¡Habla memoria!

Esos locos altitos

Cuando las frustraciones de los padres hacen que los chicos no se diviertan, los presionan, les gritan y comienzan a quitarle la esencia a lo más hermoso que tiene el deporte, la sonrisa de los pibes.

Por Redacción EG ·

19 de julio de 2019

Era un sá­ba­do más, una fe­cha más del fút­bol in­fan­til. Es una re­gla no es­cri­ta en­tre al­gu­nos en­tre­na­do­res que, si un equi­po va su­pe­ran­do al otro con mu­cha tran­qui­li­dad, el téc­ni­co del ga­na­dor sa­ca a los me­jo­res pa­ra evi­tar la hu­mi­lla­ción de los go­lea­dos. El lo­cal ga­na­ba 5 a 0 y el téc­ni­co ven­ce­dor de­ci­dió ha­cer un cam­bio: sa­có a su es­tre­lla y pu­so a otro de me­nor ta­len­to. El pa­dre del ar­que­ro per­de­dor es­ta­ba sen­ta­do. Al ver el cam­bio se acer­có al téc­ni­co que de­ci­dió la mo­di­fi­ca­ción y le di­jo: “De­já­lo al pi­be, mi hi­jo es el ar­que­ro y tie­ne que apren­der a so­por­tar una go­lea­da si quie­re ser pro­fe­sio­nal. ¡Hi­jo, da­le, ban­cá­te­la. Sé hom­bre!”. El chi­co –de sie­te años– só­lo con­tes­tó con al­gu­nas lá­gri­mas.

Si ha­ce unos me­ses al­guien in­gre­sa­ba en la pá­gi­na de In­ter­net Ful­bi­.com, de­di­ca­da ex­clu­si­va­men­te a los tor­neos de fút­bol in­fan­til, ha­bría en­con­tra­do un co­men­ta­rio so­bre una pe­lea, a trom­pa­das, en­tre pa­dres que dis­cu­tie­ron por­que un ár­bi­tro ha­bía san­cio­na­do un pe­nal que le dio el triun­fo a un equi­po. Otro pa­dre es­cri­bió: “¿Hay al­gún mo­ti­vo pa­ra que una tar­de de ale­gría se con­vier­ta en una ba­ta­lla? ¿Hay al­gún mo­ti­vo pa­ra que los ni­ños llo­ren por­que los pa­dres se aga­rra­ron a trom­pa­das? ¿Es tan im­por­tan­te un re­sul­ta­do en un par­ti­do has­ta lle­gar a las ma­nos? ¿So­mos cons­cien­tes del men­sa­je que les es­ta­mos trans­mi­tien­do a los chi­cos?”. La fir­ma de­cía: “Sim­ple­men­te un pa­pá”. En la mis­ma pá­gi­na, Car­los Rog­no­ni, téc­ni­co de In­de­pen­dien­te B, fue con­sul­ta­do so­bre el  te­ma.

Imagen A esa edad, los chicos deberían estar divirtiéndose en el vestuario.
A esa edad, los chicos deberían estar divirtiéndose en el vestuario.
 

–¿Los pa­dres pre­sio­nan pa­ra que sus chi­cos jue­guen?

–Sí, los pa­dres no só­lo pre­sio­nan a los chi­cos, si­no que vie­nen con ac­ti­tu­des que  in­ten­tan pre­sio­nar­nos a no­so­tros pa­ra que el chi­co jue­gue más mi­nu­tos. El baby fút­bol tie­ne que cum­plir una fun­ción so­cial.

–¿Có­mo in­flu­ye la pre­sión de los pa­dres so­bre los chi­cos?

–La in­fluen­cia de los pa­dres pa­ra ob­te­ner un re­sul­ta­do y pa­ra exi­gir­les por de­más a los chi­cos, po­ten­cia diez ve­ces la pre­sión. El chi­co se di­vier­te, pe­ro es más el efec­to con­tra­rio que ejer­ce el pa­dre con el chi­co cuan­do le exi­ge mu­chas co­sas más de lo que pue­de.

