Hockey

Juan Manuel Vivaldi, arquero eterno

Porque lleva 16 años en Los Leones y porque ganó la medalla de oro, quedará en la historia. Sin embargo, su vida cotidiana es una suma de horarios, corridas y amor por el hockey.

Por Martín Estévez ·

11 de mayo de 2017
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“Con la Selección me entreno desde las 8 hasta el mediodía, de lunes a viernes. Cuando hay competencia cerca, hacemos doble turno, de 16 a 18:30. En el medio, coordino los horarios de mis hijos, Benjamín y Felicitas, él va al jardín y ella, al maternal. A la mañana, los deja mi mujer y yo los voy a buscar. Los llevo a lo de mi mamá, almorzamos, los dejo y me voy a entrenar. Mi mujer, que trabaja de 9 a 18, los pasa a buscar. Tengo una escuela de arqueros, Lekker Keepers, donde trabajo lunes y miércoles a la tarde. Soy entrenador del equipo femenino “B” de mi club, Banco Provincia: entrenamos martes y jueves de 20 a 23; jugamos los sábados. Y también me entreno con Banco, los miércoles y viernes a la noche, y juego los domingos”.

Hace falta un cuadro sinóptico para entender una semana en la vida de Juan Manuel Vivaldi. ¿Alguien piensa que ganar un oro olímpico te soluciona la vida? Que lo deje de pensar, porque el arquero de Los Leones tiene esa medalla desde el 18 de agosto de 2016, pero sigue corriendo de un lado a otro.

Juanma debutó hace 20 años en la Primera División de Banco Provincia; y hace 16, en la Selección. A los 37 años, su carrera todavía no tiene Game Over, sino nuevos desafíos: este año, Los Leones se juegan la clasificación para el Mundial 2018, que será en la India.

-¿Cómo te iniciaste en el hockey?
-En mi familia nadie se dedicaba a los deportes, mucho menos al hockey. Yo tenía un amigo en común con Matías Vila, que estaba captando chiquitos para Banco Provincia. Como vivía a cuatro cuadras del club, fui con mi amigo. Probamos y me enganché. Mi amigo no progresó; yo, casi 30 años después, sigo en Banco.

-¿Empezaste jugando de volante?
-Sí, viste que de chiquito jugás de cualquier cosa. Ibamos rotando. En un momento hubo que buscar arquero fijo y el entrenador, Luis Vila, me preguntó si me animaba. Las protecciones no eran como las de ahora: eran de caña, de cuero, sin protección en las manos…

-¿Tuviste miedo?
-¿Sabés que no? En ningún momento.

-Por ahí por eso sos arquero…
-Siempre se relaciona a este puesto con la locura, y algo hay. Igual, cuando sos chico, en los últimos minutos te dejan ser jugador de campo. Recién a los 14, 15 años, cuando me citaron para los seleccionados juveniles, dije: “Voy a ser arquero, me voy a dedicar a esto”.

-Banco Provincia no tenía títulos. Desde tu debut, ganaron 9 (8 Metropolitanos y una Liga Nacional). ¿Qué cambió?
-En juveniles teníamos una camada fuerte y llegamos casi todos juntos a Primera, donde había jugadores destacados, como Gabriel Minadeo (actual DT de Las Leonas). Ese mix de juventud y experiencia funcionó, y en 2000 ya ganamos el primer título. Yo era chico, tenía 21 años y era suplente, pero el arquero se lesionó y atajé en la última mitad del campeonato. Tengo un recuerdo imborrable: la gente grande del club lloraba, estábamos muy emocionados.

-Repasemos tu historia en la Selección por ciclos olímpicos. El primero fue entre tu debut, en 2001, y Atenas 2004.
-El primer torneo fue el Champions Challenge, en Malasia; jugué un partido por lesión de Pablo Moreira. Yo competía con él y con Mariano Chao, que eran más grandes, entonces no tenía presión. Iba, entrenaba, trataba de aprender. Fue una etapa de crecimiento.

-En 2004 viste a los primeros argentinos de oro en 52 años: el fútbol y el básquet.
-Cada Juego tiene su condimento particular. En 2004 me gané un lugar en las últimas semanas y viajar fue un sueño: estaba en Disney. Miraba para todos lados, sacaba fotos, veía otros deportes… Teníamos un muy buen equipo y no salió el resultado que esperábamos (fueron 11°), pero el recuerdo es hermoso.

