¡Habla memoria!

Fla - Flu: carnaval carioca

En 1992, El Gráfico repasó la historia de uno de los clásicos más apasionantes del continente, con una rivalidad impresionante. Flamengo y Fluminense son los protagonistas de historias insólitas.

Por Redacción EG ·

03 de octubre de 2019

La exacta dimensión del clásico carioca por excelencia excede las fronteras de la paradisíaca Río de Janeiro. Cuando la mística de este superpartido nació, la ciudad maravillosa era la capital del Brasil, y consecuentemente, un gran polo irradiador de usos, costumbres, moda y cultura. El fútbol se expandía por todo el país a través de las poderosas antenas de Radio Nacional, generando a través de la emoción de los relatos una sensación que jamás abandonó al derby: se trata de un enfrentamiento de vida o muerte.

Imagen Narciso Doval, argentino que jugó en ambos equipos, es marcado por Toninho, Junior, Manguito y Carpeggiani.
Narciso Doval, argentino que jugó en ambos equipos, es marcado por Toninho, Junior, Manguito y Carpeggiani.

Fue en la década del '30 cuando Fla-Flu se transformó en la fiesta máxima del fútbol brasileño. El nombre de la sonora sigla compartida surgió en 1925, cuando los dos se unieron para formar un combinado carioca que iría a confrontar contra un similar paulista. Las torcidas de Río temían una goleada en contra y bautizaron al equipo con afán de ridiculizarlo, que finalmente fue desmentido por el triunfo y el festejo consecuente. La sigla, nacida despectivamente, se enraizó en los sentimientos populares, y pasó a ser un referente ineludible a la hora de las convocatorias masivas. Hacia 1933, Vasco da Gama y Botafogo iniciaron una agresiva política de concreción de partidos amistosos internacionales, generándose una extraña competencia por las mejores recaudaciones. Cuando Vasco traía a Boca Juniors, la sigla le oponía —a la misma hora— una edición del clásico. Si Botafogo hacía un esfuerzo y contrataba al River Plata de Bernabé Ferreyra, otra vez aparecía la sigla para programar otro FlaFlu que arruinara las arcas de los dos clubes albinegros de Río. Se trataba de rencillas políticas internas, pero que servían para transparentar que al aficionado lo atraía más el choque de las camisetas más queridas que cualquier ilustre visitante, un duelo irrenunciable que había crecido a partir de una escisión producida en Fluminense.

Todo sucedió por la falta de habilidad de un dirigente tricolor, Afonso de Castro, a quien se le ocurrió modificar sustancialmente la alineación del equipo que había resultado campeón de 1911. En aquellos años pioneros, en que no existían los entrenadores, eran los dirigentes los encargados de decidir la formación y De

Castro tuvo la extraña idea de excluir a nueve titulares para el partido frente a Río Cricket. Con la justa rebeldía del capitán Borgerth, comenzaba a nacer el Club de Regatas Flamengo, quien lideró la separación, adoctrinando a sus ocho compañeros en las largas tertulias del café Lamas del Largo do Machado.

Finalmente llegó el día esperado, 7 de julio de 1912. Por las calles no se comentaba otra cosa. Fluminense, con su equipo de reservas, enfrentaría a la flamante institución rojinegra, con las ex estrellas del campeón carioca. El partido que todos querían presenciar se jugó en el pequeño estadio de Flu, ubicado en la rúa Guanabara 94. Los futbolistas de Flamengo llegaron al campo en taxis, ya uniformados con una camiseta de cuadrados rojos y negros, tipo tablero de ajedrez. Estaba escrito que Fla vencería, ya que contaba con las máximas figuras de la ciudad. Pero los misterios de este juego maravilloso trajeron la gran sorpresa, con un 3-2 favorable a los humildes y voluntariosos defensores de la divisa verde, roja y blanca, primer hito de una larga y prolífica historia de emociones.

Imagen Flamengo es considerado el club sudamericano con más hinchas, el mito habla de 40 millones de torcedores del Fla.
Flamengo es considerado el club sudamericano con más hinchas, el mito habla de 40 millones de torcedores del Fla.

Hay varios hitos en la misma. Como la superfinal de 1941, segunda oportunidad en que dirimían en enfrentamiento directo al titular del fútbol de Río. El escenario fue el reducto flamenguista de La Gavea, al lado mismo de la laguna Rodrigo de Freitas. Fue un partido dramático, con 22 protagonistas jerarquizados. Por Fla formaron Yustrich; Domingos da Guía, Newton; Biguá, Volante, Jaime; Sá, Zizinho, Pirilo, Reubem, Vevé. Para Fluminense lo hicieron Batatais; Renganeschi, Machado; el argentino Esteban Malazzo, Brandt, Afonsinho; Pedro Amorín, Romeu, Russo, Tim, Hércules. Para hacerse una idea del show que esperaban los torcedores, baste decir que los tricolores habían señalado 102 goles en el certamen. Fue un estupendo primer tiempo con un justo resultado igualado en dos. Con la reanudación, el voltaje emotivo llegó al cénit. Flu, al que le bastaba empatar para dar la vuelta olímpica, se quedó sin su arquero. Batatais se lesionó y en aquellos tiempos no existían las sustituciones. De repente, el legendario entrenador uruguayo Ondino Viera, conductor de los visitantes, dio la orden que pretendía salvar el campeonato. "¡Hay que tirarla a la laguna!" El árbitro Juca da Praia tenía la fama de no correr demasiado en la cancha. Observaba imperturbable la escena, mientras los cronometristas paraban sus relojes cada vez que la pelota salía de las cuatro líneas. Esperó que volviese. Nuevamente la pelota picó en el área de Flu, de nuevo a la laguna.

