Y en este rincón
En apenas 60 segundos, hay que darle instrucciones al boxeador, curarlo y hasta infundirle coraje. Estas son algunas historias de grandes esquinas, en los que se vivió el drama y la gloria del boxeo en peleas inolvidables.
La historia dice que un joven periodista norteamericano debía cubrir la nota previa de la pelea Sonny Liston, por entonces campeón mundial de los pesados, y su retador Cassius Marcellus Clay en Miami. Antes de viajar, el periodista lo llamó a Angelo Dundee, para comentarle de su misión. “Ya que viaja, le pido un gran favor”, dijo el técnico de Clay. “Quiero que apenas llegue, trate de tomar las medidas del ring y luego me avise, sea la hora que sea”.
El periodista en cuestión se fue con la intriga a cuestas. ¿Para qué quería Angelo ese dato? Cuando llegó a Miami se fue al estadio y encontró a uno de los obreros. Le pidió un metro, midió el ring y, aunque ya era de noche tarde, cumplió con el pedido e hizo la llamada.
“El ring mide cuatro metros por cuatro, Angelo”. “¿Está seguro, no?”, fue la respuesta. “Seguro, lo medí yo mismo”. “Bueno, entonces hagamos una cosa –la voz de Dundee sonaba tranquila, pero enérgica–. Dígale al promotor que no hay pelea.”
Se produjo un silencio. El escriba no supo qué decir. “Digale que en ese ring, Clay no pelea con Liston. No hay pelea, a menos que pongan un ring de seis metros por seis”.
Recién entonces el periodista comprendió la situación. Angelo no quería exponer a su boxeador a un ring chico, en donde Liston pudiera atraparlo fácilmente. Cuanto mayor fuera el cuadrilátero, más fácilmente Clay podría bailotear a su gusto.
Obviamente, la pelea se hizo, ganó Clay y, seguro, Dundee habrá dicho con una sonrisa: “Yo se los dije...”
Angelo Dundee ya ha pasado a la historia como uno de los técnicos más famosos del boxeo mundial. Muchos creen que los técnicos del boxeo llevan una toalla al hombro, una botella de agua en una mano y unos cuantos hisopos arriba de la oreja y que su misión es atender al boxeador y darle instrucciones durante los minutos del descanso. En realidad, es cierto, pero sus funciones son muchísimas más. El técnico de un boxeador es su padre, su amigo, su confidente y también puede ser su verdugo. Tiene que resolver, en apenas un minuto de descanso, un montón de desafíos, por más ayudantes que tenga. Y tiene que tener un trabajo previo hecho con mucha seriedad desde dos meses antes de una pelea para que su pupilo pueda ganarla.
Un viejo chiste del boxeo dice que un boxeador subió a un ring a combatir con un técnico nuevo, porque el propio no había podido asistir, así que no se conocían. Cuando terminó el primer round, el entrenador le dijo al muchacho: “Probá tirar más el uppercut, pibe, dale al uppercut”. El boxeador lo miró, extrañado, y le preguntó: ¿Qué es un uppercut?
En nuestro medio hubo un técnico que ya es legendario, Francisco Bermúdez, Paco para todo el mundo. Cuando el boxeador llegaba al rincón, metía la cabeza dentro del ring, pegaba la boca a la oreja de su pupilo –hablamos de estrellas como Nicolino Locche, Cirilo Gil o Gustavo Ballas– y sólo hablaba. A lo sumo, le secaba la cara con la toalla. Lo demás corría por cuenta de sus ayudantes. Luego, tratando de no despeinarse, se bajaba para sentarse en la primera fila, aunque faltaran varios minutos para que tocase la campana.
“Paco hablaba lo justo, te hacía una foto de los errores del otro, te marcaba qué cosas tenías que hacer y, después, te dejaba, porque todo lo que había que tener listo, lo habíamos practicado en el gimnasio”, nos contó hace poco el gran Cirilo Gil, hoy radicado en Salta.
Un buen técnico no se fija tanto en lo que hace su boxeador, sino que observa detalladamente al otro, para encontrarle los defectos y aprovecharlos. Es fácil ver, a través de la tele, esos rincones en donde hablan todos al mismo tiempo y tiran frases ridículas como “dale que está cansado”, “peleá por tus hijos”, “tirá, tirá, tirá” y otras cosas por el estilo. De hecho, es famosa la anécdota de Bonavena a quien en el rincón, cada vez que llegaba, le decían: “Dale, que ni te tocó”. Ringo volvió dos o tres rounds a su banquito (ése que después le sacaban) y escuchaba lo mismo: “Ni te tocó”. Hasta que al fin, fastidiado, Ringo estalló: “¡Entonces vigilen al referí, porque hay uno que me está cagando a trompadas!
No siempre el técnico se luce dentro del ring, aunque ese es el momento cumbre en la relación con su pupilo. Así como Dundee hizo cambiar el cuadrilátero del combate Liston-Clay, hay otras historias que marcan tremendos errores.