-El segundo ciclo, entre 2005 y 2008, tuvo a Cachito Vigil como DT y un cierre triste: no se clasificaron a los Juegos.
-Ese fue el golpe más fuerte de mi carrera deportiva. Tuvimos dos chances. La primera en los Panamericanos 2007: íbamos ganando 2-1, empató Canadá a poco del final y perdimos por penales. Después, el Preolímpico: íbamos ganando, Nueva Zelanda empató y perdimos en tiempo suplementario, con gol de oro. Ese momento fue bravo, no solo por la desilusión, sino por ver tan lejos los siguientes Juegos. Yo tenía 29 años y pensaba “por ahí a los 33 no llego y me perdí la última chance”. Jamás hubiera imaginado todo lo que pasó después.

-¿Pensaste en dejar la Selección?
-Tuve crisis, sí. Ahí, entre 2007 y 2008, fue la más grande. “Ya está –decía–, si no podemos ganar ni un Panamericano, tenemos que dar un paso al costado, dejar jugar a otros”. Cuando arrancó el siguiente ciclo hubo un cambio de aire que me sirvió, fue como empezar de nuevo. Pero nunca falté a un entrenamiento. Mi mujer, todas las mañanas, me dice: “No puedo creer que, cuando suena el despertador, nunca digas ‘la puta madre, no quiero entrenar’”.

-Durante el tercer ciclo, entre 2008 y 2012, viviste dos años en Holanda.
-Sí, entre 2008 y 2010 jugué en Den Bosch. Había rechazado ofertas, pero cuando llegó esa no pude decir que no: Holanda es la NBA del hockey. Fue una de las mejores experiencias de mi vida, no solo en lo deportivo, sino por vivir en un país donde los colectivos funcionan, el tren funciona, el peatón tiene prioridad, todo está organizado. La cabeza me hizo un clic.

Imagen En acción durante Río 2016, sus terceros Juegos Olímpicos.
En acción durante Río 2016, sus terceros Juegos Olímpicos.
-¿Volviste por falta de ofertas?
-Por una suma de cosas. En 2010, el club no me cedió para el Premundial. Y después, por eso, el entrenador no me tuvo en cuenta para el Mundial. Quedarme afuera me dolió mucho y, aunque podía renovar por un año más, preferí volver para jugar los Panamericanos 2011.

-¿Veías los partidos de la Selección?
-Sí, los veía en Holanda, me quería morir. Cuando se jugó el Champions Challenge en Salta, estaba acá, y con un amigo agarramos el auto y nos fuimos a ver el torneo. Me sentía adentro, pero no estaba. Era raro.

-¿Te parece entendible no citar a los que están en el exterior?
-En la Selección tienen que estar los mejores, jueguen donde jueguen. Es cierto que es difícil acomodar los calendarios, pero en Los Leones tenemos quince jugadores afuera y nos arreglamos. Cuando hizo falta, los de acá viajamos a Europa para entrenarnos todos juntos.

-En Holanda te deslumbró el entrenamiento para arqueros. ¿Se puede aplicar acá?
-Holanda hace escuela: los arqueritos se paraban todos igual al de la selección. Desde la base, la bajada de línea es igual para todos. Acá, en los últimos años se agregaron los entrenadores de arqueros a los clubes, pero cada uno tiene su forma. Estaría bueno implementar una bajada de línea general.

-¿En Londres 2012 fracasaron?
-Lo de Londres fue muy distinto al 2004: me enfoqué en entrenar y competir, y no en lo que pasaba alrededor. La verdad es que no hicimos un buen torneo. Los demás equipos nos superaron y terminamos 10°. Los Juegos son muy difíciles porque todos llegan en su pico de nivel. Si vos llegás un poquito menos, no te alcanza, y nos pasó eso.

-Sin dar nombres, ¿tuviste algún entrenador en la Selección que no te gustó?
-Sí, totalmente. Pero hay que respetar las formas y las ideas. A lo sumo, podés generar un diálogo para dar tu opinión, pero la responsabilidad del jugador es seguir entrenando. El que no pueda, tiene que dar un paso al costado.