Fren­te a la di­fí­cil si­tua­ción eco­nó­mi­ca que gol­pea con fuer­za a la so­cie­dad, ca­da vez es más fre­cuen­te bus­car sa­li­das en el de­por­te cre­yen­do que así se pue­de  in­gre­sar en el, pa­ra mu­chos, co­di­cia­do cír­cu­lo del éxi­to. Así co­mo en dé­ca­das pa­sa­das le apun­ta­ban al bo­xeo co­mo una puer­ta im­por­tan­te pa­ra lo­grar un as­cen­so en esa es­ca­le­ra de ilu­sio­nes, hoy y de­bi­do a los mon­tos que se ma­ne­jan en el mer­ca­do, el fút­bol es el prin­ci­pal de­por­te en la bús­que­da de ta­len­tos que sir­van pa­ra lle­gar a las ta­pas de las re­vis­tas. Pe­ro no só­lo son los clu­bes los que van al en­cuen­tro de al­gún ju­ga­dor que en el fu­tu­ro de­lei­te a los hin­chas de un equi­po. Allí es­tán tam­bién los em­pre­sa­rios. Aun­que los tiem­pos han cam­bia­do y aho­ra, a fal­ta de po­tre­ros, cre­ció la com­pe­ten­cia fut­bo­lís­ti­ca en clu­bes de ba­rrio. Y así son los pa­dres los que mu­chas ve­ces lle­van de la ma­no a sus hi­jos pa­ra ofre­cer­los en esos clu­bes ase­gu­ran­do que an­te sus ojos tie­nen a un ma­go de la pe­lo­ta. O, tal vez, si ese chi­co no fue to­ca­do por la va­ri­ta má­gi­ca, po­dría ser un fu­tu­ro ju­ga­dor en el di­mi­nu­to mun­do del pro­fe­sio­na­lis­mo.

El fút­bol in­fan­til es un buen lu­gar don­de los chi­cos pue­den apren­der que el fút­bol es un jue­go, que la so­li­da­ri­dad es po­si­ble aden­tro y afue­ra de una can­cha. A pen­sar en la for­ma más rá­pi­da de re­sol­ver una si­tua­ción com­ple­ja y a te­ner un es­pa­cio pa­ra la re­crea­ción. Aun­que en esos mi­nies­ta­dios tam­bién se pue­de ob­ser­var a pa­dres de­sa­fo­ra­dos que ima­gi­nan a ese fu­tu­ro hom­bre co­mo una sal­va­ción de ge­ne­ra­cio­nes. Es cier­to que uno de ellos pue­de ser un Ai­mar, un Ba­tis­tu­ta, un Ri­quel­me o, con mu­cho fer­vor, un Ma­ra­do­na. Aun­que la gran ma­yo­ría que­da­rá en el ca­mi­no. Ni si­quie­ra pi­sa­rá una can­cha pro­fe­sio­nal.

Imagen Clásica escena de un partido de fútbol infantil, los chicos prueban al arquero.
Clásica escena de un partido de fútbol infantil, los chicos prueban al arquero.
 

Di­chos y he­chos

Los chi­cos pue­den ano­tar­se en las di­vi­sio­nes me­no­res de clu­bes de la AFA o par­ti­ci­par en una de las tan­tas li­gas lo­ca­les o re­gio­na­les del fút­bol in­fan­til. FA­FI, FE­FI y Li­ga In­fan­til son al­gu­nas de las or­ga­ni­za­cio­nes que se de­di­can a or­ga­ni­zar tor­neos. Ge­ne­ral­men­te, los par­ti­dos se jue­gan los sá­ba­dos. Se­gún los re­gis­tros que tie­ne la Co­mi­sión de Fút­bol In­fan­til de la AFA, só­lo en los clu­bes de la Pri­me­ra A, B, C y D hay ins­crip­tos al­re­de­dor de 10 mil ni­ños que jue­gan en las ca­te­go­rías de 10 a 14 años. En las otras aso­cia­cio­nes, un chi­co pue­de co­men­zar a ju­gar a los cin­co años y no hay un re­gis­tro de cuán­tos son los que par­ti­ci­pan de sus cam­peo­na­tos. Se­gún el pre­si­den­te de la Co­mi­sión de Fút­bol In­fan­til de la AFA, Ri­car­do Pe­trac­ca, “de los diez mil, so­la­men­te el cua­tro por cien­to lle­ga­rá a ju­gar en Pri­me­ra”. Es­te por­cen­ta­je, que no in­clu­ye a los ju­ga­do­res de las otras li­gas, es­tá en la ca­be­za de to­dos los pa­dres. Pe­se a to­do, mu­chos po­nen to­do de sí pa­ra que su hi­jo in­gre­se en ese cua­tro por cien­to.

