Kun Agüero: Paladar Rojo
El adiós de Insúa en 2005, hizo temblar a los hinchas de Independiente, hasta que estalló el Kun, para hacerlos vibrar. Con la banca del Bocha, se tatuó la 10 y enamoró al país.
El inusitado sosiego de Don Bosco hace de tanto verde una inmensa pintura de la siesta, un paisaje ciego y mudo sobre un lienzo inanimado que ni siquiera se altera por vagabundos animales domésticos. Sólo se escucha el motor del auto. Da pudor seguir violando la paz absoluta de un barrio que no es privado, pero parece.
Ya no. Al doblar en la esquina, un sendero es la ruta de personas que van y vienen, entran y salen, corren y gritan, desde y hacia esa puerta de madera que bien podría ser giratoria. Se quiebra, en ese punto, la autoridad del silencio catedrático. Es ahí. ¿Es ahí? Parece un colegio. Por el flujo de gente, tal vez sea un parque de diversiones. No, es ahí.
Siete hermanos, son siete hermanos. Y un rottweiler. “Y mi amigo, que juega en Quilmes, pero vive acá”. Y dos primos. “Y mi tía y mi tío, que siempre se quedan a dormir”. Y las visitas, algunos otros parientes, más dos de sus representantes, más la prensa, “más las amigas de mi hermana, que son muchas y están acá todo el tiempo”, destaca, mientras el patio se convierte en una cancha de fútbol tenis, en dos, en tres.
Vive ahí una inmensa familia, que cambia de caras todo el tiempo. Llega el amigo de uno, cuando se va el primo de otro, y todos hablan entre sí, como si se conocieran de antaño. “Es un quilombo –dice–. Tengo una hermana de 19. Después vengo yo, de 17, otra de 16, otra de 14, otra de 11, otro de 9 y otro de 8”. Hay atmósfera de club, social y deportivo.
Miles de historias, en la octogenaria historia de El Gráfico, repiten y repiten la violenta escena de la pelota rescatista, que arranca a un pibe de su marginalidad y su pasado para colgarle el carnet de incluido y abrirle las puertas de una realidad económica a la que posiblemente nunca hubiera accedido por otra vía. Y entonces, vienen las frases de siempre, que se multiplican desde que existe el fútbol argentino. Que ahora se valora todo lo que tengo porque yo pasé lo que pasé y que valió la pena todo aquello para poder disfrutar más de todo esto.
Pero Sergio lee diferente el mismo juego. Ya lo saben Racing y Diego Crosa, que todavía intenta desenredarse el fémur derecho de los meniscos de la rodilla izquierda por esa gambeta de ficción que liquidó el clásico. Agüero lee diferente, ahí y acá. “Cuando vivía en la villa, no comíamos en un comedor porque mi viejo y mi vieja hacían todo lo posible para que pudiéramos estar bien. Igual, era jodido vivir así. Y ahora tenemos más, pero somos los mismos que antes, lo mismo que antes. Por eso, hay que valorar… Hay que valorar lo que éramos antes”. No habla de este hoy por ese ayer, sino de ese ayer, que es el hoy de muchos más. “Yo sé que se acercarán nuevos amigos, pero también sé quiénes fueron y son mis verdaderos amigos”. No habla de valorar lo que no tenía, sino de seguir valorando lo que ya tenía. Y ahora el escenario será más fácil de entender.
Se pierde noción de quién es cada uno en la superpoblada casa de los Agüero. Salvo uno, salvo él, que está delatado por las decenas de fotos que empapelan el living. “Mi vieja se encarga de juntar todo lo que sale en los diarios, y después hace cuadros. Colecciona cada artículo que publican. A veces yo traigo un recorte que encontré, y me dice ‘¡ése ya está!’”.
Advierte que en la enumeración familiar le faltaron “papá, Leo, que tiene 38, y mamá, Adriana, que tiene 36”. Sí, es la mamá y tiene 36. Sí, como el Negro Cáceres. “Y… es jodido cargar tantas responsabilidades a los 17 años, porque tal vez otro pibe de mi edad tiene más libertad. Yo puedo salir y divertirme en mis días libres, pero cuando llega la hora de practicar me tengo que cuidar. No es fácil, porque uno también quisiera disfrutar de otras cosas y no puede. Pero bueh... Yo me quiero dedicar al fútbol, y esto es así”, cierra.