“Cuando estaba todo listo para la pelea con Ray Leonard, mi pupilo, Thomas Hearns, empezó a ser el dueño del equipo –confesó el famoso Emmanuel Steward–. Y yo, por confianza o falta de carácter, lo dejé hacer. Así, cuando llegamos al pesaje, me encontré con que Hearns, que era casi un gigante de 1,80 m para la categoría welter, estaba muy debajo de peso. Durante la pelea, empezó a deshidratarse. Y aunque iba arriba en las tarjetas, no aguantó el ritmo. Perdió por nocaut. Siento todavía hoy que fui culpable porque cometí el peor de los errores: un técnico jamás debe perder el control del equipo”.
Otro que tenia problemas con la balanza, pero al revés, era Víctor Galíndez. Cuando viajaron a Nueva Orleáns, para la revancha con Mike Rossman, en 1979, Tito Lectoure puso a Oscar Rodríguez, el técnico, en la habitación de Víctor. “La noche previa al pesaje, dormí toda la noche en un sillón, atravesado en la puerta del baño –recordaba Rodríguez con una sonrisa–, para controlar a Víctor. Cuando se levantaba, yo controlaba que se enjuagara la boca, porque si no, era capaz de tomarse un litro de agua y al otro día... ¡Chau con el peso!”. Galíndez, obviamente, dio la categoría y se tomó desquite de Rossman.
La victoria mas grande de Galíndez había sido el 22 de mayo de 1976, cuando enfrentó a Richie Kates en Sudáfrica. En medio del combate, el norteamericano cabeceó a Víctor y le produjo una herida en forma de te, muy sangrante. Tito Lectoure –el hombre que mejor conocía a Galíndez– había llevado un coagulante nuevo y muy bueno, ya que sabía de las características de Kates. Con Galíndez manando sangre, la pelea se detuvo. El referí, Stanley Christoudoulou, llamó al médico, Clive Noble. Kates empezó a festejar, ya que con semejante corte, Galíndez perdía por nocaut técnico. Entonces, Lectoure le dijo al referí que el médico la dejaba seguir y luego le gritó al médico que el referí autorizaba el combate. Galíndez no entendía nada. Encima, Tito le decía: “Seguí, que está todo bien”. Finalmente, Galíndez salió a pelear y hasta se tuvo que limpiar varias veces la sangre en la camisa del árbitro. Hoy, esa pelea hubiera sido detenida, entonces los códigos eran otros. Según Lectoure, tiraron como tres toallas llenas de sangre. Hasta que en el último asalto, con una zurda en cross a la cabeza, Víctor derribó a Kates. El out llegó, apenas, un segundo antes que la campanada final. Galíndez sólo lloró cuando se enteró de que, ese mismo día, habían asesinado a su gran amigo Ringo Bonavena. Cuando años más tarde reporteamos a Kates, éste, con un gesto de amargura, nos dijo: Galíndez fue un gran campeón, pero esa pelea la ganó Lectoure, fue muy inteligente en manejar la pelea. Ojalá Lectoure hubiera estado en mi rincón y no en el de Víctor... Seguro habría ganado yo por nocaut técnico, pero en mi esquina no supieron aprovechar la situación. Sí, esa pelea la ganó Tito, un bandido, dicho con cariño, pero bandido al fin...
Hemos conocido a boxeadores que son capaces de manejarse sin técnicos, pero son las excepciones que justifican la regla. Hace casi diez años que Jorge Fernando Castro no sube acompañado de un técnico oficial, porque dice que así se ahorra un sueldo. “Por las pelotudeces que pueden decirme, prefiero hacerlo solo”, comenta. Látigo Coggi, que supo ser fiel discípulo de Zacarías, fue también un gran estratega. Y cuando se separó de Santos Zacarías, siguió teniendo técnicos, se entiende, pero muchas veces daba la idea de que él sabía muy bien todo lo que tenía que hacer. En realidad, ningún entrenador hace milagros, pero hay dos cosas fundamentales: una, ayuda a pensar al boxeador; dos, lo motiva. Y una tercera, tan obvia, que la dejamos fuera de programa: como ya dijimos, no se puede hacer en el ring lo que no se practicó en el gimnasio.
Es cierto que hoy, con los videos, se puede estudiar mucho más al rival. El técnico deberá saber qué cosas le faltan a su boxeador para corregirlo o pulirlo en función del combate, pero es el boxeador el que también debe aportar lo suyo, ya que no es un robot, sino un ser pensante. Una vez le comentamos el tema a Angelo Dundee: “¿Y cómo hacía antes, cuando no existía el video, Angelo?”, le preguntamos. “Muy fácil, mirando fotos. Si uno sabe mirar, se da cuenta en fotos de pelea muchos detalles de un boxeador. Si arma mal la guardia, si baja los brazos... Es cuestión de saber mirar, amigo”. Angelo, por supuesto, siempre terminaba esos conceptos con un socarrón: “Yo se los dije...”
