el res­to.

Imagen El ensayo fue fundamental para lograr el éxito, la debilidad del rival debía ser una fortaleza, así lo entendía Zubeldía.
El ensayo fue fundamental para lograr el éxito, la debilidad del rival debía ser una fortaleza, así lo entendía Zubeldía.

El pun­to de par­ti­da del Es­tu­dian­tes de Zu­bel­día hay que si­tuar­lo a co­mien­zos de 1965, con el arri­bo del téc­ni­co. El Pin­cha vi­vía una si­tua­ción com­pro­me­ti­da con el des­cen­so (los pro­me­dios no son un in­ven­to de la mo­der­ni­dad) y só­lo rea­li­zan­do una gran cam­pa­ña po­día sal­var­se. Ter­mi­nó quin­to y za­fó. “Yo ju­ga­ba en Es­pa­ñol y me que­rían Ar­gen­ti­nos y Es­tu­dian­tes. Los dos es­ta­ban muy jo­di­dos con el des­cen­so, pe­ro co­mo yo pen­sa­ba ju­gar un año so­lo y des­pués de­di­car­me a la me­di­ci­na, y el con­sul­to­rio lo iba a po­ner en La Pa­ter­nal, me di­je: me­jor me voy pa­ra La Pla­ta, así no se ra­ja la clien­te­la”, evo­ca Car­los Bi­lar­do, a quien el con­tac­to con Zu­bel­día le cam­bió los pla­nes y la vi­da por com­ple­to. La me­di­ci­na agra­de­ci­da, aco­ta­ría un tal Cé­sar Luis.

Al año si­guien­te, Es­tu­dian­tes con­clu­yó en la sép­ti­ma co­lo­ca­ción. El equi­po iba to­man­do for­ma, a par­tir de una amal­ga­ma en­tre los más ve­te­ra­nos y un gru­po de jo­ven­ci­tos que in­te­gra­ban la Ter­ce­ra Di­vi­sión, que fue se­gun­da en 1964 y cam­peo­na en 1965. La “Ter­ce­ra que ma­ta”, co­mo se co­no­cía a aquel equi­po, alis­ta­ba en sus fi­las a Po­let­ti, Agui­rre Suá­rez, Mal­ber­nat, Ma­ne­ra, Pa­cha­mé, Eche­co­par, Be­dog­ni, Flo­res y Ve­rón, va­lo­res que ter­mi­na­rían por ser de­ci­si­vos en el Es­tu­dian­tes mul­ti­cam­peón. En aque­lla épo­ca, el es­pec­ta­dor te­nía tri­ple tur­no de fút­bol: a las 11 de la ma­ña­na ju­ga­ba la Ter­ce­ra, a la una la Re­ser­va y, a las tres de la tar­de, la Pri­me­ra. El pro­gra­ma pa­ra el pú­bli­co pla­ten­se era fi­jo: mi­ra­ban la Ter­ce­ra, se iban a co­mer al me­dio­día y vol­vían pa­ra la Pri­me­ra. Real­men­te ma­ta­ban esos chi­cos.

Con mu­chos de esos jó­ve­nes, Es­tu­dian­tes arran­có el pri­mer tor­neo cor­to del pro­fe­sio­na­lis­mo (Me­tro­po­li­ta­no 67) ven­cien­do 2-1 a Hu­ra­cán de vi­si­tan­te. La pri­me­ra evi­den­cia im­por­tan­te de que el equi­po es­ta­ba pa­ra gran­des co­sas la dio cuan­do de­rro­tó a Bo­ca (1-0) y a Ra­cing (2-1). La vic­to­ria en Ave­lla­ne­da –don­de La Aca­de­mia no per­día des­de ha­cía dos años– que­dó en los li­bros por un he­cho muy par­ti­cu­lar: fue la tar­de en que el ár­bi­tro Ro­ber­to Ba­rrei­ro ex­pul­só a Pa­cha­mé por dar­le una trom­pa­da a su com­pa­ñe­ro Bi­lar­do. Ocu­rrió que Es­tu­dian­tes ga­na­ba 2-0, es­ta­ba por ter­mi­nar el pri­mer tiem­po, Pa­cha se apu­ró a sa­car un ti­ro li­bre y el Na­ri­gón lo re­pren­dió con pa­la­bras na­da dul­ces. Des­pués vi­no la pi­ña de Pa­cha y la ro­ja del juez.