Vagos ratos libres, entre tantos ratos preso de concentración, juega a ser un adolescente como cualquier adolescente. Sin novia y con amigos, elige la cumbia. “Más que nada me gusta la cumbia santafesina –remarca–, Los Leales, Amistad, o cumbia villera, como Néstor, el cantante de La Base, Una de Cal… Y un montón más”.
Ahí está, ahora pone cara de adolescente. No puede contener la sonrisa. Detiene la conversación con un gesto para señalar la impericia del pobre padre que intenta arreglar el aire acondicionado. “¿Qué querés hacer, viejo?”, le pregunta y se queda colgado, así, mirándolo, levanta las cejas y se muerde los labios.
Está relajado, Kun, como si no estuviese en el medio de ese torbellino de vida nueva que lo embistió en plena emancipación del baby fútbol, y con apenas 15 años lo arrojó a la Primera. “Cuando debuté, no entendía nada –reconoce–. Había imaginado que quizá llegaría, pero no tan rápido. Y de repente, me vi frente a Diego Maradona, como invitado en su programa. Fue… No sé, lo miraba y lo miraba, pero qué le podía decir yo... Nada, no le podía decir nada, sólo esperaba que él me hablara”.
Ya tiene más experiencia que nervios. Frente al arco, y frente al grabador. “En el 2002, cuando salimos campeones iba a la cancha y miraba a la gente. Y ahora estoy acá, no mirando, sino jugando. Fue todo muy rápido, pero estoy contento porque me están saliendo las cosas bien”.
Si las cosas le salen bien, a Independiente le va bien. Y por eso, Falcioni se ocupa de mimarlo. “Me aconseja todo el tiempo y yo le hago caso. Apenas tengo 17 años y me queda mucho por aprender”. No tiene demasiado sentido imponerle reglas a quien se luce rompiéndolas todas, pero su nivel lo puso en vidriera y hoy sus tobillos, aunque igualmente impredecibles, son teoría para todos los rivales. “Julio me explica cómo tengo que salir de la marca, porque ya me intentan tomar de cerca para no dejarme jugar. Por eso, toda la semana practicamos movimientos que me permitan recibir la pelota solo”.
Menos imaginables eran sus arranques explosivos en tiempos de Menotti, cuando nadie contaba con su astucia. No dudó el Flaco en aseverar que “Agüero es parecido a Romario”. Algo exageraba, quizás, algo entendía. “Menotti estuvo en una pretemporada conmigo y casi medio campeonato. Me aconsejó bien al principio, y ya después no me dijo nada… Yo sabía lo que quería, aunque no me dijera nada”, aclara.
Su presencia tiene de bueno todo lo malo que puede tener su ausencia. Sin Agüero, Independiente podría ser un perfecto tanque de guerra, pero sin balas. Kun tiene la concesión de la creatividad. Y ese peso no le pesa. “En este momento hablan de mí porque estoy pasando un buen momento –enfatiza–, pero el mérito es de todo el equipo. Son los demás los que meten fuerte para poder dármela a mí y que yo haga una gambeta. Solo no puedo”.
Si solo no puede, lo disimula bastante bien, porque nadie se dio cuenta. Y los medios, menos. “Es jodido el tema de la prensa, porque me llaman por teléfono constantemente para pedirme notas, aunque ya les haya dado un montón. De tan bueno, yo nunca decía que no, y entonces todos me empezaron a llamar porque sabían que accedía de una. Y así todos los días intentan sacarme algo, bueno o malo. Por eso, cambié de actitud. Ahora, cuando no tengo ganas de dar una entrevista, simplemente lo digo”.
Vuelve a sonreír. Considera que su padre tampoco puede solo. Se levanta e irrumpe en el partido de fútbol tenis que Leonel está perdiendo contra uno de los representantes. “Vos no podés sacar así”, reclama, y le quita la pelota. “Así se saca”, sentencia. Y vuelve a sentarse. Indignado.