El pre­si­den­te del club 17 de Agos­to, Al­ber­to Gon­zá­lez, ase­gu­ró que “hay pro­ble­mas en to­do el fút­bol in­fan­til. No es só­lo un dis­cur­so de­cir que nos in­te­re­sa for­mar bue­na gen­te más que bue­nos ju­ga­do­res”. El di­ri­gen­te agre­gó que “en la com­pe­ten­cia se da la pre­sión de los pa­dres que pre­ten­den te­ner un hi­jo Ma­ra­do­na y to­das esas co­sas. No es fá­cil de ma­ne­jar. El men­sa­je nues­tro es que el téc­ni­co es el que di­ri­ge. Pe­ro los que gri­tan son los pa­dres. Y en­tre los pro­pios pa­dres hay ce­los por la ti­tu­la­ri­dad de los chi­cos. To­man par­ti­do co­mo si la ti­tu­la­ri­dad fue­ra al­go fun­da­men­tal. Creo que es una cons­tan­te que al­gu­nos pa­dres quie­ren sal­var­se eco­nó­mi­ca­men­te con sus hi­jos. Aun­que quie­ro des­ta­car la ca­pa­ci­dad que ha te­ni­do la di­rec­cón téc­ni­ca de es­te club pa­ra ale­jar­se bas­tan­te de es­te pa­trón co­mún”.  ¿A qué lla­ma “pa­trón co­mún” el pre­si­den­te del 17 de Agos­to? Con só­lo es­tar un día ob­ser­van­do par­ti­dos se con­si­gue la res­pues­ta.

Otro sá­ba­do, otro día sin sol so­bre Bue­nos Ai­res. No era un clá­si­co in­fan­til, pe­ro sí un par­ti­do im­por­tan­te pa­ra su­mar pun­tos en la ta­bla de po­si­cio­nes y acer­car­se al pri­me­ro. Uno de los chi­cos del equi­po lo­cal –un vo­lan­te de mar­ca que no la es­ta­ba pa­san­do bien– re­ci­bió ins­truc­cio­nes del téc­ni­co. El pa­dre del ju­ga­dor, de­trás del alam­bra­do, le gri­tó: “Po­né hue­vos”, “ba­já­lo, no seas bo­lu­do” y “ha­ce­te res­pe­tar”. El en­tre­na­dor vio que no era un buen día pa­ra el chi­co y de­ci­dió cam­biar­lo. Al pa­dre no le gus­tó el cam­bio: “No te di­je, te­nías que me­ter más, ha­bía que pe­gar”. Los gri­tos sor­pren­die­ron a ca­si to­dos los que pre­sen­cia­ban ese par­ti­do y el chi­co no so­por­tó: co­men­zó a llo­rar. La char­la ter­mi­nó con una con­tun­den­te fra­se pa­ter­nal: “Y si llo­rás no te trai­go más”.

Imagen Las pequeñas tribunas de los clubes de barrio se llenan de familiares, en muchas oportunidades se vive como si fuese un partido de vida o muerte. No debería ser así.
Las pequeñas tribunas de los clubes de barrio se llenan de familiares, en muchas oportunidades se vive como si fuese un partido de vida o muerte. No debería ser así.
 

Las que­jas de los pa­dres no siem­pre van pa­ra sus hi­jos. De dis­tin­tas ma­ne­ras in­ten­tan per­sua­dir a los en­tre­na­do­res y a los di­ri­gen­tes pa­ra que el chi­co sea ti­tu­lar.  En el me­nú del bo­chor­no hay in­sul­tos a los ár­bi­tros si el fa­llo per­ju­di­ca al hi­jo. Juan Car­los Si­mo­net­ti es el pre­si­den­te del Club Atlé­ti­co Nues­tro Bue­nos Ai­res: “La­men­ta­ble­men­te, los pa­dres creen que sus hi­jos son Ma­ra­do­na y los pre­sio­nan. Igual que a los ár­bi­tros y so­bre to­do si es­tá pe­lean­do por un pues­to im­por­tan­te en la ta­bla de po­si­cio­nes”. Si­mo­net­ti di­ce que “los pa­dres quie­ren que los chi­cos jue­guen bien y que el ár­bi­tro jue­gue pa­ra su equi­po. Ca­da vez ocu­rre con más fre­cuen­cia. Pe­ro los chi­cos re­ci­ben los men­sa­jes de los pa­dres y cues­ta ha­cer­les en­ten­der que tie­nen que to­mar el fút­bol co­mo una di­ver­sión”.