Con­clui­da la pri­me­ra rue­da, Es­tu­dian­tes que­dó al to­pe. Ya era sen­sa­ción. A Zu­bel­día le pre­gun­ta­ron si el equi­po es­ta­ba pa­ra cam­peón. “Los ju­ga­do­res es­tán pre­pa­ra­dos pa­ra cual­quier em­pre­sa. Los que de­ben pre­pa­rar­se son los hin­chas y los di­ri­gen­tes”, afir­mó.

El equi­po si­guió su­bien­do y el sprint fi­nal de la se­ma­na de­ci­si­va re­sul­tó de­mo­le­dor. En la úl­ti­ma fe­cha de­rro­tó a Gim­na­sia 3-0 pa­ra cla­si­fi­car­se se­gun­do en su zo­na. El jue­ves si­guien­te, 3 de agos­to, pro­du­jo uno de los vuel­cos más in­creí­bles de los que se te­nía re­gis­tro has­ta el mo­men­to, cuan­do de­rro­tó a Pla­ten­se por 4-3 en la can­cha de Bo­ca. El Pin­cha per­día 3-1 has­ta los 9 mi­nu­tos del com­ple­men­to, ju­ga­ba con uno me­nos por la le­sión de Enry Ba­ra­le (en ese tiem­po no ha­bía cam­bios) y de­bía ga­nar pa­ra pa­sar a la fi­nal, ya que Pla­ten­se ha­bía ter­mi­na­do pri­me­ro en su zo­na. Es­ta­ba pa­ra el 1-4, pe­ro en nue­ve mi­nu­tos lo dio vuel­ta con go­les de Ve­rón, Bi­lar­do y Ma­de­ro. Ha­za­ña. “Esa no­che, tras el par­ti­do, me fui con Po­let­ti a ca­mi­nar por La­va­lle. Le di­je: ya es­tá, yo es­toy he­cho en el fút­bol, más no pue­do pe­dir”, re­vi­ve hoy Bi­lar­do, sin sa­ber lo que le es­pe­ra­ba.

Imagen Una postal de la unión del equipo. Tiran del carro el profe Jorge Kistenmacher y Zubeldía (con la pelota). Atrás, los jugadores.
Una postal de la unión del equipo. Tiran del carro el profe Jorge Kistenmacher y Zubeldía (con la pelota). Atrás, los jugadores.

Tres días más tar­de, el do­min­go 6, fal­ta­ba la úl­ti­ma es­ca­la: Ra­cing, el úl­ti­mo cam­peón, que en ese mo­men­to era fi­na­lis­ta de la Co­pa Li­ber­ta­do­res. Des­pués de un pri­mer tiem­po pa­re­jo en el Vie­jo Ga­só­me­tro, el Pin­cha pi­só a su ad­ver­sa­rio y lo va­pu­leó por 3-0 con go­les de Ma­de­ro, Ve­rón y Ri­bau­do. Fue el fi­nal de un de­sen­la­ce his­tó­ri­co con tres triun­fos y 10 go­les a fa­vor en ape­nas una se­ma­na.

Un nue­vo or­den na­cio­nal co­men­za­ba a im­po­ner­se en el fút­bol de es­tas tie­rras.

La nue­va men­ta­li­dad

Lo que sig­ni­fi­có la con­sa­gra­ción de un equi­po hu­mil­de en pre­su­pues­to y plan­tel que­dó re­gis­tra­do en la co­lum­na es­cri­ta por Ju­lio Cé­sar Pas­qua­to, “Ju­ve­nal”, en El Grá­fi­co del 8 de agos­to de 1967: “El triun­fo de Es­tu­dian­tes ha si­do el triun­fo de la nue­va men­ta­li­dad, tan­tas ve­ces pro­cla­ma­da des­de Sue­cia has­ta aquí y muy po­cas ve­ces con­cre­ta­da en he­chos. Una nue­va men­ta­li­dad ser­vi­da por gen­te jo­ven, fuer­te, dis­ci­pli­na­da, di­ná­mi­ca, vi­go­ro­sa, en­te­ra es­pi­ri­tual y fí­si­ca­men­te. Gen­te dis­pues­ta a tra­ba­jar por un ob­je­ti­vo co­mún. Dis­pues­ta a lu­char, a sa­cri­fi­car­se, a trans­pi­rar, a en­tre­gar­se sin re­ta­ceos en fa­vor del equi­po. Los seis días de la se­ma­na y los 90 mi­nu­tos del do­min­go... Es­tu­dian­tes le ga­nó a 36 años de cam­peo­na­tos ‘ve­da­dos’ a la am­bi­ción de un cua­dro chi­co. Es­tu­dian­tes le ga­nó a su con­vic­ción y a sus li­mi­ta­cio­nes de equi­po ul­tra­de­fen­si­vo-mor­de­dor-des­truc­ti­vo. Y ter­mi­nó ga­nán­do­nos a to­dos”.

