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¿América para los sudamericanos?

Argentina, Brasil y Uruguay se repartieron los siete mundiales disputados en nuestro continente. Analizamos el recorrido histórico y evaluamos los factores que pueden incidir en tierras brasileñas para seguir alimentando la leyenda.

Por Redacción EG ·

25 de junio de 2014
 Nota publicada en la edición de junio de 2014 de El Gráfico

Imagen PELE y Maradona, consagrados en el Azteca con 16 años de diferencia.
PELE y Maradona, consagrados en el Azteca con 16 años de diferencia.
El francés Jules Rimet estaba obsesionado con la idea. El Mundial, el primero de todos los tiempos, no podía ser un fracaso. Tomó su valija y empezó a recorrer Europa, tratando de seducir a cada asociación; que sí, que no, que sí de vuelta, que tal vez…

Las respuestas, en el mejor de los casos, quedaban en un veremos. La crisis económica, rebote del desplome de los Estados Unidos el año anterior, había hecho estragos en el continente. Por eso, cuando el viaje del transatlántico italiano de vapor Conte Verde tomó forma, el presidente de la FIFA se habrá sentido feliz. De a una por vez, y en distintos puertos europeos, fueron subiendo las delegaciones de Francia, Bélgica y Rumania. La de Yugoslavia viajaría en otro barco. Cuatro selecciones, al cabo, habían aceptado lanzarse a lo que consideraban una aventura: cruzar el océano para encontrarse con vaya a saber qué cosa en la desconocida Sudamérica.

Dos semanas después, el 5 de julio de 1930, el Conte Verde desembarcó en Montevideo, epicentro del gran evento. Para mantenerse en forma, los futbolistas se habían ejercitado en la explanada del barco. Pisaron tierra apenas ocho días antes del partido inaugural. En ese contexto, poco podía pretenderse de ellos adentro de la cancha. Sin embargo, Yugoslavia logró colarse hasta las semifinales, donde los locales los pusieron otra vez de patitas en el barco: 6-1 y vuelta a casa.

En aquel invierno montevideano empezó a escribirse una máxima que hoy repite el futbolero promedio, mirando de reojo lo que está por volver a empezar: si el Mundial es en América, lo ganan los sudamericanos. Pero también es verdad que de aquellas anécdotas en blanco y negro pasó casi un siglo, y 36 años desde la última vez que un Mundial se jugó en Sudamérica propiamente (Argentina 78, por si hace falta la aclaración). Entonces, ¿todavía vale la sentencia? ¿O será que Brasil 2014 es la mejor oportunidad de la historia para que los no sudamericanos rompan la estadística?

INVICTOS
El repaso por los siete Mundiales jugados en América es concluyente (ver infografía). Uruguay (dos veces), Brasil (tres) y Argentina (dos) se repartieron los títulos, con el agregado de que solamente en ocho oportunidades los europeos se ubicaron en alguno de los otros dos lugares del podio.
Si el análisis se reduce a Sudamérica, los datos son más categóricos todavía: apenas Suecia (tercera en Brasil 50), Checoslovaquia (segunda en Chile 62) y Holanda (subcampeona en Argentina 78) arañaron un espacio de honor tomando en cuenta los cuatro Mundiales disputados en esta parcela del planeta. En Uruguay 30, detrás del local y de Argentina, el tercer lugar le correspondió a Estados Unidos.
El último antecedente de un Mmundial americano es el de Estados Unidos 94, que guarda una similitud con lo que sucederá en Brasil 2014: por la geografía del país, aquella vez las selecciones tuvieron largos desplazamientos entre una sede y otra, algo a lo que los europeos no están acostumbrados ni siquiera en los torneos continentales de clubes.

Italia, por ejemplo, sabe que tendrá en el clima y los recorridos a rivales duros, tanto como lo serán Uruguay e Inglaterra y en menor medida Costa Rica, los otros integrantes del Grupo D. La selección que dirige Cesare Prandelli hará base en Río de Janeiro, desde donde irá a Manaos, Recife y Natal a jugar sus partidos de la primera fase. Las idas y vueltas, sumadas, le demandarán 34 horas, entre traslados hacia los aeropuertos y los vuelos. Además, esas tres sedes están en la lista de las más agobiantes en cuanto a temperatura y humedad. De Recife, precisamente, se quejó Sergio Busquets el año pasado, después de un partido por la Copa de las Confederaciones. “Jugar aquí a las 4 de la tarde fue inhumano”, dijo el compañero de Messi en el Barça. ¿Qué dirá Andrea Pirlo después de tener que mover sus 35 años a la una de la tarde por el Arena Pernambuco de esa ciudad, cuando Italia juegue contra Costa Rica con una sensación térmica estimada en 35 grados y una humedad de más del 70%?

¿Será igual para todos? No. Argentina, por caso, necesitará la mitad de esas horas para moverse a cada sede y jugará sus tres primeros partidos con temperaturas normales. Los alemanes, previsores como siempre, eligieron hacer base en el noreste de Brasil con un doble propósito: aclimatarse mejor para sufrir menos el impacto del calor cuando les toque jugar y recorrer menos kilómetros. La decisión de la sombra negra de Argentina en los últimos dos Mundiales, en todo caso, da sentido a los que le otorgan al clima y a las distancias un valor real: en Brasil 2014, el mapa y el termómetro serán protagonistas. Por caso, Cristiano Ronaldo y sus compañeros portugueses deberán afrontar un partido en Manaos, la sede que todos querían evitar por las altas temperaturas, a las tres de la tarde (ante Estados Unidos).

