Opinión

Daniel Osvaldo, un producto marca ACME

El delantero dinamita volvió a confirmar que era una bomba de tiempo. Al ritmo que venía, su salida tormentosa era inevitable.

Por Martín Mazur ·

13 de mayo de 2016
Quienes integran el club de haber visto Esperando la Carroza más de 50 veces, sabrán que algunas frases de la película se entremezclan en sus vidas con asombrosa naturalidad. Una de ellas -no se dirá cuál- es la que martilla desde anoche, al haber visto en acción la insólita ida al vestuario de Daniel Osvaldo (sin saludar a sus compañeros ni a la gente de Boca que llegó a Uruguay) y los eventos que se sucedieron desde entonces.

El goleador italoargentino atraviesa un período (un lustro, podríamos decir) de mucha confusión. De haber jugado con un pie roto para defender al Vasco Arruabarrena de un cese casi seguro, a entablar una campaña innecesaria -sin chances alguna de ganar-  contra Guillermo Barros Schelotto, hinchas y compañeros. No es la primera vez que le pasa. Pero el paraguas de Boca, en teoría, lo iba a mantener a salvo de los excesos y la indisciplina. No fue así.

Retirarse sin saludar porque apenas entró 5 minutos, en su reaparición después de mil partidos de inactividad, es un hecho que incluso podría haberse disfrazado basado en las agresiones que sufrió previamente, con monedas y encedendores que le arrojaron desde la tribuna del Parque Central, aunque igual le acarrearía tener que dar explicaciones puertas adentro del vestuario.

Pero desafiar al entrenador, decir públicamente "los cinco minutos que jugué, me sentí bien" y, según trascendidos, ponerse a fumar en el vestuario con neto corte de provocación, parecieron una invitación desesperada a que alguien apretara el botón de eject. Sucedía, además, en la misma semana en la que el poder mediático de Osvaldo explotó (una vez más) gracias a sus fotos sin ropa. El goleador que tenía todo para triunfar, siguió autodinamitándose su futuro y sus chances. Un delantero de primer nivel, con un bagaje de recursos técnicos envidiables, despedirciados al punto de poner en riesgo la serenidad y estabilidad de un vestuario y las chances del equipo en la Copa Libertadores. Crisis evitable, ruptura inevitable.

Es allí donde aparece la frase de Brandoni en Esperando la Carroza. Y no tiene que ver con tres empanadas.