La di­ver­sión sue­na co­mo una pa­la­bra va­cía de­lan­te de si­tua­cio­nes que su­ce­den los días de los par­ti­dos. Un pa­dre se ha­bía eno­ja­do con su hi­jo por per­der­se un gol. El chi­co es­ta­ba so­lo fren­te al ar­que­ro, lo elu­dió y cuan­do fue a pa­tear, le pi­fió y el chi­co se ca­yó. La pe­lo­ta sa­lió de la can­cha y to­do si­guió con nor­ma­li­dad. Cuan­do el téc­ni­co de ese equi­po qui­so mi­ni­mi­zar el asun­to di­cien­do “no im­por­ta, se­guí ju­gan­do”, el pa­dre reac­cio­nó, in­sul­tó al en­tre­na­dor y le apun­tó al chi­co: “Pe­gá­le bien bo­lu­do, en el fút­bol hay que ga­nar, si no no va­le”.

 Mau­ro Rien­te es el di­rec­tor téc­ni­co del club Pi­no­cho y uno de los que sa­be de pa­dres que pier­den la lí­nea: “Siem­pre hay líos en los par­ti­dos y la ma­yo­ría de las ve­ces son las de­ter­mi­na­cio­nes de los ár­bi­tros las que en­cien­den la me­cha. Ha­ce un par de se­ma­nas, un pa­pá de otro club in­sul­tó a un ju­ga­dor nues­tro y va­rios pa­dres de los ju­ga­do­res de mi equi­po se le fue­ron en­ci­ma. Eso es al­go co­ti­dia­no, siem­pre pa­san esas co­sas. Es más, va­rias ve­ces los pa­dres lle­gan a las pi­ñas”. Rien­te ex­pli­ca qué su­ce­de con los chi­cos que de­ben se­guir ju­gan­do des­pués que los pa­dres se pe­lean. “La re­per­cu­sión en los chi­cos de­pen­de del tem­pe­ra­men­to de ca­da uno. Hay al­gu­nos que ven que sus pa­dres son ex­pul­sa­dos y jue­gan ner­vio­sos. Es una ca­de­na, les trans­mi­ten la ca­len­tu­ra.” El ár­bi­tro tie­ne el po­der de ex­pul­sar a los pa­dres que pro­vo­can, aun­que no pue­den ha­cer na­da cuan­do in­sul­tan a su pro­pio hi­jo. Es fre­cuen­te es­cu­char en los par­ti­dos co­sas co­mo: “A mí no me pi­das que me ca­lle. Le es­toy ha­blan­do a mi hi­jo y pun­to”. “Ese es mi hi­jo y le di­go lo que quie­ro.” “Si quie­ro pu­tear al pi­be es mi pro­ble­ma y vos no te me­tas.”

 

Imagen Condenable actitud de un padre que exige a su hijo.
Condenable actitud de un padre que exige a su hijo.
 

Los pa­dres, al me­jor es­ti­lo de lo que su­ce­de en el fút­bol pro­fe­sio­nal, no acep­tan las de­ter­mi­na­cio­nes de los jue­ces. El pre­si­den­te de la Li­ga de Ár­bi­tros del Fút­bol Ama­teur, Lu­cia­no Car­do­zo, tie­ne una ex­pli­ca­ción des­de ha­ce un tiem­po:

–¿Es di­fí­cil ma­ne­jar­se con los pa­dres de los chi­cos?

–Sí, lo que pa­sa es que los pa­dres di­cen que lle­van a los chi­cos pa­ra que se di­vier­tan y no es así, por­que des­pués gri­tan, pro­tes­tan y les trans­mi­ten to­do eso a los chi­cos. Y el­llos tam­bién em­pie­zan a in­sul­tar, pe­gar co­da­zos.