Pa­ra Zu­bel­día, sin em­bar­go, to­do es­to re­cién co­men­za­ba. Cuan­do en el ves­tua­rio triun­fa­dor le pre­gun­ta­ron si es­ta­ba sa­tis­fe­cho, res­pon­dió ta­jan­te: “To­tal­men­te, no. Siem­pre quie­ro más”. Y va­ya si sos­te­nía sus pa­la­bras con ac­cio­nes: ese mis­mo equi­po no pa­ra­ría has­ta con­quis­tar tres ve­ces la Co­pa Li­ber­ta­do­res de Amé­ri­ca (1968, 69 y 70), una vez la In­ter­con­ti­nen­tal y tam­bién la In­te­ra­me­ri­ca­na (1968). Ade­más fue sub­cam­peón en los dos tor­neos si­guien­tes al Me­tro 67: el Na­cio­nal 67 y el Me­tro 68.

La fór­mu­la del éxi­to no era muy com­ple­ja. Es­tu­dian­tes pre­sen­ta­ba un gran equi­li­brio en las pres­ta­cio­nes de sus ju­ga­do­res (ver re­cua­dro) y es­ta­ba orien­ta­do por un téc­ni­co que co­men­zó a pres­tar­le aten­ción a lo que otros no mi­ra­ban. Zu­bel­día fue un pio­ne­ro en va­rios ru­bros: jun­to a Adol­fo Mo­gi­levsky y Pa­blo Amán­do­la ha­bía in­tro­du­ci­do unos años an­tes las con­cen­tra­cio­nes lar­gas, las pre­tem­po­ra­das y los en­tre­na­mien­tos en do­ble tur­no. Ade­más es­tu­dia­ba a los ri­va­les y les da­ba mu­cho es­pa­cio a las ju­ga­das con pe­lo­ta de­te­ni­da. Les cam­bia­ba el nú­me­ro tra­di­cio­nal a los ju­ga­do­res pa­ra con­fun­dir a los ri­va­les y tam­bién a los pe­rio­dis­tas. Y has­ta in­no­va­ba con las po­si­cio­nes: a la Bru­ja Ve­rón, clá­si­co wing iz­quier­do, cri­ti­ca­do por la pla­tea es­tu­dian­til en sus co­mien­zos por ex­ce­sos de gam­be­tas, en al­gu­nas oca­sio­nes lo ha­cía ju­gar un tiem­po por la pun­ta iz­quier­da y otro por la de­re­cha, siem­pre le­jos de la pla­tea cri­ti­co­na.

Imagen El laboratorio Pincha a pleno: practicando variantes en pelotas detenidas y ensayando la jugada del offside. Fueron pioneros.
El laboratorio Pincha a pleno: practicando variantes en pelotas detenidas y ensayando la jugada del offside. Fueron pioneros.

“Os­val­do fue un au­to­di­dac­ta del cual apren­di­mos mu­cho de fút­bol y tam­bién de la vi­da. El nos di­jo: us­te­des tie­nen que de­mos­trar que no exis­ten dé­bi­les ni po­de­ro­sos en el fút­bol, que to­do se pue­de lo­grar con tra­ba­jo y de­di­ca­ción. Esa fi­nal con­tra Ra­cing la en­ca­ra­mos sa­bien­do que íba­mos a cam­biar la his­to­ria con un triun­fo”, se emo­cio­na Raúl Ma­de­ro.