Locura de los medios, locura de la gente, locura, general, justificada. No es un pibe que juega lindo, es un fuera de serie, una máquina del tiempo hacia el Independiente más lírico, un chaparrón de fútbol que no caía en Alsina y Cordero desde hace más de una década, cuando el parto explosivo de Panchito Guerrero y la deliciosa aparición de Gustavito López llenaban la panza de fútbol casero.
“El clic…”, arranca y frena, lo mira al fotógrafo, le hace “clic” emulando una foto y pone esa cara de nene malo que rompe la pasividad de su discurso. “… el clic con los hinchas fue el partido contra Racing. Desde ahí, empezaron a pedirme más. Ahora, debo tratar de que la gente siga contenta”.
Poco a poco, la pura felicidad de verlo jugar empieza a contaminarse con el tóxico temor a no verlo más por estas tierras. Tarde o temprano, partirá. Pero acá, ahí o en cualquier lado, será argentino, y eso al menos por ahora no se cambia con plata. “Siempre soñé jugar en la Selección. Sé que la gente de otros clubes también me quiere y creo que existe alguna chance, pero si me bajoneo, no voy a llegar. Tengo que seguir como hasta ahora, para tratar de tener una posibilidad. Es lo que más quiero”, expresa.
Quiere estar. Como sea, donde sea, y pronto. “Yo supongo que si me convocan será para jugar de media punta, de tres cuartos para arriba –imagina–. Pero no sé. Todavía no me citaron. Y si eso pasa, veremos dónde me ponen. Si me dicen que juego de dos, voy igual”.
Falta nada para Alemania 2006. Y al respecto, Sergio elabora un análisis intrínseco que expresa con énfasis y que origina una deducción para la reflexión: “El que no quiere estar en el Mundial, es un boludo”.
Nació donde nacen todos los que juegan a jugar. “En el baby, aprendí mucho porque la cancha chiquita te obliga a pisar la pelota y a patear al arco. Después, en cancha de 11, aunque es distinto, hay que dominarla igual”. Solito estudió la magia de la imaginación y las manias del fútbol crudo, para que Independiente sólo tuviera que imprimirle los músculos. “A los 5 años jugaba en mi club de barrio, Loma Alegre de Quilmes. Dos años después, me fui a Los Primos, cancha de 7. De ahí, a 1° de Mayo, a Pellerano, a Defensores de Belgrano, que no es el Defe que conocen todos, a Defensores del Monte, a Crucecita Este… Y a los 13 años dejé el baby”.
La fidelidad absoluta que conserva en cancha de 11 con Independiente, desde los 9 años, evidentemente no lo identificó en el baby con ningún club. Mucho menos, con un colegio. “Empecé en la escuela número 20, de Bernal, cuando vivía en la villa –recuerda–. Después, me mudé y me fui a la 36, de Quilmes. Luego pasé a la Alto Sol, una privada de Bernal, a la que me mandó el club, pero no me gustaba. Y ahí repetí. Me volví a cambiar a la 56, de Quilmes, y a los 15 años tuve que dejar, cuando hice mi primera pretemporada”.
Agitada su educación futbolística formal, la más importante estuvo afuera, sin club, ni camiseta, sin botines, ni referí: “De lunes a viernes, todos los días me pasaba horas y horas jugando a la pelota. Volvía del colegio y me iba a la calle hasta las 8 de la noche”.
No se limpia la tierra del potrero, se mete en la piel y se queda en las venas. Hoy hace lo mismo que allá, pero acá, frente a miles de personas. Y la Visera se derrumba ante sus gambetas. El rugido que lo recibe cada domingo hace prever el manantial de lágrimas que rebasará el foso si Julio Comparada tiene la suficiente insensibilidad como para darlo en adopción.
No es un tema fácil, y menos ante la mirada atenta de Hernán, uno de sus representantes. “El 75 por ciento de mi pase es de Independiente, y el 25 de Liberman –afirma–. Yo tengo contrato hasta junio, y de todo eso que dicen no sé nada. Si fuera por lo que yo quiero, me quedaría acá, en Independiente, para salir campeón, pero si hay una oferta buena seguramente los dirigentes me van a querer vender, porque les viene bien a ellos económicamente y a mí también... Hoy estoy acá, contento, y espero seguir hasta junio”.