Mu­chas ve­ces, los pa­dres in­ten­tan ha­cer jus­ti­cia por ma­no pro­pia. Si bien no es nor­mal que los pa­dres es­pe­ren a un ár­bi­tro a la sa­li­da del es­ta­dio, ca­da tan­to se ar­ma un es­cán­da­lo dig­no de las peo­res ba­rras bra­vas. En sep­tiem­bre pa­sa­do, un club de la Li­ga In­fan­til de Fút­bol Ama­teur de Tres de Fe­bre­ro fue des­ca­li­fi­ca­do por­que va­rios pa­dres de ese club le qui­sie­ron pe­gar al juez. El co­men­ta­rio es de Al­ber­to Is­la, en­tre­na­dor del Club Ro­ton­da Tony Ani, de San Mar­tín: “El te­ma de la pre­sión es ine­vi­ta­ble. Cuan­do in­gre­san en el club es pa­ra di­ver­tir­se. Des­pués los pa­dres vie­nen a ver­los y les gri­tan co­sas des­de la tri­bu­na. Aho­ra ya vie­nen a com­pe­tir, no a di­ver­tir­se co­mo era an­tes”. Si bien los en­tre­na­do­res le­van­tan el men­sa­je de la di­ver­sión, la rea­li­dad mues­tra que no es tan así. Co­mo su­ce­dió en un par­ti­do en­tre Ro­ton­da y EFI. El téc­ni­co de EFI co­men­zó a gri­tar­le a un de­fen­sor, lo sa­có de la can­cha y el chi­co se pu­so a llo­rar. El pro­pio en­tre­na­dor lo to­mó del bra­zo y cuan­do lo vol­vió a me­ter en la can­cha, le pi­dió más fuer­za en la mar­ca. Por ca­sua­li­dad y no por cau­sa­li­dad, el tor­neo te­nía un nom­bre alen­ta­dor: Tor­neo Amis­tad. El ár­bi­tro de ese par­ti­do, Jo­sé Ri­va­ro­la, con­tó que “ha­ce cin­co años que di­ri­jo en es­ta Li­ga y no pa­san co­sas tan gra­ves, es bas­tan­te tran­qui­la”. Ri­va­ro­la es el mis­mo que ha­ce un tiem­po di­ri­gía en la Li­ga de Mo­rón: “Es­tu­ve ochos años en Mo­rón y era un de­sas­tre. Ha­bía vio­len­cia y la gen­te to­ma­ba be­bi­das al­co­hó­li­cas en las tri­bu­nas. Era un feo ejem­plo pa­ra los chi­cos”, re­cor­dó. 

El 13 de oc­tu­bre de 1983, el Co­mi­té Eje­cu­ti­vo de la AFA creó la Co­mi­sión de Fút­bol In­fan­til, hoy res­pon­sa­ble de to­do el fút­bol que va de los 10 años a los 14. Ac­tual­men­te ma­ne­ja un pre­su­pues­to de 200 mil dó­la­res y no tie­ne vin­cu­la­cio­nes con las otras or­ga­ni­za­cio­nes. El mis­mo Tri­bu­nal de Dis­ci­pli­na que san­cio­nó al pa­ra­gua­yo Jo­sé Luis Chi­la­vert con tres fe­chas lue­go de la in­frac­ción a Mar­tín Pa­ler­mo es el que juz­ga a los chi­cos que par­ti­ci­pan en los tor­neos in­fan­ti­les. Pe­trac­ca co­men­tó que “no­so­tros, en la AFA de­ci­di­mos en­tre­gar­le el pre­mio Fair Play al club cu­yos pa­dres ten­gan me­jor com­por­ta­mien­to en los par­ti­dos. Por suer­te no te­ne­mos pro­ble­mas con los pa­dres, por­que si lle­ga a ha­ber un pa­dre que se me­te, no­so­tros san­cio­na­mos al equi­po”. Pe­ro Pe­trac­ca re­sal­ta una si­tua­ción que no se da en nin­gu­na li­ga pa­ra­le­la a la de la AFA: “Aquí le ha­ce­mos una re­vi­sa­ción mé­di­ca pre­ven­ti­va y com­ple­ta a to­dos los que par­ti­ci­pan en los tor­neos. Con esa re­vi­sa­ción, por ejem­plo, pu­di­mos de­tec­tar­les pro­ble­mas car­día­cos a dos chi­cos que el año pa­sa­do fue­ron ope­ra­dos a co­ra­zón abier­to en la Fun­da­ción Fa­va­lo­ro y ha­ce po­cas se­ma­nas vol­vie­ron a ju­gar. Uno es­tá en Clay­po­le y el otro en Fé­nix”.