“Las char­las téc­ni­cas du­ra­ban ho­ras, y no se ha­cían só­lo an­tes del par­ti­do si­no tam­bién des­pués o du­ran­te la con­cen­tra­ción –ase­gu­ra Juan Eche­co­par, hoy con­ce­jal en su Per­ga­mi­no na­tal–. Os­val­do ti­ra­ba una idea y ha­blá­ba­mos to­dos. Ha­bía dis­cu­sio­nes, ló­gi­ca­men­te, pe­ro de ahí sa­lía­mos to­dos con­ven­ci­dos. Ese equi­po de­jó co­mo en­se­ñan­za la de­di­ca­ción, el res­pe­to por la pro­fe­sión y por el com­pa­ñe­ro. Nos sen­tía­mos in­ven­ci­bles.” En re­la­ción a la hue­lla que mar­có aquel con­jun­to, Eche­co­par no du­da: “Por ahí pe­co de so­ber­bio pe­ro con­si­de­ro que hu­bo un cam­bio en el fút­bol ar­gen­ti­no gra­cias a Es­tu­dian­tes. Otros con­jun­tos chi­cos vie­ron en Es­tu­dian­tes la po­si­bi­li­dad de que con tra­ba­jo se po­día ser cam­peón. La­men­ta­ble­men­te, lo que de­bió ha­ber que­da­do co­mo ejem­plo pa­ra la ju­ven­tud, que un chi­co pu­die­ra ven­cer a un gran­de, fue de­for­ma­do y que­dó lo del an­ti­fút­bol y los al­fi­le­res. Se aga­rra­ron de un de­fec­to que po­dría ha­ber te­ni­do el equi­po y no de las vir­tu­des”.

Al­ber­to Po­let­ti, hoy em­pre­sa­rio vin­cu­la­do con el fút­bol, tam­bién des­ta­ca a Zu­bel­día por sus ideas de avan­za­da: “Ese hom­bre que nos di­ri­gió se em­pe­zó a preo­cu­par por lo que pa­sa­ba en Eu­ro­pa. Se ade­lan­tó al res­to. Acá se de­cía ‘ha­ce­mos la nues­tra’ y re­sul­ta que los eu­ro­peos siem­pre nos bo­le­tea­ban. Ese equi­po sa­bía ju­gar cuan­do no te­nía la pe­lo­ta. Nues­tros de­lan­te­ros co­rrían a los ri­va­les has­ta nues­tra área. Esa di­ná­mi­ca la im­pu­so Os­val­do, era al­go no­ve­do­so aquí”.

Cuan­do a Car­los Bi­lar­do se le pre­gun­ta cuál era la cla­ve de ese equi­po, re­pi­te una y otra vez, con su par­ti­cu­lar es­ti­lo: “Os­val­do, Os­val­do, sí, sí, Os­val­do. Cuan­do íba­mos de gi­ra a Eu­ro­pa y nos da­ba li­bre, yo le pe­día per­mi­so pa­ra ir­me con él, que se jun­ta­ba con los téc­ni­cos más im­por­tan­tes de allá. A mí me en­can­ta­ba la tác­ti­ca pe­ro no sa­bía de­ma­sia­do y Os­val­do me en­se­ñó mu­cho. El Bo­cha Mas­chio, por ejem­plo, a mí me pa­sea­ba por to­da la can­cha y Os­val­do me en­se­ñó a mar­car­lo”.

Efec­to do­mi­nó

Más allá de la in­du­da­ble in­fluen­cia del téc­ni­co en aquel equi­po, exis­tie­ron fac­to­res ex­ter­nos que con­flu­ye­ron en la con­sa­gra­ción Pin­cha. Por em­pe­zar: la rees­truc­tu­ra­ción de los tor­neos. Has­ta 1967 los cam­peo­na­tos eran lar­gos y só­lo los clu­bes con plan­te­les nu­me­ro­sos lle­ga­ban a las ins­tan­cias fi­na­les con cier­to res­to. Los más hu­mil­des po­dían rea­li­zar bue­nas cam­pa­ñas pe­ro ter­mi­na­ban man­cán­do­se en el fi­nal por le­sio­nes, ex­pul­sio­nes y fal­ta de re­cam­bio. Con la im­ple­men­ta­ción de dos tor­neos por año (Me­tro­po­li­ta­no y Na­cio­nal) se po­día as­pi­rar al tro­no con un plan­tel no muy nu­me­ro­so. Acre­cen­ta­ron sus po­si­bi­li­da­des los equi­pos chi­cos. De he­cho, pa­ra ser cam­peón en el 67, Es­tu­dian­tes dis­pu­tó só­lo 24 par­ti­dos.

Otro fac­tor de­ci­si­vo fue el cam­bio en los ar­bi­tra­jes. Re­sul­ta­ba muy fre­cuen­te es­cu­char co­men­ta­rios que du­da­ban de la ho­no­ra­bi­li­dad de los jue­ces. De he­cho, era tan es­can­da­lo­sa la si­tua­ción que en 1949 la AFA de­bió re­cu­rrir a ár­bi­tros in­gle­ses. Con el ad­ve­ni­mien­to de la te­le­vi­sión, el ni­vel de par­cia­li­dad tam­bién ba­jó. “En la can­cha de Bo­ca –cuen­ta Bi­lar­do– yo me acer­ca­ba al juez, le de­cía ‘se­ñor re­fe­ree’ y me ma­ta­ba. Los de Bo­ca le de­cían ‘¿qué co­brás, Car­li­tos?’ y no pa­sa­ba na­da. Era una co­sa de lo­cos.”