Imagen OBDULIO, leyenda del Maracanazo.
OBDULIO, leyenda del Maracanazo.
EL FACTOR CAMPO
Hay que buscar con lupa si se quiere encontrar a un seleccionador que no nombre a Brasil como uno de los dos o tres favoritos para ganar el Mundial. Algunos lo dirán para quitarse presiones de encima, es verdad, pero la mayoría lo hace consciente del valor agregado que tendrá el equipo de Luiz Felipe Scolari: lo que Roy Hodgson, entrenador de Inglaterra, llama “el factor campo”.

El veterano técnico inglés, que transpiró bastante antes de que su selección consiguiera la clasificación mundialista, se apoya en la historia reciente. “El factor campo es una gran ventaja, miren lo que pasó con Francia en 1998. Y Alemania en 2006 consiguió mucho más de lo que el mundo del fútbol esperaba. En 2002, los japoneses y los surcoreanos llegaron mucho más lejos de lo que la mayoría de la gente habría creído antes del campeonato. Por tanto, no creo que sea inusual que ese factor campo intervenga de hecho y juegue un papel. Esa es una respuesta a por qué a los sudamericanos les ha ido tan bien en Sudamérica”, argumentó Hodgson en una entrevista con el sitio web de la FIFA.

El propio Scolari da crédito a su colega. El mes pasado, en una especie de arenga televisada, se animó a decir lo que pensaba. No es poco, teniendo en cuenta que los protagonistas suelen ser cuidadosos antes de la competencia. “Estoy cada día más convencido de que vamos a ganar el Mundial. Tenemos grandes jugadores, un equipo organizado y el jugador número 12: el pueblo”, se tiró de cabeza Felipão, confiando tanto en Neymar y sus socios adentro de la cancha como en los torcedores.

Alejandro Sabella, que no se inscribe precisamente en el grupo de los declarantes audaces, le pone peros a la candidatura argentina y, a la vez, le da la razón al brasileño: “En Brasil seremos más visitantes que nunca”, opinó. En la lógica del técnico, ir al patio de la casa del rival histórico pesará mucho más que los miles de argentinos que cruzarán la frontera para ver el Mundial en vivo.

Imagen ARGENTINA, el mejor en 1978.
ARGENTINA, el mejor en 1978.
LA OTRA MITAD DE LA BIBLIOTECA
Contra toda esa evidencia que pone en jaque por anticipado a los europeos hay otros datos que la enfrentan. Que la relativizan, en parte.

Una es reparar en la conformación de los planteles de las selecciones sudamericanas, que deben ser los que ratifiquen la máxima del principio de este artículo. ¿No son acaso en su mayoría una colección de jugadores provenientes de clubes europeos? ¿Cuánto mejor se sentirá Leo Messi en Belo Horizonte que Bastian Schweinsteiger en el hotel que la Federación alemana construyó especialmente en Porto Seguro? ¿No le pegará el calor igual al chileno Arturo Vidal que al italiano Gigi Buffon, acostumbrados como están los dos a soportar el frío de Turín durante la mayor parte del año?

Para todos ellos, el clima será una barrera similar, y el peso de la idiosincrasia del lugar ocupará un discreto segundo plano; hace décadas ya que la magnificencia del evento obliga a los planteles a vivir encorsetados durante la competencia. Custodiados como si fueran jefes de Estado, el contacto que los jugadores tienen con lo local es casi igual a cero. Dentro del perímetro en el que viven, arman una realidad a su gusto, con un ejército de colaboradores que cada selección trae de sus países. Cocineros incluidos, por supuesto, así nadie se siente obligado a probar la feijoada.

Imagen BRASIL, campeón en Estados Unidos, 1994.
BRASIL, campeón en Estados Unidos, 1994.
Vuelve a tomar la palabra el viejo Hodgson: “Hoy en día reina una cierta europeidad incluso en torno a las  selecciones sudamericanas. Brasil seguramente tendrá en su plantel muy pocos jugadores que realmente estén jugando allí. Los uruguayos y los argentinos probablemente tampoco tengan muchos que jueguen en la liga local. Hasta cierto punto, no es como antaño, cuando a los brasileños no se los conocía fuera de Brasil hasta que llegaba el Mundial. Garrincha y Pelé jugaban en sus clubes y eran muy famosos en Brasil, pero sólo se hacían famosísimos de verdad cada cuatro años, cuando saltaban al campo en el Mundial. Eso ya no lo tenemos”, grafica con un buen ejemplo el entrenador inglés.

De hecho, si se miran los equipos titulares de las tres potencias sudamericanas se comprueba que casi no hay jugadores que jueguen en clubes de sus países. Dos excepciones: Fred en Brasil y Fernando Gago (si se recupera a tiempo) en Argentina. En Uruguay, la respuesta es ninguno.

Esta cita mundialista será la primera en Sudamérica desde que el fútbol se convirtió en un deporte hiperprofesional, en el que se prestan recursos extremos a todo lo que rodea al juego.

El folclore ya no cuenta; será imposible que Francia, por ejemplo, deba usar contra Honduras en Porto Alegre una camiseta prestada de apuro por un club local, como le pasó con el Kimberley marplatense en el cruce ante Hungría en el 78.

Sin esos detalles puntuales, el único que contará con una porción de ventaja será Brasil, por su condición de local; aunque eso también le muestre el doble filo de tener que lidiar con los fantasmas del maldito Maracanazo.

Y entonces, ante condiciones parejas, no importará tanto el pasaporte del que lleve la pelota. Para ganar en Brasil, habrá que saber jugar mejor al fútbol que el otro. Como Uruguay en el 30 o España hace cuatro años. Lo mismo da.

Por: Andres Burgos / Fotos: Archivo El Gráfico / Ilustración: Fernando Delmonte