Los esfuerzos de los remadores de Flamengo para devolver los balones que iban al agua eran enormes. Pese a ello, varias no pudieron rescatarse y se empezaron a usar las que servían para los entrenamientos. Ondino Viera seguía con sus mensajes para el argentino Armando Renganeschi. "¡Pelotazos largos, bien lejos del campo!" Y el notable zaguero no erró una. El partido, que estaba en sus postrimerías, duró todavía quince minutos más. El árbitro no le dio un segundo de ventaja a la especulación tricolor. Poco importó, al final Flu sería campeón con el empate.

Para hacerse una idea de lo elitista que fue siempre Fluminense, vale este relato de Malo Filho —director del famoso matutino "Jornal dos Sports"—incluido en su libro "El negro en el fútbol brasileño". "Para entrar al Fluminense el jugador tenía que hacer la misma vida de un Oscar Cox, de un Félix Frías, de un Horacio da Costa Santos, de un Waterman, de un Francis Walter, de un Etchegaray, todos hombres realizados, jefes de firmas, empleados de categoría en las grandes empresas, hijos de padres ricos, educados en Europa,' habituados a gastar. Quien no tuviese buena renta, buen dinero, buen salario, no aguantaba el tren..."

Otra decisión plena de drama, emoción y misticismo fue la final del torneo carioca de 1963. Fla y Flu volvían a decidir el título en la última fecha. Era entonces Flamengo el beneficiario con el empate. El bochornoso 15 de diciembre, 177.656 espectadores se dieron cita en el gigantesco Maracaná. Flamengo, contrariando `sus características y las de su extrovertido público, jugó defensivamente y consiguió sostener el 0-0 hasta la expiración del cotejo, que tuvo dos personajes fundamentales: Escurinho, quien perdió un gol hecho para Flu, y el arquero Marcial, un mineiro con aires de pajuerano que solía fumar chalitas, aparentemente displicente, pero que, con grandes atajadas, le saco el coraje al ataque tricolor, y mantuvo la moral de los suyos siempre elevada. La hinchada llegó al paroxismo. Flamengo llevaba ocho años sin conquistar el campeonato de Río. Por primera vez, los espectadores abandonaron el estadio anticipando el carnaval y gritando a coro el nombre del arquero providencial. Jamás la ciudad que se recuesta sobre la bahía de Guanabara se conmovió tanto por una conquista futbolística, excepción hecha de los títulos mundiales obtenidos por la Selección Nacional en 1958, 1962 y 1970. El equipo base de aquel logro del club de La Gavea formaba con Marcial; Murilo, Ananías, Luis Carlos, Paulo Henrique; Nelsinho, Carlinhos; Espanhol, Airton, Gerson, Oswaldo.

 

Imagen Luis Artime jugó en Fluminense en el año 1972.
Luis Artime jugó en Fluminense en el año 1972.
 

Nuevamente Mario Filho, esta vez en su libro "Historias del Flamengo", relataba que "Alberto Borgerth me dijo que la popularidad del Fla venía de los entrenamientos en la cancha de Russel, ubicado frente al actual hotel Gloria. Fla no tenía cancha y era obligado a practicar en plaza pública. A la tardecita, los jugadores salían del número 22 de la Praia de Flamengo, un mixto de garage y conventillo donde se cambiaban, y caminaban por la vereda haciendo estallar los tapones de los botines contra el cemento de la calle. Los garotos de Copacabana acompañaban a los jugadores hasta la cancha. Para Borgerth, muchos años más tarde, la explicación de la avasallante popularidad rubronegra reside en aquellas caminatas de los viejos tiempos. Los chicos tenían bien a mano a los ídolos. Podían tocarlos con los dedos tímidos, podían devolverles los balones que salían afuera, robando un tirito y volviendo al fin de la tarea en larga procesión hasta el 22. Eso sí, ahora ya definitivamente flamenguistas."