 Así co­mo sur­gen pro­ble­mas de pa­dres con chi­cos, tam­bién los hay de di­ri­gen­tes con ár­bi­tros. En 1998, un in­te­gran­te de la Co­mi­sión de Fút­bol In­fan­til fue ex­pul­sa­do du­ran­te un par­ti­do (Pe­trac­ca no dio el nom­bre del club) por­que in­gre­só en el cam­po de jue­go pa­ra re­cri­mi­nar­le al ár­bi­tro un fa­llo que per­ju­di­có a su equi­po. “No­so­tros nos ma­ne­ja­mos así. No que­re­mos nin­gún pro­ble­ma y an­te cual­quier in­con­ve­nien­te, se reú­ne la Co­mi­sión y de­ci­de”, ex­pli­có Pre­tac­ca, ex pre­si­den­te de Vé­lez. El di­ri­gen­te acla­ró que “a los ár­bi­tros les pa­ga la AFA y te­ne­mos una es­ta­dís­ti­ca que in­di­ca que des­de el año pa­sa­do ba­jó a la mi­tad el por­cen­ta­je de tar­je­tas ama­ri­llas y ro­jas en to­das las ca­te­go­rías”.

Imagen La intensidad con la que se viven estos partidos muchas veces hace que los propios chicos no quieran seguir jugando al fútbol.
La intensidad con la que se viven estos partidos muchas veces hace que los propios chicos no quieran seguir jugando al fútbol.
 

Pa­ra mu­chos chi­cos par­ti­ci­par en las dis­tin­tas li­gas del fút­bol in­fan­til es co­men­zar una ca­rre­ra ha­cia un sue­ño po­si­ble. A ellos no les in­te­re­sa si esos cam­peo­na­tos son or­ga­ni­za­dos por la AFA, la FA­FI o por cual­quie­ra. No les in­te­re­sa el nom­bre que lle­va esa Li­ga. Só­lo quie­ren ju­gar, aun­que a ve­ces cho­can con la rea­li­dad adul­ta. Sea o no su pro­pio pa­dre

 

 

Nota al pie: Un poco de placer

 

Los chicos deben jugar con otros chicos y no contra otros chicos, sostiene el psicólogo, quien trabajó con varios planteles profesionales. Por eso, a los padres hay que ponerles límites y aquí están sus consejos.

 

Por Darío Mandelsohn.

El juego es el medio de expresión natural de la infancia, el cual es libre, placentero y permite el despliegue de las fantasías y el deseo (Arminda Aberastury, psicóloga).

Si se considera al deporte infantil como una situación vital, cuya función es favorecer la autoformación del niño a través del juego, el deporte infantil debería desarrollarse dentro del marco del respeto profundo a las tendencias naturales del niño, al autodescubrimiento del potencial de su cuerpo y de sus posibilidades de pensar, decidir y efectuar respuestas elaboradas.

Lamentablemente, al presenciar algún partido entre chicos de 6 a 12 años, es común escuchar de los padres frases como: “bajalo”, “que no te pase “, “reventalo “.

Los chicos, hasta los 10 años, aproximadamente, necesitan jugar con otro, y no contra otro. Los sentimientos de competencia serán estimulados más adelante por los medios y por los padres. Me permito hacer algunas sugerencias:

Los padres deberían permanecer sentados durante la competencia.

Los padres no tendrían que gritar instrucciones ni críticas a sus hijos.

No es bueno que los padres hagan comentarios despectivos sobre los jugadores del equipo contrario, o de otros padres, jueces o dirigentes de la liga.

Los padres no deberían interferir con el entrenador de sus hijos.

Los padres no deberían preguntarles a sus hijos ¿cómo salieron? o ¿cuántos goles hiciste?, sino ¿te divertiste? o ¿cómo la pasaste?.

Sería beneficioso que los padres  mantengan charlas con el entrenador.

 

Trampa Chica

Siempre que se pone en marcha un campeonato juvenil internacional la prensa refleja casos de falsificación de pasaportes o partidas de nacimiento para inscribir jugadores de mayor edad. Los dedos acusadores suelen apuntar a África. Pero nuestro país también tiene lo suyo. En 1995, la Comisión de Fútbol Infantil de la AFA debió descalificar a dos clubes por incorporar jugadores que superaban la edad límite de la categoría.

 

 

Textos de Carlos Stroker y Gabriela Macoretta (2008)

Fotos de Ezequiel Torres.