 

Imagen El factor físico fue sumamente importante.
El factor físico fue sumamente importante.
 

En­ton­ces la ecua­ción em­pe­zó a fun­cio­nar: cam­peo­na­tos cor­tos + ar­bi­tra­jes jus­tos + téc­ni­co de avan­za­da + bue­nos ju­ga­do­res + de­di­ca­ción full-ti­me, dio co­mo re­sul­ta­do Es­tu­dian­tes cam­peón.

Aho­ra, ¿cuán­to in­flu­yó la con­quis­ta de Es­tu­dian­tes en el áni­mo de otros equi­pos chi­cos? Por­que ahí no­más se con­sa­gra­ron en for­ma su­ce­si­va Vé­lez, Cha­ca­ri­ta y más tar­de se su­ma­ron Ro­sa­rio Cen­tral, Hu­ra­cán, Ne­well’s, Quil­mes, Fe­rro y Ar­gen­ti­nos Ju­niors.

“Es co­mo que to­dos nos fui­mos ani­man­do un po­co más. Nos dio la pau­ta de que si se ha­cían las co­sas bien, se po­día lle­gar arri­ba, al­go to­tal­men­te im­pen­sa­do en mi épo­ca de ju­ga­dor, pue­do dar fe de ello”, ana­li­za el Pio­jo Yu­di­ca, una es­pe­cie de ta­lis­mán de los equi­pos chi­cos, ya que se co­ro­nó cam­peón di­ri­gen­do a Quil­mes, Ar­gen­ti­nos y Ne­well’s. “Lo de Es­tu­dian­tes fue muy bue­no pa­ra to­dos, yo no sé si in­flu­yó en no­so­tros, tal vez sí y no me di cuen­ta”, se su­ma Omar Weh­be, go­lea­dor del Vé­lez cam­peón del Na­cio­nal 68. “Es­tu­dian­tes fue el pun­ta­pié ini­cial –con­fir­ma Fran­co Fras­sol­da­ti, de­fen­sor de Cha­ca­ri­ta cam­peón del Me­tro 69–. No­so­tros pen­sá­ba­mos: si sa­le cam­peón Es­tu­dian­tes, ¿por qué no no­so­tros? Ade­más, ese tí­tu­lo del Pin­cha sir­vió pa­ra ins­ti­tu­cio­na­li­zar el te­ma de la  for­ma­ción de un equi­po, de la pre­pa­ra­ción fí­si­ca, del sis­te­ma. El he­cho de dar­les im­por­tan­cia no só­lo a los ju­ga­do­res co­mo in­di­vi­duos si­no al equi­po. La di­ná­mi­ca de gru­po es de­ci­si­va. No­so­tros, dos años an­tes de sa­lir cam­peo­nes, es­tá­ba­mos mal con el des­cen­so, igual que Es­tu­dian­tes. Es­tá cla­ro que en la ma­la se unen los gru­pos”.

 

Imagen Jugadores y preparadores físicos a la par.
Jugadores y preparadores físicos a la par.
 

Y com­ple­ta el aná­li­sis Car­los Ai­mar, cam­peón co­mo ju­ga­dor con Cen­tral en 1971 y 1973 y co­mo ayu­dan­te de Gri­guol en el Fe­rro 82-84: “Es­tu­dian­tes mar­có una eta­pa en la que se ter­mi­nó con el li­ris­mo, en la que que­dó cla­ro que tra­ba­jan­do y es­tu­dian­do al ri­val se po­día me­jo­rar mu­chí­si­mo, que ha­bía un gran tre­cho pa­ra me­jo­rar. Esa es la prin­ci­pal en­se­ñan­za que de­jó aquel Es­tu­dian­tes”.

De al­go de eso les ha­bla­ba Don Os­val­do a las sie­te de la ma­ña­na en Cons­ti­tu­ción.

Consideraciones táctico-estratégicas

Así jugaba

El periodista, que cubrió de cerca la campaña de Estudiantes como jefe de Deportes de Crónica, asegura que uno de los secretos tácticos del equipo tenía que ver con la complementación casi perfecta de sus integrantes.