Esos mismos garotos que jugaban descalzos en las "peladas" playeras, sufrieron una de sus más grandes decepciones el domingo 15 de junio de 1969. Lloraron desconsolados por la derrota del equipo del pueblo, ante el aristocrático y eterno enemigo. Fue un partido nocturno que prometía dos enfrentamientos cruciales. El del argentino Narciso Horacio Doval, ídolo de Fla, con el más que viril zaguero Assís y el otro, en el plano de la táctica y la estrategia, corporizado por los técnicos Telé Santana, quien arrancaba una gran carrera en su querido Fluminense, y Elba de Padua Lima, ¨Tim¨, recién regresado de Buenos Aires, después de haber llevado al campeonato en forma invicta a un formidable equipo de San Lorenzo de Almagro, denominado "Los Matadores". El partido fue por la penúltima fecha y ambos estaban distanciados del resto, de allí que se lo considerara como una virtual definición del campeonato. Se impuso 3-2 Flu, con un polémico gol de Claudio, que provocó la airada reacción del arquero argentino Rogelio Domínguez, quien persiguió al juez Armando Marques por el césped del Maracaná, hasta que la máxima autoridad decidió expulsarlo. Rogelio, con lágrimas en los ojos, en un vestuario con sollozos propios de un velatorio, se responsabilizaba de la derrota, tomada como una catástrofe por la pasional torcida del Fla, clara mayoría entre los 171.599 espectadores. "Quiero aclarar que no temblé. Tengo cancha en decisiones internacionales, como que fui arquero de Racing Club, Real Madrid y River Plate. No perdí la cabeza, no ofendí al referí y no acepto la campaña que están urdiendo en mi contra".

Palabras más, palabras menos, la tristeza no tenía fin en los barrios populares, donde Fla reinaba desde siempre. Acaso porque casi fue empujado a la calle, obligado a desparramarse por la hermosa geografía circundante. En cambio, Fluminense se quedó inmóvil en su sitio original, se fijó en una isla, cercado de fronteras que lo aislaban, cada vez más para adentro de sí mismo. De un lado la rúa Alvaro Chaves, del otro la rúa Pinheiro Machado, del otro el palacio Guanabara y al fondo, los morros. Flamengo no. Cuando tuvo campo, fue alejado de la sede. Se multiplicaba aquí y allí, antes de ser en todas las partes. De ahí la tendencia que siempre tuvo, de club abierto, al contrario de Fluminense, cerrado como una fortaleza.

Imagen Zico es una de las máximas glorias de Flamengo, donde disputó 584 partidos y convirtió 401 goles.
Zico es una de las máximas glorias de Flamengo, donde disputó 584 partidos y convirtió 401 goles.

También hay amistosos inolvidables. Hay que tener en cuenta que la hinchada de Fla siempre mantuvo su fidelidad, en las buenas y en las malas, lo que permitió observar milagros tales como la presencia de 87.529 personas en un partido jugado en conmemoración del "Día del Cronista Deportivo". Fue el 7 de marzo de 1976, cuando apareció en la escena del añejo clásico un nuevo protagonista que engalanaría los próximos diez años del derby carioca: Artur Antunes Coimbra, más conocido como Zico. Fla ganó 4-1 con anotaciones exclusivas de la nueva luminaria de su firmamento. Uno de cabeza, uno de jugada individual, uno de penal y uno de tiro libre. Esa tarde, hubo un duelo impactante. Un joven lateral rojinegro llamado Junior anulaba a Narciso Horacio Doval, el viejo ídolo flamenguista que había cruzado de vereda.

Quizás la anécdota más famosa de esta historia riquezas y opulencias futboleras, se vivió el 13 de octubre de 1968, cuando 'sólo" 43.776 espectadores presenciaron "el robo del siglo". El partido por la Copa de Plata, que no contenía carácter decisivo, estaba en sus comienzos, cuando Fluminense llegó al gol de la forma más insólita. A los 13 minutos, Samarone, un hábil volante, metió un largo pelotazo para Wilton, quien se encontraba claramente en posición adelantada. El línea Antonio Viug nada señaló. Marco Aurelio, arquero de Fla, al presentir el peligro, salió del arco para rechazar la pelota, pero Wilton, astutamente, desvió el balón con la mano y marcó el gol pateando desde el área chica. Los jueces —el principal era otra vez el polémico Armando Marques— convalidaron la ilícita conquista. Al mismo tiempo que el autor corría en medio de una carcajada a los brazos de sus compañeros, los jugadores de Flamengo protestaban en la cancha, mientras en las archibancadas, sus fieles seguidores no podían creer lo que veían. Ni más ni menos que el gol más ilegítimo de la historia del estadio Maracaná.

Por ese llanto y por las burlas de los tricolores, es que Fla-Flu es el clásico por excelencia del fútbol brasileño, más allá de otras confrontaciones espectaculares, tales como el derby "vovo" —significa abuelo— entre el mismo Flu y el Botafogo que hiciera famoso a Mané Garrincha; o el que animan Vasco da Gama y América, denominado como "el de la paz"; o el choque de multitudes entre Fla y Vasco da Gama, el club de la mayoritaria colonia portuguesa Todas ellas magníficas propuestas del blasonado fútbol brasileño, pero jamás a la altura de la tradición tricolor y rojinegra. 'El" clásico de Río siempre será Flamengo contra Fluminense, o FlaFlu, como lo bautizaron para disminuirlo y no lograron más que exaltarlo, y ubicarlo a la altura de los grandes partidos del fútbol mundial.

 

 

Por MANUEL EPELBAUM (1992).

FOTOS: ARCHIVO "EL GRÁFICO".