La relación no es fácil entre ellos en algunos casos. Después de todo, un novato puede andar en los 14 años y su técnico en más de cincuenta. Y, en la mayoría de los casos, los consejos del veterano no son justamente los que quieren oír los pibes: “No salgas de noche”, “no fumes”, “ojo con las pibas”, sin contar los “subí la guardia”, “estás caminando mal”, “tenés menos cintura que un pollo” y otras, menos exquisitas y más hirientes. Sin embargo, también es cierto que la relación puede hacerse casi padre-hijo. Carlos Monzón había hecho un par de peleas como amateur cuando fue a ver a Amílcar Brusa: “Hubo cosas que no me gustaron y quiero que usted me entrene ”, dijo. Y desde ese momento, sólo la muerte pudo separarlos. “Nunca nos tuteamos y él siempre supo que quien daba las órdenes era yo”, dice don Amílcar recientemente ingresado en el Hall de la Fama.
Carlos Martinetti, Sergio Palma y Látigo Coggi empezaron a los 13 años en el boxeo. Todos de la mano de Santos Zacarías. El primero no llegó pero los otros dos, sí. Obsesivo, exagerado, autoritario, Santos –fallecido el 27 de agosto, a los 83 años– “Sí que era bravo, pero enseñaba como los dioses, fue un fenómeno en todo sentido”, dice Palma, que es lo mismo que diría Martinetti o Coggi. Tanto es así que una vez, Látigo dijo en El Gráfico: “Si Zacarías me lo pide, soy capaz de tirarme debajo de un tren”.
En un minuto hay que tomar decisiones. Si hablan todos al mismo tiempo, el boxeador no entiende nada. Si está herido, hay que curarlo. Si está agotado, hay que reanimarlo. Si está perdiendo, hay que estimularlo, darle variantes. Si está excitado, hay que calmarlo. Miguel Díaz es un experto en curar heridas, pero también dirige a boxeadores. De todas maneras, lo suyo pasa por resolver el tema de un corte entre round y round. “Si no pasa nada, ni subo, veo la pelea, cobro y me voy”. Miguel es, además, hombre de altísima confianza de Top Rank, y se encarga de acompañar todo el día a la estrella de la empresa, el puertorriqueño Miguel Cotto, para supervisar detalle por detalle.
En un minuto se puede arruinar una pelea. Lou Duva estaba en la esquina de Meldrick Taylor la noche en que éste iba ganándole por puntos, cómodo, al gran Julio César Chávez. Cuando estaba por empezar el último asalto, el veterano técnico cometió un error imperdonable: en lugar de pedirle a su pupilo que evitara riesgo alguno, con el triunfo ya asegurado, lo mandó a pelear. Frente a un pegador de raza como el mexicano, era una orden suicida. Y lo fue, porque Chávez logró noquearlo junto con la campanada final...
Algo similar ocurrió cuando Oscar De La Hoya se midió con Tito Trinidad. Para muchos –nos incluímos–, De La Hoya había ganado prácticamente nueve asaltos. Sin embargo, un veterano como Gil Clancy –entrenador de Emile Griffith y Rodrigo Valdez, entre otros– lo mandó... ¡A retroceder! Así, Oscar no solamente perdió los últimos tres asaltos, sino que también perdió la pelea. Increíble pero real.
Pero es la piedad el sentimiento que resume el tema, al menos en el más temido de los momentos, el de la derrota. Cuando el técnico se da cuenta de que su hombre no da más y siente que la pelea debe terminar. Cuando pelearon Alí y Frazier por tercera vez, los rincones decidieron la pelea. Yank Durkham, que era como un padre para Joe, lo retiró del ring antes de que sonara la campana para el último round. En la otra esquina, Alí quería abandonar y Dundee le pidió un esfuerzo más: “Aunque sea ponete de pie, eso te pido”. Alí lo hizo, Frazier no y ganó Muhammad, quien cinco segundos después casi se desmaya por el esfuerzo.
Charlamos mucho con Dundee y seguramente nos enseñó muchas cosas, pero uno de sus más importantes gestos ha sido el de la piedad. Cuando Alí peleó con Larry Holmes, ya estaba en el final de su campaña. El propio Holmes no quería pegarle y Alí, un guapo de aquellos, ni soñó con rendirse. Hasta que, enardecido, Dundee llamó al referí y le dijo, a los gritos: “¡Yo soy el jefe de esta esquina y, le guste a quien le guste o no, este hombre no pelea más!”
Y la ovación que bajó de las tribunas del Caesars, esa noche, fue para el coraje del vencido y para la humanidad de quien se apiadó de tanto padecimiento.
Otra que kid cachetada
No faltan algunos recuerdos gratos. Osvaldo Cavillón era un técnico muy zorro en el rincón. Pero también muy demandante. Una noche un pupilo suyo, Mario Díaz, estaba haciendo todo al revés. Cuando volvió a la esquina, El Flaco –como lo llamábamos todos a Cavillón–, enojado, recibió a su boxeador con un soberano cachetazo y una pregunta: “¿Qué carajo me estás haciendo, nene?”. Se reinició el combate y, cuando sonó la campana, ¡el boxeador se negó a ir a su rincón! Cuando el árbitro lo interpeló le dijo: “No, si Cavillón me pega más que mi rival” .
Por Carlos Irusta (2007).
Fotos: Archivo El Gráfico.