Uno de los prin­ci­pa­les se­cre­tos del Es­tu­dian­tes de Zu­bel­día es que su for­ma­ción pre­sen­ta­ba un equi­li­brio ca­si per­fec­to: ca­da uno le da­ba al com­pa­ñe­ro lo que al com­pa­ñe­ro le fal­ta­ba y re­ci­bía, al mis­mo tiem­po, lo que le fal­ta­ba a él. Por ejem­plo, en la de­fen­sa te­nía dos mar­ca­do­res de pun­ta con ca­rac­te­rís­ti­cas com­ple­men­ta­rias: Eduar­do Ma­ne­ra, un ju­ga­dor muy téc­ni­co que ha­bía si­do vo­lan­te ofen­si­vo en sus co­mien­zos y se pro­yec­ta­ba se­gui­do, y Os­car Mal­ber­nat, un tí­pi­co mar­ca­dor que en­ci­ma­ba al de­lan­te­ro y no se iba nun­ca al ata­que. En el cen­tro de la de­fen­sa, Ra­món Agui­rre Suá­rez, un ti­po fuer­te, re­cio, que rom­pía el jue­go con sus sa­li­das, y Raúl Ma­de­ro, due­ño de una téc­ni­ca de­pu­ra­dí­si­ma, que le cui­da­ba las es­pal­das. Uno te ma­ta­ba y el otro te la sa­ca­ba de ta­qui­to. Ma­de­ro, tam­bién, más de una vez ju­gó de vo­lan­te cen­tral.

En el me­dio, na­die se que­da­ba quie­to. Car­los Bi­lar­do era el más in­te­li­gen­te, el más frío, el que sa­bía leer el par­ti­do, era la re­pre­sen­ta­ción de Zu­bel­día den­tro de la can­cha. Era el hom­bre en el que más con­fia­ba el téc­ni­co. Car­los Pa­cha­mé, el cin­co, ofre­cía una en­tre­ga de mil por mil, lu­cha­ba des­de el pri­me­ro has­ta el úl­ti­mo mi­nu­to, se com­ple­men­ta­ba con la in­te­li­gen­cia de Bi­lar­do y la téc­ni­ca del Bo­cha Flo­res o de Juan­ci­to Eche­co­par, que ju­ga­ban de diez, aunque tam­bién co­rrían al ri­val has­ta su pro­pia área. Arri­ba, ha­bía dos ti­pos que se cru­za­ban per­ma­nen­te­men­te: Fe­li­pe Ri­bau­do y Mar­cos Co­ni­glia­ro. Ri­bau­do arran­ca­ba por la pun­ta de­re­cha, pe­ro co­mo ha­bía si­do nue­ve, so­lía to­mar por sor­pre­sa a los mar­ca­do­res. Al­gu­na vez, el le­gen­da­rio Ri­nus Mi­chels, el téc­ni­co ho­lan­dés crea­dor de la Na­ran­ja Me­cá­ni­ca, con­fe­só que to­mó en cuen­ta aquel mo­vimien­to de pin­zas de los de­lan­te­ros de Es­tu­dian­tes pa­ra im­pri­mir­les cier­tas ca­rac­te­rís­ti­cas al Ajax y a la Se­lec­ción de su país. De es­ta ma­ne­ra con­si­guie­ron cua­jar un fun­cio­na­mien­to per­fec­to.

Que­dan pa­ra el fi­nal dos va­lo­res des­ta­ca­dí­si­mos de Es­tu­dian­tes. La Bru­ja Ve­rón, que por in­tui­ti­vo y ge­nial ha­cía lo que que­ría: era in­te­li­gen­te pa­ra ju­gar y sa­bía bus­car lo que más le con­ve­nía. Gam­be­tea­dor y gran im­pro­vi­sa­dor. To­dos en ese equi­po te­nían un cier­to or­de­na­mien­to tác­ti­co que cum­plir, me­nos Ve­rón, que era li­bre Y el Fla­co Po­let­ti: un ar­que­ra­zo te­rri­ble, muy jo­ven y con unas con­di­cio­nes bár­ba­ras. Te­nía los re­fle­jos de un ata­ja­dor y al mis­mo tiem­po ve­nía de la es­cue­la de Errea y de Gat­ti, de sus tiem­pos en Atlan­ta, por lo que tam­bién sa­bía ju­gar con los pies.

Por Diego Borinsky (2002).

Fotos: archivo El Gráfico.