-En el último ciclo, de 2012 a 2016, se vio un salto de nivel casi grotesco. ¿Existió, o fue solo la continuación de un proceso?
-Si te fijás, la base de Los Leones juega junta desde el 2010. Lo que sí pasó fue que este segundo ciclo del Chapa Retegui nos dio una vuelta de tuerca. Eramos los mismos jugadores más algunas apariciones, como la de Gonzalo Peillat, que es fundamental. Pero de pronto nos vimos entrenando seis o siete horas por día, yendo al gimnasio, a natación. Gracias a eso crecimos en muchos aspectos. El Chapa no quiere regalar ni un minuto: en las vacaciones, a los que estaban en la costa, los hizo juntarse para entenar. Nos transmitió la cultura de hacer, hacer todo el tiempo.

-¿La medalla de oro cambió tu vida?
-Mi vida es igual. Tengo que levantarme temprano, llevar a los chicos, trabajar… Antes no nos pedían autógrafos o fotos, y ahora sí, pero en el día a día sigo haciendo lo mismo.

-Hasta el Mundial 2014, al hockey masculino se lo maltrató. ¿Eso te dolía?
-Es cierto que se lo menospreciaba, pero no me afectaba. Un poco lo entendía, por lo que generaron Las Leonas. Mucha gente, gracias a los Juegos, descubrió que existe el hockey masculino; pensaban que solo jugaban mujeres.

-No fue en 2004, 2008 ni 2012. ¿Los de 2016 sí fueron tus últimos Juegos?
-Después de Londres 2012 no tenía muchas esperanzas. Tenía 33 años, en Río iba a tener 37. “No llega la nafta”, pensaba. Llegué, y ahora estoy acá (risas). Hoy no puedo proyectar a largo plazo. Como máximo, sé que me encantaría clasificar y jugar el Mundial 2018.

-¿Te ves como entrenador de arqueros de la Selección, o aspirás a ser el principal?
-Para la Selección, lo que sea, hago cualquier cosa. Nunca pondría un pero.

-¿Cómo conociste a tu pareja?
-A Florencia la conocí en 2003, en un amistoso entre las chicas de CASI, a las que yo entrenaba, y CUBA, donde ella jugaba. Pero estaba de novia, así que recién empezamos a salir en 2004. A fines del 2007 nos casamos; en 2012 nació Benjamín; y en 2015, Felicitas.

-Por el hockey, ¿te perdiste algo del crecimiento de tus hijos?
-Sí, me perdí mucho. En los tres actos de fin de año de Benja no estuve. El último fue con la temática de los Juegos: él se vistió de jugador de hockey y no pude estar. Después veía los videítos y lloraba, de emoción pero también de impotencia. Me hace sentir mal, me duele. Ahora lo voy a buscar al jardín, armamos juntos la pista de los autitos y jugamos al hockey.

Imagen Su equipo de arquero, completo. Con Banco Provincia ganó 9 títulos.
Su equipo de arquero, completo. Con Banco Provincia ganó 9 títulos.
La charla con Juanma parece eterna, como él en la Selección; el único límite es el horario para ir a buscar a Benja. Cuenta que le gustan los Redondos, Divididos, Las Pelotas. Que lee mucho y está fanatizado con las biografías: le encantaron dos sobre el entrenador de básquet Phil Jackson. Se ríe cuando recuerda a Nosferatu, banda en la que cantó a sus 14 años y que llegó a tocar en la discoteca Cemento… un día con paro de transportes. Menciona que colabora con la fundación de su cuñado, que es cura, donando ropa, dando charlas, del modo que puede. “Es importante entender otras realidades –reflexiona–. Muchas veces uno está en la suya y se pierde lo que pasa alrededor”. Reconoce que, como periodista deportivo (terminó sus estudios terciarios en 2004), le gustaría hacer radio (tuvo un programa sobre hockey) o escribir sobre su deporte.

El problema es que llegó el horario de ir a buscar a Benja, y todavía no hicimos la producción de fotos. “No importa –dice–. Voy corriendo a buscarlo y vuelvo”. Deja todo en la cancha de Banco Provincia: su bolso e incluso su medalla de oro. Vuelve con Benja y, sin apuro, se dispone a sacarse las fotos que sean necesarias. Después, irá a su casa para cambiar a Benja y volverá a traerlo al club, “porque hoy empieza hockey”. Insistimos: si alguien piensa que un oro olímpico soluciona la vida de un deportista, que lo deje de pensar.

Por Martín Estévez / Fotos: Alejandro Del Bosco

Nota publicada en la edición de abril de 2017 de El Gráfico