Suena sólida la palabra oficial, frente a los rumores que lo visten con los colores del Chelsea, y no hay motivos para dudar de Kun, pero una confesión llamativa levanta la persiana hacia un horizonte, quizá, demasiado cercano: “Me gustaría jugar en Europa, y más que nada en Inglaterra. El fútbol inglés es medio jodido, pero me atrae”. Sólo falta que lo diga en inglés. “Miro mucho fútbol por la tele. Sobre todo, de Inglaterra –insiste–. Así uno aprende también. Yo prefiero el fútbol inglés antes que el español o el italiano. No sé por qué, pero me gusta más. De chico, me encantaba Owen, y siempre lo seguía en el Liverpool. Así me enganché. Ahí le pegan muy bien de afuera. Y los jugadores tienen a la gente al lado. Eso está bárbaro”. ¿Okey?
Por lo pronto, crece y crece en Independiente, con la 10. La partida del Pocho Insúa había detonado la desesperanza del más optimista hincha del Rojo, a principios del Apertura. No había ánimos para entusiasmarse con una película, si estaba vendida la video. Y entonces, apareció él, para echarla a rodar. “Cuando me dijeron que me iban a dar la 10, pensé que era joda. Me lo adelantó mi representante y le dije que si era cierto le regalaba la camiseta… Se la tuve que entregar”. Le dieron la capa del Bocha y un carnet de conductor, para un transporte de carga. Ahí va, pisando el acelerador. “Era muy lindo jugar con el Pocho, pero se fue. El se llevaba varias de las patadas que ahora me pegan a mí… Igual, hay jugadores de calidad, y yo sé que me quieren mucho, porque quizá puedo definir un partido”. Quizá, y hasta por ahí, un Mundial.
NUNCA TE VOY A OLVIDAR
En esas paredes decoradas por su madre como un templo kunista no queda espacio para otro futbolista. Sin embargo, allá, junto a la puerta, hay un portarretratos que no tiene a Agüero como protagonista. Son dos fotos, un homenaje. “Yo era quien más estaba con Emiliano. Compartimos el baby en Crucecita Este, Independiente y la Selección. Pasábamos todo el tiempo juntos”. Emiliano es Molina, el arquero del Rojo que murió en junio, tras un accidente de tránsito.
Después de la tragedia, Sergio volvió a visitar a los padres de su amigo y, tras castigar a Racing, le mostró al cielo una remera con dedicatoria. “Cuando falleció –rememora–, yo estaba en Holanda, en el Mundial. Y fue jodido, muy jodido. No lo podía creer, pero las cosas son así. Y la vida sigue”.
CON LA MANO DE DIOS
El Bocha no habla mucho, pero si habla, habla. No es fácil tenerlo en contra, aunque Agüero no lo padeció. “Es un crack”, asevera Bochini, desde hace ocho años, cuando lo vio en Inferiores. “Tenemos mucha relación –aclara Sergio–, siempre nos jodemos. Es el máximo ídolo del club y es difícil ocupar su lugar, pero ojalá pueda llegar tan alto y me quieran como a él”.
Varios 10 que se le atragantaron al Bocha terminaron vomitados por la Visera. El cielo o el purgatorio dependen de esa mirada, y Agüero sabe que esa mirada quiere mirarlo: “Nos llevamos muy bien. Hablamos de fútbol europeo y de cualquier cosa. Siempre me dice que me cuide porque me van a pegar mucho... Eso es lo que más me repite”.
KUN Y ROMAN JUGARON JUNTOS
En las colinas, cerca de la Montaña del Fuego, Wanpaku Omukashi Kum-Kum vivía junto a su tribu en la prehistoria de un dibujito animado japonés, del que sólo existen 26 capítulos. Esa caricatura era el tranquilizante que recibía Agüerito de su mamá, mientras se vivía Italia 90. Entonces, un abuelo postizo, inspirado en el cavernícola y en los juguetes destrozados por Sergio, lo bautizó “Kum Kum”. Que por largo, se hizo Kum. Y que nadie sabe por qué, se hizo Kun. Curiosamente, otro personaje de la misma saga se llama Román… ¿Volverán sus aventuras?
Por Nacho Levy (2005).