Memoria emotiva

JUVENAL, FUTBOL DESDE EL ALMA

Se llamaba Julio César Pasquato, pero para el mundo del fútbol siempre fue Juvenal. Su indeleble huella quedó marcada a fuego en la redacción de El Gráfico, como así también sus extraordinarios análisis que ilustraron nuestra revista. Hoy se cumplen 97 años de su nacimiento, y así lo recuerda Daniel Arcucci.

Por Daniel Arcucci ·

30 de agosto de 2020

“¡Respete el fútbol, carajo!”, ordenó, sin dejar de mirar el verde césped de la cancha de Independiente, pero respondiéndole al joven cronista que, sentado justo detrás suyo, en el abarrotado palco de prensa, había osado criticar a Ricardo Bochini. Hubo un segundo de silencio, en el que hasta los hinchas parecieron callarse, y enseguida se escuchó el “Perdón, Julio”.

Para sus compañeros de El Gráfico, era Julio. Para los lectores de El Gráfico, era Juvenal. En el documento, Julio César Pasquato. Y cómo no respetarlo a él, que pedía respeto por el fútbol, si era de los pocos periodistas que había visto, en la cancha, el gol de Grillo a los ingleses, en 1953, y los goles de Diego a los ingleses, en 1986. Los dos acontecimientos que han servido para elegir una fecha como el día del fútbol argentino. Él, claramente, había nacido para contarlo. Y eso hizo durante la mayor parte de sus 75 años de vida. Desde el momento en el que, muy joven, se le ocurrió presentarle a los editores de la revista River, equipo al que iba a ver muy a menudo, unos dibujos con los movimientos tácticos de los jugadores, con una breve explicación al pie. No eran tiempos aquellos de infografías, todavía, pero quien lo recibió creyó ver algo valioso no sólo en la manera original de mostrar el juego, sino también en la forma de contarlo. Por eso le pidió que, además de aquellas ilustraciones con epígrafes, se animara a escribir. Y Julio se animó. La primera nota fue una entrevista a su ídolo: José Manuel Moreno. Para muchos, los que lo vieron, uno de los más grandes futbolistas de la historia. Julio contaba siempre que, cuando terminó la charla, el imponente Charro lo tomó de un hombro, lo miró fijo y le dijo: Tratame bien, pibe, que te dejo un cacho grande de mi vida”.

Imagen Juvenal, en una charla íntima con Alfredo Di Stefano
Juvenal, en una charla íntima con Alfredo Di Stefano
 

Tal vez por eso Juvenal era tan exigente, con él y con los demás. Paternal, también, pero riguroso. Recuerdo una de las primeras salidas a la cancha, con él al frente del equipo de cronistas y fotógrafos. En el legendario e imponente hall de entrada de la Editorial Atlántida, en Azopardo 579, mientras esperábamos el remise que nos llevaría al estadio, me interpeló: “¿Y usted que hizo, pendejo, para trabajar en El Gráfico?”. A la vuelta, insertó cada una de las “notas”, como se llamaba en la jerga interna a las declaraciones conseguidas en los vestuarios, después del partido, en su crónica, que abundaba en detalles y claves tácticas. No era florido para escribir; era preciso. “Químicamente puro”, por usar un calificativo al que solía recurrir para hablar él de determinados futbolistas o equipos. En su estilo, jugaba un clásico con Ardizzone o con El Veco, otras dos glorias de la revista.

Era hipnótico verlo sentado frente a su Olivetti de carcaza verde musgo, hundiendo las teclas con dos dedos, llenando la redacción con esa música inconfundible, que tenía un cambio de tono cuando finalizaba la línea y le daba con fuerza a la palanca para mover el carro. A veces, ese movimiento era sinónimo de festejo por la frase que acababa de construir y hasta parecía escapársele un “Pfff” como sinónimo de satisfacción, casi un grito de gol.

Imagen En la redacción de El Gráfico, donde era feliz, ya en tiempos de PC.
En la redacción de El Gráfico, donde era feliz, ya en tiempos de PC.

Gritos, y no de gol, tuvo varios. Como aquel durante el Mundial de Alemania, en 1974, cuando según cuenta la leyenda revoleó por la ventana una máquina de escribir a la que se le había trabado el teclado. Veinte años después, en Estados Unidos 94, estaba trabajando con la naturalidad de un pibe con las primeras computadoras de viaje, adaptado a la modernidad tecnológica pero sin perder lo esencial de su mensaje: así como en sus comienzos se adelantó a los que muchos años después sería el análisis táctico con ilustraciones de los movimientos de los equipos, aún hoy siguen vigentes sus textos sobre sistemas, roles y funciones. Quien vio a los primeros “insiders” no se sorprendería hoy con los “interiores”. 

Imagen En versión DT, con el equipo de El Gráfico, en un torneo de periodistas
En versión DT, con el equipo de El Gráfico, en un torneo de periodistas

En 1990, ya dándole pelea con disimulo a algunos achaques de salud, sufrió un pequeño accidente. En una parada técnica en la autostrada, camino de Roma a Milano para ver el debut de la Argentina contra Camerún, tropezó y cayó. Su hombro golpeó muy fuerte contra la pared. Al llegar al Meazza, donde la selección argentina reconocía el campo, debió ser atendido y le pusieron un cabestrillo que le inmovilizó el brazo. Más no la mano. Y así cubrió todo el Mundial, sin dejar de escribir por eso ni una sola nota. Y sin perder la elegancia. Enhiesto, la calva enmarcado por un pelo blanco a los costados que lo hacía señorial y el remate de un pañuelo de seda al cuello, nunca perdió la elegancia al caminar, aunque la maldita diabetes le atormentara los pies.  Ocho años más tarde, en Francia, cubrió su décimo Mundial, el último. Y allí presentó su libro, “Fútbol desde el alma”. Buen título para definirlo a él mismo, que siempre encontraba palabras tan precisas para definir a los demás. Como cuando definió al seleccionado campeón del mundo en México ’86 con un concepto que casi no necesitaba nota que lo desarrollara: “Dinámica europea con chamuyo criollo”. Eso sí que fue un auténtico Juvenal. Julio César Pasquato. Julio. El que respetaba el fútbol.